Archivos de la categoría ‘Diario de pensamientos’


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«El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto»

(Charles Chaplin)

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El tiempo es relativo. Lo sabemos. ¿Qué es exactamente el concepto de tiempo perdido? Es una realidad que el tiempo va pasando. A veces, tenemos la sensación de que se nos escurre entre los dedos, sin poder detenerlo. Pero eso es imposible. No podemos detenerlo. Y, además, quién querría eso. No hace falta. Vamos consumiéndolo aunque no lleguemos a percibirlo. Y mucho de ese tiempo que ya ha transcurrido creemos que es perdido o, al menos, así lo calificamos. Todo pertenece al tiempo. Lo bueno y lo malo. Lo aburrido y lo entretenido. Nos quedamos con los momentos inolvidables, con los que marcaron un momento, una época o una fase de nuestra vida. Tan sólo grabamos esos momentos mágicos, que no podemos ni queremos olvidar. Nos deshacemos muy fácilmente de la mayoría de momentos. Muchas veces porque los asociamos con la rutina. Insulsos. Triviales. Nada interesantes. No nos llaman la atención muchos de ellos, sólo los que sobresalen, por causas estupendas o dramáticas, ésos que retenemos a toda costa.

Evolucionamos. Por lo menos deberíamos hacerlo. Y para evolucionar se necesita tiempo, y dentro de ese tiempo también hay momentos que creemos perdidos. Valoramos negativamente los momentos perdidos. Porque en el fondo sabemos que no van a volver. Pero nos cuesta estrujar el tiempo y sacarle todo su provecho. Por mucho que lo repitamos. Deambulamos como sombras dentro de nuestro propio escenario. Nos perdemos entre nuestros momentos perdidos. Sacamos a veces la cabeza para hacernos notar. Pocos. Muy pocos. La mayoría de las veces pasamos desapercibidos, incluso para nosotros mismos. Las luces son pocas y débiles, la oscuridad la vemos con más intensidad y con más facilidad.

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«Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora»

(John Lennon)

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La sensación de pérdida de tiempo atormenta, entristece y provoca desdicha. Nos encerramos en nuestro caparazón, dispuestos a relamernos nuestras heridas, sintiendo que las oportunidades, muchas, han pasado. Y que no fuimos capaces de reconocerlas, de aprovecharlas. Y mientras lo hacemos no nos damos cuenta de las que están frente a nosotros justo ahora mismo. No recapacitamos como deberíamos. Analizando los errores vamos cometiendo otros. 

Aprovechamos el tiempo cuando lo vivimos con intensidad, sea como sea. Y esa intensidad nos da vida interior. Nos revitaliza de otra manera. Nos hace sentirnos válidos y aptos. Nuestra habilidad crece cuando nos vemos útiles. Estamos siempre cuantificando nuestras labores, nuestras vivencias. Sentimos mucha pena por las pérdidas, sean del nivel que sean. La pérdida de tiempo es tan sólo otra de ellas. Nos lastima. Nos hiere. Parece incluso dolor. Y permanece. A veces por segundos, otras durante años. Estamos sometidos al poder del tiempo, en todos los escenarios de nuestra vida. Todo empieza y acaba, lo bueno y lo malo. Es una sucesión tras otra. Natural. Algunas de esas sensaciones parecen efímeras, otras eternas. Pero es nuestra sensación. Debemos evaluar nuestro tiempo, sólo tenemos uno. Y valorarlo. Sinceramente. Sin flagelarnos.

«A veces estamos demasiado dispuestos a creer

que el presente es el único estado posible de las cosas»

(Marcel Proust)

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«Nada hay en el mundo más noble y raro que una amistad verdadera»

(Oscar Wilde)

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A muchas personas les ocurre que, desde eran jóvenes adolescentes, les han tratado de ‘raros’. Y, con el paso del tiempo, esa tendencia no ha decaído. De hecho, casi forma parte de su personalidad. Lo raro significa que se sale de la norma. Pero, la pregunta debería ser: ¿Quién marca la norma? ¿O nos basamos simplemente en lo que hace la mayoría para denominarla así? El ser humano se encuentra más cómodo ante situaciones que conoce, que son habituales, rutinarias y/o familiares. Cuando algo se sale del guión establecido comienzan los titubeos, las inseguridades y los vaivenes. Ante el miedo que provocan estas últimas situaciones, la mayoría se inclinan ante lo conocido, lo mayoritario y lo habitual. Y se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida.

Si dices, haces, opinas, piensas como la gran mayoría no sobresales, permaneces en ese grupo compacto que parece ser el correcto. O, al menos, eso piensa la mayoría. Si a uno o varios se les ocurre salir de esa tendencia son considerados automáticamente ‘raros’, casi sin ni siquiera escuchar, analizar o valorar lo que dicen, hacen, opinan o piensan. No se puede negar que esta actitud mayoritaria llama la atención. De hecho, está debidamente estudiada científicamente. La mayoría de las personas se mueven por el argumento mayoritario, a veces, sin llegar a analizarlo, ni meditarlo, ni valorarlo. Pensándolo fríamente, podría ser una forma un tanto mediocre e ignorante de actuar. Digamos que no consideraríamos inteligente a cualquier persona que reaccionara de esa forma. Entonces, ¿estamos rodeados de ignorantes? ¿Somos mediocres a la hora de decantarnos por una mayoría? ¿Valoramos todas las opciones antes de tomar una decisión, una elección? ¿O preferimos ir a lo sencillo y no pensar demasiado?

«Es posible que el cosmos esté poblado con seres inteligentes.

Pero la lección darwiniana es clara: no habrá humanos en otros lugares.

Solamente aquí. Sólo en este pequeño planeta.

Somos, no sólo una especie en peligro, sino una especie rara.

En la perspectiva cósmica cada uno de nosotros es precioso.

Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir.

No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias.»

(Carl Sagan)

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Las preguntas se multiplican sin llegar a conclusiones claras. Lo normal es pensar que si una gran masa de gente actúa de una forma determinada será por algo, por algún motivo, por alguna razón. En absoluto. Puede darse el caso que una gran masa de gente piense de forma parecida, que tenga motivaciones similares, que se muevan en ambientes cercanos y que lleguen a las mismas conclusiones, pero, en cada fase de nuestra vida, solemos ir evolucionando. Lo que pensábamos hace diez años no se parece casi en nada a lo que pensamos actualmente. Nuestras opiniones van cambiando a medida que avanza nuestra experiencia de vida. Llegar a hacer o decir lo que hace o dice la mayoría puede ser una elección o una opción, pero antes debe ser meditada consecuentemente y según nuestras ideas y pensamientos.

Nos dejamos llevar por el qué dirán, por lo que se lleva, por tendencias y modas, por mareas que aparecen y desaparecen. Necesitamos de nuestra cordura, nuestro saber, confiar en nuestro intelecto, sea del nivel que sea, aprender a seguir nuestro instinto, apostar por nosotros. Muchos lo hacen. Y la respuesta que a veces reciben es que son raros. Muchas de esas personas que han sido consideradas ‘raras’ desde que iban a la escuela han perdido parte de su autoestima, en muchos ámbitos de su vida, pero si miraran las cosas desde otra perspectiva, se darían cuenta de que ‘ser raro’ puede ser lo mejor que tienen. Cuando alguien te considera raro es porque no te entiende. O no te acepta, que es todavía peor. Hay que saber rodearse de gente que te entienda y que te aprecie, con tus valores y tus carencias. ¿Quién es menos raro que otros? ¿Por qué alguien es más raro que el resto?

Ser raro no significa ser peor, ni mejor. En la diferencia está el secreto. Y ocurre con todo. Si todos fuéramos iguales esto sería muy aburrido. Hay que pensar de mil formas, hacer mil variantes, decir cosas diferentes. Idear, cambiar, innovar. Todas esas personas que enfocaron su futuro en sus ideas fueron tachados de ‘raros’ y, muchos de ellos, llegaron a ser considerados genios con el tiempo. Otra prueba más del desconcierto de la sociedad en general y de la mayoría en particular. La autenticidad vale la pena. La originalidad tiene su mérito. Hay que valorar la capacidad de la persona. No caer en falsos argumentos o en simples postureos.

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«El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.»
(Manuel Vicent)
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Siempre tratamos de encontrar la verdad. Al menos, en apariencia. Somos incrédulos por naturaleza y, a menudo, susceptibles de lo que vemos o nos cuentan. Aunque no tanto como deberíamos. La verdad absoluta no existe, al menos tal y como la consideramos. Y entre la verdad que nos revelan y la duda razonable el límite es demasiado pequeño. De hecho, las mentiras se mezclan bastante a menudo con ciertas ‘verdades’, creando un espacio indeterminado y difícil de denominar.

Demandamos sinceridad a todos los que nos rodean, a los que nos importan y los que no. Deseamos que nos expresen sus opiniones y sus sentimientos sin mentiras ni fingimientos. De una manera natural y sencilla. Y creemos que es fundamental que nos cuenten la verdad, sobre unos hechos, sobre unas opiniones, sobre todas realidades que aparecen de repente. Abogamos por la buena fe, por la honestidad de las personas, a sabiendas de que nos van a engañar seguramente, que nos engañan de hecho, que se engañan a sí mismas.

«La verdad triunfa por sí misma,
la mentira necesita siempre complicidad.»
(Epicteto de Frigia)
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La mentira es más humana que la verdad. Sobre ella se cimientan innumerables opiniones, hechos y sugerencias. Y si tienen base para crecer y evolucionar es por la credulidad de sus interlocutores. Y esa confianza en la mentira lanzada al aire se basa en pocos argumentos fiables, por no decir ninguno. Estamos hartos de escuchar: ‘Lo he oído’, ‘Me lo han dicho’, ‘Aseguran que…’, mil formas de plantear un hecho o una opinión sin ningún tipo de confirmación requerida ni exigida. Y mucho menos de rigor a la hora de contar algo. Decir se pueden decir mil cosas, y todas pueden resultar ser mentira o no, lo que pasa es que ya nos hemos acostumbrado tanto a ella que no le damos ninguna importancia cuando aparece de nuevo. 

Creemos en personas, en su buena fe, en su sinceridad  y honestidad, tal vez por un recorrido, por una trayectoria común, por una experiencia, pero no podemos poner la mano en el fuego por nadie por el conjunto de todo lo que cuenta y hace, tal vez porque en algún momento puede faltar a la verdad, por diferentes motivos, e incluso por necesidad. Cuando reclamamos la verdad debemos pensar antes si la queremos realmente o no. Puesto que es muy fácil remitirse a ella por costumbre, exigiéndola como salvoconducto para proseguir escuchando o avalando a la otra persona, pero sin reflexionar seriamente sobre las consecuencias que esa ‘verdad’ nos puede traer. 

«La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés.»
(Antonio Machado)
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Nos hemos planteado hasta qué punto estamos dispuestos a escuchar la verdad. Hasta dónde somos capaces de saber y conocer sobre algo en concreto. Hasta dónde queremos llegar a escuchar sobre un asunto. Pensamos seriamente si queremos saber sobre todo eso que preguntamos e indagamos. O es mera curiosidad. Somos curiosos por naturaleza, es algo innato en los animales y los seres humanos. Buscamos información e interactuamos con nuestro entorno y con el resto de personas. Y ante ciertas dudas reclamamos respuestas. Y no siempre esas respuestas son veraces. La necesidad de información provoca a veces la falta de esa veracidad necesaria para conocer mejor, para opinar mejor. 

Necesitamos de la verdad pero debemos dosificarla convenientemente, además de valorarla en su medida. Y también debemos aprender a analizar todo cuanto nos llega, sea verdad o mentira, ser cautelosos ante opiniones y afirmaciones que no tienen base alguna. Y, sobre todo, tenemos que tener claro si queremos saber sobre algo o no antes de indagar sobre ello. La pérdida de tiempo y las consecuencias de nuestra búsqueda pueden llevarnos a la insatisfacción y a la desilusión. El tiempo es demasiado valioso como para perderlo en mentiras o medias verdades. Verdades que pueden llegar incluso a ofendernos.
«Y es que en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira.»
(Ramón de Campoamor)
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‘El aburrimiento es la enfermedad de las personas afortunadas;

los desgraciados no se aburren,

tienen demasiado que hacer.’

(A. Dufresnes)

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Pregonan muchos sociólogos que vivimos en la época de las prisas, donde queremos hacer muchas cosas en un breve espacio de tiempo y donde es casi imposible abarcar y acabar con todo lo que pretendemos. El tiempo se nos pasa volando, casi sin darnos cuenta. O, al menos, eso es lo que nos parece. Algunos la denominan la sociedad del estrés, pero lo que sí es cierto es que en esta época no nos faltan entretenimientos. Internet se ha convertido en una herramienta básica en nuestra rutina diaria, donde podemos hacer y deshacer tantas cosas como nunca hubiéramos imaginado. Tantas que no somos ni capaces de hacerlas. De repente, nos han abierto una ventana al mundo en todo su conjunto y miles de circunstancias están a nuestro alcance haciendo un simple click provocándonos unos nuevos estímulos que jamás tuvimos ocasión de disfrutar en el pasado.

Si a todos esos entretenimientos que nos ofrece internet le añadimos la gran oferta en otras facetas culturales, políticas, sociales o de ocio, ya sea cine, series, música, canales de televisión, libros y cultura en general, acceso a toda la información jamás imaginada, además de las innovadoras y siempre sorprendentes redes sociales, nos damos cuenta de que aburrirse en la actualidad parecería prácticamente imposible.

‘El aburrimiento no puede existir donde quiera que haya una reunión de buenos amigos.’
(René de Chateaubriand)
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Se define al aburrimiento como esa existencia desprovista de sentido. Un cansancio o fastidio que se generan por disgustos o molestias, o simplemente por no tener nada alrededor con lo que divertirse o distraerse. El aburrimiento se asocia con la pérdida de tiempo, y puede conllevar a ejecutar acciones que nunca haríamos por el mero hecho de necesitar hacer algo. Muchas veces el aburrimiento trae consigo el acceso a drogas, alcohol o juego en los adultos y a cometer travesuras a los niños. Se sostiene la idea de que en estados de aburrimiento el ser humano necesita imperiosamente realizar tareas que le mantengan entretenido de la forma que sea, aunque sin provocarle demasiado esfuerzo físico ni mental. De ahí nacieron los famosos pasatiempos.

Para los filósofos, el aburrimiento se asocia generalmente con el disgusto o el miedo. Se cree que sin diversión caemos inevitablemente en el aburrimiento. Aunque la diversión puede ser simplemente el hecho de estar activos y entretenidos en una faceta, ya sea el trabajo, la familia o los amigos. Pero no todo debe ser diversión. De hecho, la diversión también tiene limitados sus movimientos y sus momentos. Muchos abogaron en el pasado en darle al trabajo un significado que induce imperiosamente a la facultad de hacernos sentir útiles, una forma práctica de no caer en el aburrimiento. Y es cierto que para muchos el mero hecho de trabajar solidifica el hecho de estar y sentirnos entretenidos. Sin la obligación de ir a trabajar esos individuos se sienten perdidos. Como les ocurre a muchos jubilados, acostumbrados a trabajar durante toda su vida y que, de repente, se ven abocados a la ‘nada’, a su ‘nada’, puesto que no encuentran estímulos con los que pasar el rato y caen en profundas depresiones.

‘Nuestro tiempo es tan excitante que a las personas sólo puede chocarnos el aburrimiento.’
(Samuel Beckett)
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Caer en el aburrimiento puede resultar sencillo siempre y cuando nosotros mismos le demos cobijo. A veces por pereza, por falta de estímulos o por falta de actitud, nos vemos de lleno metidos en ese ámbito extraño en el cual no sabemos exactamente qué hacer… Podemos pensar que el aburrimiento es la nulidad del todo porque nos hunde en un pozo demasiado hondo y carente de luz. Y el aburrimiento se acerca al tedio sin remedio. El tedio es esa sensación de vacío que ataca sin avisar y que nos deja paralizados. Curiosamente, se ha convertido en una de las características más generalizadas de la sociedad contemporánea. Lo que tanto ansiamos durante mucho tiempo de repente nos aburre. Realizamos tantas actividades que no sabemos ni saborearlas. Y a veces es necesario encontrar el sentido a las cosas. Hacer cosas por hacer no nos llevan a nada, quizá a emplear el tiempo y vernos ocupados, pero nada más.

Si verdaderamente nos ocupáramos en meditar sobre lo que nos gusta realmente, sobre lo que queremos emplear nuestro tiempo, ya sea el que tenemos libre o el que ocupamos trabajando, ganaríamos a la hora de sentirnos más realizados. No caeríamos fácilmente en el aburrimiento, puesto que estaríamos deseosos de continuar con nuestras actividades, siempre que éstas nos generaran la suficiente satisfacción. Aunque parezca mentira, muchísima gente hoy en día se aburre. Ante las que continuas quejas de que nos falta tiempo, muchos encuentran tiempo para aburrirse, esas ironías de la vida que te dejan perplejo a pesar de todo.

‘El aburrimiento es la explicación principal de por qué la historia está tan llena de atrocidad.’
(Fernando Savater)
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 «Cuando pierdes una oportunidad ganas una lección».

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Hay que ser paciente. No desesperar. No pretender que todo salga cuando queremos, ni cuando buscamos. Las cosas son sencillas. La vida va pasando y, en su transcurso, el vaivén de sensaciones, emociones, vivencias y experiencias no para en ningún momento. Si echamos la vista atrás nos daremos cuenta de todo lo vivido, de todo lo que una vez decidimos vivir. Porque en el destino de nuestras vidas todo depende de lo que decidamos. Somos dueños de nuestras acciones, aunque en determinados momentos dependamos más de las circunstancias que nos obligan a decidirlas. No hay más. El hecho de elegir implica una acción. Y esa acción se transformará en una vivencia. Puede ser buena o mala, pero será vivencia al fin y al cabo. Tenemos que saber que todo puede ocurrir y en cualquier momento. No es que tengamos que estar obsesionados y pendientes de cualquier situación, pero sí que debemos tener siempre conectada la antena de nuestras sensaciones para poder descubrir que algo está pasando. Si nos distraemos en el momento justo quizá luego será tarde y la oportunidad se desvanecerá.

Dicen que la suerte se busca y que no aparece de la nada. Muchos podrían estar en contra de ese argumento. Los momentos afortunados posiblemente son proporcionales a los momentos desafortunados. Es como una ley de probabilidades. Hoy estamos bien y mañana mal. Hoy nos sale todo bien y mañana no. Hoy nos sorprende una persona y mañana nos decepciona otra. Y así es la vida: una sucesión de situaciones, una multitud de caminos que van apareciendo y que debemos elegir. Los cruces en ese camino se multiplicarán y deberemos elegir siempre uno de ellos. NO podemos detenernos y esperar a que alguien nos indique la dirección a tomar, y quizá en una de esas direcciones estará la oportunidad que nunca imaginábamos. ¿Suerte? Sería muy simple pensar así. Quizá es simple intuición. Nos dejamos atrapar por señales. Y si las señales nos cautivan accedemos.

Las oportunidades se van presentando. Como bien se dice a menudo, hay trenes que de repente pasan. Así de simple. A veces somos capaces de darnos cuenta de eso, nos subimos a ellos y aprovechamos la ocasión. Pero la mayoría de las veces ni caemos en la cuenta de que el tren está pasando, y es pasado cierto tiempo, cuando despertamos de ese letargo personal en el que nos hallamos sumidos y reconocemos la equivocación. Pero las oportunidades traen consigo decisiones. Tenemos que decidir constantemente a todas las vicisitudes que vamos encontrando. En muchos casos analizamos la situación, vemos los pros y los contras, reflexionamos ante todas las posibilidades que observamos, tenemos tiempo necesario para tomar una decisión firme, adecuada y convencida. En otros muchos casos, nos toca decidir con muy poco tiempo para meditar sobre ello, tan sólo nos queda ese rápido momento de sucesión de imágenes en nuestra mente viendo lo que podría pasar, lo que podría ser, para finalmente tener que responder ante un acontecimiento determinado.

Sería absurdo decir que no se presentan oportunidades a lo largo de nuestra vida. Y en todos los ámbitos. Puesto que vivimos se nos suceden todo tipo de opciones donde elegir. Lo que a veces ocurre es que ni siquiera reconocemos una oportunidad. Decidimos hacer una cosa u otra, elegir una opción u otra sin prestar demasiada atención, y lo que ocurre después es la consecuencia de nuestra elección y decisión. Si el resultado es positivo suponemos que hemos aprovechado nuestra oportunidad, pero si sale mal lo calificamos como fracaso, tanto a la hora de elegir como de actuar. Se vea de una manera u otra, las oportunidades se siguen presentando día a día. Lógicamente, no habrá nadie que pueda decir que aprovechó todas las que se presentaron.

«La vida no es sino una continua sucesión

de oportunidades para sobrevivir».

(Gabriel García Márquez)

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‘El que sólo practica la virtud para conquistar una gran reputación
está muy cerca de caer en el vicio’
(Napoleón)
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La reputación es simplemente la opinión que tienen los demás sobre nosotros. ¿Es importante? Quizá en según qué casos sí lo será, pero no en todos ni en la mayoría. La reputación es muy particular. Muy de cada uno. Y tiene el valor que le queramos dar, ni más ni menos. La podemos cuidar, año a año, tratar de hacerla mejor, día a día, evolucionarla, desarrollarla, mejorarla, pero a lo mejor, bajo una circunstancia inesperada, se puede venir abajo como un castillo de naipes y en cuestión de segundos, y en muchos casos quizá sin razones aparentes o causas que hubiesen sugerido tal desenlace.

¿Nos importa realmente lo que digan o piensen de nosotros? O quizá dependerá de quién lo haga. O quizá dependerá del momento o de la situación. ¿Tan importantes somos realmente (o creemos ser) como para pensar que es trascendente la opinión de los demás con respecto a nosotros. Si de nosotros comentan una buena opinión la tomamos automáticamente como buena, ya que es positiva, porque suena bien, porque nos hace quedar bien de puertas para afuera; mientras que si el comentario o la opinión que se hace de nosotros es malo nos lo tomamos al instante como equivocado y erróneo, no falso, pero sí como una escena que no se asemeja a la realidad de lo que nosotros creemos ser. Naturalmente, porque esa opinión puede perjudicar nuestra imagen y nuestra reputación.

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‘He perdido mi reputación.
Pero no la echo en falta.’
(Mae West)
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Si en la vida diaria nos mostramos tal como somos, naturales, sin poses, ni posturas, ni casualidades convertidas en necesidades según el momento y la situación, si somos realmente nosotros mismos, la gente que nos rodea, que nos conoce cada día, que nos trata normalmente, nos conocerá tal y como somos. A todos no podemos caer bien, eso es una utopía, además tampoco se trata de eso, no puede ser el fin en sí. La personalidad de cada uno no puede intentar encajar con las de todos los demás. Eso es imposible. Caeremos bien a unos cuantos, y a otros no tanto. Quizá a algunos les caeremos incluso mal. Pero si es así no será por nuestra reputación, sino por nuestro carácter y nuestra personalidad. Si los hemos mostrado de forma natural no podremos reprocharnos nada en absoluto. Otra cosa distinta sería que hubiéramos fingido un forma de ser con tal de caer bien o de hacer ver que somos otra cosa. Esa opinión creada sobre nosotros sería no falsa, sino simplemente ficticia. No nos conocerían realmente, pero ya se habrían hecho la imagen de un nosotros ideado y retocado, nunca auténtico. 

Lógicamente, cometemos errores, y los seguiremos cometiendo. Pero los que nos conocen y nos aceptan con ellos sabrán perdonárnoslos. No porque sientan pena o compasión, simplemente porque estarán por encima de lo que realmente somos. Al conocernos bien y en profundidad, los detalles o las circunstancias no podrán hacer cambiar la imagen que tienen y que ya tenían de nosotros. Pero, igualmente, podemos cometer errores mucho más graves, crear decepciones en gente que confió en nosotros, que creía en nosotros, y eso será difícil de reparar. Para ello hay que tener tacto y valorar a esas personas, sobre todo, si no las queremos perder. Pero, si al final, hemos cometido esos errores será necesario enmendarlos como se merece, ante todo con humildad y dando las explicaciones oportunas. Con naturalidad. Porque esa es la clave de todo.

La reputación es muy importante para las empresas, ya sea por su servicio, por su calidad, por su estabilidad. Lograr esa reputación con el paso de los años requiere sacrificio, trabajo y suerte, pero es uno de los grandes objetivos de cualquier empresario. Múltiples estudios han intentado descifrar los secretos para conseguir esa ansiada reputación en las empresas y en las marcas comerciales. La conclusión: ‘Lo más importante es cumplir con lo que se dice’. Así de sencillo. ¡¡Y tan difícil de conseguir!! La reputación no la podemos crear de un día para otro. Es un lento caminar. Una construcción que depende de muchos factores, y no todos dependen de nosotros. Si nos hemos creado una buena imagen no la vamos a perder tan fácilmente. Tampoco la podemos medir. Y tampoco es necesario.

‘¿De quién dependen las reputaciones?
Casi siempre de los que no tienen ninguna.’
(Carlos José de Ligne)
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‘La mentira mayor es el ego’

(Alejandro Jodorowsky)

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El ego, el yo, el yo y el ego, ambos o ninguno. El concepto del yo es difícil de explicar, de definir y de entender. Para muchos ha estado relacionado con la parte interna del individuo, de su alma, de su conciencia y de su mente. El estudio del yo ha estado presente desde los griegos y sigue vigente, ya sea a través de la medicina, de la psicología o la filosofía. Uno mismo se pregunta continuamente, a través de toda su vida, quién es ese yo, el que atesoramos, el que invadimos, el que nos complementa o nos hace ser como somos. Y acaso la pregunta es eterna. Una de las preguntas básicas del ser humano. ¿Quién soy yo?

Para los clásicos, el yo era una substancia, un alma o una cosa. Más adelante, otros negaron la existencia de la substancia, ya que para ellos el yo era simplemente una función, un conjunto de sensaciones, impresiones y pensamientos. Teorías al respecto las tenemos para todos los gustos. Cada quien podría hacerse propiedad de una de ellas, y aún así, sería difícil llegar a tener claro qué significa. Para un sinfín de filósofos, la esencia del yo como punto de partida fue algo esencial en su pensamiento. Yo como ente, yo como el que piensa, yo como el centro de todo, yo como la base de creación, yo como sentido de algo…

Habría que partir de un razonamiento bastante más sencillo: ¿Tan importante es el yo? ¿Tan importantes somos? Porque caemos en la tentación rápidamente de creer que el concepto mismo del yo nos pertenece y que a partir de ahí todo toma sentido. Sin el yo parece que lo demás no puede complementarse. Para muchos, el yo es lo básico, lo principal, la razón del todo. Sin el yo muchos estarían perdidos, simplemente porque lo plantean mal. Y es ahí, precisamente, donde aparece el ego, como administrador del yo. Se confunde el yo con el ego, y el ego con el sujeto o individuo. Se eleva al ego a un escalón superior, dándole mucha más importancia de la que realmente tiene. Y partimos de la idea de que el ego es trascendente para nuestra conciencia, ya sea ésta material o metafísica.

Cuántas veces detectamos a todas esas personas afectadas por el mal del ego, que las cambia, las traumatiza y las hace ser diferentes, con tan sólo un objetivo: satisfacer su ego. Son esas personas egoístas, destructivas, las que arrasan con todo, que son capaces de hacer lo imposible para sentirse satisfechas con su ego. Fantasías creadas por ellas mismas, carentes de cualquier ápice de humildad, de sencillez o de simple autocrítica. Una moda que va a en aumento y que en sociedades tan individualistas como las que estamos creando en las últimas décadas, son alimento de consumo de masas. El ego domina el mundo de una manera u otra.

El ego se convierte casi en una necesidad vital. Todos tenemos una parte de él pero algunos la agudizan, la alimentan, la desarrollan y la hacen imperiosamente garante de su conciencia. Otros no se dejan vencer por su poder, la tienen siempre acorralada, controlada, atada y siempre vigilada. Puesto que el ego puede devorarnos sin que nos demos cuenta, de forma pausada y eficaz, de forma latente y animal. Nuestra conciencia nos puede jugar mil jugarretas, y de nuestros errores es de donde deberemos extraer conclusiones y sabiduría, pero nunca aumentando la dosis de poder al ego, pues en ese caso caeremos en la trampa  de pensar que somos algo más de lo que somos en realidad. Una realidad que podemos confundir tantas veces como no seamos capaces de observarla como lo que es.

Satisfacer el ego se ha convertido en un deporte mundial. Ya sea por las apariencias, por lo que dirán, por lo que diremos, por lo que puedan pensar o no, por lo que vemos o escuchamos, por lo que nos cuentan y nos comentan, por todo aquello que nos hace distorsionar nuestro mundo real, por todo ese conjunto de circunstancias que provoca que no podamos concentrarnos en lo esencial, en lo prioritario, en lo básico. Cuesta acostumbrarse a la verdadera esencia, la nuestra, no solemos fiarnos de ella, le damos poco crédito y desconfiamos de nuestra eficacia. Absorbemos aire para hinchar nuestro ego, y tantas veces como haga falta, sin prestar atención a su tamaño, sin caer en la cuenta de que algún día pueda, al fin, explotar…

El yo, el ego, simplemente desea su propia satisfacción; no está preocupado por el resto. Su única motivación es sentirse realizado. Un detalle puede servir, una adulación, un piropo o una simple mirada. El ego se extiende tanto como necesite, se estira hasta el infinito, y en todas las parcelas de nuestra vida. Está presente en nuestro hogar, en nuestra familia, en nuestro entorno profesional, amoroso y de relaciones sociales. Si permitimos que el ego sea protagonista estaremos centrados únicamente en nosotros mismos, perjudicaremos nuestra conciencia, pues no seremos objetivos. Vivimos rodeados de gente, somos entes sociales, necesitamos de referentes a todos los niveles, de todo se puede aprender y nuestro ego es sólo una parte más del conjunto. Pensar en uno mismo agota, causa ineficacia y no beneficia en absoluto. Además provoca el rechazo de los demás, no permite organizar las ideas, las experiencias y las percepciones que se van aglutinando y propicia que nuestra identidad vaya perdiendo poco a poco su ADN. Satisfacer el ego es una forma de drogadicción como otra cualquiera. Como decía Freud: ‘El yo supone el primer paso del propio reconocimiento para experimentar alegría, castigo o culpabilidad’.

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‘La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar’
(Friedrich Nietzsche)
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Necesitamos reír. Y necesitamos llorar. Las necesidades con respecto al humor son una parte esencial del ser humano. Nuestro humor nos delata. El humor contagia. Hay personas optimistas, pesimistas y realistas. Pero todos coincidimos en la necesidad de reírnos, aunque no lo hagamos demasiado. Parece como si en los tiempos que vivimos tuviéramos que dosificar los momentos de humor. Embutidos en días repletos de problemas, inquietudes, ansiedades y vicisitudes varias nos vemos abocados a replantearnos nuestra propia naturalidad. Nos exigimos tanto que somos incapaces de respetar nuestra espontaneidad.
La risa es una característica en nuestro carácter y comportamiento. La sensación de sentirnos bien, felices y dichosos no suele ser la norma, pero la sabemos disfrutar cuando aparece. Sabemos cuando nos reímos a gusto, cuando estamos gozando de esos segundos de pletórica excitación. Para algunos, el humor se encuentra en cualquier situación, incluso en las más surrealistas, quizá entonces es cuando la sonrisa surge más fácilmente. Las situaciones a las que nos enfrentamos pueden ser de todos los calibres: las hay muy absurdas, más inverosímiles; pero también las hay más divertidas y muy cómicas. Los gestos de humor son siempre bienvenidos. Ver una mueca de humor en el rostro de alguien invita a acompañarlo. La cara del ser humano es el espejo de su alma, dicen. Del alma quizá no, pero de su estado de ánimo sí, de eso no cabe la menor duda. Y en ese aspecto, es difícil mentir y aparentar lo que no se siente.
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‘La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser.
El humor los consuela de lo que son.’
(Winston Churchill)
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Gracias al humor limpiamos las ranuras del sentimiento. Es una vía de escape a todas esas limitaciones que nos rodean, a todas las perturbaciones que nos doblegan y a todos los obstáculos que nos aprisionan. Hay muchos tipos de humor pero todos tienen un mismo objetivo: cambiarnos el humor. Porque lo que está claro es que nuestro rictus normal, el de cada día o de cada momento, es de seriedad, de concentración, pensativo, dubitativo, comunicativo, expresivo pero, sólo en contadas ocasiones, se muestra con esa dosis perfecta de humor y alegría que hace que brille el momento.
Los cambios de humor pueden predecir un problema algo más serio, o quizá no. Acaso es una simple reacción a todo lo que acontece. A muchas personas se les identifica por sus continuos cambios de humor. Suelen ser personas difíciles de tratar, puesto que nunca sabes realmente cómo va a estar ese día. Las razones pueden ser varias, tanto a nivel físico como psíquico. Los cambios de humor siempre han estado relacionados con las mujeres según los expertos. Se dice que son ellas, en su mayoría, las más proclives a esos cambios de humor. Trastornos bipolares, embarazos y ciclos menstruales son algunas de las causas. Aunque los cambios de humor son generales en ambos sexos. Hoy en día, cuando la inestabilidad, la inquietud y la frustración son garantes de la realidad, es difícil mantener el tipo y un humor regular.
Hay días que nos levantamos con un ánimo tremendamente exagerado. Ni nosotros mismos somos capaces de distinguir las razones. Y cuando los demás lo detectan y nos preguntan el porqué no sabemos qué contestar. Como hay días que nos levantamos con un humor de perros y con la misma falta de explicación. Claro que, se puede establecer una rápida diferenciación entre esos humores diversos y esos cambios radicales de humor, los cuales nos dejan siempre en fuera de juego y sin saber reaccionar. Son esas personas ‘veletas’ que varían según el viento o la marea. Quizá el secreto radica en la forma que encaramos nuestras circunstancias. Para algunos, la vida se debe tomar con buen humor, con cierta ironía y con bastante relatividad. Para otros, la vida es un tiovivo continuo, una ruleta rusa que nos hace estar en alerta continuamente. Pero debemos ser conscientes que si tenemos muchos cambios de humor y, en dosis exageradas, tendremos problemas con nuestras relaciones sociales, personales, laborales y familiares. Podremos caer en depresiones fácilmente, nos costará más reír y disfrutar.
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‘Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente.
Estoy loco por ella y algún día averiguaré su significado.’
(Groucho Marx)
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Deberemos controlar pues a nuestras neuronas, a nuestra testosterona, y saber controlar nuestros instintos y nuestros impulsos. Valorar todo en su justa medida. También ayuda tener todo un poco controlado. Ya sea la alimentación, el ejercicio, el sueño, las horas de descanso, etc. Pero tampoco viene mal envolverse en situaciones felices, cómicas, circunstancias que nos hagan estar bien, motivos, razones, ilusiones, sueños. Una buena vida sexual (si se puede), unas buenas relaciones de amistad, compartir momentos necesarios con todos aquellos considerados amigos, buscar esos espacios que nos evaden de la rutina, afrontar todos los problemas desde otra perspectiva, aportar algo más de sabiduría e inteligencia, ser listos, saber responder a los acontecimientos, tener talante, ser fríos cuando toca, y no olvidar nunca que, si la situación es muy complicada y no encontramos la solución (porque quizá tampoco la tiene o no depende de nosotros), tampoco podemos volvernos locos por ello.

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‘Ningún lugar en la vida es mas triste que una cama vacía’

(Gabriel García Márquez)

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Cuántas veces nos hemos hecho esa típica pregunta: ¿Quién inventó la cama? En esa pregunta coincidimos casi todos al cien por cien. Es una unanimidad absoluta. Y es que muy pocas personas, por no decir ninguna, puede afirmar que el invento de la cama no revolucionó la vida de la humanidad. Según cuenta la historia, fueron los egipcios y lo asirios, aproximadamente en la misma época, allá por el año 3500 a.C., quienes inventaron lo que hoy podría considerarse como las primeras camas. Pero, lógicamente, la evolución del invento no se detuvo, hasta el siglo XIX, cuando se comenzaron a fabricar y a utilizar las camas que hoy solemos usar.

En la antigüedad era habitual dormir en el suelo. Para que fuera más confortable se solía cubrir de paja o palma. Las primeras camas que se elevaron del suelo fueron muy primitivas. Y de ahí surgió la idea de la almohada y del colchón. Ya los romanos rellenaban bolsas de tela con lana o plumas para que hiciera la función de colchón. De hecho, la paja se convirtió durante mucho tiempo en el protagonista del descanso y de la comodidad. Fue imprescindible a la hora de conciliar el sueño. La cama, tal y como hoy la conocemos, tuvo su pequeña revolución gracias al invento del colchón, en concreto el colchón de muelle, gracias al muelle helicoidal fabricado por el alemán Heinrich Westphal en 1865. Pero esos primeros muelles resultaron ser algo inestables y más tarde se creó el muelle cónico, que supuso una mejora considerable.

‘Con el dinero se puede comprar la cama, pero no el sueño’

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La cama, en su origen, era un mueble rectangular alargado, de madera o de metal, sostenido por pies que se elevaban del suelo y que terminaba en un extremo o en ambos por un cabecero o respaldo, en ocasiones adornado. Fueron los griegos los primeros en colocar dichos cabeceros sobre el armazón de la cama. Los persas adornaban sus camas con tapices, pero también con bordados, metales preciosos, marfil y perlas. Los romanos fueron los que introdujeron el uso de diversos tipos de maderas para constuirlas, ya fueran de ébano o de cedro, aunque seguían usando los sacos de paja o de plumas como colchones. El tamaño de las camas tenían en la Edad Media la proporción de la figura que dormía en ella. Los príncipes encargaba camas enormes para destacar entre la plebe. En cierta forma, el uso de ciertas camas supuso un lujo determinado. Muchas de esas camas eran tan grandes que muchas familias de la realeza europea las utilizaban para dormir con toda la familia. 

La moda en la cama, tanto en vestirla como en decorarla fue evolucionando a medida que los siglos iban transcurriendo. También se introdujo el uso de cortinas alrededor de la cama, un uso que se entendía para mantener el calor en el interior, así como dar privacidad. Cuanto más rico era el usuario de la cama más ornamentación, joyas, lujos y tapices podían observarse. Ejemplos de ello los tenemos en todas las épocas. El siglo XX fue revolucionario en esa industria. Las camas han ido mejorando, tanto en comodidad, como en diseño. Forman parte de la vida del hombre. Sin ellas estaríamos un tanto desamparados. El descanso es tan necesario como la comida. En la cama se puede hacer de todo, de hecho, lo hacemos. La cama da garantía de comodidad, de tranquilidad, de descanso, de placer, de sueño, de ocio y de ilusión. La cama nos sirve para pensar, para hablar, para amar, para besar, para leer o para escribir. La cama, ese placer infinito que compartimos cada día por unas horas y que echamos de menos cuando la perdemos de vista. La cama, algo más que un invento. Un bien muy necesario.


Niño recordando

‘La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados’
(Jean Paul)
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Gracias a la memoria nuestra mente puede almacenar toda la información que va acumulando a lo largo de una vida, al igual que recuperarla cuando le es necesario. La memoria surge del resultado de las conexiones repetitivas de las neuronas, creando redes neuronales, lo que se conoce como potenciación a largo plazo. Durante nuestro pasado se van sucediendo una gran variedad de acontecimientos, sensaciones, emociones, imágenes, escenas, vivencias en general que, en un momento determinado, significaron o marcaron un estímulo de nuestra vida. Y la memoria nos permite guardarlos en algún rincón de nuestra mente para recordarlos en el futuro. No conseguimos almacenarlos todos, y resulta curioso comprobar que, algunos que ya estaban incluso olvidados, pueden renacer para ser recordados de nuevo.
Pero la memoria tiene un tiempo determinado y por esa pauta la clasificamos. Puede ser a corto, mediano o largo plazo. El porqué unas situaciones son recordadas durante más tiempo que otras puede quedar fuera del margen de estudio pero resulta interesante comprobar cómo ocurre de esa forma. Hay hechos que son guardados sólo por un espacio corto de tiempo, quizá por falta de interés por nuestra parte, quizá porque nuestra mente no lo considera tan importante. Otros permanecen durante más tiempo, a lo mejor porque han significado momentos más importantes o simplemente porque creemos que nos pueden aportar algo en el futuro. Pero muchos momentos y muchos hechos permanecen durante toda nuestra vida almacenados para ser recordados siempre. Quizá éstos son los imprescindibles. Los que nos han marcado de una manera u otra en un momento determinado.
Porque queramos o no, nuestra vida es un camino por el que se va evolucionando. Lo que pensábamos hace años no es lo mismo que pensamos ahora. Lo que nos pareció muy importante hace tiempo ya no lo es tanto hoy. Vamos seleccionando lo que sí vale o merece la pena conservar como recuerdo, porque el resto lo vamos desechando, como si ya no importara. Lo hacemos de forma inconsciente. Es como un programa que tuviéramos instalado en nuestra mente que va seleccionando esos instantes que necesitamos conservar, mientras que los otros van siendo eliminados, oscurecidos y olvidados.
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Tan sólo al hablar de ciertos temas o de ciertos aspectos nos vienen a la mente aquellos que dejamos un tanto aparcados, y que al despertarlos vuelven a tomar vida por unos instantes, incluso para nuestro asombro, porque muchos de ellos ya habían sido incluso descartados, y gracias a revivirlos parece como si los volviéramos a tener cercanos. Es curioso comprobar cómo nos asaltan esas escenas, esas imágenes, esos momentos otra vez, arremetiendo de repente con fuerza en nuestro presente, intentando tomar protagonismo de nuevo, tal y como lo hacían antes, en el pasado. Pero, lógicamente, ya no tienen la misma fuerza. El paso del tiempo los ha relativizado, los ha puesto en su justo lugar. Ni más importantes ni menos. Con el tiempo sabemos valorar las cosas de otra manera. A lo mejor es la forma de observarlos. A menudo, desde la distancia observamos y analizamos mejor, y esa nueva perspectiva nos cambia la visión por completo. También su significado.
Durante una vida aprendemos. La memoria nos sirve para acumular aprendizajes, experiencias y vivencias. Pero aparece la memoria selectiva y nos damos de morros con la realidad. Somos profesionales del olvido preventivo, del olvido necesario. Olvidamos lo que queremos, lo que no nos interesa. Según muchos expertos, cuanto más tiempo intentamos olvidar un recuerdo, más difícil será luego recuperarlo. Claro que, en parte, ese es el principal objetivo. Lo hacemos para no recordarlo nunca más. Lo hacemos premeditadamente. Cuando un suceso no ha sido como nosotros deseábamos o creíamos que iba a ser, tenemos esa capacidad de darle la vuelta a la tortilla, girar el sentido de lo acontecido y parecer que lo que sucedió fue completamente diferente. Al cambiar el significado del suceso lo que hacemos es intentar olvidar lo que realmente ocurrió. Una manera cómoda de engañarnos pero también de salir airosos de esos pensamientos perturbadores que nos pueden acompañar y presionar durante muchos años y que, de alguna manera, no nos dejan avanzar.

La conclusión es que recordamos lo que memorizamos. La memoria selectiva se encarga de ello gracias a nuestras órdenes. Nos concentramos en unos hechos concretos y son ésos los que almacenamos. Los recuperaremos siempre que los necesitemos pues los tenemos a mano. Son los que nos sirven. O los que nos pueden servir. El conocido como ‘sesgo de confirmación’, es la tendencia a favorecer la información que confirma las propias creencias del individuo. Buscamos los recuerdos que puedan justificar nuestras formas de pensamiento, las ideas que puedan argumentar nuestras ideas. Una de las razones de su uso según los estudios es que las personas sopesan los costes de equivocarse a la hora de actuar mucho más que investigar una nueva opción. El sesgo de confirmación ayuda en la confianza en las creencias personales, sean o no verdaderamente importantes. De hecho, en muchas ocasiones, las decisiones tomadas al usarlo suele acarrear que sean de un nivel pobre o de inferior calidad intelectual.

Nos guste o no, los recuerdos son nuestros. Los buenos y los malos. Algunos nos podrán hacer sentir mal; mientras que otros nos harán sentir mejor. Pero todos y cada uno de ellos forman el conjunto de lo que hemos ido aprendiendo y viviendo, y están plenamente vinculados a nuestra experiencia de vida. Clasificar los recuerdos, valorarlos por los que nos pueden repercutir en el futuro no nos garantiza nada, de hecho, pueden ser incluso una simple excusa para comportarnos de una forma predeterminada, sin llegar a profundizar en ello antes de tomar las decisiones. Todo, absolutamente todo, puede tener su importancia en un momento dado. Y de nosotros depende saber interpretarlo. Eliminando información lo único que hacemos es vaciar el cajón de los recuerdos. Y quizá los que salvamos no sean realmente los necesarios.

 

‘Cada uno tiene el máximo de memoria
para lo que le interesa
y el mínimo para lo que no le interesa’
(Arthur Schopenhauer)
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‘Vivamos con todo entusiasmo, pasión y alegría.

La vida es el don más preciado que poseemos,

es por eso,

por lo que hay que vivirla’

(Carlos Casanti)

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¿Dónde queda la pasión? La que nos somete a la aventura constante en un juego demasiado ambicioso para ciertas circunstancias; un laberinto de sensaciones para perderse sin remedio. ¡Dónde ha quedado el ansia arrebatadora, el ímpetu valiente, el acelerar para descubrir y el no detenerse para no perderse ni un solo momento de sorpresa! Ahora toca prevenir, repensar, replantear y planear tantas veces como sea posible para no errar. ¿Y qué pasa por errar? Nos han educado para triunfar, para ser exitosos; el fracaso nos marca, nos deja tocados. Nos han dicho que el fallo nos acompañará como una señal de nuestra incapacidad, sin prestar atención al intento. No se valora el mero esfuerzo, tan sólo el resultado. 

Nos hemos olvidado de entregarnos al instinto. Nos angustia equivocarnos. El temor nos atenaza y no nos deja expresarnos tal y como somos. La inseguridad nos invade. La inestabilidad también. Estamos seguros de que algo va a salir mal, incluso antes de intentar acometer un reto. Hemos aceptado el hecho de que el miedo a perder será mucho mayor que el sabor a vencer. Y con la pasión acometemos los hechos, los afrontamos, los encaramos. La pasión se ejerce de muchas maneras, desde la mente, y con la fuerza de nuestro interior también. Algunos más que otros. Pero en cualquier momento de nuestra vida, la pasión se transforma en un ser superior que nos hace gigantes, que nos enseña el camino para reconvertirnos en algo mayor a lo que nunca hubiéramos imaginado. La pasión empuja a la decisión. Sea ésta cual sea. No importa el resultado si lo hemos hecho convencidos. Dejar que nuestro instinto nos guíe. Nada más. Así de sencillo.

Nos emocionamos. Nos excitamos. Nuestra pasión es un torbellino de éxtasis apoderando momentos de nuestra vida. Somos entusiasmo, debemos serlo. Deseamos, vivimos, por lo tanto, nos apasionamos. Admiramos la belleza, nos sentimos atraídos por detalles minúsculos, esos que nos hacen trascender más allá de una estrella, de un rayo de sol o de un destello de luna. Sentimos afinidad, amor, deseo y ternura. Nos enfadamos, nos revolucionamos. Somos exigentes, demasiado exigentes con nosotros mismos. No sabemos perdonar, somos arrogantes. Somos demasiado cobardes para saber reconocer nuestros malas decisiones, pero quizá precisamente ahí radique la clave de volver a intentarlo. Puesto que reconocer el error no significa que debamos detenernos en el intento. Al contrario, hay que seguir. Insistir. Hay que arrebatar tiempo al tiempo, querer es poder, pero para poder hay que hacer y hacer pasa por atreverse. Nos atrevemos poco o muy poco. Hay que decidirse, hay que sentir la pasión y lanzarse al vacío. Olvidémonos del resultado final. No se trata de acertar siempre, se trata de vivir el momento, la oportunidad.

No a la pasividad. Pensar, realizar. NO bloquearse. La voluntad es básica. Queremos, pues hacemos. La oposición que encontraremos será únicamente la de nuestra mente. Nuestra debilidad, la indecisión. Invitemos a nuestra naturalidad a saborear las mieles del triunfo. Dejémosla avanzar. Que no pueda ser detenida por ningún obstáculo. Que avance sin remedio hacia la consecución de nuestro destino. Ese destino que hemos diseñado nosotros sin esperar a que nadie nos lo marque. Vivamos la pasión. ¡Qué otra cosa nos queda! Nadie nos la podrá quitar nunca.

‘La única diferencia que hay entre un capricho y una pasión eterna

es que el capricho dura un poco más de tiempo’

(Oscar Wilde)

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Abrazo

«Yo abrazo, delicia pura, tu cara desconocida, idéntica a mi alma»

(Marguerite Yourcenar)

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Abrazos. Muchos abrazos. Y cuantos más mejor. Que no se acaben nunca. Que no se detengan. Que nos invadan. Que nos refugien en su seno. Que nos acompañen para siempre. Que no seamos capaces de contarlos. Ni de enumerarlos. Que no los olvidemos tampoco. Abrazos. Muchos abrazos. Para cuando nos sintamos bien, pero también para cuando nos sintamos mal. Y para cualquier momento en que no los necesitemos. Porque siempre sientan bien. ¡Un abrazo, por favor! Un abrazo lleno de vida. Que no se asemeje al anterior, ni al mejor que recordemos. Que no sea corto ni largo, que sea el necesario. Que nos alegre el instante. Mil abrazos. Que vengan por todas partes, de cualquiera. Que no haya motivos para darlos. Que se sucedan en el día. En la noche. Que nuestra vida sea un reparto continuo de ellos. Que abordemos nuestras sensaciones junto a ellos. Ayudando a otros, entendiendo a otros, apoyando a otros. Porque un abrazo nos demuestra muchas cosas. Muchísimas cosas. Un abrazo nos delata. Nos da vida, nos enfrenta a nuestros miedos. Un abrazo no debe ser de un conocido, puede venir de cualquier persona. Porque el afecto debe ser universal, sin razones, sin motivos. Un abrazo inesperado puede provocar emociones jamás sentidas. Y porqué deberíamos perdernos esa sensación. Porqué deberíamos reprimirnos cuando deseamos darlos. Muchos abrazos significan un amor, otros un afecto, una comprensión, una empatía, un acercamiento, un compartir, una necesidad, una soledad, una depresión, una pena o una alegría. Un abrazo puede significarlo todo. Puede ir cargado de una energía poderosa, aparentemente inofensiva, pero que puede permitirnos llenarnos de poder de afección. 

«Nada funciona mejor que tener a alguien que te ama abrazándote»

(John Lennon)

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Cuántos abrazos damos. Cuántos das. Cuántos recibes. Cuántos echas de menos. Cuántos desearías recibir. Cuántos estarías dispuesto a ofrecer. Cuántos abrazos hemos perdido. Cuántos abrazos hemos dejado de dar y de sentir. Cuántos abrazos necesitas para sentirte mejor. Porque la necesidad de un abrazo es incuestionable. Ya el momento que rellena lo hace imborrable. Un abrazo lo dice todo. ¡Dice tantas cosas! Un abrazo expresado en silencio porque no necesita de palabras, ni de ruidos, ni de decorados. Un abrazo es simple pero eterno. Un abrazo concentra un millar de gestos, un millar de sentimientos. Un abrazo es una emoción. Una multitud de emociones encontradas. Es un calor ajeno, unido al nuestro, compenetrados, creando una atmósfera única, inseparable. Un abrazo es desinterés. Una ternura. Un abrazo expresa mucho de quien lo da, pero también de quien lo recibe. Un abrazo nos puede hacer sentir diferentes. Y qué pocos damos. Qué abrazos hemos perdido. Y los echamos de menos. Queremos más. Deseamos más. Deben ser espontáneos, muestras de afecto que invaden el espacio del otro en un instante determinado, muestras que sorprenden, por su naturalidad, porque distraen de la rutina y nos separan de la levedad que nos acoge. Y el abrazo como concepto está infravalorado, porque no se usa lo suficiente. El abrazo debería ser una herramienta usada a diario, y mil veces, pero no es así. Sorprende por anómalo. Aunque debería ser cotidiano. Qué pocos abrazos recordamos. Qué pocos hemos dado. Qué pocos hemos recibido. ¡Abraza! ¡Abraza tanto como puedas! Siéntete abrazado…

«Casi todas las noches,

casi todas las veces que me duermo,

en ese mismo instante,

tú con tu grave abrazo me confinas,

me rodeas,

me envuelves en la tibia caverna de tu sueño

y apoyas mi cabeza sobre tu hombro»

(Idea Vilariño)

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lhoteavignon

«Los modernos no tenemos absolutamente nada propio;

sólo llenándonos, con exceso, de épocas, costumbres, artes, filosofías, religiones y conocimientos ajenos

llegamos a ser algo digno de atención,

esto es,

enciclopedias andantes»

(Friedrich Nietzsche)

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Lo que se conoce como modernidad fue el proceso sociohistórico que se originó en Europa a partir del efecto que produjo la Ilustración. La Ilustración fue una época histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo, que se originó especialmente en Inglaterra y en Francia, y que se desarrolló desde finales del siglo XVII hasta el inicio de la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII. Su nombre tenía un porqué: el movimiento nació con la intención de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. De ahí que al siglo XVIII se le conozca como el Siglo de las Luces. Los pensadores de esa época y de ese movimiento sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la tiranía y desde ahí crear un mundo mucho mejor. Pasados más de dos siglos parece que estemos en la misma situación, con sólo una diferencia clara: la ignorancia se extiende, la tiranía también y el mundo va mucho peor. Quizá de otra manera, desde otro punto de vista, pero así es. La influencia que tuvo en su momento fue enorme, tanto en aspectos económicos, como sociales y políticos. Su expresión estética se denominaría Neoclasicismo.

La modernidad proponía que cada individuo tuviera sus metas según su propia voluntad. Se alcanzaría la meta de una manera lógica y racional, dando de esa manera, sentido a la vida. A nivel político había que tratar de imponer la lógica y la razón, sobre todo por delante de la religión. Todo iría bien acompañado de unas instituciones estatales que ejercerían un control social mediante una constitución. La producción se industrializaría y se crearían nuevas clases sociales, permitiendo que cierta población aumentara sus ingresos en beneficio de otras. Y ese mecanismo debería llevar consigo la actualización continua y el cambio permanente. En conclusión, la modernidad está considerada como una época de cambios que buscaban la homogeneización de la sociedad. Pero necesitaba obligatoriamente una actualización permanente. Se buscaba el porvenir, el cambio en las reglas del juego establecido, la ruptura ante las doctrinas, las creencias, las ideologías transportadas durante siglos atrás, atrapadas en unas culturas tradicionales y conservadoras.

Poco o nada tiene que ver la antigua Modernidad con todo lo que hoy se puede considerar moderno. Porque hay que darse cuenta de que la modernidad de hoy en día está muy confundida, es muy relativa y sólo ofrece dudas e interrogantes. Cada cual puede ver rasgos de modernidad en sus vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Cada uno es capaz de establecer esa diferencia según su experiencia de vida, sus vivencias, sus particulares visiones de la realidad que le rodea. Muchos confunden el estilo, las formas, la moda, con la modernidad. Lo que para muchos es modernidad para otros no deja de ser algo vanguardista, empujado por olas de moda pasajera que se zambulle en la esencia de la sociedad. Llevar unos zapatos de una marca ‘x’, conducir un coche de último diseño, utilizar un teléfono móvil de última generación, todo eso, confunde a muchas personas a la hora de catalogar lo que realmente significa ser moderno.

En los tiempos que corren sopla una sensación generalizada de que si eres moderno estás por delante de otros. Ya sea porque se inculca, por verdadera ignorancia, por absoluta falta de confianza, la masa se deja gobernar por el consumismo y por las modas, generando un aluvión de maneras que representan modernidades, cuando no dejan de ser meras copias de lo que les gustaría tener o ser, cuando la esencia está vacía y no hay nada dentro de la acción que haya provocado esa reacción. Cuando se hace algo porque sí, sin meditar, sin usar la propia personalidad, ocurre lo que ocurre, que todo parece ser, indica que, se asemeja a, acostumbra a, un sinfín de similitudes con la realidad y se raya algo así como el ridículo. Es la época en la que los catetos se visten de modernos y además algunos se creen que lo son. Es la época en la cual los modernos se vuelven esnobs para poder diferenciarse de los catetos.

Cierto es que una gran parte de la población mundial está anclada en el pasado, en las costumbres, en las tradiciones, en un conservadurismo que cuesta eliminar, porque ha sido inculcado culturalmente desde el seno familiar y habitual. El poeta francés Baudelaire señaló que la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno e inmutable. La modernidad trata de romper con el pasado, con lo establecido, con lo anodino. Se necesita renovar, se necesita innovar, aunque a veces la búsqueda de la modernidad no garantice el éxito. La modernidad se integra en la idea de concentrarse en el momento actual, mejorando lo anterior. No es una oleada de ideas, ni nada que ver con una conciencia de futuro con el propósito de adelantarse al tiempo. Los sociólogos siguen investigando y escribiendo teorías acerca de la modernidad y de la consiguiente postmodernidad, que ha dado paso a lo que denominados sociedad globalizada. Un fenómeno que no deja lugar a dudas. Donde cualquiera puede ir a la última en cualquier rincón del mundo, aunque no tenga ni para comer. Cada uno de nosotros provoca un nuevo cambio cuando se propone comenzar algo nuevo. Innovar. Idear. Renovar. Palabras que sugieren vida. Palabras que llevan asociados aires de frescura y de regeneración. Cada uno es capaz de crear algo nuevo, pero cuidado, no quiere decir que sea algo moderno. Para ser moderno tendrá que haber roto con algo tradicional, haber saltado los obstáculos de mentes ancladas en un pasado donde todo era mejor. Por así decirlo, la modernidad es el transcurso lógico y natural del pasado. Un ciclo necesario.

Y ante la aparición de lo moderno surgirá la crítica. Porque ambas se necesitan. Una para defender lo suyo, y la otra para intentar que no le arrebaten su estatus. Y de un tiempo a esta parte está de moda odiar a lo moderno y a los que van o se consideran modernos. Incluso ésos que se autodefinen así parece como si quisieran ocultarlo. La sociedad de consumo nos ha introducido en una espiral de cambios continuos, de avances tecnológicos, de circunstancias ajenas a nuestros deseos, pero que descansan en el principio de que parece que todo lo necesitemos, cuando es al contrario. Lo más moderno hoy en día es saber quién eres, saber en qué lugar te encuentras, aceptar las circunstancias actuales para planear los cambios adecuados para darle un giro completo a la realidad. Ser moderno hoy es  algo más que un reto. Debería ser un objetivo real para todos los jóvenes, que ven en su futuro algo inestable, lleno de incertidumbre e inseguridad.

Vivimos en la actualidad en la cultura de dar la nota, de llamar la atención a toda costa, intentando parecer modernos por todos lados, mostrándonos sólo superficialmente y sin nada verdaderamente que mostrar. Las apariencias engañan más que nunca. Todo parece falso. Todo parece moderno cuando no lo es. Lo último y lo más nuevo no representan por sí solos. Desconfiamos de todas las personas que vemos por las calles porque no estamos seguros si es cierto todo lo que vemos, o a decir verdad, lo que nos enseñan. Inseguros caminamos intentando encontrar rasgos de algo que nos atraiga, que nos haga vibra. Andamos escasos de sorpresas, de ilusiones, de circunstancias satisfactorias. Cualquier novedad que vemos la confundimos, la malinterpretamos, y todo nos provoca un estado de alucinación global, transitoria, aunque elevada a la máxima potencia, donde lo que aparecerá mañana siempre parece que será mejor que lo que se descubrió hoy. No aguantamos mucho una cosa, un instante, porque deseamos encontrar algo diferente cuanto antes. Hemos perdido la esencia, para concentrarnos en el envoltorio. El marketing sigue creciendo mientras nuestra capacidad para distinguir lo moderno continua de capa caída e inestable.

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Existen muchos mundos dentro de nuestro mundo. En ese en que nos movemos, en el que vivimos. Y dentro de nuestro mundo existen diversos mundos, esos mundos paralelos. Cada persona vive en el suyo, de una forma diferente, desde perspectivas distintas. Solemos aplicar nuestras vivencias y nuestras experiencias sobre lo que advertimos, vemos, sentimos, vivimos, pero lo hacemos desde la propia óptica de nuestro propio mundo. Lo que vemos nosotros y lo que vivimos no es lo mismo que ven y viven otros seres humanos en otro rincón del planeta.

Nos percatamos de ello pero no lo analizamos con la severa seriedad. Puesto que incluso dentro de nuestro propio mundo existen personas viviendo en otros mundos, cercanas a nosotros, con otros intereses, con otras motivaciones y sensaciones, con otras inquietudes y motivos por los que luchar. Para algunos, lo más serio es broma, como lo más básico es absurdo para otros. La realidad económica y el estatus social al que pertenecemos y por donde habitamos nos marcan desde que nacemos. Mientras algunos buscan y buscan algo que comer cada día, otros no se dan ni cuenta de la cantidad de comida que llegan a tirar a la basura. Mientras unos se las ven y se las desean para llegar a fin de mes otros sólo se entretienen en averiguar en qué gastarse el dinero.

Lo que para muchos puede representar una realidad de vida para otros puede pasar completamente desapercibida. Podríamos hablar de valores, de saber cuantificar lo que cuesta cada cosa, de educación, de costumbres, de entornos, de cultura, de comparativas relativas, de vivencias y necesidades diferentes, de las compañías, pero lo cierto es que aunque el ser humano tiene cosas que comparte con otros seres humanos de forma natural y como forma de vida, también es cierto que nos mueve la necesidad ante todo y después ya vienen las circunstancias, las vicisitudes, las cosas que van ocurriendo y que nos van haciendo cambiar de planes, de ideas, de movimientos, de caminos, de rutas, de pensamientos…

Nos movemos por prioridades, al menos, eso deberíamos hacer. Porque las verdaderas cosas y las que nos interesan son las que deberían importarnos. Ya sea para algunos la familia, los amigos, el bienestar de cada uno y de los que nos rodean, la tranquilidad, mantener cubiertas las necesidades más básicas, conformarnos con vivir para disfrutar, porque la vida se va a componer siempre de buenos y malos momentos, pero de nosotros depende que sepamos valorar los buenos y de sacarles el merecido provecho. De los malos momentos se puede aprender y también depende de nosotros hacerlo. Pero el resto, todo ese entramado que complementa nuestra vida, no es más que eso, un complemento. Nada básico, nada imperiosamente necesario. Me refiero a todo eso que el consumismo nos ha puesto delante de los ojos para que no veamos otra cosa, todo eso que la sociedad y nuestro alrededor nos empuja a tener para ‘ser felices’, todo eso que parece que si no tenemos no nos va a llenar de una manera real.

Para muchos el trabajo es la realización, para otros el sustento. Para muchos poder realizar lo que les gusta es un sueño, mientras que otros realizan ese mismo sueño. Algunos cobran por realizar lo que desean y otros buscan realizar lo que sea para poder subsistir. Muchos desean lo que tienen los demás, sin valorar lo que ya tienen. Otros sólo desean más y más. Cada uno, desde su mundo paralelo, se va creando sus propias necesidades, inventadas, diferentes a las que ya tiene. Donde resida el hombre siempre existirá desigualdad, puesto que es inherente a la raza humana. Unos explotan a otros, intentando por todos los medios ir creando otro mundos, muchos más mundos paralelos, bien diferenciados, bien distintos, para no verse mezclados en los mundos de otros.

Cada uno quiere estar y pertenecer a su propio mundo, cuando todos habitamos realmente el mismo mundo. Pero no es lo mismo nacer en un pueblo de África que en un barrio adinerado del primer mundo. Cada uno sabe perfectamente en qué mundo paralelo está situado, y cuál puede acceder y a cuál no. Cada uno sabe y es consciente de la existencia de los otros mundos paralelos, aunque también es consciente de que muchos de ellos son inalcanzables, algunos de ellos no van a ser descubiertos ni visitados nunca. Vamos caminando mientras poco a poco, casi sin darnos cuenta, casi sin querer, vamos creando nuestro propio mundo paralelo. Debemos estar atentos para no quedarnos solos en nuestros propios mundos. Algo que a algunos ya les ha comenzado a ocurrir, y lo peor de todo, es que todavía no son conscientes de ello.

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«Hay palabras que por las ideas que revelan llaman nuestra atención

y atraen nuestras simpatías hacia los seres que las pronuncian» 

(Juan Pablo Duarte) 

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Llamar la atención puede o no puede ser lo mismo que intentar ser protagonista. Porque seguramente el que intenta ser protagonista lo necesita constantemente, ya sea por complejo o por simple egocentrismo. Al contrario de aquel que busca sólo que alguien le preste la atención que precisa en un determinado instante. A menudo, todos nos vemos en la tesitura y en la necesidad de que alguien nos atienda, nos escuche y/o nos haga caso. Y eso no quiere decir que precisemos demasiada atención ni tampoco que deseemos ser el centro de atención. El mundo es grande y en él habitan miles de millones de personas. Cualquiera de esos rostros que nos rodean a diario desean en un determinado momento ser protagonistas. Pero para ser realistas, el protagonismo, en dosis habituales, está reservado para sólo a unos cuantos. La gran mayoría nos vemos abocados a ser parte importante sólo para nuestro entorno y con eso deberíamos estar satisfechos. Lo que ocurre es que a veces necesitamos más, y algunos más que otros. Son momentos. Son circunstancias. Son necesidades humanas que se agudizan según lo que va transcurriendo.

Los protagonistas  relucen de forma natural y sobre todos los demás. Muchas veces sin proponérselo y, en determinados casos, acuciados por sus propias necesidades y ambiciones. El ego es difícil de definir. En filosofía se relaciona también con el ser, con el alma o con la conciencia. Hay que reconocer que para muchos sólo existe el yo y su circunstancia. El resto queda en un segundo plano. El resto simplemente decora al yo. Sin el yo quedan o se sienten un poco aislados, un tanto vacíos y también faltos de significado. Sin el yo se ven sumergidos en un mar de incertidumbre del cual no saben salir y en el que se ahogan lentamente y sin pedir un salvavidas. Y todo lo que dicen y hacen pasa irremediablemente por la circunstancia de su yo. Y es muy fácil identificar a esas personas. Se expresan de forma natural y todo lo importante pasa por lo que les ocurre a ellos. No escuchan. Sólo hablan. Y casi siempre de ellos.

Destacar

«Escúchalos,

préstales atención:

quien nunca toca la tierra,

puede que nunca llegue al cielo» 

(Adam Mickiewicz)

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Nunca viene mal del todo un buen trato con nuestro ego. Si lo alimentamos de forma moderada y suficiente siempre nos llenará de manera satisfactoria. Pero si lo intentamos llenar demasiado puede llegar a rebosar y explotarnos en nuestras propias manos. Y esa explosión será a nivel metafórico, porque serán los que nos rodean los que se den cuenta rápidamente de nuestro error. El ego ayuda a sentirnos mejor, pero no siempre. Para alimentar nuestro yo debemos recordar que necesitamos de los demás. Formamos parte de un grupo, de una comunidad, de un entramado social en el que nos vemos rodeados de personas, y nuestras vidas pasan por el tránsito continuo de gente, que va y viene, y cada una de ellas nos aporta un granito de arena en la inmensa playa de nuestra realidad y vida. Nuestro ego, pequeñito, transita también por ese mundo paralelo. Queremos ser algo, ser alguien. Y si podemos ser diferentes pues mejor. Deseamos ser distintos, llamar la atención, que alguien se fije en nosotros por algún pequeño detalle. Destacar por encima del resto sería la conclusión. 

Pero reconocemos cuando algo nos llama la atención, ya sea por su rareza, por su belleza o por su capacidad para sorprendernos. Puede ser un buen síntoma o una pesadez. Porque no es lo mismo que algo o alguien nos distraiga por algo que nos atrae, ya sea una imagen, una frase, un silencio, una mera expresión artística o intelectual, que por no aportarnos nada en absoluto. Una nimiedad en la que el otro interlocutor cree tener nuestra atención cuando sólo ha logrado nuestro desprecio. Ahí pasaríamos a calificar la acción de ‘llamar la atención’ a ‘dar la nota‘. Otra rutina en la que nos vemos a menudo integrados por parte de los que nos rodean. Muchas personas se abonan a dar la nota. Ese falso estímulo de querer ser alguien interesante o importante en un escenario definido y particular, ya sea por un segundo, un minuto o una hora. Un breve espacio de tiempo que parece que nunca olvidarán. Que les servirá para reafirmarse en sí mismos pensando y creyendo que son algo imprescindibles en este mundo. Pero el mismo hecho de apreciar y distinguir a alguien cuando está dando la nota ya sirve para deshacer el castillo de naipes que ha creado en su cabeza todo aquel que lo intenta. La misma definición de lo que nos está mostrando califica su comportamiento.

Mucha gente confunde el conocimiento y las buenas dotes en algún campo o acción con dar la nota. Y nada más lejos de la realidad. Cuando alguien sabe lo que hace, y sabe lo que dice porqué no debería expresarlo. Cuando tiene el conocimiento sobre algo debe transmitirlo. Pero quizá la forma en que lo haga se verá hacia afuera como una forma de creerse importante e interesante, creyendo muchos que está intentando dar la nota. Las formas son también muy importantes, al igual que el fondo. Un paso será lo que nos digan o lo que vemos que hagan, y otra muy básica será la forma en que nos la trasmitan. Y además, cada uno podrá verlo y calificarlo a su antojo. Aunque estamos seguros de cuando algo o alguien nos crea sorpresa, interés y frescura, nos abre la mente y nos despeja algunas dudas. Sabemos diferenciar lo que nos llena de lo que no nos dice nada. Sabemos distinguir porque analizamos todo lo que nuestra conciencia va reconociendo.

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Somos capaces de apreciar los estímulos externos en el momento adecuado. Y también los falsos estímulos. Sobre todo viniendo de esas personas que sólo pretenden dar la nota. Sin más. Buscamos la atención de los demás mediante dichos estímulos, y deben ser lo suficientemente relevantes para que creen atracción suficiente. Hay que estar atentos, y prestar atención. En el rincón menos imaginado podemos descubrir la existencia de algo que nos cambie la vida, o el día, o un pensamiento, o una idea. Sin nuestro especial mecanismo para captar nuestra atención nos perderíamos demasiadas cosas importantes, y otras que no lo son tanto. Hay que aprender a distinguir. Cualquier cosa nos puede llamar la atención pero no todo nos puede servir. Podemos captar multitud de información al mismo tiempo. Poseemos la intensidad para estar atentos, y oscilamos continuamente según lo que procesamos, aunque hagamos varias cosas a la vez. Variamos nuestro punto de mira constantemente. Controlamos nuestra atención y nos quedamos finalmente con lo que más nos atrae. Somos capaces de eso y de mucho más. Somos potentes a la hora de diseñar nuestra atención. Y la ejercitamos a diario. Por eso debemos filtrarla, afinarla, darle la finalización que se merece para no dejar engañarnos por falsas atenciones, simples vanidades que pretenden ser algo importante para nuestras mentes aunque estén muy lejos de serlo realmente.


Cómo los líderes debemos fiarnos de la intuición

«Escucha más a tu intuición que a tu razón.

Las palabras forjan la realidad pero no la son»

(Alejandro Jodorowsky)

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La palabra intuición proviene del latín y viene a significar ‘mirar hacia dentro’ o ‘contemplar’. Y la intuición es un concepto de la Teoría del Conocimiento, una rama filosófica que estudia la naturaleza, el origen y el alcance del mismo conocimiento. Se refiere al conocimiento general. La intuición describe el conocimiento que es directo o inmediato, sin la intervención de la deducción y/o del razonamiento, pudiendo considerarse como evidente.

Se parte de la base de que la misma percepción que podemos tener ante determinados acontecimientos ofrece un conocimiento intuitivo de la realidad. Según algunas teorías psicológicas, la intuición sería el conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción y formulación, y que por tanto no puede explicarse convenientemente. Cualquier individuo puede llegar a una conclusión mediante sus propias experiencias y no saber razonarla o explicarla. Las intuiciones son emociones generadas por nuestro cerebro, debido a un estado de ánimo o a la percepción que se tiene en ese momento de la circunstancia, debido principalmente a lo que hemos vivido anteriormente.

Cuando advertimos ciertas sensaciones las representamos en el cerebro como pensamientos un tanto abstractos que están totalmente relacionados por nuestra ideología y nuestro carácter, además de nuestra cultura y nuestras costumbres. Tenemos presentimientos,  y a veces nos dejamos llevar por ellos. Pero esa apuesta requiere valor y confianza ciega en uno mismo, pues apostamos por nuestra percepción momentánea, y lógicamente puede ser errónea. No nos damos cuenta de la cantidad de percepciones, de sensaciones y de emociones que nuestro cerebro puede llegar a albergar. Ya sean olores, aromas, sabores, sonidos, voces, en general construcciones mentales que son creadas automáticamente por nuestra mente pero que no existen como tales en él. Es nuestro cerebro el que va creando la percepción del mundo que nos rodea, por eso a veces cada uno lo percibe de forma diferente o se percata de detalles distintos. También entonces las percepciones de cada uno variarán. Y también las sensaciones.

«Todo nuestro conocimiento nos viene de las sensaciones»

(Leonardo Da Vinci)

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Estamos totalmente expuestos a la gran difusión de información proveniente de cualquier elemento que nos rodea. Acaso toda esa información, en muchas ocasiones, se hace enorme y difícil de clasificar. Debemos poner orden y filtrarla de forma correcta para no caer en la confusión. Hay cosas que son muy relativas, que pueden existir, y que de hecho creemos que existen, como los colores, los olores o el mismo tiempo, pero es nuestro propio cerebro quien actúa para favorecernos esa percepción. Cuando hablamos de un ‘mundo de sensaciones’ no sabemos explicarlo muy bien. Nos dejamos seducir por esa forma de expresar lo que no podemos explicar. Las sensaciones pueden ser muy atractivas, las podemos hacer muy atractivas. Y muchas veces depende exclusivamente de nosotros que esas sensaciones sean realmente atrayentes. Quizá somos nosotros mismos los que queremos creer que así son. Y gracias a esas sensaciones creamos nuestras expectativas o ilusiones.

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«La vida es una serie de sensaciones relacionadas

a los diferentes estados de conciencia»

(Remy De Gourmont)

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Si verdaderamente estamos rodeados de un mar de sensaciones quizá deberíamos sumergirnos en él. Darnos un baño de sensaciones estupendas que nos provoquen situaciones o emociones jamás vividas. Pero, curiosamente, lo que parece tan llamativo e interesante no parece ser que sea de nuestro agrado. Porque no somos en general grandes amantes de entregarnos a esas sensaciones. Las tenemos, las fabricamos, pero desconfiamos de ellas. ¿Por qué no nos fiamos tanto de nuestras propias sensaciones? Seguramente porque nos vemos tan abocados a tomar decisiones continuamente que tememos equivocarnos, sin darnos cuenta de que las decisiones seguirán siendo tomadas de una manera u otra. Y la posibilidad de equivocarse siempre estará ahí. Y la tememos. Tomar decisiones según nuestras sensaciones puede llevarnos al error, pero siempre serán nuestras sensaciones. Si no podemos ser capaces de seguir de vez en cuando a nuestras sensaciones, ¿a qué seremos capaces de seguir?


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«El pájaro quisiera ser nube;
la nube, pájaro…»
(Tagore)
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Da la sensación que nadie está contento con lo que tiene, con lo que tuvo o con lo que tendrá. Nadie está satisfecho con lo que le tocó. La insatisfacción es ese sentimiento de malestar o disgusto que se tiene cuando no se colma un deseo o no se cubre una necesidad. Pero qué es exactamente la satisfacción. Porque está claro que cada cual la puede ver desde su propio punto de vista y explicarla de manera completamente diferente. Dicen que la satisfacción es un estado en el cual el cerebro produce una mayor o menor optimización en su retroalimentación y donde las diferentes regiones compensan su potencial energético, dando la sensación de plenitud extrema. Es decir, la conclusión podría ser que hablamos simplemente de sensaciones…
Y las sensaciones son las recepciones de estímulos mediante órganos sensoriales que transforman las distintas manifestaciones de los esos estímulos importantes para que el sistema nervioso le dé la información necesaria al cerebro y así concederle una información para conseguir un significado. Pues todo tiene más sentido para nosotros cuando le hemos concedido un significado. Digamos que nos basamos en percepciones vividas para llegar a una conclusión y obligatoriamente necesitamos de ellas. Pero no debemos olvidarnos que las sensaciones vienen determinadas precisamente por nuestras particulares percepciones.

«Nunca he sentido que algo realmente importase,

pero sí la satisfacción de saber

que las cosas que apoyaste y en las que creías

las habías conseguido de la mejor forma que habías podido»

(Eleanor Roosevelt)

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Quizá nuestro principal problema son las expectativas creadas. Como meras ilusiones las acumulamos albergando montones de esperanzas de que se vean cumplidas. Buscamos esa satisfacción plena y en el camino dejamos de sentir las delicadas notas de percepción que nos indican que aunque algo que vivimos no es del todo satisfactorio sí será capaz de llenarnos con alguno de sus elementos. Pero somos incapaces de sentirlo porque seguimos únicamente concentrados en el resultado final, como si todo el proceso que eso conlleva no contara para nada.

Eso no quiere decir que debamos dejar de crear ilusiones, pero tenemos que saber separarlas convenientemente, definirlas correctamente y ser consecuentes con las posibilidades reales que tienen de éxito. Vivimos rodeados de estímulos, que se van multiplicando como si se trataran de células y que nos rodean por todas partes. Algunos de esos estímulos son poco eficientes, pues no abarcan un perfecto estado de éxtasis pero, sin embargo, otros son capaces de satisfacernos de una manera casi absoluta. Las percepciones las vamos creando también, y muchas de ellas son innatas, se fabrican lentamente desde nuestro cerebro, a veces inconscientemente. El deseo también entra a formar parte del conglomerado, añadiendo suculentas muestras de satisfacción, aunque a veces parezca inconcreto, y sin aparente posibilidad de llegar a ser consumado. Arriba entonces el desencanto y nos empuja hasta el abismo de la desesperación, sin saber apretar el botón del paracaídas, cayendo desde la altura más alta jamás imaginada, con la certeza de que al caer se habrán estrellado todos nuestros sueños. Pero nada más lejos de la realidad. Tendemos a magnificar todo lo que nos sucede y somos nosotros mismos los únicos culpables de ello. Y nadie más. Por mucho que nos propongamos buscarlos.
Ya sean olores, ya sean colores, ya sean nuestras propias ideas, imaginaciones, escenas que nuestro cerebro va elaborando, todo va metido en un espacio definido desde el cual procesamos el resultado y deseamos que sea el mejor de todos. Y como todo en la vida, seguramente no saldrá como esperábamos. Lo planeado se deshace en decepción. La sorpresa a veces es lo que nos da vida. Solemos caer en la insatisfacción, nada nos llena, no somos capaces de digerir la frustración, si la hay, porque a veces nuestra mente nos hace creer que existe. No sabemos admirar, nos cuesta. Relativizamos poco y nos centramos en lo malo. Lo bueno es efímero. No nos completa. Nos hace sentir vacíos porque deseamos que sea eterno, interminable… Y todo es tan fácil que lo único que se nos ocurre es complicarlo.
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«Jamás se descubriría nada
si nos considerásemos satisfechos
con las cosas descubiertas»
(Séneca)
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Solemos confundir la satisfacción con la felicidad. Pero podemos ser felices con sólo unos pequeños detalles, con unas pequeñas vivencias. La satisfacción plena ya llegará…si llega. Y cuando llegue tampoco debe representar la culminación pues podemos encontrar todavía más satisfacción, y no sólo con proponérnoslo si no simplemente porque la vida contiene todo tipo de momentos para todo tipo de emociones. Nos abatimos fácilmente, nos sentimos mal, nos decaemos, inspiramos pena y tristeza con una facilidad pasmosa, cuando no somos capaces de advertir y encajar la realidad, no ponemos todo en la balanza para pesarlo y conocer nuestra verdad. Pues todo no será perfecto, ni será horrible. Los puntos intermedios están llenos de matices con los que poder jugar y disfrutar. Estaremos al acecho de nuestra inquietud, para alimentarla correctamente, pues va en nosotros y en la naturaleza obtener los mejores momentos, pero deberemos ser consecuentes en que no ocuparán la mayor parte de nuestra vida, ni tampoco una buena parte de ella. Los momentos culminantes serán pocos, aunque eso sí, todos ellos permanecerán en nuestra memoria.
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Nunca debemos abandonar nuestros estímulos y cuantos más tengamos más activos estaremos, las motivaciones son necesarias para el día a día, pero sin obsesiones, nos marcamos objetivos que en su mayoría no suelen realizarse, pero no por eso debemos abandonar ni tampoco apenarnos. Simplemente los reactivamos con otros nuevos. Si conseguimos realizarlos debemos simplemente disfrutar del momento, conscientes del logro obtenido, orgullosos de nosotros mismos y sabiendo que mañana será un nuevo día para comenzar a trabajar por nuevos retos. Pero de nada sirve fustigarse continuamente con el argumento de que nunca alcanzamos la cima quizá porque no miramos la montaña para deleitarnos con la belleza de su altura y de su paisaje que transmite.

«La satisfacción es la única señal

de la sinceridad del placer»

(André Gide)

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Cuando alcancemos la satisfacción plena debemos estar alerta pues nuestro nivel de estímulos puede descender, lo cual provocará que nos cueste movernos, actuar y pensar. Ansiaremos mantenernos en ese espacio el mayor tiempo posible y es entonces cuando más precisaremos de motivarnos nuevamente y marcarnos nuevos objetivos para que la lucha sea indefinida. La apatía no nos ayudará en absoluto y lamentarnos mucho menos. No saber apreciar lo que tenemos, lo que somos, lo que logramos no ayuda a conocernos mejor, y eso es precisamente lo que más necesitaríamos buscar…a nosotros mismos. Nuestra mente nos puede jugar malas pasadas, suele pasar, y es nuestro deber encauzar la línea a seguir, conscientes de lo que tenemos y de lo que podemos alcanzar, de los que somos y de lo que podemos llegar a ser, de lo que hemos vivido y podemos llegar a vivir, de lo que hemos amado y podemos llegar a amar…


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«El viento endereza el árbol después de haberlo inclinado…»

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Otra de las cosas que no dejan de sorprender del ser humano es la continua obsesión que tiene por el clima. No hay día que pase que no se comente el día que hace en cualquier parte del planeta. Si no es obsesión ya comienza a parecer un entretenimiento un poco pesado. Que si llueve porque llueve, que si hace calor porque hace calor, que si hace frío porque hace frío, que si nieva porque nieva, que si la tormenta llegó, que el granizo apareció, que el viento es muy fuerte, que sólo se ven nubes, que vienen unas nubes negras increíbles, que no se puede estar ni en la sombra, que el día es divino, que el día es horroroso, que el frío es insoportable…y así hasta un largo etcétera de tópicos sobre el clima que apabullan a cualquiera, aunque no esté muy al tanto de dichos comentarios.

«No hay viento favorable para el que no sabe donde va…»

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Dicen que una de las situaciones más molestas y más inseguras que le ocurren a los seres humanos es verse encerrados en un ascensor con personas desconocidas, y que la mejor forma de comenzar una conversación o de romper el hielo es comentar algo acerca del tiempo. Parece que en eso todos estamos de acuerdo y que nos une de una forma u otra. Una cosa trivial que nos anima a comenzar una conversación. Y ahí te das cuenta del poder del silencio…

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«El hombre clásico es tan solo un manojo de rutina, ideas y tradición»

(Bruce Lee)

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Ya es habitual que cuando se habla de una zona del mundo o de un país concreto lo primero que le viene a la mente a la gente es el clima que dicen hace por allí. Y el tópico elevado a la máxima potencia deja completamente en desuso a todo aquel que ose contradecirlo. Si alguien dice que allí o allá siempre llueve es porque es verdad;  si se dice que aquí siempre hace frío será cierto. Y punto. Y aunque no se sepa muy bien el clima que hace en esa zona con el simple argumento de decir que alguien me lo ha dicho o que lo dice todo el mundo ya sirve. Nos convertimos en meteorólogos en un instante y además expertos en clima. Y no deja de sorprender la cantidad de tonterías que sobre el clima se pueden escuchar a diario por falta absoluta de conocimiento. Nos gusta generalizar y catalogar. Y cuando no sabemos a ciencia cierta por donde generalizar o catalogar nos crea inseguridad. Lo más fácil es conseguir algo de información al respecto para poder calificar rápidamente. 

Cuando alguien vive en cualquier parte del mundo alejados de nosotros la primera pregunta que se le hace es: ‘¿Qué tal el clima por ahí?‘ Y con esa simple pregunta parece que tenemos todo bajo control. Habría que pensar seriamente sobre el tema y darse cuenta de que el clima que haga o deje de hacer será secundario a lo que nos pasa a diario, porque seguramente si lo miramos fríamente hay muchas cosas más importantes, y porque nuestra vida no puede depender del clima que haga o vaya a hacer, salvo en determinados momentos o circunstancias. No podemos pasarnos el día viendo los pronósticos del tiempo para saber cómo va a ser nuestro día. Nuestra alegría no aumentará ni nuestra tristeza se verá influenciada por ello. Todo son imaginaciones nuestras, y además las alimentamos con fuerza. Nuestra rutina es la que marca habitualmente nuestros planes. Y el clima no deja de ser una cosa secundaria, que está ahí pero que no limita ni delimita nuestro quehacer diario, salvo en contadas excepciones. Podríamos decir que es el decorado de nuestra vida y que suele cambiar a menudo. Y gracias a ese cambio está la diversidad.

Con el paso de los siglos, el hombre ha sabido aclimatarse a todos los climas posibles. Al fuerte calor, a la humedad constante y elevada, al viento, al frío continuo, a la lluvia diaria o cualquier otro clima que nos podamos imaginar. Salvo en parajes muy extremos y donde la vida se hace difícilmente tratable, el hombre ha sabido moverse y seguir con su vida a pesar del clima reinante. Si existiera un clima perfecto y todos dependiéramos de ello, la mayoría nos trasladaríamos allí sin dudarlo, pero no lo hacemos, y si no lo hacemos será lógicamente por algo, y es que existen otras cosas más importantes que nos atan a un lugar, sea cual sea el clima que exista ahí. Y además sería imposible que todo el mundo viviera en un lugar concreto.

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Pero las quejas sobre el clima son repetitivas, diarias y aburridas. No descansan. Y ya no son originales. Es un martilleo continuo que parece que ya hemos asimilado como necesario. Y si no lo repetimos parece que no estamos conectados al mundo. Deberíamos centrarnos más en otros detalles, en otros estímulos, intentar cambiar nuestra actitud y nuestra forma de encarar las cosas y los días. Un día gris puede ser igual de fantástico que un día de sol. Y si no lo creemos empezamos mal. Ninguna nube me va a cambiar la risa en un momento determinado ni lo a gusto que esté con alguien. Ni la lluvia hará que no salga a pasear. Acostumbrarse al clima es necesario. Y lo hacemos instintivamente. Sin necesidad de pensar. Si hace frío nos tapamos y si hace calor nos destapamos. Así de sencillo.


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«Vivir sin filosofar es, propiamente,
tener los ojos cerrados,
sin tratar de abrirlos jamás»
(René Descartes)
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Llama la atención la cantidad de preguntas que nos hacemos a diario. Desde que somos adolescentes y comenzamos a descubrir el mundo en todas sus formas, desarrollamos un instinto natural de crearnos cuestiones acerca de todo y de nada. Es decir, todas esas dudas que se van acumulando día a día y ante la absoluta falta de respuestas. El hombre se dio cuenta desde el principio de su existencia de que era débil, frágil, inseguro  y mortal. Y a pesar de que muchos humanos creyeron que ellos no lo eran, la misma realidad les trasladó hacia otro estado, de un grado y un nivel un tanto más cruel de lo que imaginaban.
Desde que nos iniciamos en la senda de la razón, aquella que describimos como la que nos planteamos cosas de nuestra vida y de nuestro entorno, comenzamos una búsqueda personal y única hacia el lugar donde supuestamente se encuentran las respuestas, un lugar imaginario al cual desearíamos llegar algún día aún sabiendo que no lo vamos a lograr nunca. Pero es en el propio sentido de la búsqueda donde comenzamos a entender un poco más, y eso nos hace crecer como individuos, aunque no todos lo interpreten de la misma manera. Y es esa búsqueda la que nos lleva irremediablemente y en muchas ocasiones hacia la falta concreta de conclusiones, de salidas y de respuestas. Y realmente parece que las necesitemos, de una forma u otra. Una respuesta adecuada y un argumento válido nos sirven para acometer nuevos objetivos en un momento determinado, y a eludir en cierto modo aspectos reales de nuestra existencia absoluta.
«Una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva,
es la que produce una inquietud»
(Charles Péguy)
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Porque no nos engañemos, se trata de eso precisamente, de nuestra existencia. Y en cierta manera todos nos hacemos las mismas preguntas. Lo que pasa es que algunos asumen que no van a entender nunca nada y se resignan a que los días vayan pasando sin necesidad de agobiarse por ello. Para otros esa búsqueda se plantea como una parte de sí mismos, y no se trata de encontrar las respuestas sino de ejercitar su búsqueda. En el mismo tránsito se esconde el secreto.
Nos falta tiempo para parar, para pensar, para meditar, para preguntar. Nos falta tiempo para detenernos y analizar. Nos falta tiempo para todo. Y en esa excusa habitual y mayoritaria nos parapetamos para defendernos. No tengo tiempo de esto, ni de eso ni de aquello. Y punto. Todo el mundo lo va a entender. Y si no lo entienden da igual. La excusa está expuesta encima de la mesa, está de moda y tiene bastante credibilidad entre la masa. Vivimos en un mundo cada vez más inestable y la inseguridad tanto física como mental se hace evidente. Vivimos en una realidad que nos asusta y de la cual preferimos escapar o escondernos. También sirve cubrirla o taparla. El caso es no verla demasiado y si la vemos hacer ver que no la hemos visto.
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«La filosofía
es un silencioso diálogo del alma
consigo misma en torno al ser»
(Platón)
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La filosofía tiene una tradición de más de 2500 años, desde la Antigua Grecia hasta nuestros días. Una enorme cantidad de filósofos de todas las épocas y un buen número de movimientos filosóficos nos han dado buena muestra de todo lo que el hombre ha llegado a pensar sobre ciertos temas durante todos estos siglos. Lógicamente, el origen y el inicio fueron el estudio de una variedad de problemas bastante fundamentales acerca de cuestiones muy humanas como la existencia, la verdad, la moral, la belleza o el conocimiento. La filosofía tuvo que hacer una separación obligada entre todas estas cuestiones para abordarlas de un modo más objetivo, separándose claramente del misticismo o de la religión, pero también de ciertos argumentos racionales y de la ciencia.
Sin embargo, con el mismo desarrollo y evolución de la filosofía se ha tenido que inmiscuir dentro de una profunda influencia de la religión, de la ciencia y de la política, sobre todo en occidente. A menudo, los filósofos de distintas épocas combinaron sus pensamientos filosóficos con otras de sus disciplinas, ya fueran éstas la teología, la política o la ciencia. Puede entenderse esta tendencia a solapar disciplinas desde la base de que la misma filosofía es un área de diversos escenarios. En definitiva, resumir la filosofía se hacía muy complejo. Albergaba muchas ramas,  era muy amplia y con el paso del tiempo todavía se amplió más.Diferentes ramas de la filosofía se fueron desarrollando. Desde la metafísica, que se ocupaba de investigar la naturaleza, estructura y principios fundamentales de la realidad, incluyendo el ser, la entidad del yo, la existencia, el objeto, la propiedad, la relación, el tiempo o el espacio. Pasando por la lógica o el estudio de los principios de la inferencia, ese proceso por el cual un grupo de premisas nos llevan a afirmar una conclusión. Y también por la ética, donde se estudiaba la moral, la virtud, el deber, la felicidad o el buen vivir. O acabando con la estética, donde se centraba todo en el estudio de la misma belleza por encima del resto.Con el paso de los siglos apareció también el estudio de la filosofía política. Aquí el estudio estaba centrado en cómo debería ser la relación entre los individuos y la sociedad. Ahí se incluían a los gobiernos, a los ciudadanos, a las leyes, los derechos y el poder mismo. Pero también a todas las instituciones políticas existentes. Se diferenciaba de la ciencia política por su carácter generalmente normativo. Mientras que la ciencia política se dedica más a investigar cómo son los fenómenos políticos, la filosofía política indaga en las teorías de cómo deberían ser dichos fenómenos.Llegados a este punto donde nadie tiene nada asegurado, donde el mundo gira mientras nosotros vamos dando tumbos, parece un buen momento para leer más filosofía, al menos más de lo que se lee. Y aunque para muchos está sobre valorada y no sirve para nada, nos puede servir para abrir muchas ventanas que creíamos bloqueadas. Puede servir para que entre aire fresco en nuestras mentes un tanto llenas de moho. Una bocanada de aire fresco que ilumine esos momentos grises por los que solemos deambular a menudo. Un grito al cielo para desahogarnos y esbozar aunque sea una simple sonrisa. La filosofía no es aburrida. Hay que cambiar la perspectiva que se suele tener de ella y mirarla desde otro punto de vista. Una forma de ayuda personal para seguir buscándonos. Y con esa búsqueda ser un poco más nosotros mismos. La pregunta sigue en el aire: ¿por qué no leemos más filosofía?

«El primer paso hacia la filosofía
es la incredulidad»
(Denis Diderot)
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«Cada edad nos da un papel diferente»

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Mucha gente piensa siempre en ‘cuando se jubile’. De hecho, en algunas ocasiones y en algunas personas, parece toda una obsesión. Existe también otro tipo de gente que pasa completamente del tema. Para algunos es sinónimo de ser previsores y de ir preparando una fase de la vida que indudablemente aparecerá. Para otros, lo primordial es vivir el momento y no hacer cábalas de lo que posiblemente ocurrirá pasadas unas décadas. La inseguridad y la inestabilidad del momento pueden ser las causantes que acentúan los dos pensamientos y los dos comportamientos.

El término jubilación viene del latín jubilatio, palabra que hacía referencia al resultado de jubilarse, es decir, cesar en una actividad o en un trabajo por razones de edad normalmente y teniendo acceso a una pensión. Y fueron los romanos los que comenzaron con esa tradición o idea. Como jubilación se conoce popularmente a esa cantidad de dinero que reciben todos los meses todas esas personas que ya se han jubilado y que tienen acceso a ello, porque hay que recordar que no en todos los países del mundo se puede acceder a ella. No es universal.

Digamos que la idea original era definir una cierta edad en la que el ser humano debía cesar su actividad laboral. No se podría afirmar que ya no estuviera  capacitada para continuar con su actividad laboral normal, pero para analizar dicha exposición hay que ser franco y honesto y comenzar por distinguir entre clases de trabajo. Porque cada trabajo tiene unas funciones diferentes y por supuesto un desgaste diferente. El cuerpo de un trabajador que ha pasado 30 años sumergido en una mina no se puede comparar con aquel que ha pasado los mismos años en una oficina.

«Quiero proponer un brindis por el tiempo,

que es un maestro severo porque te quiere a ti,

no a tus cosas o a tu dinero…»

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Y es curioso observar cómo los gobernantes de todos los rincones del mundo están planteándose modificar la edad de la jubilación, intentando alargarla lo máximo posible. Lógicamente, eso ocurre en países donde la pensión por jubilación está establecida. Es cuestión de ahorrar costes al Estado. Para muchos políticos la edad de jubilación debería ser todavía más avanzada, abogando la idea con el argumento de que la edad media de vida ha aumentado en las últimas décadas, sobre todo en los países del primer mundo, y porque la salud es mucho mejor de lo que era tiempos atrás. Como he dicho antes, puede ser un argumento aceptable siempre y cuando tengamos en cuenta el tipo de trabajo que se ha desempeñado durante la vida laboral. Habrá gente que dirá que eso es muy difícil de cuantificar porque en una vida laboral uno ha podido ir cambiando de trabajos y sería un caos administrativo delimitar el nivel de desgaste de un trabajador u otro.

Pero lo cierto que meter a todo el mundo en una idea de que la vida laboral se puede alargar porque el cuerpo aguanta se queda cuanto menos coja. Como bien dice la frase que abre este post, cada edad nos ofrece la posibilidad de desarrollar un papel diferente. La edad de jubilación sirve para eso precisamente. Una posibilidad para realizar cosas que no hemos podido durante todos los años en los que dedicamos nuestro tiempo a nuestra actividad laboral.

Hoy nos vemos condenados a hacer planes continuamente debido a las circunstancias. Nuestra vida se ha convertido en un rosario continuo de planes que emergen y se sumergen con la misma rapidez como los creamos. El futuro, no nos engañemos, es bastante incierto y algunos lo llevan mejor que otros. La inestabilidad del presente nos precipita hacia un agujero de imprecisiones que nos conducen hasta incluso el bloqueo mental. Pensar en lo que deseáremos hacer  cuando nos jubilemos parece algo remoto. Si para algunos es algo en lo que hay que pensar con tiempo y calma para que luego no nos sorprenda, para otros es una pérdida de tiempo porque no sabemos ni lo que va  a ocurrir mañana. La clave es poder tener el dinero suficiente para poder retirarse con tranquilidad y dedicarse así a lo que en ese momento nos apetezca. Ese sería el concepto general. Una vida laboral completa y trabajada, una jubilación tranquila y sosegada.

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Pero resulta que con los cauces actuales, la seguridad de cobrar esa jubilación se está deshaciendo como un azucarillo en un café caliente. Vemos que la seguridad de cobrar en el futuro va a ser muy incierta, y de hacerlo la cantidad se nos antoja insuficiente, sobre todo viendo cómo sube el coste de vida año tras año. La idea general es que o has ahorrado lo suficiente durante tu vida laboral para poder sentirte tranquilo durante tu jubilación o la posibilidad de seguir trabajando más años va cogiendo forma, no ya tanto como un pensamientos sino como una necesidad. Porque está claro que la mayoría de las cosas que vamos realizando a diario en nuestra vida vienen definidas y marcadas por la necesidad. Y la necesidad actual nos indica que las cosas en el futuro se van a poner peor, sobre todo para todos aquellos que no pudieron ahorrar en su momento. El papa Estado está cada vez más contra las cuerdas. Las cuentas no salen y los políticos de turno tampoco están por la labor para que las cuentas salgan por ese lado. Y quizá todo ello es debido a que las necesidades de los políticos no son las mismas que las de los ciudadanos. No hay otra razón más evidente.

Pero lo más crudo es comprobar, como tantas veces hemos podido hacerlo, como personas de nuestro entorno que han trabajado toda su vida y que justo cuando parecía que al jubilarse iban a comenzar a disfrutar de otra clase de vida han muerto repentinamente y sin haber tenido que almacenar ninguna enfermedad anterior. Toda esa ilusión de descansar y dedicarse a otros menesteres más ociosos se desvanecieron. Porque es evidente que todos dependemos de la salud. Nadie nos puede decir que la edad de vida en el primer mundo ha aumentado y que eso nos dé la seguridad de que con nosotros va a ocurrir lo mismo y nos veremos en esa media. Somos vulnerables. Somos humanos.

Es imaginar como todo ese sueño, creado lentamente, paso a paso y día a día, durante tantos años, alimentado con el lento caminar del esfuerzo individual, se puede evaporar en un segundo y sin conseguir el resultado esperado, para que muchos de nuestros planes se vean tambaleándose al momento. Y como la seguridad de ello es tan frágil nos invade la ansiedad. Para qué sirve todo este esfuerzo actual. Nadie nos puede garantizar nada, absolutamente nada. El mañana está por venir y nadie sabe nada sobre él. Todo son suposiciones, pensamientos, elucubraciones e ilusiones que nadie sabe si llegarán a ser una realidad palpable. Y por eso no somos capaces de relajarnos del todo y dejarnos llevar. Nuestro complejo de sentirnos seres débiles y frágiles nos aleja de esa fase futura conocida como jubilación.

Nos pasamos el tiempo diciendo que la vida hay que vivirla en estado puro. Aprovechando cada segundo, cada mañana y cada tarde. Vislumbrar cada instante como si fuera el último. Permitiéndonos pensar en nosotros mismos un poco más de lo normal y ahora, para poder caminar más adelante, pero de otra manera. Sentir el viento de hoy para guardarlo en la memoria del mañana, de ese día que llegará sin duda, sin necesidad de esperar otro día diferente. Cada día que vivimos celebramos nuestra particular jubilación, aunque sea de otra manera. Si llegamos a estar vivos para cuando eso suceda ese será precisamente nuestro tesoro. Nuestros recuerdos, nuestras vivencias, nuestras memorias. Todos juntos, todos acumulados.

El envejecimiento de la población mundial es un hecho demostrado. Y es evidente debido a todos esos cambios socioeconómicos que llevamos atravesando muchos años y que parece irreversible. En pocos lustros nos vamos a ver sometidos a una masiva llegada de personas a la edad de jubilación y muchas de ellas lo van a hacer en situaciones muy precarias. Debido a la falta absoluta de previsión por parte de muchos estados y debido a las circunstancias del mercado en el cual estamos involucrados. Pensar o no en ello quizá puede parecer algo natural e instintivo. Algo que de vez en cuando aparecerá en nuestras mentes y con lo que deberemos lidiar, aunque no tengamos respuestas a todas esas dudas que se irán amontonando.

La esperanza de vida ha mejorada, ha crecido. Otra cosa es que tipo de vida es. Eso sería otro buen motivo de debate. Tal y como se están dando los acontecimientos en la actualidad nada hace que podamos ser optimistas. La juventud se debate en la lucha por conseguir un empleo con el que poder subsistir. Porque ya no se pide mucho más. Y aún así se hace difícil conseguirlo. Sin ese empleo es difícil que pueda cotizar y verse amparado por la pensión de jubilación. Su precariedad está servida y será crónica. El panorama es desalentador. Pero más desalentador es comprobar como los gobernantes no hacen nada al respecto. La inercia marca el ahora y es en caída libre. Tan sólo debemos agarrarnos fuerte y desear que el golpe no sea demasiado duro. Mientras tanto sigamos pensando en nuestra jubilación.

***

«La edad, es el pasar de la vida,

el acercamiento con la muerte,

al nacer ya estamos muriendo»

***


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“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto,

y de pronto

toda nuestra vida

se concentra en un solo instante” 

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Nos cuesta degustar. Lo que tanto nos gustaba hacer antes lo hemos dejado de hacer. Los tiempos avanzan pero eso no significa que lo hagan para mejor. Tan cerca quedan aquellos momentos cuando comprábamos un libro y los degustábamos desde la portada hasta la contraportada. Cuando le dábamos un lugar en alguna de nuestras estanterías y lo evocábamos cada vez que veíamos su solapa, recordando sus textos… Lo olíamos incluso. Lo releíamos. Permanecía con nosotros y su visión inerte en un mueble nos evocaba innumerables historias. Un libro nos marcaba y lo queríamos cerca, para contemplarlo. Al igual que todas esas tardes gozando entre los pasillos de alguna librería, rodeados de tomos, novedades o no, envueltos en letras para degustar portadas, para decidir y conseguir nuevos argumentos para soñar.

Nos cuesta degustar. Hemos perdido la costumbre y cuando algo deja de practicarse acaba por olvidarse. Ya no nos acordamos de aquellos momentos que perdíamos eligiendo un disco que acababa de salir al mercado, el tiempo que necesitábamos para elegir entre uno y otro, y que nos provocaba tener que escuchar varios y dar un repaso por las últimas novedades antes de decidirnos por uno u otro. Y conservar el disco. Escucharlo nuevamente, ya fuera en el tocadiscos o en el reproductor más moderno. Porque antes se valoraba la calidad del sonido, ahora lo que se lleva es escucharlo todo y cuanto antes mejor y cuanto más mejor. Ya no absorbe ni atrae obtener y guardar el material, tan sólo en consumirlo. Y cuanto más mejor. Y como hay tanto no llegamos a disponer del tiempo necesito para lograrlo. La afición del coleccionista se está perdiendo.

Nos cuesta degustar. Ya no le damos importancia al hecho. No se nos ocurre esperar unos segundos o unos minutos para encontrar algo, para disfrutar de algo. Ya el tiempo se ha convertido en una ansiedad total con la que debemos estar en guardia continuamente. Nos desesperamos al instante. Nos ponemos nerviosos. NO disfrutamos. Vivimos tiempos en los que el ‘ya’ representa mucho más. Queremos que todo ocurra ‘ya’ y además muy deprisa. Tememos que si no llega pronto no lo vamos a disfrutar y lo que ocurre finalmente es que cuando llega ‘ya’ estamos esperando lo que vendrá después. La continua espera de que llegue algo cuanto antes para calmar nuestra ansiedad nos ha hecho olvidarnos de lo más elemental: nuestra percepción de las cosas. El valor o el conocimiento de valorar lo que tenemos, cuando lo tenemos y degustarlo. Disfrutarlo. Parece que lo hemos olvidado. O que ya no nos preocupa.

Antes adquiríamos algo y lo usábamos infinitamente. Hasta que un día se estropeaba, se rompía o ya no servía. Y cuando eso sucedía una pequeña angustia se aferraba en nuestro interior. Una parte de nosotros se estropeaba, se rompía y dejaba de servir. Ahora todo ha cambiado. Todo tiene un plazo de validez y suele ser corto. El tiempo exacto no tiene regla alguna y se lo adjudicamos de forma aleatoria, dependiendo todo de lo que está por llegar. Porque en cuanto reemplace a lo anterior dejará de tener valor. Si le dimos valor, claro está. Porque ahora todo parece efímero, superficial e intrascendente. No nos da tiempo ni cogerle cariño a las cosas. La frialdad con la que recibimos la mayoría de las cosas es proporcional al poco uso que hacemos de ello. Porque ya no alargamos su vida. Lo usamos cuanto antes y lo descartamos con la misma celeridad. No le damos a veces ni el beneficio de la duda. Tenemos que decidir si nos gusta o no en una fracción de tiempo muy pequeña, cuando seguramente necesitaríamos más tiempo para tomar esa decisión. Pero la presión que conlleva la venida de lo nuevo provoca ese estrés, por otra parte creado por nosotros mismos.

Dicen que con el paso de los años una persona aprende a ver todo con perspectiva. Aprende a degustar los momentos, en cualquier faceta de su vida. Que un segundo de placer tiene más sentido que todas sus horas de búsqueda infinita de felicidad. Porque la felicidad se adivina en pequeños momentos, en lugares insospechados. Aprendemos a inmiscuirnos en los entresijos de las entrañas más escondidas de cualquier cosa con tal de saborearla. Pero parece que eso es cuestión de teoría. Porque pocas personas hoy en día son capaces de confesar comportarse y actuar de esa manera. Es como si la sociedad estuviera embarcada en un navío abandonado a su suerte, y las olas del mar fueran las únicas capaces de dirigir la dirección del mismo. Nos resignamos a que nos lleven donde quieran y a ver lo que ocurre después. Nos cuesta coger el timón y a saber decir basta o no. La inercia y la gravedad nos sumergen en nuestra realidad alternativa y no nos permiten agarrar el instante, apretujarlo, estrujarlo, intentar con nuestras propias manos sacarle la mayor esencia posible. Nos quedamos sólo con la corteza, la superficie,  y no nos introducimos para descubrir su fruto. Perdemos la posibilidad de sentir más, de escuchar más, de leer más, y en definitiva, de vivir más.

Y ocurre en todos los ámbitos de la vida, incluso en las relaciones. Todas cansan y cuando pasan llegan otras. Iguales, mejores o peores, eso parece dar igual. No queremos perder el tiempo más de la cuenta, valga la pena o no. Hemos visto que puede ocurrir y ocurre, que nos dejemos caer en el vacío de lo inocuo y que no nos conduzca a ningún sitio. Y con nuestras experiencias, casi siempre mal atendidas, mal analizadas y peor conservadas, caminamos por nuestro camino sin atender a consultas, a segundas oportunidades y a la revisión de los momentos. Preferimos pasar página cuanto antes y no volver a calentar la cena de ayer, por si acaso su gusto ya cambió y ya no nos interesa. Hemos dejado a un lado el esfuerzo para simplificarlo todo. Lo práctico supera la ficción. La superficialidad, la rapidez y lo superfluo anidan en el tejado de nuestro cielo.

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«La elegancia es vestirse, mostrarse y comportarse de modo

que tales adornos no tengan más protagonismo

que el mensaje que trasmite la mirada»

(Paloma Cobollo)

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Las redes sociales nacieron con la idea de ser estructuras sociales compuestas por un conjunto de actores que están conectados por lazos comunes. Y estos lazos pueden ser de amistad, de parentesco, de afinidades de ocio, culturales o políticas. Los sociólogos no se ponen de acuerdo a la hora de valorar las tendencias que demuestren qué lazos de unión pueden representar algunas de estas redes sociales. Cierto es que alguna de estas se ideó para poner en contacto amistades actuales y pasadas, una forma de mantener el contacto y de saber constantemente lo que están haciendo los demás, los conocidos y los que no lo son dentro de los márgenes de nuestro entorno.

El surgimiento de redes sociales donde se integran miembros que nada tienen en común con respecto a su pasado o a su amistad abre el debate sobre las verdaderas causas que pueden unirles. En general, todos buscamos palabras, ideas y manifestaciones que tengan algo en común con las nuestras. Lo similar nos une, de una manera u otra. Aunque el verdadero milagro de muchas redes sociales es unir a gente de diferente estrato social y darles un argumento para poder unirse, intercambiando fotografías, vídeos, noticias, música,opiniones y emociones o sentimientos. Eso demuestra que el mundo en general y las personas en particular están ardientes de deseo de compartir, de una manera u otra. Lógicamente, hay personas más activas que otras, pero el que no es muy activo no quiere decir que no participe.

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Llama la atención cómo de forma desinteresada muchas personas demuestran una apertura a su intimidad y a su mundo de una forma natural y sincera, cuando en la vida cotidiana les cuesta horrores aparentar o mostrarse de tal forma. Lo difícil que resulta sacar palabras o respuestas a personas que habitan nuestro entorno a diario, las caras de reacción que debemos soportar cuando preguntamos cosas sobre aspectos personales, aficiones, gustos o simplemente costumbres de alguien. Verdaderamente sorprendente observar cómo alguien desde el anonimato de su hogar lanza gratuitamente todo lo que tenga que ver con su vida para todo aquel que tenga por bien compartir, ver, observar, leer, descubrir, etc. Muchos se han convertido en exhibicionistas profesionales, mientras que otros lo han hecho en el mundo del vouyerismo.

Y también sorprende la forma en que el mundo en su mayoría utiliza las redes sociales para crearse un protagonismo del que carece. Cierto y conocido es que a muchas personas les encanta que hablen de ellas, que sepan de ellas, que las observen y que las admiren. Es una forma de ser alguien, de ser importante, de ser algo. La fama parece que nos han hecho creer que sólo es posible para unos cuantos elegidos y muchas veces se usan las redes sociales para presentarse al mundo, como si al mundo le importara algo quiénes somos y qué es lo que hacemos. Otro apunte a destacar es la forma en que hemos pasado a vendernos. Nos socializamos rápidamente dentro de un mundo virtual, rodeado de personas desconocidas, de las cuales no sabemos nada o casi nada y nos abrimos a ellas, ofreciéndoles el paraíso al cual pertenecemos, o al que hacemos creer que pertenecemos. Mostramos lo mejor de nosotros, que casi siempre suele estar integrado por cosas muy interesantes, somos populares, mostramos las fotos más interesantes, los escritos más ingeniosos, los vídeos más espectaculares. Somos capaces de atraer a mucha gente de distintas partes del planeta y sin salir de nuestra cajita de inspiración.

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Cada día más gente está desarrollando ese sentimiento imaginario de que son algo mucho más importante de lo que muchos creen o de lo que muchos todavía no han descubierto. Un aspecto a considerar poco importante en apariencia pero que ya está comenzando a crear incluso ansiedad en muchas mentes. El protagonista es aquel personaje principal de una trama o de una historia, pero también en un plano de situación o de actividad. Sin el protagonista no hay trama, aunque los personajes secundarios también son esenciales para la historia. No necesitamos solamente protagonistas sino personas que nos comuniquen, que nos indiquen, que nos hablen, que nos opinen, que nos interrelacionen de otra manera, bien distinta a la nuestra.

No somos los portadores de la verdad ni de la precisión. No somos más interesantes que nadie y nuestro interés debe estar relacionado con todos aquellos que son capaces y están abiertos y solícitos a compartir con nosotros, de un modo u otro, algo que nos puede hacer pensar, que nos puede hacer vivir de otra manera distinta a la nuestra. Ese es el auténtico tesoro de las redes sociales. Nos ayudan a abrir puertas para encontrarnos con otras verdades. Uno es protagonista irrepetible de su propia historia y de su propia vida. Eso es un enfoque positivo del protagonismo individual. Es entenderse. Es escucharse. Es conocerse pero de verdad. De realizar todo lo que se desea, de realizar los proyectos y los sueños. De sentirse a gusto consigo mismo.

El afán de protagonismo no nos lleva a ningún sitio porque nos distorsiona la realidad. Convierte todo en un problema y nos desliza hacia el abismo del ostracismo a una velocidad que no podemos detener, hacia la más absoluta necedad. Nos aleja sin remedio de lo verdaderamente importante. De todo lo que nos interesa. De todo lo que nos puede servir para algo en el presente y en el futuro. Conocerse conlleva saber cuál es tu momento, tu lugar, tu entorno y tu gente. Lo que nos falta puede que nos lo den otros. Ser protagonistas por un momento puede o no puede estar bien o mal, pero serlo continuamente no nos comporta ningún beneficio, sobre todo cuando no es verdad. Y lo sabemos.

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«El consumismo tiene una fuerte raíz en la publicidad masiva

y en la oferta bombardeante que nos crea falsas necesidades»

(Enrique Rojas)

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Siempre me ha llamado la atención la afición de muchas empresas en personalizar, hasta poder considerarse una gran obsesión, el contacto con sus clientes. De la misma manera que impacta ver cómo esa táctica funciona y mucho. Porque a la mayoría de esos clientes les encanta ser adulados por esas empresas en particular o por cualquiera que se les cruce en general. Aquí parece existir una estrategia comercial y de marketing por encima de una forma de ser y de expresión original de empresa, pero eso parece preocuparles poco a toda esa masa de clientes. Quizá la vida que llevamos hoy es una vida un tanto anónima, a pesar de estar rodeados e integrados en una red de redes sociales, donde si no estás dentro pareces estar fuera de juego. Esa vida, un tanto insulsa para muchos, convierte la posibilidad de ser alguien en cualquier momento por el mero hecho de llamarte por tu nombre o de hacer de ti alguien especial. La necesidad de protagonismo y de que alguien repare en nuestra simple existencia convierte a cualquier acción de mercado en un auténtico filón económico. Porque, seamos sinceros, este guión funciona. y mucho más de lo que uno puede llegar a imaginar.

Estamos rodeados de empresas que dedican mucho tiempo y mucha inversión en conseguir que el cliente se encuentre parcial o totalmente convencido de que es parte activa de una  empresa ‘x’, cuando la verdad indica que es únicamente un consumidor y un comprador de objetos y productos de esa empresa, nada más. Pero como la competencia es enorme, y cada día más parece ser una costumbre vital para las empresas destacarse por algo en el conjunto total de empresas que deambulan por su gremio, resulta prácticamente necesario idear nuevas fórmulas para que la masa de clientes se identifique con una marca en cuestión. Ser diferente o sentirse diferente. 

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Algunas empresas buscan la exclusividad de los clientes, se dedican a buscar y encontrar un segmento de clientes específicos que serán fieles a su marca. Otras, en cambio, concentran todos sus objetivos principales como empresa, en conseguir y acaparar el mayor número de clientes posibles. Y aquí comienza el reto o la carrera comercial para conseguirlo. Todo vale, cualquier idea se paga y todo es beneficioso siempre y cuando dé resultados. Para todos aquellos que han trabajado en empresas de servicios y de cara al cliente, recordaréis  que uno de los elementos claves de todas esas empresas es dedicar mucho tiempo a sus empleados para instruirles sobre las directrices a seguir en cuanto a clientes y servicio. Hay frases que ya se han convertido en emblemas y en clásicos estándares demasiado repetidos. Ante todo servicio, el cliente tiene la razón, el cliente es nuestro sentido de existencia, etc. Frases que quieren ser contagiosas y que demuestren que el cliente está por encima de todo. Frases ingeniosas, de muy buen gusto publicitario pero que no son garantías de que sean ciertas, quizá lo sea el propósito pero no la finalización del objetivo. Antes una empresa que recibía una queja activaba un plan para analizar, estudiar y corregir dicho problema, cuando ahora la costumbre es aceptarla, reportarla y mandarla al departamento de estadística de la empresa. Se ha llegado a un punto en el cual las quejas de los clientes están totalmente asumidas y tampoco crean una alarma interna, digamos que se incluyen dentro de las expectativas de empresa. Algo ilógico para empresas que dedican tantos recursos en reafirmar su compromiso con los clientes. Uno puede pasarse media vida intentando darse de baja de un servicio de empresa, pasando de teléfono en teléfono hasta que opte por dos vías, cansarse y continuar como cliente de esa empresa o aceptar con paciencia máxima invertir todo ese tiempo para finalmente desvincularse de dicha empresa. Sea como sea, nada indica que los eslóganes tan utilizados y que remiten todos los esfuerzos en la atención y satisfacción de los clientes sean los que realmente se ponen en práctica.

«La mejor publicidad es la que hacen los clientes satisfechos»

(Philip Kotler)

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La marca de cerveza Heineken propuso la promoción denominada ‘me gusta tu Heineken’. La propuesta era clara y sencilla: se trataba de la posibilidad de personalizar nuestro propio pack de 6 cervezas con el texto o textos y con la foto o fotos que deseáramos. El precio total era de 2,60 € por botella. ¿Qué se gana con eso? Pues es bien sencillo, se pueden lograr captar incluso clientes que no son fieles a esa marca, por el simple hecho de ofrecer una opción al cliente que ninguna marca ofrece. La conclusión lógica de todo esto es que la calidad, el sabor o el tipo de cerveza queda al margen. Se vende otra cosa y no el producto en cuestión. Aunque esa opción en marcas no consolidadas seguramente carecería de sentido y de seguidores, porque se utiliza la marca en sí para conseguir captar la atención de nuevos clientes.

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Otro gran ejemplo y que sorprende por su sencillo tratamiento y su eficaz resultado es poner el nombre del cliente a mano y con un rotulador en el vaso de su café o de su bebida. Esto es lo que comenzó a hacer la cadena Starbucks. Una cadena que se fundó en la ciudad de Seatle (Washington, EEUU) en 1971 y que actualmente es la compañía de café más grande del mundo, con casi 20 mil locales en más de 50 países. Fue fundada por tres socios que nada tenían que ver con el mundo de la hostelería: Zev Siegel (profesor de historia), Gordon Bowker (escritor) y Jerry Baldwin (profesor de inglés) aunque se inspiraron en el empresario cafetero Alfred Peet. El objetivo era vender café para llevar al americano medio que está de paso y con prisa a un buen precio y con rapidez y eficacia. Curiosamente, con el tiempo, esta cadena se ha convertido en un emblema de distinción entre clases, porque no todo el mundo puede pagar el precio de un café Starbucks. Y también llama la atención el poco servicio que esta empresa ofrece. El cliente debe ser paciente y aguardar su turno de pie en una cola para servirse él mismo el café servido en una taza de plástico y pagando el doble o el triple de lo que le costaría en otro lugar cualquiera, sin garantía de que la calidad sea mejor.

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Llaman la atención todos estos lugares donde el servicio brilla por su ausencia y, sin embargo, son tan valorados por la mayoría de sus clientes, los mismos clientes que luego critican tanto el servicio de otros establecimientos mucho más baratos y que ofrecen un mínimo servicio. Todas las cadenas internacionales son buen ejemplo de ello y sus beneficios económicos no dejan de crecer. Cuando hablamos de servicio y de clientes personalizados cada uno entiende por ello una cosa diferente pero lo que es cierto es que se hace difícil de definir como el ejemplo a seguir cuando hablamos de ello. Podríamos llegar a la conclusión de que todo no se basa en la calidad de producto ni en la atención al cliente sino en saberla vender y engañar al cliente de la mejor manera posible. Una frase que nunca se puede olvidar es esta: ‘a la gente le gusta que le engañen’.  Eso quiere decir que el que sea capaz de hacerlo mejor se llevará el gato al agua.

«La mejor publicidad para una tienda es el servicio que presta»

(James Cash Penny)

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Diario de pensamientos : Jueces y jueces

Publicado: 12 de diciembre de 2012 en Diario de pensamientos
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«Debemos recordar

que tenemos que hacer jueces con hombres,

y que por el hecho de ser nombrados jueces

no disminuyen sus prejuicios

ni aumenta su inteligencia»

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El juez es la autoridad pública que sirve en un tribunal de justicia para aplicar la ley las normas jurídicas. Es esa persona que resuelve una controversia o que decide el destino de un imputado en un delito, tomando en cuenta las evidencias o pruebas presentadas en un juicio. Jurídicamente, es un órgano judicial compuesto por personas físicas. La mayoría son empleados o funcionarios públicos aunque todo ello depende de cada país y suelen ser remunerados por el propio Estado dentro del llamado Poder Judicial. Se caracterizan por su autonomía, independencia e inamovilidad. Se les supone objetividad y ausentes de prejuicios y opiniones preestablecidas. Gozan de independencia para actuar aunque sus resoluciones pueden ser revisables por sus superiores, mediante los recursos judiciales, pudiendo ser éstas confirmadas, modificadas o revocadas.

Cuatro características corresponden al juez:
Escuchar cortésmente,
responder sabiamente,
ponderar prudentemente
y decidir imparcialmente»
(Sócrates)
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Partiendo de esta premisa deducimos que cuando elegimos a un juez lo hacemos por su experiencia, por sus conocimientos, por su carrera, destreza, capacidad, imparcialidad, sensibilidad y su virtud en impartir justicia. Digamos que colocamos en esos puestos a los que mejor representan esos valores y confiamos en ellos nuestra capacidad de justicia como sociedad. Pero todo esto queda en evidencia cuando vamos descubriendo resoluciones a diario que demuestran la incapacidad de muchos de ellos para ser jueces. La pregunta clave sería cómo han podido llegar a serlo.
«Aléjese de los palacios el que quiera ser justo.
La virtud y el poder no se hermanan bien»
(Marco Lucano)
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El derecho es un sistema complejo de normas y actos jurídicos establecidos de antemano. Pero los órganos de aplicación deciden el significado de la norma y los jueces son los encargados de su interpretación. Cada vez más complicado. Porque cada uno puede tener su propia interpretación de la norma y de lo que es para él la justicia en cada caso y en cada momento, pero siempre teniendo en cuenta su manera de pensar, porque por mucho que nos digan que son imparciales y objetivos no podemos creerlo viendo lo que se determina en algunas salas de justicia. Tener fe en la justicia es como tener fe en un Dios. Unos la tienen y otros no. Todo es defendible y respetable, pero encontrar pruebas de que exista ya se convierte en algo más serio, aparte de ser bastante improbable. ¿Qué es la justicia?
En este mismo blog se preguntó a los lectores si creían en la justicia y el 80% respondió que no. No debe ser una casualidad. La mayoría de la gente no cree en la justicia. Y si no creen es porque no hay muestras de ello en su entorno ni en los miles de casos que ven a diario. Ser juez es difícil y es la prueba más palpable de que ser juez es ser defectuoso. Se equivoca constantemente y puede establecer e interpretar normas que sólo él/ella entiendan. Y por ser juez no tiene la varita mágica para interpretar. Lo que ocurre es que ya vienen siendo habituales los casos judiciales que llaman poderosamente la atención en los últimos tiempos y que no pueden pasar desapercibidos.
No hace mucho un tribunal de la Audiencia de Madrid absolvió a un individuo por dar palmaditas en las nalgas a dos de sus empleadas. Según cuenta la noticia, este tipo se atrevía un día a besar en los labios a una de las víctimas, y otro día les acariciaba una pierna o el pelo. Un día su ardor iba a más y les abrazaba efusivamente. Y a pesar de las quejas de sus empleadas osó darles palmadas en sus nalgas o escribirles cartas incluyendo frases como ‘eres la mujer de mi vida’. Esto ocurría en una farmacia de Madrid y las dos empleadas denunciaron el hecho. El auto concluyó siendo condenado el individuo a tres meses de prisión y al pago de una indemnización de más de 10 mil euros. Pero el fallo pasó a la Audiencia Provincial de Madrid y tras su revisión el farmacéutico ha sido absuelto al entender que nunca hubo acoso sexual, y si hubo algo tan sólo fueron abusos. Curiosamente, un delito más grave, pero por el que no se le acusó, con lo cual no se le puede acusar ahora. Los magistrados concluyen que las situaciones descritas por las dos mujeres (por las que sufrieron depresión) no pueden ser estimadas como suficientes para configurar esa situación objetiva e intimidatoria, hostil y humillante que marca la ley. Tampoco creen que las acciones del acusado supongan proposiciones de relación sexual, a pesar de haberlas invitado a dormir una siesta en un hotel próximo al lugar de trabajo, sino la realización de actos de contenido sexual. Esa sentencia fue votada por unanimidad y firmada por el magistrado Julián Abad Crespo, donde intervinieron también los magistrados Jesús Serrano y José Manuel Fernández Prieto. Y para dar el toque final argumentan que todo ello ‘podría constituir un supuesto fáctico para una condena por delitos de abusos sexuales’.
Julián Ríos, profesor de Derecho Penal en la Universidad de Comillas explica que aunque pueda parecer lo contrario, el Código Penal es muy claro al respecto y que la sentencia puede no ser jurídicamente criticable. Digamos que los magistrados no aprecian en lo ocurrido la gravedad exigida por la ley en las situaciones. Puede serlo o parecerlo a nivel coloquial y definirse la situación como acoso sexual, pero jurídicamente no es así. La conclusión es que las dos mujeres llevaron el caso por vía penal cuando por vía laboral la tipificación de esos delitos es más amplia. Lo curioso de todo esto es que los delitos por esa vía prescriben al año y los hechos acaecidos ocurrieron hace diez años.
Si nos paramos a analizar la situación nos damos cuenta de que algo falla, de que algo no va bien. Unos dirán una cosa, otros otra. Pero mi pregunta es: ¿si este caso hubiese sido contra una esposa o hija de unos de los magistrados pensarían lo mismo o alegarían otras causas o interpretaciones a las leyes? Casos como éste son una buena muestra de que la justicia de ciega tiene poco y de que los ciudadanos se fían muy poco de ella. Y no es para menos. La interpretación de la misma escena por parte de cada uno es diferente y sólo nos queda tener suerte con el juez que nos toque. Hay una gran frase que me hace reír cada vez que la oigo y que dice que todos somos iguales ante la ley… Lo peor de todo es que muchos de estos jueces que van dando ‘ejemplos de justicia’ duermen por la noche como si aquí no hubiera pasado nada.

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«Todos los hombres se muestran afectados en cierto grado

ante la presencia del mundo,

algunos incluso para su propio deleite.

Ese amor por la belleza se denomina GUSTO .

Otros abrigan ese mismo amor en tal grado que,

no satisfechos con recrearse en él,

persiguen encarnarlo en nuevas formas.

A esa creación de la belleza se le llama ARTE»

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Para los que nos sentimos atraídos por el arte, sobre todo la pintura, y no somos precisamente ‘expertos en la materia’, siempre nos resulta un tanto dudosa la forma en la que se debe contemplar un cuadro. Cuando visitas cualquier museo del mundo, sobre todo esos grandes museos que abarcan cientos de obras, llega un momento, tras un par de horas de interés exhaustivo en intentar grabar hasta el más mínimo detalle de todas las obras que nos impactan por encima de las demás, en el cual pierdes toda la concentración y cada vez resulta más difícil concentrarse en la contemplación de un cuadro en particular.

«A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo»
(Eugène Delacroix)
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Siempre llama la atención la forma en que cada cual mira un cuadro, varios o todo un museo. Porque también es cierto que si uno puede ver unos cuantos cuadros durante una mañana otros pueden verse un museo en un par de horas. Partimos de la base de que la mayoría de personas son ajenas a entender el arte como tal, me refiero a la técnica en sí misma. El arte es ese detalle que a alguien le impresiona por encima del resto.

«Una pintura es un poema sin palabras»
(Quinto Horacio Flaco)
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Llamar la atención, lograr concentrar nuestra atención y sentirnos atraídos sin saber el porqué forma parte de la reacción ante la muestra de arte. Para lo que algunos no sería arte para otros es una delicia. En cierta forma, es una ventaja. Cada cual puede abrirse ante la visión de un cuadro y reconocer si se siente atraído por él o no. Ya sea por su potencia artística, por sus colores, por sus sombras, por su crudeza, etc. Cada uno daría un argumento diferente para intentar explicar el motivo de su atracción.

«Lo malo de la pintura abstracta
es que hay que molestarse
en leer el título de los cuadros»
(Oscar Pin)
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¿Cómo se debe mirar un cuadro? ¿Hay acaso técnicas infalibles que nos pueden ayudar a ello? Un cuadro se mira o se contempla. A veces ninguna de las dos cosas. La vista lo percibe desde el primer instante y desde ahí provoca la sucesión de sensaciones que van directamente al cerebro. Y cuando esas emociones fluyen  nos hacen estar mirando la obra  sin ni siquiera pestañear durante varios minutos y sin darnos cuenta.

Son esas emociones que nos hacen mirar ese color, esa luz, ese trazo, esa mirada, ese silencio… Dicen los expertos que hay bases y directrices para saber manejar el asunto, que lo primero que hay que analizar es el dibujo, el contorno, la línea, el tono, la luz, el color, la técnica y el estilo. Se dice que un cuadro gusta o no gusta, no hay medias tintas. Y aquel que gusta,  gusta siempre. Y se puede contemplar muchísimas veces para llegar a apreciar más todos sus pequeños detalles, lo que no se ve con una u dos revisiones, esos detalles minúsculos que se concentran como pequeños secretos bien guardados para ser descubiertos lentamente, como un proceso lento pero preciso entre la obra y el espectador para hacerla y sentirla eterna.

Cada uno contempla el cuadro a su manera. Pueden ser unos segundos de recorrido visual, de fijación momentánea. Puede ser un esquivo momento distraído en otras cosas. Un reflejo de una sorpresa, de un destello que nos desequilibra por un segundo. Un momento mágico que nos dice que hay quedarse más tiempo justo en frente, indagando, profundizando, llegando al núcleo más delicado del asunto. El tema, el objeto o el contenido a veces quedan en un segundo plano, la importancia que le demos será la importancia que consiga. Decididamente, no tiene nada que ver la forma en que un experto en arte contempla un cuadro de la que utiliza otra persona ajena a las técnicas de dicho arte. Pero la sugerencia, por un lado u otro debe surgir para que exista el ‘feeling’ necesario.

«Después de todo,
la pintura se ha de hacer tal como uno es»
(Juan Gris)
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Dejar que el impacto sea tremendo sobre nosotros, alejándonos de prejuicios, absorbiendo cada rincón como el único y como el definitivo,  puede servir para que nos demos cuenta de que estamos embriagados por una imagen o por un paisaje. Abriendo la mente para succionar cada sabor, cada estilo, cada momento mágico que nos propone una estampa cualquiera, una obra creada con el mimo y el cuidado más superlativos para generar todas las gamas de sensaciones posibles. Dejarnos atrapar por la magia, si la vemos, si la sentimos, simplemente eso.


«Tres clases hay de ignorancia:
no saber lo que debiera saberse,
saber mal lo que se sabe,
y saber lo que no debiera saberse»
(François de la Rochefoucauld)
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Por ignorancia entendemos la ausencia de conocimiento. Puede ser mínima o máxima, circunstancial o crónica. Nunca sabemos calificar el grado de ignorancia de uno mismo y mucho menos de los demás. Nos creemos ignorantes por naturaleza y por eso debemos desde muy niños comenzar a conocer. Sin conocimiento se pierde la esencia de las cosas, su entendimiento y su forma de manejarlas. La ignorancia es un problema que el hombre ha intentado subsanar con el paso de los siglos y que en el pasado siglo XX consiguió eliminarlo cada vez más, sobre todo haciendo que un número más alto de población mundial tuviera acceso a la educación, se eliminara ostensiblemente el analfabetismo y se intentara mediante la ética y las formas llegar a alcanzar un nivel mínimo para la convivencia ideal entre las personas.
De un tiempo a esta parte, y en contra de lo que se preveía que sería la inercia de la situación, la línea para erradicar la ignorancia ha caído en picado y en lugar de desarrollar nuevas ideas para paliar este grave problema social y mundial, se ha detectado como ha crecido incluso en países que se creía controlada. La ignorancia está así, descontrolada. Ha perdido el respeto por todos y se ha metido en un círculo de vaivenes y de velocidad sin frenos dispuesta a apoderarse de todos los entramados y estructuras sociales. Es cierto que se pueden hacer distinciones al respecto. No es lo mismo la ignorancia como concepto general que un ignorante. Puede ser una calificación o un insulto, también depende del contexto y de la forma en que se utilice. Pero cuando llamamos a alguien ignorante a qué nos referimos exactamente. Porque todos, de una manera u otra, y en un momento determinado u otro, podemos ser o considerarnos o ser visto como unos ignorantes. Puede referirse, en determinados momentos, al hecho de no conocer o de no saber algo concreto, sin tener eso que ver con conocer o saber de otras materias. Se puede ser muy ignorante según de lo que se hable.
La conclusión puede ser más o menos que cuando hablamos de una ignorancia determinada nos referimos a la ausencia de conocimiento con respecto a algo en concreto. Y quizá la palabra adecuada que deberíamos utilizar en este caso es carencia más que ausencia. Pero, como suele ocurrir, todo tiene solución, sobre todo si depende de nosotros. Rellenar ese espacio que se presenta vacío y por el que tenemos interés depende de nosotros. La inquietud natural del ser humano hace que logre y alcance metas que se impuso o que nunca creyó poder alcanzar. Para lograr que esa carencia se estanque, perdure y se haga más grande debemos simplemente ponernos manos a la obra y parte del problema lo tendremos solucionado. Partiendo de la base de que nadie es perfecto y que nadie nació enseñado. Podemos decir que hay gente más inteligente y más docta para determinadas materias, pero no es menos cierto que sin interés, actitud y ganas no podemos afrontar retos.
«La ignorancia es la noche de la mente:
pero una noche sin luna y sin estrellas»
(Confucio)
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Porque la ignorancia se presenta como un reto personal. Cuando algo no lo conocemos y nos interesa de verdad debemos indagar sobre ello, buscar, analizar, investigar, estudiar, leer y, sobre todo, conocer al respecto y si hace falta preguntar. Es la única manera de poder conseguir esa meta. Pero es ahí donde radica el principal problema. En el interés del conocimiento. Y es ahí donde la carencia se convierte en grandiosa. Y es ahí precisamente donde el núcleo del problema se hace más claro y evidente. Sin interés por un tema será imposible que una persona logre conocer algo sobre ello. Gran parte de la ignorancia actual está provocada por el desinterés y la apatía. Como no me interesa no hago nada por conocer. Pero el desinterés forma parte a su vez de la ignorancia misma. Se puede considerar más ignorante al que no quiere conocer que a aquel que desconoce por falta de medios. Porque los factores para desconocer pueden ser varios, pero la ausencia de ganas y de interés en conocer debe ser reconocido como algo intrínseco en el carácter de una persona. Algo inexplicable y que produce vergüenza ajena.
Y no es menos cierto que lo peor que puede hacer un ignorante es creer que conoce algo referente a un tema concreto. Cuando se desconoce de algo se debe ser humilde, intentar aprender, escuchar, para luego poder tener voz y opinión. La palabra en sí es gratuita y demasiado utilizada, sobre todo por aquellos que desconocen o no saben. Y la ignorancia todavía se expresa con mayores argumentos, llegando a un punto donde la vergüenza desaparece y la sensación de ridículo también. Se piensa poco y se habla demasiado. Se busca mucha información que no se lleva a la práctica. Se limitan las búsquedas de esa información y los filtros no nos sirven para conocer más, sino para resumir. Nos hemos convertido en una maquinaria perfecta de síntesis, pero es una síntesis errónea, sin argumentos y sin conocimientos. La estupidez es no querer saber, en no querer aprender. Sobre todo cuando depende de uno mismo.
«Los hombres comenzaron a filosofar movidos por la admiración.
Primero ante los fenómenos más sorprendentes;
luego avanzando y planteándose problemas mayores.
Pero el que se plantea un problema o se admira o reconoce su ignorancia.
Aquellos hombres filosofaron para huir de la ignorancia,
buscaban el saber y el conocimiento»
(Aristóteles)
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Puede parecer despectivo el hecho de considerar a alguien como ‘ignorante’ cuando quizá sólo estás describiendo una situación, una actitud o un carácter. La estupidez total no existe. Cada uno tiene sus capacidades, lo único que hace falta es utilizarlas y explotarlas convenientemente. Mucha gente teme a lo desconocido, a lo que no puede interpretar, a lo que no entiende. El ser humano se guía generalmente por lo conocido, por la rutina y por la comodidad. Los estados desconocidos desprenden aromas de inseguridad. Y los prejuicios y los complejos salen a la luz. Y la ignorancia sobre muchos de esos estados y situaciones provoca reacciones que denotan una absoluta ignorancia. Como no sé reacciono mal. Y en esa reacción puede aparecer el insulto, el odio, la indiferencia, el racismo o la violencia de cualquier género o entorno. Es difícil para una sociedad progresar adecuadamente si sus componentes almacenan multitud de complejos, no hacen desaparecer inseguridades y se dejan llevar por el camino del interés, de la inquietud y el conocimiento. Pero esto es fácil decirlo para luego comprobar que la realidad es mucho más diferente de lo que desearíamos. Quizá el deseo de progreso de unos cuantos genera por inercia el cambio de otros muchos. Y gracias a esos cuantos se van generando cambios sustanciales en la sociedad, sin que eso signifique que la sociedad en su conjunto haya cambiado. Para conocer hay que intercambiar opiniones, escuchar a los demás. No tenemos la verdad absoluta sobre todo y por eso es necesario compartir la información y la opinión. Y cuanto más se conoce más se da uno cuenta de que no conoce. Es un hilo del que se va tirando y al cual nunca descubrimos su final. Hay que razonar, asumir nuestra ignorancia para poder avanzar.


Digamos que es la versión cutre o simple de los mensajes de texto, de los mensajes por ‘whatsapp’ , por twitter, por facebook o por email. Este sistema que parece ahora  arcaico ha causado tal sensación en el mundo que si a muchos les dijeras que van a desaparecer les causaría un trauma. Lo de dejar ‘notas’ es habitual desde que el hombre usa papel y algo para escribir. Muchas personas han utilizado este sistema de comunicación desde siglos atrás y hoy en día es cosa de todos los habitantes del planeta, descartando a toda la población analfabeta y la que tiene serios problemas en encontrar y utilizar dicho papel y dicho elemento para poder escribir. Incluso hay muchas parejas y familias que no se someten a ninguna conversación interesante durante días pero que tienen la costumbre y la constancia de ir dejando ‘notitas’ por cualquier lugar inusitado para asuntos importantes o mundanos.

Dejar colgados de cualquier punto de nuestro alrededor mensajes que significan a veces tanto hace dudar mucho de que seamos capaces de decirlo también en directo, de viva voz y mirando a los ojos de nuestro interlocutor, sea quien sea. Dejar colgados mensajes puede justificar una ausencia, un vacío, pero nunca llenará el sentido de las palabras nunca emitidas, nunca dirigidas a la persona determinada, esa que recibe la comunicación en unas breves palabras (porque no caben más) de un trozo de papel medio retorcido.

La empresa 3M es una compañía norteamericana dedicada a investigar, desarrollar y comercializar tecnologías diversas, ofreciendo productos y servicios innovadores a sus clientes. Es una empresa líder en su sector dado que destaca por sus artículos de oficina, de imagen gráfica, de industria electrónica y todo tipo de seguridad. Tiene presencia en más de 60 países y tiene más de 70 mil empleados. Una empresa que lleva más de 100 años en el mercado y que tiene su sede central en Minnesota (EEUU). Quizá su producto estrella sea el ‘post-it’, un producto inventado por el doctor Spencer Silver en 1968. Lo más curioso es que durante varios años, no se le dio ninguna utilidad comercial a ese nuevo adhesivo, cuyo principal objetivo inicial fue adherir de manera no permanente. Pero en 1974, al científico Art Fry, también trabajador de 3M,  se le ocurrió la brillante idea de usar ese adhesivo casi desechado por su escasa adherencia y nula eficiencia para colocarlo en los papeles que usaba para marcar las páginas de sus libros, cansado de utilizar papeles que no tenían ningún tipo de adhesivo y que se caían continuamente.

En la actualidad pocas personas pueden decir que no han visto un post-it en su vida o que no lo han utilizado. Los hay de todos los tipos, colores y formas. El marketing ha sido espectacular y el éxito incontestable. A veces ocurre que los inventos usados por la mayoría son realmente tontos. Una cosa tan sencilla pasa a ser de uso común y todo el mundo piensa cómo no se le ocurrió a él inventarlo porque tampoco tenía tanto secreto ni tanta complicación. A veces ocurre que las cosas más sencillas las tenemos justo delante de nosotros cuando nos empeñamos en seguir buscando las más complicadas, para llegar a un punto de frustración por no conseguirlas sin haber reparado en que quizá la solución estaba más cerca de lo que creíamos, y eso se puede aplicar en todos los cauces de la vida, en todas las vicisitudes y en todos los problemas que van apareciendo.

Como vemos la primera finalidad del invento fue un marcador para páginas de libros. Una forma sencilla que se adhería fácilmente a las páginas y que indicaban de un modo seguro y nada complicado la página a seguir. Y como pasa con todo, ese uso se desarrolla para ser utilizado en otras actividades cotidianas. Un objeto sagrado en todas las oficinas del mundo, que está incluido como una muestra más de toda innovación y que demuestra que su uso es mucho más práctico de lo que parecía en su inicio o en su nacimiento. Han pasado más de 30 años desde que la empresa lanzó el producto al mercado. En 1980 era una idea lanzada al mercado mundial, hoy es un instrumento clásico. Se han superado a sí mismos y tras los primeros treinta años del lanzamiento original han lanzado el post-it mejorado, una versión donde la calidad del adhesivo es mayor y tienen más fuerza.

En un mundo donde se puede cesar a alguien mediante un mensaje de texto, por no decir también el uso de ese mensaje para romper una relación o el uso del silencio como forma habitual de comunicación para muchos. En un mundo donde se dice pocas veces lo que se piensa, sea bueno o malo, y que se habla demasiado de tonterías y de absurdos que a nadie o a la mayoría interesan, cuando lo importante se obvia y lo profundo se arrincona, dejar un mensaje colgado de una pared puede ser el único motivo para saber de alguien, para saber que todo sigue igual o que nada va a cambiar. La impersonalidad abunda y el cara a cara cada vez asusta más. La inseguridad no es sólo lo que nos anuncian en las calles de las ciudades del mundo, la inseguridad es un complejo que se va multiplicando por doquier y que amenaza con ser el protagonista en las próximas décadas.


No hay que irse muy lejos, generacionalmente hablando, para darse cuenta de que muchas personas que todavía están vivas y presentan un buen aspecto desconocen el significado de la palabra ‘marketing’. Resulta que ahora parece que todo el mundo la conoce y que el que la desconoce está completamente fuera de juego. Parece como si asistiéramos a una obra donde no sirven de nada todas las palabras o ideas que no se dirijan hacia una buena venta. Y esto puede extrapolarse hacia cualquier cosa de la vida. Desde presentarse a uno mismo a intentar ofrecer un regalo. Si no se hace de la forma adecuada y con el marketing suficiente puede ser que todo resulte un fracaso. Ahora todo el mundo revisa una y otra vez las palabras a utilizar, las frases a destacar, los párrafos a reseñar y las páginas a publicitar. Todo se centra en mostrar lo correcto, en decir lo deseable, en decorar todo de tal forma que sea apetecible. Y sabemos perfectamente que nos están ofreciendo algo de una manera bonita con el objetivo de que caigamos y compremos o consumamos.

El marketing en sí es todo ese conjunto de técnicas y tácticas que se elaboran gracias a los estudios de mercado y que intentan lograr el máximo beneficio en la venta de un producto. Se trata de conocer qué piensa la mayoría de la gente para poder convencerles de que nuestro producto les interesa. Hay que hacer que sea interesante y para ello necesitamos del marketing. Se supone que su búsqueda está centrada en la satisfacción del cliente, que lo hemos estudiado tan a fondo, a él y a su entorno, que conocemos perfectamente lo que busca y lo que necesita. Digamos que es anticiparse a los gustos de alguien o simplemente ofrecer algo que vaya con sus gustos. Y no deja de sorprender la cantidad de expertos que existen alrededor de todo una gama de productos del mercado. Parece que ha aflorado una categoría especial de genios dedicados a tal hecho.

Ahora muchas de esas técnicas se dirigen hacia la venta de uno mismo. Todo importa, cualquier detalle es esencial. Hay que ver lo que vistes, cómo lo vistes, la pose que muestras, la actitud que presentas, el comportamiento que describes, las palabras elegidas, tu experiencia profesional y de vida, la decoración absoluta  de todos los detalles a los que hagas referencia, qué tipo de gente se relaciona contigo, cuántas redes sociales usas a diario, eres políticamente correcto o no, etc. Todo representa un conjunto de apariencias que parecen ser nuestro propio marketing. Claro que vender la imagen de uno mismo no es nuevo. La venta de la personalidad es algo que ya se utilizaba hace siglos. Es cierto que nuestro entorno y nuestro ambiente nos influencian de alguna manera y que nuestra personalidad de cara a los demás cambia de sintonía según quién la juzgue. Pero ahora está de moda juzgar a la gente y a las personas a primera vista, por pequeños detalles que vemos o que nos cuentan y eso hace muy difícil considearse objetivo. No somos un producto puesto a la venta. Somos una identidad que debemos saber ofrecer.

Y hay todo un proceso alrededor de dicha técnica. No sólo hay que comenzar diseñando un producto ‘x’, establecer un precio atractivo para el cliente, elegir los cauces de distribución, enfocar el producto en el mercado y publicitarlo de la mejor manera posible. Todavía hay más cosas alrededor que son destacables. Por ejemplo, el logotipo de la marca, el eslógan, la frase que romperá y que hará popular el producto, el anuncio publicitario, el spot adecuado, la frase ingeniosa, el envoltorio más sensual, los colores llamativos, el diseño innovador, el envase revolucionario, el volumen necesario, en fin, una larga serie de factores que por separado no cuentan pero que en conjunto pueden hacer su trabajo y conseguir su objetivo. Ahora ya nos resultan familiares todos esos términos como las estrategias de mercado, que si nos los hubieran nombrado hace algunos años nos sonarían un tanto extraños. ¿Y qué decir del ‘packaging’? Parece que incluso este término no tenga traducción en otro idioma. Cuando de toda la vida se ha dicho embalaje. Pero es que resulta que si se dice embalaje deja de tener impacto de mercado. Pierde fuerza. Sin embargo, si decimos packaging toma impulso y todo parece mejor. O al menos eso dicen. Los anglicismos se apoderan cada vez más de los términos comunes de cualquier idioma. Parece ser la norma que impera en el mercado.

Sin duda en toda esta estrategia se concibe la idea de que el público en general es fácilmente influenciable. Se deja llevar por reflejos que le motivan. Ya sea un color vivo, una frase ingeniosa o un envoltorio que no había visto antes. Muchas veces hemos detectado que se venden productos simplemente por su envoltorio, casi sin importar su contenido. Si a muchos de esos clientes que han comprado ‘ese envoltorio’ les preguntáramos qué han comprado realmente seguramente responderían que en sí el producto no tiene nada de especial pero que les ha gustado tanto su formato, su embalaje, que ha sido prácticamente imposible decir que no a su compra. Puede parecer increíble pero funciona. Leí una frase hace años que decía que la mayoría de las personas no saben lo que compran. Sin referirse a ningún producto en concreto, se refería el autor a algo generalizado. La mayoría de la gente se decide en comprar un producto debido a ciertas circunstancias particulares. Uno mira el precio, otro su gramaje, otro quizá la calidad del producto y algunos simplemente el envoltorio porque les llamó la atención.

La influencia del marketing en la gente es mucho más grande de lo que podemos llegar a pensar. Las industrias han ido elaborando y desarrollando sus productos analizando, investigando y observando concienzudamente a sus clientes o a sus potenciales clientes. Ha sido un avance llevado a cabo de manera genial y que ha provocado que sea una estructura básica en casi todas las empresas del mundo. Al menos en las empresas que atienden el marketing. Porque aquí llegamos al punto en que nos encontramos con aquel individuo, pequeño empresario o gran empresa que no atienden a este factor clave y venden sin preocuparse en absoluto de seguir los cauces de las estrategias. Se olvidan del logotipo de empresa, no saben ni lo que es un eslógan, no se publicitan jamás y además no dan mucho valor o importancia al envoltorio en sí. Se fían y confían en que su producto y su calidad es suficiente y que no vale la pena malgastar ni tiempo ni dinero ni personal cualificado en ello para intentar vender más. Pero, ¿no hay empresario que no quiera ganar más? Parece que no, visto lo visto. Quizá hoy más que nunca nos damos más cuenta de todos esos productos que podemos ver en las estanterías de cualquier establecimiento sin ningún tipo de atractivo, incluso con factores que hacen de ese producto algo poco llamativo, poco deseado y con pocas opciones de ser vendido. Pero, sin embargo, continúan ahí en las estanterías. Algo ocurre. Acaso el poder del marketing no ha hecho efecto en ellos. Y tampoco han notado mucho factor negativo en sus ventas, porque si fuera así ya no venderían. Es curioso comprobar que en tiempos de crisis los consumidores cambian las pautas de comportamiento a la hora de comprar. Aquello que era capricho deja de ser necesario, para pasar directamente a fijarse en lo prioritario. Y lo prioritario importa por su precio. La calidad o la marca, el diseño o el embalaje pasan a un segundo plano. Y aquel producto que no era tan atractivo pero que tiene muy buen precio aparece de repente como deseado. ¿Cambian las personas o cambian las tendencias? Es cuestión de necesidad. La necesidad envuelve el momento y el marketing queda a un lado. O quizá no. El marketing se reinventa para pasar a ser atractivo mediante otras fórmulas, es decir, llamar la atención del ‘nuevo cliente’ con medidas que son ahora importantes y que antes no lo eran. El estudio del mercado y del cliente hace que el marketing vaya desarrollándose y cambiando según la necesidad. Sigue siendo importante pero hay que estar atentos a los vaivenes de la sociedad, de los mecanismos de conducta y de las causas que generan las compras.


«Las mayores equivocaciones vienen de aquellos que se creen más listos»

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Y es que es una verdad como un templo: cada día nos rodean más listos. Aparecen como las setas, en cuanto te descuidas aparece otro. No nos damos cuenta de que esto ya parece una plaga. Nos resignamos a convivir con ellos y cada día son más insoportables. Es como una moda, pero definitivamente ha dejado de tener gracia, y además no es pasajera, muy al contrario, se ha convertido en un arma arrojadiza en todas las televisiones, radios, prensa y en cualquier esquina por donde nos movemos a diario. Hay un ‘listo clásico’, aquel que ya conocemos y al cual no hacemos mucho caso, y del cual de vez en cuando nos reímos al oír sus historias y sus divagaciones; pero hay un ‘nuevo listo’, ese que se cree muy listo, o listo a secas, que cree que va a engañar al primero que se le aparezca, que va a conseguir lo que quiere fácilmente porque ‘es muy listo’. Y además lo sabe todo.

En cada grupo social se dice que siempre hay uno listo. Es el listo del grupo. Ese que siempre habla de todo, que sabe de todo, que nunca se queda callado y que no le importa ser el ridículo de todos con tal de llamar la atención. También podríamos denominarle ‘gilipollas integral’ pero todo viene por creerse listo. Es una costumbre, sobre todo muy latina, creerse más listo e inteligente que otro que está cercano. Para empezar se denota una falta absoluta de conocimiento con respecto al nivel intelectual del que está en frente, pero es que además se presenta un caso claramente desquiciado, que es creerse listo sin argumento alguno, dando a entender que él mismo se cree lo que está diciendo y lo que está pensando, comenzando a mostrar rasgos paranoicos bastante preocupantes.

«La ventaja de ser inteligente es que así resulta más fácil pasar por tonto. 

Lo contrario es mucho más difícil»

(Kurt Tucholsky)

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Ser listo o no es muy relativo. En algunas situaciones podemos actuar de forma inteligente y en otras no. No tenemos una varita mágica y las decisiones son tan continuadas que es difícil incluso contabilizar los resultados obtenidos. Sabemos por una simple cuestión de probabilidades, que a veces acertaremos y que a veces no. Solemos quedarnos y recordar con más frecuencia con las que no acertamos porque nos infringen pena y frustración; y sin embargo les solemos dar poco valor a aquellas veces que en las que acertamos, aunque realmente deberíamos sentirnos bien por haber tomado la decisión correcta o por haber actuado de la mejor manera y la más conveniente.

Pero creerse automáticamente mejor, más listo, mejor preparado, autoconvencerse de ello y además pregonarlo a los cuatro vientos trae consigo una imagen impropia de alguien que se pueda considerar sensato, humilde y buena persona. No se trata de ser timoratos se trata de ser consecuentes. No se puede ir por la vida de listo, aunque tengamos tantos y tantos casos a nuestro alrededor que indican que quizá no es mala artimaña, viendo sobre todo el éxito que tienen, máxime cuando la mayoría de la gente los trata de ‘listos’. Es decir, la mayoría sabe perfectamente que es tonto, aunque vaya de listo, pero le preparan la lanzadera para que obtenga el éxito deseado. Llegados a este punto habría que analizar seriamente a la sociedad que rodea a elementos de esa índole. Porque donde deberían estar es en el cajón de los recuerdos, bien escondidos y avergonzados.

Mucha gente acostumbra a confundir términos. Y no es lo mismo ser listo que parecerlo, que hacérselo o que ser realmente inteligente. Esto recuerda aquella frase que dice que cuando uno tiene mucho dinero no debe mostrarlo físicamente. Con la inteligencia debe pasar lo mismo, cuanta más se tiene menos se debe mostrar. Lo que quiere decir que se puede utilizar pero no mostrarla para aparentar. Cuanto más me digas que eres listo menos te creeré, viene a ser la conclusión de esta hipótesis. Pero la verdad es que ya cansa ver a tanto listo por todos lados, vanagloriándose de lo que no son, haciendo ver lo que no son, intentando hacer creer lo que no tienen, es decir, talento.

Cuando alguien es list@ se aprecia en seguida, tiene ese no se qué que le hace intuir ciertas cosas, adelantarse a otras, salir de algún problema, vencer las adversidades, analizar consecuentemente las posibilidades, tomar decisiones acertadas. Lo detectamos casi al instante porque tiene rasgos característicos. Por lo menos sabemos que de tonto no tiene ni un pelo. Los grados de listeza quedan en segundo plano y tampoco son tan importantes, pero cuando alguien no es tan list@ como pregona también lo detectamos pronto. O quizá antes. Depende del grado de gilipollismo que atesore. Nos damos cuenta de que no intuye nada, que no percibe nada, que no tiene empatía ni sabe negociar o discutir. Hay muchos tipos de listos pero destaca el espabilado.

No sabemos exactamente el motivo por lo que abundan esta clase de individuos pero ya comienza ser cansino. Incrustado en todas las esferas sociales, artísticas y mediáticas, parece que atesoran un atractivo que los hace ser imprescindibles, cuando la realidad es todo lo contrario. No nos hacen falta para nada, absolutamente para nada. Sin ellos todo andaría mejor, por lo menos sería todo más sensato, más racional y más sano. Señalemos a ese que se hace pasar por listo, que sólo intenta aprovecharse de los demás, y mirémosle a los ojos para que se dé cuenta de que no engaña a nadie, que sobra, que no tiene nada que ver con el resto de las personas que habitamos su mundo. Hagamos algo antes de que esto crezca y se haga completamente imposible erradicarlo.


«Si es planeado, es aburrido»

(Freddy Mercury)

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Cuando hablamos de un plan nos solemos referir a un programa o a un procedimiento que vamos a desarrollar para conseguir un determinado objetivo. Y cuando hablamos de planes los podemos imaginar de muchas maneras, pues hay planes en todos los terrenos. Lo que denominamos como planes personales son todos aquellos objetivos que nos proponemos a corto, medio o largo plazo. Siempre se ha dicho que preparar un buen plan es básico para poder llevar a buen puerto todas las iniciativas. Los planes han existido siempre y seguirán existiendo puesto que son la base de una buena estrategia. Hay multitud de planes y nos rodean a diario; todos los que ostentan cargos de responsabilidad nombran sus planes de forma habitual, ya sea porque suena bien o por justificar sus sueldos.

El caso es comentar y presentar la preparación de planes. Y de cada uno depende la cantidad y la calidad de dichos planes. Así a bote pronto surgen nombres de planes como los urbanísticos, los sociales, los empresariales y de negocio, los de pensiones, los deportivos, los estratégicos, los operativos, los de publicidad y marketing, sanitarios, militares, etc… En cualquier segmento o sector, ya sea en el ámbito personal, social o empresarial, aparecen nombres de nuevos planes, es un círculo vicioso que jamás se detiene. Pero si profundizamos en el tema nos daremos cuenta de que no todo el mundo sabe planear. Me refiero a planear algo concreto. La carencia de evaluar y analizar las situaciones para procurar una estrategia futura próxima se convierte complicada para muchas personas. Claro que hay muchos que son maestros de planear y eso tampoco significa que les dé resultado.

«El hombre tiene mil planes para sí mismo.

El azar, sólo uno para cada uno»

(Mencio)

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Ahora están de moda los ‘coachers’, esas personas que ayudan a motivarse a personas que no saben preparar planes personales de futuro y que se encuentran un poco perdidas. Existen los asesores personales, aquellos que te motivan y te aconsejan para sacar lo mejor de ti. Pero debemos partir de una base, y es que no siempre se van a cumplir dichos planes, de hecho, la mayoría de veces no se cumplen y hay que acudir a los famosos ‘planes B’. Quizá los planes B son los más importantes y todavía menos gente sabe prepararlos. Si hay mucha gente que es incapaz de preparar planes en general, hay que imaginar que preparar planes B es todavía más complicado para muchas más personas. Pero dichos planes B ya son casi más básicos que los planes A, puesto que se da por hecho que en un porcentaje altísimo los planes que diseñamos con anterioridad no van a salir adelante y hay que echar mano de los alternativos.

Dice la teoría que para planificar bien es básico tener uno o varios objetivos a realizar junto con las acciones requeridas para que concluyan exitosamente. Un proceso continuo de toma de decisiones para alcanzar el futuro deseado, teniendo en cuenta los inconvenientes, los obstáculos y el resto de problemas que puedan ir surgiendo durante dicho proceso. Hay factores internos y externos que pueden dar un vuelco al resultado final. Todo debe analizarse, desde lo más simple hasta lo más complicado. Hay que saber gestionar correctamente todas las posibilidades, visualizarlas, imaginarlas, ponerse en la mejor y en la peor de las situaciones posibles, y a partir de ahí saber moverse y, sobre todo, saber decidir.

«No dejes que los planes que tienes para ti

sean más importantes que tú mismo»

(Wayne Dyer)

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Ahí llega el momento clave, la madre del cordero como se suele decir, lo más difícil:  la toma de decisiones. Si para algunos ya es difícil preparar un plan y mucho más difícil crear planes alternativos, no hablemos ya de ir tomando decisiones a medida que los acontecimientos van tomando el poder de la escena en el momento determinado. Hay gente que tiembla a la hora de tomar decisiones y hay gente que no tiene ningún problema en ejecutarlas. Hay cuatro pasos o etapas que intervienen en el proceso según los expertos: 1) se comienza por identificar el problema (análisis de la situación); 2) para luego desarrollar las alternativas (planes); 3) y después elegir la alternativa más conveniente (toma de  decisiones); 4) para terminar con la ejecución del plan. Pero ejecutar el plan no significa que todo haya terminado y que el final sea efectivo, al contrario, ahí debe comenzar la elaboración automática del plan B, mediante el mismo proceso, pero visualizando por adelantado por donde va a fallar el plan A. Un nuevo proceso, más costoso incluso, puesto que planeamos sobre un plan ya revisado y ejecutado, que suele hacerse para que salga bien, con lo cual preparar uno alternativo ya da por hecho que admitimos el fracaso del anterior. Pero es evidente que lo necesitamos y debemos darle la misma importancia.

La experiencia actual nos dice y nos demuestra que el plan B quizá pueda salir bien pero que a lo mejor no es el definitivo. Hay que seguir elaborando planes alternativos sin saber siquiera si el plan anterior va a funcionar realmente. Con lo cual el análisis final de todo ello deriva en una sucesión continua e inacabable de preparación de planes sobre planes que desarrollan nuevos planes que se van cayendo o no son usados, o se usan para seguir elaborando otros nuevos. Una cadena de planes, algunos ejecutados, otros no, pero una puesta en escena necesaria, obligada y casi casi existencial. Saber decidir nadie lo tiene asegurado como tampoco nadie tienen asegurado el éxito. Y el transcurso lógico de los errores es el que nos hace más hábiles. Podríamos decir que la sucesión de tomas de decisiones erróneas nos ayudan, no tanto a elegir mejor en el futuro, pero sí a ser más precavidos, a elaborar mejor los planes o con mayor atención, aunque seguramente todo nos llevará a una determinación única: debemos seguir planeando.

«La vida es todo aquello que te va sucediendo

mientras estás ocupado haciendo otros planes»

(John Lennon)

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Diario de pensamientos: El turista ruso

Publicado: 5 de septiembre de 2012 en Diario de pensamientos
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Se ha convertido en los últimos años en el poder de seducción más deseado por todos los que se dedican al mundo del turismo en todo el mundo. Dicen que quizá el próximo fenómeno parecido a éste puede ser el chino, pero quizá no alcance las características de este icono. Los hay de todos los tipos, como es normal, desde el turista económico al más excéntrico, pero no cabe duda de que el turista ruso es hoy en día apreciado, codiciado y deseado por toda la industria turística mundial. ¿Razones? Quizá sólo una y determinante: gasta más que nadie en productos que cuestan muchísimo menos de lo que paga. Eso que había sido una constante con el turista norteamericano, que arrastraba la fama que por donde se le ocurría ir de viaje y ponerlo de moda provocaba automáticamente que subieran todos los precios del mercado, está ocurriendo en formato ampliado con el turista ruso.

Hay que analizar la situación porque es relativamente moderna. Hace poco más de 20 años se proclamó el fin de la Unión Soviética, un momento clave de la historia moderna. La antigua URSS se mantuvo intacta durante décadas gracias a su sistema político de partido único dominado por el Partido Comunista, y aunque era una unión federal de repúblicas soviéticas, estaba estructurada gracias a un gobierno nacional y una economía totalmente centralizados. Hablar de la URSS es hablar de Lenin, de Stalin, de la revolución rusa, de economía centralizada, de represión política y social, y también de muchísimas cosas más que no vienen al caso. Hablar de la URSS es evocar la guerra fría, la época de la amenaza continua de misiles y de una legendaria red de espionaje alrededor de todo el mundo.

La URSS y los EEUU dominaron el mundo hasta esa fecha de 1991. Eran los dueños de la política económica mundial, de los asuntos exteriores, de las operaciones militares, de los progresos científicos y de la supremacía deportiva.  Pero a finales de la década de los 80 apareció un personaje que será histórico, su nombre era Mijaíl Gorbachov y fue quien trató de reformar el Estado soviético con sus nuevas políticas de perestroika y glasnost. La URSS se colapsó y se disolvió en diciembre de 1991 tras un fallido intento de golpe de estado. Se convirtió en Federación Rusa y muchas repúblicas consiguieron su independencia y su estatus como nuevos países. Todas sus fronteras se vieron alteradas y sus mapas iban cambiando de la noche a la mañana.

Lo que hoy conocemos como Rusia sigue siendo el país más extenso del mundo, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Es el noveno país del mundo en cuanto a población, con más de 140 millones de habitantes. Y es el país que limita con más países del mundo, en concreto con 18. Y de un tiempo a esta parte es el turismo en más alto crecimiento del planeta. Nadie recuerda ver rusos en ningún país turístico hace 20 años. Fue a partir de la creación de la Rusia que hoy conocemos que el ciudadano ruso comenzó a visitar los destinos más típicos y clásicos de las guías turísticas mundiales. Llegaron en grupos de edades diversas, acomodados en hoteles baratos y gastando más bien poco y emergiendo la figura lenta pero segura de un nuevo símbolo turístico: el turista ruso.

Cuando hablamos del nuevo turismo ruso nos referimos a ese personaje, que puede ser joven, de mediana edad o ya de edad avanzada, que puede viajar solo, en pareja, en familia o en grupo, y que pone patas arriba todo el mercado turístico establecido allí por donde va. El incremento de las tarifas de los circuitos, hoteles, excursiones varían considerable según la nacionalidad del turista, pero en el caso del turista ruso está siendo escandalosa. Pero el secreto de todo ello es que paga y acata las tarifas sin ofrecer queja alguna. De hecho, se considera afortunado y se vanagloria de poder decir que él paga más que nadie, aún sin saber que el precio real de lo que está pagando es muchísimo menor de lo que realmente cuesta. Esto es un fenómeno relativamente reciente pero ya se puede considerar habitual.

Los comportamientos de los ejecutivos del mercado turístico, y las estrategias del mercado hacia ese turismo ha ido evolucionando y desarrollándose a la misma velocidad que el turismo ruso iba aumentando en cantidad y volumen. En la actualidad, más de 40 millones de rusos prefieren viajar a la República Dominicana como paraíso particular en el caribe. Es decir, que el número de turistas rusos que pueden viajar a ese país en los próximos años puede ser escandaloso, pero ese efecto está ocurriendo en otros países ahora mismo y va a ocurrir con otros en el futuro. El turista ruso, por norma general, prefiere los destinos con playa, buen clima y calidad hotelera y de servicios. No le importa pagar más si con eso está garantizado el confort, la calidad del servicio y las amenidades más atractivas.

Pero el turista ruso no se contenta solamente con la oferta de playa, sol y hotel turístico, también quiere oferta cultural, por eso prefiere países que posean una buena variedad de dicha oferta, al igual que tenga un buen contenido histórico. En algunos países asiáticos, cuando los precios bajan debido a que es su temporada baja, en muchos lugares muy turísticos no han bajado debido a la afluencia de turistas rusos que provocan el crecimiento de dichos precios. De hecho, en muchos lugares turísticos asiáticos ya es normal encontrar los menús y las cartas de los bares y restaurantes en inglés y en ruso como norma y si se les pregunta el porqué es fácil conocer la respuesta. Lo cierto es que el turista ruso es muy exigente, lógicamente porque paga mucho por su viaje y quiere lo mejor. Todo le parece malo y quiere la excelencia por regla general.

Es muy habitual ver cómo el turista ruso es capaz de pedir la botella de vino más cara de la carta o el coñac o whisky más caro por el simple hecho de eso precisamente, de ser los más caros del establecimiento. Y como bien se sabe en el mundo de la hostelería, no por pedir el producto más caro se entiende más del producto en sí ni hay garantía de que nos vaya a gustar dicho producto. El precio de los productos a menudo llevan a engaño al consumidor, sobre todo a ese turista ruso que es capaz de pedirlo simplemente porque tiene el dinero suficiente para ordenarlo. Tampoco se sabe cuánto durará este fenómeno y si tiene fecha de caducidad, pero todos estaremos de acuerdo que los empresarios de hostelería, de hoteles y de turismo deben estar rezando para que dure muchos años y para que si puede ser siga en aumento. La frase cinematográfica tan famosa ‘Desde Rusia con amor’ encuentra en este aspecto su escenario más ideal.

 


«Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos»

(François de La Rochefoucauld)

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Llama poderosamente la atención la facilidad que tiene la gente en admirar a otra gente de la cual no sabe absolutamente nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual. Admirar tiene múltiples significados, puesto que podemos aplicar el verbo a varias escenas. No es lo mismo admirar a unos padres que a unos hermanos, como no es lo mismo admirar a un famoso que a un gran amor. La admiración causa perplejidad por lo fácil que resulta entregarse por parte de alguien a lo que ejecuta la otra persona de forma casi reverencial. Para algunos, la admiración hacia alguien representa la envidia que tenemos  por ella. Mucha gente ansía la popularidad, el reconocimiento y la fama. Otra, sin embargo, quiere pasar de puntillas, sin hacer ruido. Y entre ambas opciones hay una gran diferencia.

Da la sensación como si a muchas personas les entrara una necesidad fisiológica de entregarse en cuerpo y alma hacia otros. Una admiración fuera de toda regla y de toda naturalidad. Porque una cosa es la atracción hacia algo o alguien, de manera natural, porque el individuo refleja de forma espontánea ese reflejo de buscar lo que le gusta, o lo que cree que le gusta. Muchos estudios demuestran que la admiración por el otr@ hace perdurar las relaciones sentimentales hasta el día en que esa admiración deja de influir en una de las dos personas. Aunque suele ser habitual que la admiración hacia la pareja se demuestra más por parte de una que por las dos, aunque puede también mostrarse así, aunque no es tan habitual. La atracción fuerte hacia algo puede llegar a confundir realmente la sensación y el sentimiento. Una cosa que hoy nos vuelve locos mañana quizás no represente nada. Y ahí llega la inevitable pregunta: ¿realmente nos gustaba tanto?

«Admiramos las cosas por motivos, pero las amamos sin motivos»
(Gilbert Keith Chesterton)
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Relativizar no suele ser una forma de actuación, quizá porque el ser humano percibe algo que le gusta y quiere maximizarlo, agrandarlo y hacerlo todavía más grande de lo que quizá es. También es cierto que hay muchas cosas por las que hemos sentido devoción, atracción o admiración y casi no lo hemos percibido como tal, y con el paso de los años es cuando nos hemos dado realmente cuenta de lo devotos que éramos, de lo atraídos que estábamos y de la admiración que sentíamos por todas ellas. Pero, como hemos adivinado, hay muchas formas de admirar, aunque la que resulta más sorprendente es aquella en la que se admira a alguien a quien no conocemos en absoluto, por mucho que creamos que sí.

«Lo que sorprende, sorprende una vez,
pero lo que es admirable lo es más cuanto más se admira»
(Joseph Joubert)
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Me estoy refiriendo a famosos, actores, artistas, músicos, deportistas, etc. Que alguien nos guste por su forma de interpretar, por su forma de crear no debe ser un instrumento infalible para tener que admirarle eternamente. Hay que aprender a separar el arte del artista, es decir, nada tiene que ver el carácter y la forma de ser de alguien con lo que idea, fabrica, inventa, escribe, actúa, pinta o esculpe. Si mezclamos todo llegaremos a la conclusión equivocada de que nuestra admiración por esa persona raya la locura. Y ejemplos de ello los tenemos a nuestro alrededor cada día.
«Nada levanta tanto al hombre por encima de las mezquindades de la vida como admirar,
sea lo que sea o a quienquiera que sea»
(Thomas Carlyle)
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Si lo analizamos bien, llegaremos a la conclusión de que si sentimos realmente admiración por alguien, es por ese alguien al que conocemos verdaderamente bien, esa persona con la que hemos compartido buena parte de nuestra vida, esa persona que ha estado a nuestro lado durante mucho tiempo, de quien hemos aprendido mucho, de quien hemos observado mucho, de quien hemos sabido aprovechar su tiempo, sus palabras, sus sonrisas, su pensamiento, sus ideas, sus emociones, su amistad, su amor, su ayuda, su apoyo, su ilusión y sus sueños. Todas esas personas que han sido capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos, los que nos han ayudado a saber tropezar de otra manera, esa gente que ha sabido darnos el empujón en el momento adecuado.
«Asusta pensar que acaso las admiraciones más sinceras que tenemos
son las de las personas que no nos han comprendido»
(Benito Pérez Galdós)
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Diario de pensamientos : Desempleo

Publicado: 23 de agosto de 2012 en Diario de pensamientos
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«Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida»
(Confucio)
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En sociología se sostiene que la división de trabajo lleva a la evolución social. La misma naturaleza colectiva del trabajo humano y el sistema de relaciones sociales que lo conforma, hace del trabajo un centro de atención constante para la sociología. De hecho, el conflicto social derivado de las relaciones laborales es una de las cuestiones más estudiadas en esa rama. Si analizamos el comportamiento humano desde el inicio, nos damos cuenta de que el trabajo, durante la mayor parte de la historia de la civilización era considerado una actividad despreciable. Siempre se consideró por parte de todos los dogmas religiosos de algo costoso para el hombre. Según los griegos, sólo el ocio recreativo era digno del hombre libre. La esclavitud estaba vista como la forma predominante de trabajo, que nadie quería hacer.

Con la revolución industrial, se vincula el trabajo con la democracia y el sindicalismo, pasando a ser la esclavitud un trabajo asalariado. Y a partir de ahí, se valora de forma diferente, se dignifica y se le menciona como algo positivo por primera vez. La ciencia sociológica, como la ciencia política aparecieron de forma tardía bien avanzado el siglo XX, pero no por eso muchos sociólogos profundizaron mucho sobre este terreno. Figuras de la altura de Weber o Durkheim descubrieron nuevas formas de concebir el asunto. Al trabajo le surgieron distintos campos de análisis, como la división del mismo, la clase social, el conflicto o el poder. El trabajo siempre estaba detrás de todos estos estudios. La población activa, el demandante de trabajo, el ofertante de trabajo. Junto con la economía, ya fuera micro o macro, el trabajo estaba presente.

«Cuando el trabajo es un placer la vida es bella.
Pero cuando nos es impuesto la vida es una esclavitud»
(Máximo Gorki) 
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Cuando hablamos de desempleo, desocupación o paro, dentro del mercado de trabajo, hacemos referencia a la situación del trabajador que carece de empleo, y lógicamente, de salario. Gente preparada y capacitada para trabajar pero que carece de un puesto de trabajo. El concepto de trabajo ha ido evolucionando hasta convertirse en algo totalmente prioritario para el 95% de la población mundial. Con ese puesto de trabajo se consigue el salario que permite cumplir con los mínimos establecidos para poder vivir. Y sin esos mínimos es imposible poder subsistir. En muchas constituciones de muchos países del mundo está considerado como un derecho, aunque luego no se cumpla y no ocurra nada por ello.

Se puede hablar de que el trabajo dignifica al hombre, que le honra, que le hace sentirse útil. Podemos repetir la frase que encabeza este post y que pronunció Confucio en momentos muy diferentes, y elegir un trabajo que nos guste para que no tengamos que trabajar ni un día de nuestra vida, pero hablar es fácil cuando la realidad es otra. Trabajar se ha convertido en un privilegio y conseguir el dinero mínimo para poder cumplir todas los gastos necesarios para afrontar las necesidades básicas supone el principal problema de la mayoría de la gente en todo el mundo, porque el problema, como todas las cosas, ya es global. No se trata de elegir el trabajo que a uno le gusta, se trata de conseguir un trabajo. Y a partir de ahí ver las posibilidades de futuro.

En la Edad Media, por ejemplo, el problema del desempleo como se entiende hoy en día no existía como tal, había gente sin trabajar. Pero es curioso que a todo aquel que no trabajaba se le consideraba holgazán o vago. Hasta el siglo XIX en Inglaterra estaba considerado el desempleado como inadaptado y trotamundos que dormía a la intemperie y deambulaba por la calle por la noche. Quizá cuando se ve y se descubre al desempleo como un fenómeno a considerar fue a finales del XIX y a principios del XX. Se formaron incluso comisiones gubernamentales para estudiarlo y resolverlo.  Ahí ya estaba considerado el desempleo como una epidemia. A principios de los años 20 todo el mundo occidental experimentó una recesión tras otra y culminó en la Gran Depresión desde 1929. Tras la Segunda Guerra Mundial se experimentó el efecto contrario y se generó un auge económico que disminuyó el desempleo. Quizá cuando comienza la década de los 70 con la crisis del petróleo se comenzó a generar el fenómeno de los despidos. A partir de ahí el efecto del desempleo no se ha detenido y ha ido en aumento convirtiéndose en un auténtico problema mundial.

Hoy se calcula que hay 48 millones de personas desempleadas en países de la OCDE (34 países). Pero lo más preocupante es que de esos 48 millones muchos llevan más de dos años sin empleo, que se calcula en casi 8 millones. Y no parece que el tema vaya a cambiar. El problema radica principalmente en los jóvenes y los menos cualificados. Pero no importan si los jóvenes están convenientemente preparados o no, puesto que caen en las redes del desempleo de la misma forma y con pocas opciones de mejora. Los sistemas de mercado actuales necesitan del pleno empleo, es una herramienta necesaria para el consumo, sin el cual la rueda no gira. No hace falta ser economista ni gurú del momento para darse cuenta de ello. NO se trata de estimular la inversión si no hay nadie que pueda comprar lo que se va a fabricar. Para los empresarios la razón es el coste de los salarios. Para los trabajadores, la ambición desmedida de los mercados y las grandes empresas, que parecen estar regidas o dirigidas por entes no humanos que sólo están creados para generar más beneficios.

Lo peor del asunto es que no hay perspectivas optimistas al respecto. Y es cuando aparece la pregunta inevitable: ¿No hay ideas? ¿O realmente se quiere generar este fenómeno por parte de gobiernos, organismos, mercados y multinacionales? Para solucionar un problema primero hay que tener conciencia de que se tiene tal problema, para luego tomar cartas en el asunto e intentar solucionarlo, pero hace falta querer solucionarlo. Y todo lo que va sucediendo a diestro y siniestro demuestra que o no se tienen las capacidades necesarias o realmente no se desea cambiar la tendencia. Cada uno puede extraer sus propias conjeturas pero la realidad sobresale por encima de todo. El reto ante el que se encuentran los políticos de todos los países OCDE es demoledor. Quizá ni ellos se den cuenta de tal reto. Porque quizá para ellos no representan ningún reto, tan sólo un problema coyuntural que les ha tocado vivir en su época y que esperan que pase pronto por medio de los cambios cíclicos.

El problema para la población mundial sigue siendo que está gobernada por un grupo muy poco capacitado, muy dependiente del mercado o de los mercados que les dictan los pasos a seguir, muy poco dados a plantar cara al capital y a las  grandes empresas y que sólo piensan en prepararse una buena carrera para ellos y sus avenidos. Se acabó el compromiso del trabajador con la empresa, puesto que la empresa no tiene ningún compromiso con el trabajador. Se acabó esa unión en pos de un objetivo concreto. Se acabó lo de pensar que uno puede pertenecer a una empresa concreta, tan sólo se sobrevive durante un tiempo en esa ella para luego cambiar. La inestabilidad aumenta y la crisis no deja de avanzar. Se deben cambiar las reglas del juego, donde siempre ganan los mismos. Se deben girar las tornas para que todo cambie, y no para que todo siga igual o peor. El fenómeno del desempleo va en aumento y ya es imparable. Nadie tiene la varita mágica para hacer cambiar de raíz el problema, y todos aquellos que podrían hacer algo, siguen sentados, contemplando el panorama desde su balcón, esperando que algo cambie, esperando no saben qué.

«Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo»

(Benito Pérez Galdós)

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«La mentira es un triste sustituto de la verdad,
pero es el único que se ha descubierto hasta ahora»
(Elbert Hubbard)
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No nos damos cuenta, o quizá sí, que cada día es más habitual vivir rodeados de mentiras. Por todas partes, por todos lados, las mentiras nos acosan, nos envuelven y nos aprisionan hasta llevarnos a un territorio que es el habitual. Un zona de confort cotidiana donde parece que nos encontramos a gusto y de la cual no queremos salir. Parece como si vivir en la mentira nos evadiera de la realidad y nos diera ánimo y energía para seguir nuestro día a día. Simplemente, triste. Se dice que la mentira es aquella declaración realizada por alguien que cree o sospecha que es falsa en todo o parte, y que espera que los que la escuchan la crean, intentando ocultar siempre la realidad de forma parcial o total.
Mentir implica decir un engaño. Mentir es decir una mentira, no es faltar a la verdad. Ser mentiroso es decir mentiras. Visto así todos somos mentirosos. De una forma u otra. Pero nadie lo reconoce. Nadie es capaz de mirarse al espejo y reconocer que miente a menudo y mucho más de lo que se podría imaginar. Encontramos estudios que han descubierto que decir la verdad cuesta menos que decir una mentira. Mentir puede ser un auto reflejo para sentirse aliviado, para salir de una situación determinada. Pero lo más normal es mentir para no tener que decir la verdad. La verdad a veces no es bienvenida, o no es conveniente. También mentir es fingir o simular. Si analizamos el tema por encima, nos damos cuenta de que las mentiras están mal vista a modo general, pero todo el mundo las usa. Aquí aparece la hipocresía para apoderarse de la escena, como suele ocurrir normalmente.
«De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes»
(Jules Renard) 
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Incluso hay gente que califica  las mentiras: las denominan piadosas, buenas, malas o simplemente, peores. Seguimos con la hipocresía e introducimos el cinismo. Otro invitado estelar en este juego. Aquí parece que se trata de justificar más que de enmendar; sabemos que hemos mentido pero nos justificamos rápidamente diciendo que tampoco era para tanto. Según Tomás de Aquino hay tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa. Lógicamente, la última es la peor. Las otras dos son justificables. Más hipocresía al canto. Se dice que la mentira más grave es la calumnia, imputando a alguien que en principio es inocente de una falta no cometida quizá para aprovecharse maliciosamente de esa calumnia. Si esto fuera cierto, las mentiras graves abundan, y en todos los ámbitos cotidianos de nuestra vida. Pero parece que ya no nos importa demasiado.
«El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido,
porque estará obligado a inventar veinte más
para sostener la certeza de esta primera»
(Alexander Pope)
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Hemos aprendido a convivir con la mentira, con toda clase de mentiras. Hemos sobrevivido a ellas, nos hemos acostumbrado a reconocerlas, a descubrirlas y a perdonarlas. Ya ni nos quejamos de ellas, bueno, alguna vez sí, pero tampoco ponemos mucho empeño en combatirlas, quizá porque nos hemos dado cuenta de que es inútil luchar contra este fenómeno cada vez más creciente. Sabemos cuando nos mienten y hasta sonreímos. Vivimos en la mentira constante y ni nos inmutamos. La clase política mundial es el ejemplo perfecto de cómo mentir como norma y como forma de vida, y aunque todo el mundo o la mayoría les delata y los descubre, siguen actuando de la misma forma, porque el mentiroso se ha dado cuenta de que aunque lo pillen puede seguir actuando de la misma forma, porque no pasa absolutamente nada.
«El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad»
(Aristóteles)
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Hay gente que se indigna cuando es engañada y arremete contra ello. Pero cada vez es más difícil encontrarse con estas reacciones. La mentira está anclada incluso donde uno nunca podría imaginarse, en los medios de comunicación, que deberían ser los garantes de la información verídica y real. Porque no nos engañemos a nosotros mismos, la manipulación llega a tal extremo que ya nada de lo que vemos ni oímos ni lo que nos cuentan parece que tenga fundamento. Todo es algo así como ‘he oído’, ‘me han dicho’, todo posee una parte verídica y una parte falsa. Desconfiamos porque estamos acostumbrados a que nos engañen y a engañar. Y el ser humano aplica sus defensas según sus experiencias, en principio es muy previsible. No hace falta que le engañen mucho para que ya piense que le van a engañar siempre o de nuevo. Escuchamos mentiras durante todo el día y nos la tomamos con serenidad, con talante. Hemos aprendido a saber encajarlas de forma natural y con carácter.
«El aspecto romántico del mentiroso se esfuma cuando lo trasladamos a la vida real»
(Elvira Lindo)
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La mentira es hoy el pan nuestro de cada día, en todos los sectores y en todos los medios. Y mucha gente la ha adaptado a su forma de ser como un conjunto de características propias, una forma de mostrarse. Y tampoco importa si se dan cuenta que mentimos o no, eso tampoco tiene tanta importancia. Las mentiras se acumulan encima de la mesa sin darnos tiempo suficiente para poder archivarlas, guardarlas u olvidarlas. Es tal la cantidad y la rapidez como se multiplican que ya nos hemos resignado a ni siquiera clasificarlas.
«Lo que me preocupa no es que me hayas mentido,
sino que,
de ahora en adelante,
ya no podré creer en ti»
(Friedrich Nietzsche)
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Leía hace unos días que una pareja en paro y con pocos recursos había devuelto a su dueño una cantidad considerable de euros encontrados en la calle. Algo inaudito en los momentos que vivimos y dado el ambiente que se respira en la sociedad moderna actual a escala mundial. Porque no hay que ser hipócrita para reconocer que la gran mayoría de nosotros no devolvería ya no un sobre repleto de billetes, sino cualquier otra  cosa que encontráramos caída en el suelo o abandonada en un banco del parque por el que transitáramos. No es pensar mal, es simplemente describir una situación que se repite y se ha repetido desde que tengo uso de razón. Muchos dirían que se trata de cultura, que lo que has visto hacer desde tu infancia lo llevas a la práctica como un imitador, más allá de pensar si lo que haces está bien o mal.

También es un tópico por el que muchos apuestan cuando recuerdan que en culturas muy educadas y con gran sentido de la responsabilidad, del respeto por lo ajeno, como por ejemplo los países escandinavos, esas cosas no suceden, ya sea porque les han educado de esa manera o porque está mal visto quedarse con lo que no es de uno. Uno que ha vivido algún tiempo en uno de esos países se quedó sorprendido cuando se dio cuenta de que hay que cerrar todo, incluso las neveras de un hotel, por miedo a que alguien robe, o a atar y atar a conciencia, una bicicleta porque si no desaparece.  Claro es que no se puede comparar la paranoia que existe en ese país porque alguien se apropie de algo que no es suyo con la que existe en otros países del planeta.

Pero una cosa queda clara, cuando una persona pierde algo, sea de donde sea, la pierda donde la pierda, la da por perdida. Y a eso lo llamamos ‘objetos perdidos’. Encontrar o no un objeto perdido es como la lotería, puedes jugar tantas veces como quieras, pero nadie te garantiza que te vaya a tocar. Recuperar un objeto perdido es sinónimo de alegría, pero una alegría desbordaba, un suspiro eterno, largo, duradero, porque nadie nos hubiera podido garantizar volverlo a encontrar. Y cuando das una cosa por perdida y ves que la recuperas la alegría es múltiple.

Otra cosa es que lo que te encuentras sea o no de utilidad, le des o no un valor, veas si lo necesitas o no, te enriquezca o no, te haga más feliz o no. Son grados de valores que cada uno calcula según el momento del descubrimiento y de su estado de ánimo. Siempre he pensado que encontrarte una moneda es un signo de buena suerte, independientemente del valor de ésta, porque seguramente no me hará mucho más rico, pero el hecho de encontrarla te saca una sonrisa en cualquier momento. Y en ese momento no piensas si a alguien se le ha caído, si alguien la ha perdido…lo único que se te pasa por la cabeza es que has encontrado una moneda y no suele ocurrir.

Pero me llama la atención un suceso ocurrido hace unos días en Berna (Suiza). Un famoso músico local, Alexander Dubach, conocido mundialmente por interpretar obras de Paganini, viajaba en un tren de Berna junto a un valiosísimo violín Stradivarius valorado en varios millones de euros y prestado por un desconocido propietario que permanece en el anonimato,  cuando se apeó del tren y olvidó el instrumento dentro del tren. Hay que estar en Babia para olvidar semejante instrumento pero aquí tenemos un claro ejemplo de que el citado Dubach ya dio el objeto por perdido y sólo se preguntaba cómo iba a poder devolver el dinero que costaba a su propietario. De hecho confesó que nunca había tenido tanto miedo.

Y ahora viene lo bueno de la historia. Mira por donde el violín fue encontrado por un joven llamado Pascal Tretola que lo depositó un día y medio más tarde en la sección de ‘objetos perdidos’ sin tener ni idea de su incalculable valor. Lo que no sabía el joven Tretola es que Dubach había denunciado la pérdida del instrumento y la policía ya había revisado las cámaras de seguridad, advirtiendo que un joven con su misma cara lo había sacado de la estación. Una vez que depositó el violín en la oficina de objetos perdidos se dio cuenta de que estaba siendo buscado por la policía.

El propietario del Stradivarius y el músico quisieron recompensar después al joven por su honorable reacción pero ellos mismos reconocieron que Tretola no pidió recompensa alguna y que tampoco aceptó ninguna cifra. Lo que me llama la atención es la denuncia del suceso como si el instrumento hubiese sido robado cuando no era cierto. La imprudencia de Dubach pudo hacer que perdiera el violín para siempre y, sin embargo, la buena acción del joven nos hace pensar que a veces encontrarse un Stradivarius no te va a cambiar la vida en absoluto, por mucho que esté valorado en varios millones de euros, en todo caso, igual sirve para que te lleven a la cárcel por haberlo encontrado. Ironías de la vida.


«En esta vida algunos hombres nacen mediocres,
otros logran mediocridad
y a otros la mediocridad les cae encima»
(Joseph Heller)
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Dicen que uno se forma, que hace su propio camino, que va cosechando lo que sembró. Dicen que cada uno va diseñando su futuro de una forma u otra. Dicen que nada es por casualidad, que todo tiene una causa y un porqué. Nada es porque sí. Todo es por algo. Las casualidades se apartan para dejar paso a realidades.

Dicen que uno suele merecer lo que se va encontrando en la vida y esa clase de ejemplos los vemos a diario a nuestro alrededor. No hace falta ser demasiado listo para reconocer errores. Cierto es que a algunos les cuesta más enseñar sus equivocaciones, como si éstas fueran a evaporarse por el mero hecho de no identificarlas.

Cuesta, es verdad, ponerse delante del espejo y comenzar a expulsar todas las disculpas, las excusas eternas que no sirven para nada, sino para justificar lo injustificable. Cuesta, es cierto, plantearse ser crítico con uno mismo y analizar seriamente, con detenimiento todos esos puntos donde uno peca de ambicioso, de soberbio y de altanero. Cuesta mirarse al espejo y reconocer lo que no se desea reconocer, aunque sea inevitable.

«Una de las mayores pruebas de mediocridad
es no acertar a reconocer la superioridad de otros»
(Jean Baptiste Say) 
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Y es que el hombre deambula por el borde del precipicio constantemente, ese precipicio creado por su imaginación que le asoma al laberinto de la mentira constante, de la burla más densa y más difícil de borrar. Acaso cueste menos ponerse la capa por encima, taparse y guarecerse ante los acontecimientos, mirar para otro lado, desaparecer del territorio realidad por un instante, para aparecer, por arte de magia, al otro lado del charco y sin haberse mojado.

Quizá es más fácil saltar el lago que nadarlo, aunque nadie se lo crea. Por lo menos se intenta, no vaya a ser que la posibilidad siempre estuviera  ahí y no la quisimos ni ver. No cuesta enfrentarse, cuesta asomarse. Puesto que cuando uno decide encarar o no, se da cuenta de que sus propios esfuerzos son realmente más poderosos de lo que incluso imaginaba una vez que se ha decidido a acometer la realidad.

El aumento de la mediocridad es potencialmente superior al de brillantez. Y por algo será. La mediocridad es plato de cada día, pero cuando se trata de encontrar brillantez el panorama cambia radicalmente. La creatividad, la lucidez y el talento están en clara recesión, aunque habría que preguntarse si alguna vez estuvieron en auge. Sí es cierto que en muchas fases de la Humanidad ha habido momentos de creación continua, con una dosis tremendamente alta de inspiración, pero era una minoría y extraída con cuentagotas entre tanto manantial de estupidez.

«Sólo conviene la mediocridad.
Esto lo ha establecido la pluralidad,
y muerde a cualquiera que se escapa de ella por alguna parte»
(Blaise Pascal) 
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Siglos y siglos después del inicio, la mediocridad anida en cada esquina, en cada hogar, en cada empresa. No podemos contabilizarla porque no seríamos capaces de hacerlo. No parece que esta tendencia vaya a cambiar, muy al contrario, el hecho de que no estemos rodeados de talento hace difíciles todas las situaciones por las que las sociedades deben aprender a caminar.

Y es realmente complicado darle la vuelta a la tortilla. Desafortunadamente, sucede lo inevitable. Es decir, aumentan las situaciones de desesperación, de inutilidad y de impotencia ante tanta mediocridad. Y parece que ya nos hemos acostumbrado a ella de una manera bastante natural, asumiéndola como una idiosincrasia  general de todos los seres humanos y de todas las sociedades,  y eso nos conduce tan sólo a tendernos y resignarnos ante ella.

Deambulando por la mediocridad es como nos vemos a diario. Casi sin otra opción. Es una realidad triste, una falta absoluta de energía que contagia por encima de todo, que no permite escapar hacia otra dimensión y que supera todas las cotas para intentar, al menos, conseguir otro escenario. Los acontecimientos negativos se suceden, y para breves momentos de genialidad nos vemos sumergidos en un océano de absolutamente nada, un vacío existencial que no permite salir a flote y volver a coger un poco de aire. Y nos vemos rodeados de personas gente que se creen alguien, que se creen importantes, que se creen indispensables, mientras no se dan cuenta de que en realidad no son absolutamente nada, que lo cierto es que son inútiles, ineficaces, soberbios, dispensables y altamente desprovistos de algo parecido a la brillantez.

Por donde quiera que miremos los argumentos corren en contra. No divisamos luces que brillen entre tanta oscuridad. Pensamientos escasos, ideas leves y vanas, energías vacías, esfuerzos no correspondidos, alimentando la desesperación. Rodeados estamos de toda esta oscura realidad, sin vislumbrar cambios, atisbos de que en algún momento algo pueda cambiar. No. No es posible. Nos damos cuenta y nos rendimos. No podemos ni siquiera imaginar que podamos abrigarnos de motivos que nos cambien la idea, que nos ayuden a soportar la escena que nos tocó vivir. No sabemos ni cómo imaginar otro escenario que no sea este. No hay ilusión. Tan sólo decaimiento. Seguimos deambulando entre la mediocridad.

«Los hombres mediocres,
que no saben que hacer con su vida,
suelen desear el tener otra vida
más infinitamente larga»
(Anatole France)
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Hay ciertos oficios que se han perdido. Han desaparecido con el lento pero implacable paso de los años. Eran oficios muy habituales, muy familiares, pero lentamente, sin casi percibirlo, van eliminándose y esfumándose casi por arte de magia. El desarrollo social y el mercado cada día más tecnológico parece un motor demasiado potente para aquello oficios que no han podido enfrentarse al lento pero seguro cambio de evoluciones.

Uno de los oficios que todavía perduran y que incluso llama la atención por ello es el ilustre ‘limpiabotas’. El famoso limpiabotas o lustrabotas (según el lugar), es aquella persona que se encarga de limpiar y dar lustre al calzado de todos esos clientes que de vez en cuando o a diario desean diferenciarse de los demás por el brillo de sus zapatos. Casi siempre han sido hombres los que lo han practicado, y en generaciones anteriores, y no tan anteriores, eran niños. Es un rol que en muchas sociedades está mal visto, aunque en otros lugares permite a muchos padres de familia aportar un dinero imprescindible para el sustento de su familia. Además se sienten muy orgullosos de realizar dicho oficio.

Algunos limpiabotas han desarrollado su negocio de mercado arreglando el calzado y haciendo otras funciones. Muchos de ellos han servido para dar conversación a adinerados hombres de negocios que descargan sus problemas frente a un tipo que nada tiene que decirles pero tampoco parece escucharles. Dos mundos paralelos distanciados por una altura que supone el asiento del ciente y el pequeño taburete del limpiabotas que le llega a la altura del zapato del susodicho individuo. La célebre frase ‘no le llega ni a la suela del zapato’ se ajustaría perfectamente a esta descripción.

Muchos famosos y personalidades de la historia confesaron haber comenzado su andadura profesional mediante dicho oficio, entre ellos destacaron cantantes, actores y presidentes de naciones, aunque suene un tanto surrealista. Hoy en día es denunciable que muchos niños se vean obligados en muchas partes del mundo a ejercer dicha profesión para poder así ayudar a sus familias. Es una escena muy popular en muchos rincones del planeta, como también es normal contemplar como muchos niños repartidos por todo el mundo se ganan el sustento mediante la limpieza de los cristales de los vehículos que circulan por alguna avenida de alguna gran ciudad.

Incluso en algunos países para ser limpiabotas requiere de una licencia especial, como en el caso de la India. En México, el limpiabotas de toda la vida sigue ocupando buenos lugares en calles y plazas céntricas, esquinas elegidas, y sigue brillando a pesar del paso de los años. En su mayoría ya son gente de edad que se supone han permanecido al pie del cañón durante muchos años de su vida, aunque la mayor parte de ellos siguen haciendo su trabajo de manera amable y siempre con una sonrisa en el rostro.

Quizá sería interesante preguntarles cómo va el negocio, si han notado la crisis, si muchos clientes fijos han dejado de volver, qué edad media tienen sus clientes, qué tipo de cliente acostumbra a probar su asiento; en fin, infinidad de preguntas te asaltan cuando ves a uno de ellos y no estaría de más pararse una tarde a su lado y charlar sobre las experiencias de su oficio. Seguramente, muchísimas anécdotas saldrían a la luz, muchísimas historias personales, una infinidad de escenas vividas y muchas horas lustrando zapatos.

Vittorio de Sica estrenó en 1947 una película que tenía que ver con dos jóvenes limpiabotas que soñaban con comprarse un caballo. Estaba ambientada en la Roma de la postguerra, una época de penurias, donde la única forma de conseguir dinero era trapicheando en el mercado negro, intentando conseguir lo que fuera entre la escasez, los pocos recursos y un negro futuro alrededor. Se habla de crisis global pero se olvida muy fácilmente el pasado, aunque el panorama no es idílico y las injusticias, la pobreza y las penurias siguen estando latentes, en el  primer mundo la mayoría de la gente sigue sin saber valorar lo que tiene, lo que posee, lo que ha conseguido y lo que puede conseguir. Y no se trata de conseguir cosas materiales, sino las cosas más básicas, esas primeras prioridades de vida, eso que ni siquiera entendemos imprescindibles por tenerlas tan al alcance de la mano.

Quiza, quién sabe, en algunos años, todos esos que andan perdidos entre teléfonos de última generación, puede que se encuentren en una situación de precariedad que les obligue a deambular por la calle en busca de esos recursos primarios, esas primeras necesidades que parecen garantizadas por el espíritu santo. Quizá, quién sabe, las tornas cambien y veamos cosas inauditas, aunque muchas las imaginemos, la realidad siempre superará a la ficción, como siempre. Porque el ser humano no aprende y se verá abocado a revivir sus errores. A revivir la historia que nunca quiso contar. A experimentar todo aquello que una vez le contaron y que creía que sólo existía en los libros de Historia. El ser humano sigue siendo capaz de repetir lo que nadie puede imaginar. Y porqué no podremos ver al hombre de traje sentándose al otro lado del limpiabotas para experimentar, sólo por simple necesidad, el hecho de tener que dar lustre a una viejas botas.


«¿Quieres ser rico?
Pues no te afanes en aumentar tus bienes,
sino en disminuir tu codicia»
(Epicuro de Samos) 
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Siempre se ha dicho (y con los ejemplos diarios que tenemos a nuestros alrededor podemos certificarlo) que los partidos de derecha benefician a los más ricos, a los adinerados, a los empresarios. Esto es así. No hace falta ser un ‘experto’ en la materia, aunque ahora estén tan de moda. Los ricos son esa clase de gente que cuanto más tienen más quieren, y nunca se dan por satisfechos. Y si para conseguir ese más necesitan cualquier paso aunque sea un tanto poco ortodoxo no dudan en acometerlo, con frialdad, seguros de sí mismos. La riqueza es un mal humano, puesto que el mismo ser humano nunca está satisfecho con lo que tiene. En esa clase de ricos podríamos entrar todos, puesto que la mayoría ambicionan el dinero por encima de todo, aunque de puertas hacia afuera se diga lo contrario.

Pinçon-Charlot y Michel Pinçon son dos investigadores en ciencias sociales en el Centro Nacional de Investigación Científica en Francia. En 2010 publicaron el libro ‘El presidente de los ricos’, refiriéndose a Nicolas Sarkozy. Su historia es curiosa. Han dedicado media vida a recorrer los espacios de los ricos, han descubierto a fondo sus barrios, sus palacios y sus mansiones. Conocen a la perfección a los más ricos de Francia. Han escarbado en sus detalles, en sus hábitos y costumbres, en su reproducción y organización y todas sus redes y contactos por los que se mueven.

El libro sobre el ya ex Presidente de la República Francesa es una investigación detallada sobre la oligarquía francesa y sus estrechos vínculos con el poder. Utilizan una forma de escribir sencilla, apta para todos los públicos. No son de utilizar muchos términos científicos pero con palabras sencillas hacen una radiografía perfecta de la democracia actual de la sociedad francesa. Y la cosa no sale bien parada. A pesar de que es indudable la cultura política que almacena la población francesa a la hora de referirnos al espectro político y social, no deja de ser evidente las conclusiones que sacan a relucir los Pinçon al respecto de sus investigaciones.

En 1986 comenzaron a estudiar a fondo todas esas dinastías más acaudaladas del país. Por entonces ya tenían la impresión, de que a pesar de que el país iba a celebrar 200 años de democracia y revolución, el país parecía seguir dirigido por aquellos herederos de las 200 familias dueñas de la economía francesa. Aquellas 200 familias representaban los más importantes accionistas del banco de Francia en la época de entreguerras europeas. La duda era obvia: porqué seguían las mismas familias al frente de todo el poder económico. Y todas esas dudas desembocaron en una investigación que arrojó nuevos descubrimientos.

«La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da»

(Arthur Schopenhauer) 

Todo se remonta al momento en que Nicolas Sarkozy ganó las elecciones a la Presidencia Francesa en 2007. Esa misma noche se trasladó a celebrar el triunfo a ‘Fouquet’s’. Sorprendió que a esa ‘fiesta’ acudieran más empresarios del área bursátil que políticos. Justo al día siguiente (algo bien planeado) ya estaba volando en un jet privado para ir a pasear en el yate de Vincent Bolloré. Es en ese preciso instante cuando los Pinçon sospechan que Francia entraba en una fase neoliberal dentro del mundo las finanzas y de la especulación. Un hecho que a cualquiera se le podría haber ocurrido, pero lo que sugirió a la pareja de investigadores fue comenzar un pequeño diario de actividades de los movimientos desde el gobierno en favor de los ricos.

El resultado, como la mayoría se puede imaginar, fue una auténtica bomba. En aquella fiesta de ‘Fouquet’s’ no participaron muchas de aquellas ‘familias’, la mayoría eran nuevos ricos, esos hijos de fortunas recientes. Pero el núcleo duro de los votantes de Sarkozy se encuentran en el Neuilly (París). Fue precisamente alcalde de ese distrito con sólo 28 años y ya entonces quiso entrar en ese círculo, aunque nunca fue considerado un heredero. Su ambición, no obstantes, no decreció, muy al contrario fue creciendo y llegó donde llegó. Pero surgían más preguntas: ¿cuántas familias nobles existen en Francia en la actualidad?

«Quien cambia felicidad por dinero
no podrá cambiar dinero por felicidad»
(José Narosky)
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Desde la Restauración no se ha otorgado ningún título, pero se calcula que son unas 4 mil familias nobles las que habitan Francia. Pero bajo el poder de la República ya no tienen derechos, sin embargo, utilizaron muy bien sus armas y se instalaron sin excesivos problemas en el mundo de la industria y en la banca durante el siglo XIX, y con el paso de los años y mediante matrimonios de conveniencia han conseguido unir burguesía y nobleza de una manera perfecta, económicamente hablando. Hoy en día, para muchos de estos individuos, no hay frontera visible entre la política y los negocios. Todo está unido, al menos en su mundo. Viven en una burbuja que han creado con el paso del tiempo y no tienen pensado ni por asomo salir de ella.

Todos juntos suponen una oligarquía perfectamente diseñada, una maquinaria ajustada, orientada al poder, tanto político como económico, cultural y social. Estas grandes fortunas suponen el mundo del arte, suponen las redes de contactos, las agendas de trabajo, de empresas, un conglomerado dispuesto a conseguir todo aquello que se propone. Sus apellidos sirven para controlar un capital muy importante, pero se diferencian también por su forma de hablar, de actuar y por sus particulares códigos dificilísimos de penetrar.

Conclusión: ¿qué tipo de país ha dejado Sarkozy durante sus cinco años de ‘reinado’? Para empezar ha ayudado con su política fiscal a todos esos ricos, puesto que ellos ganan su dinero con la especulación financiera y los dividendos de sus acciones. Si se analiza bien uno se da cuenta que algunos de ellos ni pagan impuestos. Además se les han reducido los impuestos sobre la herencia. Pero ha conseguido más cosas: se ha acentuado la lucha de clases, ha dejado un país dividido, ha logrado enfrentar a los trabajadores con los desempleados y a los franceses con los inmigrantes.

Se puede deducir que si esa era la misión del Presidente saliente ha tenido un éxito rotundo. Otra cosa es que esa misión sea beneficiosa o no para el país, que parece que no, al menos para la mayoría de habitantes. Pero una cosa es cierta, los millonarios siguen siendo más millonarios o más y los ricos siguen siendo ricos o más. Los pobres son más pobres y la tendencia sigue acentuándose. La política para ricos siguen funcionando en su máxima expresión y con el paso de los siglos se ha perfeccionado, nada más.


A todo el mundo le suena ese tipo de personas, empresas y organismos que están acostumbrados al ‘todo vale’ cuando se trata de sus acciones, y que echan el grito en el cielo cuando las víctimas son, precisamente, ellos mismos. Entonces el argumento cambia por completo para pasar a ser: ‘a mí no se me puede tocar’. Es un argumento mafioso, antiguo y pasado de moda, pero hay que reconocer que sigue funcionando, y muy bien, al menos, si nos remitimos a los hechos y a los ejemplos que nos rodean alrededor del mundo. Da igual el país, da igual el lugar, las formas son las mismas y los fondos también. Están acostumbrados a actuar de una forma y no la cambian, si acaso, la perfeccionan, y se adaptan a las costumbres del lugar donde se instalen.

Me ha llamado la atención una situación aparecida en México en los últimos días. La cadena multinacional de supermercados norteamericana Wal-Mart, ubicada en México desde hace años, ha sido acusada de sobornar por cantidades superiores a 20 millones de dólares, para acelerar su expansión en el país azteca entre 2002 y 2005. Se denuncia que instauró un sistema por el cual se garantizaba que las peticiones de las autoridades mexicanas competentes, que revisan los permisos y licencias para que la empresa pueda operar en suelo mexicano, fueran debidamente satisfechas sin problemas. La compañía norteamericana ha comunicado que las imputaciones son sólo eso, imputaciones.

México es un país curioso, donde nadie conoce una multa de tráfico física porque siempre se llega a un acuerdo con el policía de tránsito de turno para que no se lleve el coche al depósito y así ahorrarte un tiempo y un dinero. Las conocidas ‘mordidas’ parecen estar amparadas hasta por el mismo gobierno, dado que no cambia el sistema de denuncias ni de actuación. Quizá esas mordidas son lo suficientemente atractivas como para aumentar el sueldo de los policías sin necesidad que lo haga el gobierno de forma oficial. El ahorro es considerable y además la sociedad continúa alimentando el mecanismo de forma espontánea y natural. Mucha gente se queja de eso y de muchas otras cosas, pero lo cierto es que la corrupción es el pan nuestro de cada día, está anclada en la cultura del país y es difícil de erradicar. Y lo más curioso es que, cuando algo tan habitual se toma como algo natural, se eche el grito al cielo luego por lo acaecido con Wal-Mart, como si sorprendiera a alguien. Si es fácil sobornar a un policía que transita las calles equis horas al día con unos cuantos pesos, más fácil será hacerlo con funcionarios o políticos de altas esferas mediante millones de dólares. No hay que ser un intelectual para entenderlo.

Las facilidades que tienen las multinacionales para instalarse en infinidad de países es algo que choca pero que ya se ha convertido en familiar. Todo son ventajas, beneficios para la ciudad, la creación de puestos de trabajo, un sinfín de provechosas situaciones que argumentándolas de forma correcta parece de estúpidos no aceptarlas. Con lo cual, imponen sus principios de empresa, sus condiciones, sus formas de trabajo y de contratación, y el gobierno de turno les hace la ola mientras van soltando dinerito. Porque no nos engañemos, el dinerito corre por todos lados y por todas partes, venga de quien venga.

Recientemente, la multinacional española Repsol YPF ha sido intervenida por el gobierno argentino. La reacción por parte de la empresa no se ha hecho esperar y no ha sorprendido, se ampara en los contratos firmados y en la regulación internacional. De cómo ha conseguido lo que ha conseguido y las diferentes maneras de tratar esos acuerdos hace años ni una palabra, evidentemente, no interesa. Ahora toca ir de víctimas, echar el grito al cielo y llorar bien fuerte para que todos los organismos internacionales acudan en su ayuda. Muchos criticarán las formas del gobierno argentino y no estarán de acuerdo en el fondo del asunto, pero si verdaderamente comienzan a investigar los pormenores del asunto también sería interesante e importante que analizara e investigaran cómo se instauraron en ese país y a qué precio. Evidentemente, muchos argumentarán que fue el gobierno argentino de esa época quien autorizó esos acuerdos, y es cierto, pero no puedo dejar de imaginar cuántos millones de dólares tuvieron la culpa y dónde se encuentran ahora mismo.

Una cosa es cierta, ni la población argentina, ni la española, ni la mexicana ni tampoco la norteamericana tienen la culpa de todos estos asuntos. Son los gobiernos, las empresas, los organismos y los intermediarios los que tienen organizadas unas mafias impresionantes alrededor del planeta y son ellos, y nadie más, los que se van repartiendo el pastel, dejando de a lado a cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo fuera del negocio. Suena un tanto irónico que algunos se quejen cuando el viento cambia su rumbo y les perjudica. A veces hay que saber perder, aunque nunca se pierda. Una lección que deberíamos aprender todos aquellos que estamos acostumbrados a perder  y no a ganar.

De nada sirve que muchos miles de personas saquen su vena chovinista y nacionalista atacando a los ciudadanos de los otros países ‘en conflicto’, cuando verdaderamente la multinacional de turno no pertenece a ningún país en concreto, y mucho menos a los ciudadanos de ese país. Al menos en cuanto a beneficios se refiere. Porque el día que vea un euro de beneficio en mi cuenta corriente proveniente de Repsol quizá, repito quizá entonces, mueva un dedo apoyando su argumento. Pero la ignorancia y la manipulación funcionan, como funciona pellizcar el orgullo argentino por parte del gobierno de Cristina Fernández haciendo creer que luchan contra el colonialismo español en pleno siglo XXI; o por aquellos españoles que comienzar a despotricar contra todos los ‘sudacas’ que se menean amparándose en el derecho internacional. Mientras tanto, las multinacionales siguen amasando sus beneficios y buscando nuevos territorios que conquistar.


«Cada suicidio es un sublime poema de melancolía»

(Honoré de Balzac)

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Leí el otro día que en Francia, de un tiempo a esta parte, están asomando más suicidios por causas laborales. Me remito al texto donde se indica que las nuevas formas de organización laboral han elevado los índices de suicidios laborales en Francia hasta un nivel jamás alcanzado, jamás conseguido. Hace aproximadamente un año, Rémy Louvradoux, sindicalista, delegado de personal, había dedicado 30 años de su vida trabajando para la compañía francesa France Télécom-Orange. Un día llegó al trabajo y se inmoló en el mismo estacionamiento de la empresa, en Mérignac, cerca del aeropuerto de Burdeos. Tenía 57 años. Había sido trasladado en 2000 del departamento de Gironde tras eliminar el cargo que ocupaba allí. Nunca más se le otorgó un puesto permanente. Todo eso le hizo tener que vender su casa, trasladarse de ciudad, soportar un trabajo que no era el suyo y que no correspondía con su experiencia ni sus cualificaciones.

Pero, sobre todo, tuvo que adaptarse a un nuevo sistema de trabajo, a una violenta política de productividad. Intentó varias veces alertar a sus mandos superiores sobre los problemas de la empresa pero nadie le escuchó. En dicha empresa cuando corría el año 2004, se efectuó una reestructuración, que estaba vinculada a la progresiva privatización de la empresa, y se puso en marcha un nuevo sistema de gestión del personal. El objetivo era claro: modernizar y rentabilizar a la empresa. Pero no se leía la letra pequeña, como casi siempre suele ocurrir en estos casos, y la verdadera razón no era otra que conseguir la salida de más de 20 mil trabajadores de la empresa sobre los 100 mil que tenía contratados en ese momento. Sobre todo los mayores de 50 años.

¿Qué instrumentos utilizó la empresa para conseguir el objetivo? Pues los más conocidos: gestión por estrés, movilidad forzada, movimiento perpetuo, jubilación forzada, etc. Resultado: misión conseguida. Lo que ha ocurrido con Rémy es que ha abierto un debate al respecto. Ha destapado las prácticas, no sólo de dicha empresa, sino de muchos cientos de empresas en todo el mundo. Son nuevos tiempos y son nuevas formas de presión laboral. Cuánto ha cambiado la sociedad. Antes se valoraba y se dignificaba a aquellos trabajadores que habían dado gran parte de su vida por una compañía. Se les respetaba, se sentían parte de esas empresas, se sentían totalmente identificados con esas empresas que formaban parte de sus vidas. La mayoría defendían su empresa porque para ellos esa empresa, en cierta forma, les había hecho como eran, les había acompañado durante toda una vida laboral. Los tiempos cambian, eso es una obviedad, pero eso no quiere decir que se tenga que presionar a un trabajador que ha dado lo mejor de sí durante 30 años a una empresa. Eso dice mucho del tipo de empresa a la cual pertenece.

Siempre me ha hecho gracia cuando comenzaba a trabajar en cualquier empresa que querían inculcarme el hecho de que tenía que sentirme parte de esa empresa, que tenía que involucrarme de tal forma que sintiera que era parte de mí, identificarme con ella, cuando la mayoría de las veces te indicaban que al acabar el contrato temporal de x meses tendría que irme de ella porque era la política de contratación de la empresa, independientemente de cómo hubieras trabajado durante ese período. Menudo argumento, menudo discurso. Seguramente más de uno ha hecho dinero llevando consigo una carpeta con semejantes recetas empresariales. Y más de un empresario ha pagado por ellas.

Pero el caso de Rémy no es aislado. En su empresa, entre 2008 y 2010 se han suicidado 35 trabajadores y todos ellos en su lugar de trabajo. Espeluznante. La empresa, por medio de su director, Didier Lombard, negó que hubiese un vínculo laboral, pero otro trabajador se suicidó en su puesto de trabajo en Marsella dejando una nota que decía: «Me suicido por mi trabajo en France Télécom. Urgencia permanente, sobrecarga de trabajo, falta de formación, desorganización total de la empresa, management por medio del terror». Sobran los comentarios. Y lo penoso de todo eso es que a todos nos suena todo o parte del contenido de su mensaje. ¿Realmente vale la pena morir por tu trabajo? ¿Suicidarte por tu puesto de trabajo? ¿Tan importante es para cualquier persona? Son muchas las preguntas que uno puede llegar a hacerse ante tal escenario. Y muchas quedan sin respuesta.

Lo que más me da qué pensar es lo que pensará ese director cuando se vaya a la cama. ¿Puede dormir bien? Y todos esos ejecutivos que sólo piensan en llenar sus cuentas corrientes a costa de los miles de trabajadores que ponen todo su empeño en que las compañías salgan a flote cada día. ¿Tanta sangre fría pueden recorrer sus venas? ¿Realmente merece la pena? En el caso de esta empresa, que nos sirve de ejemplo, y que no es la única ni la última, es un honor aparecer en los diarios de todo el mundo por semejantes noticias o una vergüenza. Llegan al lugar de trabajo y hablan sobre ello, o simplemente hacen del silencio el cómplice perfecto de sus fechorías. ¿Lo aprendieron en la Universidad todo ese mecanismo de prepotencia y opresión?

Los nuevos tiempos crean sofisticadas máquinas de oprimir. Los nuevos tiempos asustan por su presión continua y su falta de humanidad. Nos dirigimos hacia un mundo lleno de penurias, de falsedades y de faltas de ética. ¿Adónde vamos a llegar? ¿Seremos capaces algún día de parar este oleaje que nos impulsa hacia la nada más absoluta? Mientras intentamos contestar a todas estas dudas, un nuevo trabajador planea suicidarse, ahogado por la presión laboral, sintiéndose solitario debido a una situación marcada por los mercados. Mientras seguimos leyendo estas palabras la máquina de destrozar individuos continúa funcionando las 24 horas del día. Mientras decidimos qué hacer la modernidad ayuda a estas empresas a deshacerse de personas por la rentabilidad  y la maximización del beneficio. ¡Bienvenidos al mundo actual!

«Es preciso observar bien esto:

en nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer,

se comete tímidamente, silenciosamente.

No es ya un hacer, es un padecer.»

(Cesare Pavese)

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«Boca que se abre, o tiene sueño o tiene hambre» 

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Siempre hemos escuchado esa teoría que asegura que los bostezos son contagiosos. Y aunque cueste creerlo mucha gente lo asegura. Sea como fuere el bostezo es una sensación muy natural, y como tal sugiere muchísimas interpretaciones. Como surge de la nada, y sin premeditación, no podemos decir que es reflexión. Es un acto extremadamente incontrolado que se muestra tal como es, sin que nosotros seamos capaces de planearlo. Si lo miramos bien hasta resulta atractivo, por ser tan natural.

Mucha gente lo suele interpretar como una falta de respeto hacia el interlocutor, cuando nos aparece en medio de una conversación. Lo primero que piensa el otro individuo es que nos estamos aburriendo y que no podemos evitar mostrar ese síntoma. Nada más lejos de la realidad. No tiene nada que ver. Un bostezo es esa reacción incontrolada de abrir la boca de forma desproporcionada, para realizar una profunda inhalaciòn a la que sigue una espiración con cierre final. Un acto con el que uno se queda a gusto vaya.

Cuando se bosteza dicen los expertos que estiramos los músculos faciales, inclinamos la cabeza hacia atrás, cerramos y entornamos los ojos, lagrimeamos, salivamos, abrimos las trompas de Eustaquio del oído medio y realizamos otras muchas acciones cardiovasculares, neuromusculares y respiratorias. Inimaginable, ¿verdad? No nos damos cuenta de todas las cosas que llegamos a poder hacer con un solo bostezo. La naturaleza es tan grande que no advertimos ni sus pequeños detalles, que son demasiado grandes para nosotros.

No todos los bostezos son iguales, ni mucho menos. Su duración también puede variar, pero generalmente dura unos 3 segundos. Y en esos tres segundos cuántas cosas interpretamos. Unos dicen que indica cansancio, estrés, exceso de trabajo o aburrimiento, también hambre. Otros que indica una acción de relajación tras una alerta anterior. Para muchos es una expresión de emociones fuertes como el enojo o el rechazo. Lo que está claro es que es imposible bostezar a medias, o se bosteza o no. No hay medias tintas. Y una vez que comienza la acción ya no se detiene. NO hay vuelta atrás. Llegan a tandas y a intervalos. Y no hay relación entre la frecuencia y la duración de los bostezos.

Normalmente los bostezos están relacionados con los momentos previos al dormir y con los que siguen al despertar. Están también vinculados a los cambios de estado y de actividad.  Y se pueden contagiar. Esa es la conclusión. Y llegados a este punto me pregunto: ¿por qué será que se habla tan sólo del contagio de los bostezos? Me refiero a que hay tantas cosas en nuestra sociedad que parecen contagiarse. Y cosas que representan mucha más importancia que un simple bostezo. Porque por muchos significados que intentemos extraer de los bostezos, éstos se quedan como simples anécdotas al denotar la cantidad de estados que pueden llegar a contagiarse si uno se dedica a mirar a su alrededor con detenimiento.

Me estoy refiriendo a la facilidad de contagio de, por ejemplo,  la estupidez. Porque no nos dejemos engañar, la estupidez también se contagia y a una velocidad mucho mayor que el bostezo. ¿Y qué podemos decir de la ignorancia? ¿Acaso no se contagia también? ¿Y si hablamos de la incoherencia, de la envidia, de la violencia, de la intolerancia, de la manipulación, de la explotación o de la opresión?

Con el paso de los años te das cuenta de que lo malo es mucho más fácil de expandir que lo bueno. No sabemos asegurar el motivo pero es cierto. Los valores humanos intrínsecos son malignos, puesto que la condición humana es maligna, es su condición. Los valores buenos no representan a la mayoría porque si fuera así se impondrían. Y la realidad es otra muy diferente. Apostar por valores benignos para la sociedad es una apuesta insegura, casi siempre arriesgada y con múltiples indicios de fracaso. Porque el ser humano se empeña siempre en superarse a sí mismo pero en lo negativo. Da un paso hacia adelante para, posteriormente, y en un acto casi inconsciente, dar dos o tres hacia detrás. ¿Por qué nos cuesta tanto evolucionar? ¿Por qué nos cuesta tanto sacarnos de encima todo ese peso acumulado durante años y comenzar a andar erguidos y disfrutando de las dos orillas del camino? Los contagios pueden ser o no fructíferos, siempre y cuando éstos sean ventajosos. Contagiarse simplemente de lo malo indica que no somos muy dotados a la hora de elegir estados hábiles para nuestra vida, así como indica que el nivel general social deja mucho que desear.

Mientras seguimos viendo esos bostezos a nuestros alrededor y nos sentimos contagiados, vamos adquiriendo nuevos vicios que también nos rodean con suma facilidad. No parece que los identifiquemos, y si realmente lo hacemos, no parece que emprendamos ninguna acción para que ello no suceda; muy al contrario, nos dejamos llevar, como tantas otras veces en la vida, para relajarnos y sentirnos cómodos, sabiendo que la mayoría realiza la misma acción en ese mismo instante. Mientras no nos accionamos para revertir una situación, la realidad nos empuja lejos, muy lejos, demasiado lejos, hacia un lugar imposible de definir, hacia un lugar en el que es imposible distinguir el bostezo del contagio.


Hay una noticia que no podemos esconder y que el otro día me sobresaltó. Tres millones de personas mueren al año en el mundo por malos hábitos alimenticios. Según la ONU la culpa es de la industria y de los gobiernos y reclama gravar la comida basura. Es curioso que cuando parece que más indignada está la población mundial al respecto de la concienciación con respecto al hambre y las muertes por hambre en el mundo, resulte que en el primer mundo un problema está ascendiendo sus datos de forma escandalosa, y es precisamente por todo lo contrario, por comer de forma abusiva, descontrolada y fuera de toda lógica.

Donde unos no pueden encontrar nada que llevarse a la boca y se vuelven locos para poder alimentar a sus hijos, resulta que otros dedican buena parte de su día a ingerir alimentos ricos en grasas y calorías, sin importarles aparentemente su lado negativo y sus consecuencias. Vivimos en una sociedad preocupada por la estética, los médicos que se dedican a ello ya son, en una buena parte, millonarios. Nadie quiere estar mal, aparentar estar mal y cualquier atisbo de ello provoca que se busquen soluciones al respecto. Nunca había habido tantos usuarios de gimnasios y piscinas, nunca habíamos visto tanta gente haciendo deporte por las calles. Y, sin embargo, el número de obesos aumenta a una velocidad alarmante, incluso en la edad infantil, un tremendo problema que parece que nadie quiera solucionar. Nos encontramos con los dos extremos, los que se obsesionan por su estética y los que se abandonan completamente a su suerte.

El sobrepeso es aquella condición de poseer más grasa corporal de la que se considera saludable en relación a la estatura. Esta enfermedad se da en ambientes donde los alimentos son abundantes y los estilos de vida son sedentarios. Sólo por poner un ejemplo, el 65% de la población de EEUU está considerada con sobrepeso u obesidad y ese porcentaje sigue aumentando año tras año. Se calcula que más de mil  trescientos millones de adultos en todo el mundo padecen excesos de peso o son obesos. Y además se detectado que existe esa enfermedad en todos los grupos de edad.

La obesidad se considera como una enfermedad crónica por la acumulación excesiva de grasa en el cuerpo. Esa acumulación de grasa en exceso puede afectar a la flexibilidad y al movimiento. Asociada a una gran cantidad de enfermedades circulatorias y con alto índice de mortalidad. Es un factor de riesgo, tanto a nivel cardiovascular, diabetes, como algunas formas de cáncer, etc. Un serio problema de salud pública mundial que va en aumento y, como considera la OMS, una enfermedad que ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial. El mundo está pagando caro su carencia en cuanto a su fracaso en políticas alimenticias. Una de cada siete personas en el mundo pasa hambre. Y una de cada siete está obesa o con sobrepeso. Menudos datos. Se ha potenciado el consumo de carnes, grasas, azúcares y aceites, mientras que se han abandonado la ingestión de legumbres, frutas y verduras.

«Se anuncia comida basura y al mismo tiempo se sufragan campañas en contra»

(Olivier de Schutter)

Aquí no se trata de ser más o menos rico. Se trata de educar. La educación alimentaria es básica y no se ha tenido en cuenta. La opulencia, el dinero y el consumo han generado comportamientos exagerados, y en la comida y en la alimentación no podían ser menos. No se ha planteado el problema con seriedad, tal vez porque el negocio está por encima de muchas cosas, o porque nadie ha visto más allá. Los niños de hoy en el primer mundo no saben comer en su gran mayoría. No conocen la mayoría de alimentos. Dicen no gustarles muchos productos cuando ni siquiera han llegado a probarlos. La culpa no es sólo de los estamentos, de los gobiernos, la culpa viene marcada desde el hogar, donde el niño aprende comportamientos y costumbres, la alimentación también es un comportamiento y una costumbre. Si te acostumbran a comer mal no aprenderás o te costará mucho aprender a comer bien.

Es sencillo ampararse en excusas como no tengo tiempo, no tengo ganas, la vida me estresa, la sociedad me consume, tengo que ir a lo fácil… Seguimos alimentado excusas para alejarnos de la realidad. La culpa está ahí, podemos encararla y solucionarla o seguir diciendo que la culpa es de la sociedad. Los comportamientos alimenticios nos pertenecen, no son culpa de nadie ni nadie nos obliga a adoptarlos. Cuando uno comienza a tener sobrepeso debe poner todos sus medios a su alcance para evitarlo, no por razones estéticas simplemente, sino porque su salud saldrá fortalecida. Fomentar el ejercicio, evitar abusos o excesos, sin que por eso nos limitemos, son buenas muestras de que estamos combatiendo un peligro. Abandonarnos a nuestra suerte o decir que nos da igual no ayuda a nada, al contrario, nos induce todavía más a perder la ilusión por conservarnos bien.

Es curioso que en el mundo tanta gente muera de hambre y que otra no sepa cómo comer más. Las malas políticas demuestran al mismo tiempo que el nivel político deja mucho que desear a todos los niveles. Sin personas que sepan dirigir temas tan delicados como la alimentación y que sepan instruir y estructurar bases para un futuro más sano es imposible mejorar. El ser humano sigue deleitando con su poder de sorpresa a diestro y siniestro. NO podemos negar que las contradicciones están a la orden del día, y que mientras lloramos por el que no tiene intentamos de paso tener todavía más de lo que podemos abarcar. Comportamientos humanos y sociales que deslumbran por su ignorancia y que demuestran que con el paso de los años el hombre sigue siendo un animal en todos sus principios, a pesar de que muchos intenten convencernos de lo contrario. El instinto supera a la razón.

Diario de pensamientos : Guantánamo

Publicado: 23 de febrero de 2012 en Diario de pensamientos
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Guantánamo es una ciudad que está situada en el sudeste de Cuba, dentro de la provincia del mismo nombre. Y justo dentro de esta provincia se encuentra situada la base norteamericana de Guantánamo desde su creación en 1902. Es una provincia que siempre ha vivido del café y de la caña de azúcar. Siempre se le ha considerado como la región iniciadora de las luchas contra el colonialismo español. De hecho, en febrero de 1895, Guantánamo se incorpora a la guerra de independencia cuando Pedro Agustín Pérez organiza el alzamiento  en la finca ‘La Confianza’ en las afueras de la ciudad.

Durante la intervención norteamericana entre 1898 a 1902 la bahía cercana a la ciudad comenzó  a llamar la atención del gobierno USA por sus grandes potencialidades estratégicas para el control militar de la zona. La Enmienda Platt, ley que aprobó el Congreso de Estados Unidos a principios del siglo XX y bajo la amenaza de que en caso de no aceptarse la isla permanecería ocupada militarmente, estableció la obligación de ceder parte del territorio para instalaciones militares a Estados Unidos. Y así fue. En diciembre de 1903, EEUU tomó posesión ‘hasta que lo necesitasen’ de la bahía de Guantánamo, mediante dicho tratado. Para el gobierno de Cuba el enclave es ilegal y desde 1960 se niega a recibir el simbólico pago de arriendo que estableció dicho acuerdo de 5000 dólares.

Tras los atentados de septiembre de 2001, las autoridades norteamericanas comenzaron a usar la base naval que utiliza en la bahía de Guantánamo como centro de detención para detenidos acusados de terrorismo. La mayoría de detenidos procedentes de Afganistán cuando se invadió ese país tras los atentados a las Torres Gemelas. Hay que decir que Guantánamo es sólo un ejemplo del sistema creado por el departamento norteamericano en el exterior para crear campos de detención, casi todos controlados por la CIA. Tras los atentados de septiembre de 2001, el gobierno de George W. Bush promovió una ley que aprobó el Congreso por la que se otorgaba a dicho presidente una autorización sin precedentes para emplear la fuerza contra naciones, organizaciones e individuos que, según su criterio, estuviesen relacionados de cualquier forma con los atentados o con actos futuros de terrorismo internacional.

Esa carta blanca se la concedió el Congreso norteamericano pero no la Comunidad Internacional, aunque el papel de la ONU en este caso deja mucho que desear, como casi siempre. Las presiones y las manipulaciones hacia otros estados siempre ha provocado el silencio y la complicidad cuando se trata del gobierno de EEUU. Quizá desde ese momento y con la excusa lograda por los atentados, la historia norteamericana entró en un terreno pantanoso del cual todavía no ha podido salir y su crédito y su credibilidad han perdido la fuerza como si de un refresco se tratara. Muy difícil va a ser darle la vuelta a la historia con capítulos como éste. El presidente Bush firmó un documento secreto donde autorizaba a la CIA a instalar centros de detención fuera del territorio de los Estados Unidos. Firmó una orden ejecutiva donde instaba y apoyaba al Pentágono a la detención, tratamiento y enjuiciamiento de todos aquellos extranjeros que fueran sospechosos de terrorismo, pudiendo mantener a todos ellos bajo custodia indefinida y sin cargos.

Según el gobierno norteamericano, estos prisioneros son combatientes enemigos ilegales, con lo cual entiende que tiene por qué aplicarles la Convención de Ginebra, por lo que puede retenerlos indefinidamente y sin derecho a la representación de un abogado, algo que ha sido criticado por gobiernos y organizaciones de derechos humanos de todo el mundo. Digamos que los prisioneros se encuentran en un estado de vacío legal permanente. Esto dice mucho de un país que abandera la democracia como su logotipo más importante, dando a entender que sin la presencia de éste en el resto del mundo muchas libertades se perderían. La hipocresía de los Estados en su máxima expresión. Pero el pueblo norteamericano sigue anclado en el encefalograma plano, aquel que no permite pensar, criticar o reaccionar. La parálisis permanente en la que se ve sumida la sociedad norteamericana hace pensar que la complicidad va más allá de ideologías para adentrarse en el terreno de la manipulación y de la ignorancia.

Sólo hasta 2008 habían pasado por el centro alrededor de 800 prisioneros de 42 países, la gran mayoría afganos y pakistaníes. Según Amnistía Internacional hasta casi veinte detenidos eran menores de edad cuando fueron puestos bajo custodia de EEUU. Uno de ellos acabó suicidándose. Más del 80% de los detenidos no fueron detenidos por fuerzas norteamericanas sino por mercenarios o ejércitos extranjeros atraídos por las grandes recompensas prometidas. EEUU afirma y reafirma que los detenidos reciben un trato humanitario. Pero por estar en suelo no norteamericano no se les otorga el derecho que disfrutarían con la Constitución de EEUU, como por ejemplo, la presunción de inocencia o el derecho a un juicio con jurado. Se ha negado que existan torturas y se pregona que es una instalación modelo, visitada por más de 2000 periodistas de 400 medios de comunicación de todo el mundo. Según Naciones Unidas hay pruebas y evidencias de que se ha practicado la tortura y alimentaciones forzosas a detenidos en huelga de hambre. La coacción psicológica es un hecho según varios informes de Cruz Roja Internacional.

El descrédito continúa aumentando pero no se hace nada al respecto. El 22 de enero de 2009, dos días despúes de asumir su cargo, el presidente Barack Obama firmó una resolución para cerrar la prisión de Guantánamo en el plazo de un año. Se han cumplido dos años desde ese instante y se han cumplido diez desde la creación del centro. La vergüenza ya no sólo es norteamericana sino mundial. A todos se nos juzgará por esos hechos deleznables y poco humanitarios. Cuando se pregona justicia y libertad, democracia y tolerancia hay que saber qué significan esas palabras exactamente antes de lanzarlas al aire de forma gratuita. La falta de escrúpulos y la complicidad de otros provoca situaciones como ésta y demuestra que el ser humano sigue enclavado en la Antigüedad por mucho que a una masa falta de pensamiento propio continúe pensando que la modernidad es enarbolar la bandera propia de un país y la de la democracia.

Los hombres son juzgados por la Historia y por élla seremos juzgados, por tolerar semejantes hechos. Y viendo situaciones como éstas reconoces que falta mucho camino que recorrer para reconocer a un mundo igualitario, libre y justo, repleto de democracia y de libertad. Enormes palabras, bellos adjetivos, que sirven para rellenar hojas de diarios pero que ya no engañan prácticamente a nadie.


Tremendamente conocido al igual que temido. Un organismo creado con la más astuta intención y que desarrolla su trabajo de modo eficaz y carente de escrúpulos. Dicen los ‘expertos’ que es quizá el mejor servicio secreto del mundo y si lo dicen será por algo, quizá por su eficiencia durante tantos años o por su modo de desenvolverse, con artes ágiles, sin andarse por las ramas. Para que nos entendamos todos, el Mossad no es más que el servicio secreto israelí. Es una de las muchas agencias que operan dentro del estado pero es la más conocida. Ha sido protagonista de siniestros casos y ha sido protagonista de muchas películas y novelas de espionaje. En sí mismo, el Mossad es responsable de la recopilación de toda la información que llega al servicio de Inteligencia del Estado de Israel, como de toda acción encubierta, todo espionaje que sea necesario y todos los actos de contraterrorismo donde el gobierno sionista se pueda ver envuelto.

Desde la proclamación del Estado de Israel, el pueblo judío está convencido (dada las declaraciones de muchos líderes árabes) de estar en el punto de mira de muchos países vecinos por ser odiados tanto como pueblo como por su religión. El Holocausto judío sirvió (bajo presiones manifiestas) a los sionistas para proclamar un Estado de Israel que siempre ha estado auspiciado por los Estados Unidos. Si alguno se pregunta el porqué no hace falta pensar demasiado. De los 10 bancos más poderosos de Estados Unidos nueve son de capital judío, por no hablar de toda la industria que posee y de los millones de judíos desperdigados por todo el mundo que apoyan la causa incondicionalmente tanto ideológica como financieramente.

Bajo esta excusa o argumento político el Estado de Israel, bajo la atenta mirada de todos sus incondicionales y enemigos, creó durante el telón de acero y la guerra fría una estrategia particular que serviría para salir a flote ante cualquier posible peligro que pudiera ocasionarse dentro de su territorio o fuera de él. De sobras es conocido que las numerosas presiones del pueblo israelí contra el pueblo palestino provocaron  que muchos países simpatizaran con el pequeño pueblo árabe. Los ataques terroristas contra distintas ciudades y objetivos israelíes han sido abundantes pero la reacción judía no se hizo nunca esperar. El pueblo judío es un pueblo que siempre ha manifestado su intención de paz. De hecho, presume de ser un Estado que jamás ha proclamado la guerra contra nadie, aunque muchos se la han declarado a él. Y en todas las guerras ha salido como ganador, gracias a su potencial armamentístico, a su potencial económico y a sus innumerables socios que le han dado su apoyo militar y político en cualquier situación.

Este es un hecho innegable. Israel se ha sentido amenazado siempre, y esa obsesión ha provocado acciones que no han tenido justificación y que, sin embargo, la mayoría de las veces han salido sin castigo por parte de la justicia internacional debido a las presiones que ha ejercido tanto el gobierno israelí como el norteamericano. Hay una tesis muy  fomentada en suelo norteamericano y dice que aquella persona que ose criticar abiertamente la política del gobierno judío sobre el pueblo palestino es simplemente antisionista. Bajo esa definición tratan de establecer a los enemigos del pueblo o a los simpatizantes de los ‘terroristas’.

Cualquier crítica sirve para ser definido como enemigo del pueblo israelí y pasar a ser simpatizante de la causa terrorista. La demagogia llevada al extremo para justificar cualquier acción. Y llama la atención como una noticia que pasa por las páginas de los mejores diarios de todo el mundo se hace totalmente desapercibida para la mayoría de personas. Es bien sabido que todos los servicios secretos del mundo actúan por su cuenta, pasando de los controles de los organismos internacionales y haciendo caso omiso de todo aquel que ni siquiera ose amenazarlos. Ellos trabajan y no ceden en su empeño. Desde hace unos años para Israel el principal enemigo en la zona es Irán. La obsesión de que el estado persa está intentando conseguir  la bomba atómica para lanzarla contra Israel es un hecho que ya parece creíble por ser tan repetitivo. Mientras muchos ciudadanos del mundo intentan conocer si esa noticia es verídica o no (recordando las famosas armas de destrucción masiva que poseía Sadam en Iraq antes de la conocida invasión) , el Mossad ya lleva unas cuantas misiones en sus espaldas por el famoso ‘por si acaso’.

Muchos especialistas ya le han dado un nombre a todo lo que está ocurriendo: es una guerra abierta pero denominada ‘secreta’, donde los espías son los protagonistas silenciosos de una guerra internacional. EEUU y Arabia Saudí serían los cómplices de la trama. ¿Qué trama? Sencillo. Ir asesinando a todos los colaboradores iraníes que sean sospechosos de trabajar en la elaboración del programa atómico iraní. El último caso ha sido el asesinato del científico Mustafa Ahmadi, de 32 años, especialista en el programa atómico iraní en enero de 2012. Pero no ha sido el primero. Hay algunos casos más; como el caso de Masud Ali Mohamadi, profesor de física en la Universidad de Teherán que fue asesinado en enero de 2010; o Majid Shahriari, de 40 años, fundador de la sociedad nuclear iraní, asesinado en noviembre de 2010; o Dariush Rezaineyad, de 35 años, especialista en física nuclear, asesinado en julio de 2011; o el general Hasan Tehrani Mo Ghadam, jefe del programa de misiles asesinado en noviembre de 2011.

El Mossad ha sido el causante de todos estos asesinatos. Ilan Mizrahi, ex director del Consejo Nacional de Seguridad israelí, no niega los hechos y habla con serenidad de una ‘guerra secreta’. Pero una guerra es cuando dos atacan y por lo visto todavía no se ha contabilizado  ninguna víctima israelí.

La conclusión es que el Mossad tiene poder para hacer y deshacer, y la Comunidad Internacional consiente con argumentos que ni ella misma entiende ni cree. Los argumentos que llevan a asesinar con derecho y de forma discriminada, sin argumentar prueba alguna, con sólo la información adquirida por el mismo servicio secreto israelí y que convence a sus aliados con una facilidad pasmosa. Una pregunta asalta tras escrutar todos estos hechos: ¿qué ocurriría si la situación fuera al contrario?

El Mossad ha perfeccionado la forma de matar. Y para colmo alecciona a sus espías femeninas diciéndoles que les está permitido acostarse con el enemigo. Según el documento del Mossad, todas aquellas mujeres que se acuestan con el enemigo con el fin de conseguir información actúan conforme a los preceptos del judaísmo. Se advierte y se aconseja que para dichas misiones se utilicen mujeres licenciosas. En casos en los que las mujeres espías judías estuvieran casadas, los rabinos aconsejan que los maridos se separen de ellas durante las misiones correspondientes para volverse a casar una vez finalizadas. Todo bien argumentado y según las sagradas escrituras.

La hipocresía y la demagogia, por no hablar de cinismo elevados a la máxima potencia, justificando lo injustificable y tratando de que los demás seamos capaces de creerlo. Un intento lógico pero poco viable. Muchos seguirán admirando al Mossad por su ‘eficiencia’ y su ‘inteligencia’, otro tan sólo se preguntarán hasta dónde son capaces de llegar para conseguir sus fines. Maquiavelo a su lado no era más que un simple aficionado.


«La mejor publicidad es la que hacen los clientes satisfechos»  

(Philip Kotler)

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Es curioso observar como el ser humano siempre desea prosperar, tener más y ambicionar lo que no tiene o lo que cree que sería mejor. Es curioso observar como muchas veces esa búsqueda, esa forma de vida, pasa a ser una auténtica obsesión para muchas personas. E incluso puede convertirse en un gran fracaso si no se llega a alcanzar. Conseguir según qué cosas en la vida ya parece todo un auténtico reto aunque la mayoría no sepan en absoluto el porqué de esa búsqueda.

Lo que siempre hemos considerado un consumo habitual, del día a día, lo hemos traspasado al terreno de lo carente de atractivo. Digamos que lo tomamos por diversas razones; ya sea por gusto, por comodidad, por precio o por no haber encontrado una alternativa mejor. En muchos de los casos, desearíamos poder consumir otros productos pero, al no ser asequibles, pasan a ser secundarios, terriblemente deseados pero aparcados en la recámara hasta que algún día podamos comprarlos, consumirlos y saborearlos.

Y es curioso comprobar cómo muchas personas pasan, debido a un nuevo estatus económico, a consumir productos que no habían consumido nunca, simplemente porque en ese momento se lo pueden permitir y convierten aquellos productos que consumían en el núcleo de sus quejas. Digamos que lo que consumían era totalmente intomable pero debido a las circunstancias se hacía obligatorio su consumo. De repente, los nuevos productos adquieren una necesidad básica, una prioridad, una costumbre que alcanza lo sublime. De repente, todo es bueno y apetecible. Todo el mundo puede hablarte de las propiedades de tal y cual aceite, de tal o cual vino, de tal o cual jamón, de las diferentes clases y calidades de los quesos o de lo qué es realmente un buen ‘foie’. Todos se vuelven expertos de lo que nunca han consumido con una facilidad pasmosa.

Cualquiera puede hacerte un análisis de las propiedades del producto ‘x’ que contiene ‘x’ propiedades que te harán sentir perfectamente. Cualquier te sugiere la última leche de soja del mercado porque tu organismo lo notará. De repente, todos esos productos tan sofisticados, reservados a sibaritas, a personas con un nivel económico superior, pasan a ser consumo habitual para cualquier persona, con lo cual, parte de su encanto y de su creación  pierden notoriedad, puesto que muchos de esos productos se han fabricado con la idea de que sean exclusivos y no consumidos por cualquiera. De hecho, muchas marcas ‘delicatesen’ se niegan a venderse en grandes superficies para que no parezcan un producto más entre todas las marcas. La distinción se logra mediante la exclusividad.

Pero, mira por donde, es curioso también comprobar cómo de repente, y debido lógicamente a la situación económica, cualquier producto puede servir para cualquier momento. Ya no es tan importante aquel jamón y el serrano de toda la vida puede valer, ya no es tan importante la marca del aceite, lo importante es que sea de oliva y que esté a un buen precio. Se ha creado una estructura de consumo alrededor del ‘low cost’ (bajo coste) que es difícil de cuantificar, pero que ya es todo un hecho y una realidad.

Al panorama del desempleo se unen otros factores, la renta de las familias ha caído, el salario precario unido a los contratos temporales hace que la mayoría no tengan muy claro cuánto poder gastar y acaban gastando lo mínimo. El consumo ha cambiado de orientación. En parte es lógico y en parte sorprende. Lo que antes era malo se ha convertido en básico y tampoco está tan mal. El ser humano se adapta a cualquier circunstancia pero cuando puede conseguir algo ‘mejor’ enseguida recela de lo anterior, quizá por vergüenza, quizá por falta de personalidad.

Ahora resulta que aquel que gasta mucho está enfermo o no sabe lo que hace. El que ahorra en la compra o buscando ofertas es listo. Hay datos que hablan por sí solos. El 63% de la población española que tiene empleo gana unos 1000 euros brutos al mes. Llegar a fin de mes en esas circunstancias ya resulta obra de héroes. El ‘low cost’ ha entrado a formar parte determinante para millones de personas. Y no sólo en España, el ejemplo sirve para muchos otros países del mundo. Algunos sociólogos se preguntan si esta moda será pasajera, influida por la crisis económica, si se impondrá como sistema de vida, o si por el contrario, se volverán a cometer los mismos errores y las mismas acciones de consumo descontrolado una vez que la crisis haya desaparecido. Buscar el precio más bajo es una razón de vida. Una nueva forma de vida.

Lo cierto es que el consumidor en general ha descubierto que puede consumir y que existen otros productos que son realmente similares a los que acostumbraba a consumir y que su precio es ostensiblemente inferior. En cierta forma, el consumidor ha descubierto que antes pagaba mucho por un producto que quizá no lo valía.

Quizá a partir de ahora aparezca el cliente selectivo, que elegirá marcas blancas para según qué productos y en otros gastará más. Ahora ya no miramos si es mejor o no, lo importante es si es suficiente o no. Cualquier cosa puede valer, cualquier cosa puede ser suficiente. Se acabaron las tonterías. Antes se alardeaba de haber comprado un producto caro, ahora se alardea con la adquisición de la mejor oferta, del precio más bajo, de la ganga más absoluta.

Ahora a quien paga mucho por algo se le trata de tonto cuando antes era terriblemente  envidiado. Tan sólo basta con fijarse en un ejemplo indicativo; cuando las viviendas alcanzaron su precio más alto era precisamente cuando la calidad de la construcción fue peor. Tan sólo un ejemplo que nos dice muchas cosas; no siempre pagar más por algo quiere decir consumir lo mejor, como pagar lo menos posible por algo no quiere decir que eso sea lo peor. Todo tiene su punto de equilibrio y debemos saber encontrarlo, al menos buscarlo.


Los tres monos japoneses, también conocidos por los tres monos sabios o tres monos místicos están representados en una escultura de madera que realizó el japonés Hidari Jingoro en el siglo XVI y está situada en el santuario de Toshogu. Esos tres monos tienen tres nombres: Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, es decir, no ver, no oír, no decir. Pero lo que no especifica esa obra es lo que los monos no ven, lo que no oyen y lo que no dicen. Siempre se pensó que venía a significar ‘no ver el Mal’, ‘no escuchar el Mal’ y ‘no decir el Malo’. Lo cierto es que su origen procedía de la traducción del código moral chino del ‘santai’, la filosofía que promulgaba el uso de los tres sentidos en la observación cercana del mundo que se podía observar. Y, posteriormente, este código moral se vinculó con los tres monos. Dicha asociación se atribuye a Denkyo Daishi ‘Saicho’, fundador de la rama japonesa de la Escuela Budista del Tiantai.

Pero el significado del tema de los tres monos es complejo y muy diverso. Para algunos estaban relacionados con el mencionado código filosófico y moral. Pero para el pueblo era rendirse al sistema, un código de conducta que recomendaba la prudencia de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción, sentido que perdura todavía en la actualidad. Pero también había otra interpretación que señalaba que en el origen los monos eran espías enviados por los dioses para enterarse de las malas acciones de los hombres. La representación del cielgo, sordo y mudo era un medio mágico de defensa contra dicho espionaje.

Dejando a un lado la tercera interpretación que quedaría un poco obsoleta y especialmente reservada para aquellos que siguen excusando todos los acontecimientos que no pueden entender en recursos divinos y poco creíbles, nos quedarían dos opciones. La primera, ideada y proyectada por los filósofos, se supone que totalmente analizada, estudiada y meditada, podría ser válida aunque tendría un pequeño inconveniente, y es que la mayoría de las personas no llegarían a entenderla, y no digamos ya dentro de la época sobre la que estamos hablando. Si extrapolamos esta teoría a nuestros días, la segunda opción, la que fue ideada por el pueblo y por la masa escasamente docta e ilustrada, podría ser considerada como realmente apta para entender mínimamente el significado de dicha obra. Al menos si la adaptamos a nuestros propios acontecimientos cotidianos.

Cuando suceden cosas extrañas, incomprensibles, indignantes, el pueblo generalmente tiene varias opciones con las que puede reaccionar; o bien rebelarse y protestar, o bien rebelarse y revolucionar el estado establecido para provocar un gran cambio (podría ser también decir ¡basta!), o bien una tercera que sería algo más pusilánime, práctica y porqué no decirlo, resignada, y que supondría la reacción de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción. Ese sentimiento de resignación queda reflejado en algunos aspectos de la sociedad actual. Ya da igual que ocurran cosas impactantes, por bochornosas, por carecer de un mínimo de vergüenza, de una injusticia aplastante, de una denigrante naturalidad que se va apoderando de las circunstancias que nos rodean. Ya da igual que algunos personajes se rían de todos nosotros justo en frente de nuestra cara, que carezcamos de estímulos necesarios para reaccionar de una manera digna, de una manera solvente y fiable. Ya da igual que no tengamos recursos con los que luchar, o que eso creamos.

Cuando suceden cosas de ese tipo, tan tremendamente denunciables, cuando la mayoría siente tanta indignación, la reacción de los tres monos nos sabe a poco. Reaccionar sin querer oír, sin querer ver y sin querer hablar no lleva a ninguna salida, ni siquiera a ninguna solución. Podemos rendirnos ante las evidencias, tristes, cierto es, pero reales. Las sucesiones de acontecimientos tan inverosímiles, fuera de juego dentro de una sociedad que se llama moderna y democrática, aunque ya poca gente se lo crea, evidencian la falta de recursos de los ‘tres monos’ (podríamos ser los ciudadanos) ante tales desfachateces.

Podemos taparnos los ojos y no querer ver la injusticia cotidiana, la sinrazón que aumenta día a día. Podemos taparnos los oídos para no escuchar las mentiras, las falsas declaraciones de buenas intenciones, las promesas incumplidas. Podemos taparnos la boca y no emitir ningún sonido, no soltar ni una palabra. Podemos considerar ese silencio como una protesta pacífica ante lo que debería ser un grito unánime y descarado. Podríamos reaccionar así y, de hecho, parece que lo estamos haciendo. No vemos, no oímos y no hablamos. Tímidas y leves respuestas ante la verdadera tomadura de pelo que nos rodea y que se merece una hilera de respuestas contundentes por nuestra parte.

Detectamos fácilmente cuando alguien nos miente, cuando nos toma el pelo o cuando nos está liando. Lo detectamos puesto que ya estamos acostumbrados a vivirlo en nuestras propias carnes. Sin embargo, a pesar de que lo decimos, nos quejamos, lo denunciamos a grito partido, no reaccionamos. Parece que disfrutemos con la sensación de ser engañados, con la sensación de ser tomados por estúpidos y verdaderos gilipollas. No reaccionamos pero seguimos quejándonos. Por lo menos, damos la sensación de habernos dado cuenta del engaño y no queremos que la gente nos tome por gilipollas, aunque lamentablemente lo seamos. El nivel de masoquismo enquistado en nuestros genes es superior al que creíamos en un principio.

Cuando la reacción se transforma en acción pasiva, aquel que nos engaña se frota las manos, mira para otro lado y piensa que tiene el camino abonado para continuar con sus tretas. Cuando nuestra reacción es pasiva alimentamos las ganas de seguir produciendo daños y perjuicios a toda esa banda de desalmados que nos rodean cada vez más. Cuando no reaccionamos ya no sólo aparecemos como víctimas y como resignados, aparecemos como cómplices de la situación en la que vivimos por el simple hecho de que el silencio y el no hacer nada es aceptar la realidad como buena y única. Los tres monos enseñan lo que no debemos hacer ante situaciones injustas, denunciables y nocivas para la salud de una sociedad. Y aunque sea una actitud pragmática no nos llevará a ninguna ventaja futura, muy al contrario, nos envolverá en una espiral de sinsentido general, aumentará la desconfianza y convertirá a todos los ciudadanos en meros monos convertidos en tristes personajes de una obra real que terminará en drama. Un final esperado visto los acontecimientos. Mientras tanto nos dejamos llevar por la corriente.

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‘En reiteradas oportunidades vi llegar camiones de la policía de la Provincia

cargados de jóvenes de ambos sexos que eran embarcados en aviones a motor de dos hélices, generalmente de la Armada’

(Arnoldo Bondar, empleado civil de la base El Palomar) 

Si algo tiene el ser humano es que es capaz de sofisticarse en el uso de la tortura y la barbarie. La realidad siempre supera la ficción. Si de algo es capaz el ser humano es de tener imaginación suficiente para el sufrimiento, para el dolor y para el maltrato. Es difícil rodearse de inteligencia. Es difícil también rodearse de bondad, de paz y de armonía. De hecho estamos acostumbrados a vernos rodeados de ignorancia, de estupidez y de inutilidad, de violencia, de odio y de complejos infundados, pero a la hora de crear nuevas fórmulas de matar, de aniquilar o de fomentar el pánico entre la sociedad, el ser humano es increíblemente audaz y dinámico, sorprendentemente capaz e imaginativo.

Los ‘vuelos de la muerte’ fueron una práctica de exterminio de personas detenidas y desaparecidas durante las últimas dictaduras militares en Argentina durante el llamado ‘Proceso de Reorganización Nacional’ (1976-1983), conocido familiarmente como ‘el proceso’, se considera como la dictadura más sangrienta de la historia argentina y se caracterizó por el terrorismo de estado, la violación constante de los derechos humanos, la desaparición y muerte de miles de personas, el robo de recién nacidos y crímenes de lesa humanidad. Seguramente, a quien se le ocurrió el nombre de tal proceso descansó feliz una vez visto el desarrollo de los acontecimientos. Porque tiene narices interpretar el significado de ‘reorganización nacional’ con el método de aniquilar al oponente ideológico por sistema, deteniéndolo, haciéndole desaparecer y, finalmente, asesinándolo.

La práctica inventada con los ‘vuelos de la muerte’ consistía en lanzar, sistemáticamente, a miles de personas vivas al mar desde aviones militares. En 1976 aparecieron en la costa del este de Uruguay varios cuerpos destruidos, según varios testigos en Cabo Polonio. En 1977 aparecieron varios cuerpos a unos 300 kms. al sur de Buenos Aires. Esos cadáveres fueron enterrados rápidamente pero los forenses policiales informaron que la causa de la muerte fue ‘un choque contra objetos duros desde gran altura’. Muchos de aquellos cuerpos recuperados pudieron ser identificados como procedentes de los Centros de Detención. Algunos del Campo de Mayo y otros de la ESMA, algunos podrían haber estado en El Campito. Los últimos cuerpos parecían proceder de El Olimpo.

Durante el primer gobierno democrático y bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, aparecieron sospechas y declaraciones que hacían indicar que la policía de la provincia de Buenos Aires también eliminaba a las víctimas de la represión ilegal de esta manera. Incluso, en 1995, el ex represor de la ESMA Adolfo Scilingo narró con detalles la metodología de exterminio al que los propios verdugos se referían como ‘vuelos’. Ese testimonio se recogió en el libro ‘El vuelo’. En el libro se detallaba el procedimiento, la autorización de la Iglesia Católica, la utilización de inyecciones anestésicas, la participación de médicos, los tipos de aviones y la amplia participación de oficiales del ejército.

‘Los vuelos fueron comunicados oficialmente por Mendía (vicealmirante de la Armada)

 pocos días después del golpe militar de marzo de 1976.

Se informó que el procedimiento para el manejo de los subversivos en la Armada

sería sin uniforme y usando zapatillas, jeans y remeras’

Antes de poner en marcha dicho procedimiento macabro se consultó con la jerarquía eclesiástica y se llegó a adoptar un método que la Iglesia consideraba cristiano, es decir, gente que despegaba en un vuelo y que no llegaban a su destino. Y antes las dudas de algunos marinos, se aclaró que se tirarían a los subversivos en pleno vuelo. Tras los vuelos, los capellanes trataban de consolar a los ‘verdugos’ recordando un precepto bíblico que habla de ‘separar la hierba mala del trigal’. Según los cálculos que narraba el mismo Scilingo, los métodos de exterminio de los aviones costó la vida a casi 5000 personas y dependían directamente del Almirante Emilio Massera. Pero Scilingo no fue la única persona que rompió su silencio. Emir Sisul Hess, que integró la Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, contó cómo arrojaban (a esas personas) al Río de la Plata cuando él era piloto. Explicó que los vuelos salían de Palomar o de Morón, que les ponían una bolsa en la cabeza, los subían a los aviones y los trasladaban hasta que eran arrojados.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha entregado al juez federal Sergio Torres más de un centenar de fotografías de víctimas de los «vuelos de la muerte» de la dictadura militar argentina (1976-1983) realizadas por un fotógrafo uruguayo, y se han entregado en la causa para que sean utilizadas como prueba por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Las fotografías forman parte de 35 pliegos de documentos que la CIDH ha desclasificado después de 36 años, a petición de Torres. Es la primera vez que el organismo adopta esta decisión, ya que hasta ahora solamente había entregado material de esta naturaleza a las comisiones encargadas de investigar las violaciones de Derechos Humanos en la región y a las familias de las víctimas. En total, se trata de 130 fotografías en las que aparecen cadáveres, muchos de ellos maniatados, o miembros corporales. De estos documentos se desprende que las víctimas eran argentinas, ya sea por los billetes encontrados o por las características de la ropa.

El mismo juez Torres ordenó la detención de los pilotos Alejandro d’Agostino, Enrique de Saint Georges y Mario Arru, acusados todos de haber tripulado, entre otros, el avión desde el que presuntamente se arrojó al mar a la fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, Azucena Villaflor y  la monja francesa Léonie Duqet. También se detuvo al exsuboficial naval Ricardo Ormello, quien habría confesado a compañeros de trabajo su participación en dichos vuelos. Otro detenido es Gonzalo Torres de Toloza, abogado, vinculado al grupo encargado de accionar las tareas operativas en la ESMA.

El mismo mar sorprendió a todos con la verdad. El mismo mar abrió los ojos a la incredulidad. Fue el mar quien, tras recibir esos cuerpos lanzados,  los empujó a la orilla para denunciar unos hechos que jamás debieron suceder. Fue ese mar quien nos puso delante de una realidad que asusta y que nos hace pensar qué clase de gente puede cometer semejantes delitos. La violencia de unos actos que no deben quedar impunes, puesto que son delitos contra la condición humana en su conjunto. Todos somos víctimas de una manera u otra. Todos debemos ser conscientes de hasta qué punto el ser humano es capaz de dañar a alguien, a su entorno, a su familia y amigos, con frialdad, ejecutando actos de verdugo con alevosía, escondiendo, programando, estructurando un método infalible para dar rienda suelta a sus enfermedades, metiendo en el círculo del terror a diferentes personajes que por una causa u otra son tan culpables como despreciables. Desde el que inventa el sistema, hasta el que lo ejecuta, pasando por el que lo firma, lo organiza, lo entrena y lo define. Toda esa macabra organización de muerte debe pudrirse pues no pertenece a la raza humana, al menos, a la masa de personas que nos consideramos de bien. No vale con denunciar unos hechos, unas personas, unos militares, unos dictadores, unos asesinos. Hace falta más. Hace falta expandir la noticia, explicarla (aunque cueste), hace falta recordar estos acontecimientos para que aprendan futuras generaciones lo que no se debe hacer bajo ningún concepto. Debemos eso al menos a todas esas víctimas. Debemos ser conscientes del grado de importancia que dejan estos hechos. No lamentemos. Juzguemos. Recordemos. Aprendamos.



Dicen que es la profesión más antigua del mundo. Y eso es debido a que se conoce que existía y hay registros históricos de su ejercicio en prácticamente todas las sociedades humanas. Hay un argumento que discute en cierta forma la antigüedad de su práctica desde un punto de vista socioeconómico, dado que el intercambio de favores sexuales a cambio de bienes materiales requiere de un cierto tipo de acumulación capitalista que no se dio entre los primeros grupos humanos hasta que la tecnología ayudó a ello. Desde ese punto de vista quizá sí, pero no hay duda de que el intercambio de ese favor sexual ya era una forma de prostitución, hubiera o no intercambio de bienes. Podría haber sido por infinidad de motivos.

A la prostitución se la conoce o se la define como el acto de participar en actividades sexuales a cambio de dinero o bienes. La gran mayoría de los casos están representados por mujeres, aunque también existe la prostitución heterosexual por ambos sexos, la homosexual, la transexual y la infantil. Esta última, la prostitución infantil es uno de los hechos más alarmantes en las sociedades de hoy en día, sobre todo en países de renta baja donde la explotación sexual infantil está siendo una fuente grandiosa de ingresos gracias al turismo sexual que muchas personas de Occidente llevan a cabo como rutina habitual. Una práctica que ha ido aumentando con el paso de los años. Aunque la palabra ‘prostitución’ también puede referirse a formas de explotación social o laboral practicadas en muchas sociedades sin que tenga que haber favores sexuales. Son otra clase de prostitución a cambio de dinero.

No se dispone de cifras exactas sobre la prostitución infantil ya que las fuentes son tan clandestinas como las mismas prácticas. De lo que no hay duda es que los números son elevados, sobre todo teniendo cuenta el notable incremento de la prostitución infantil y juvenil de menores de ambos sexos. Por poner algún ejemplo, se calcula que en Tailandia hay más de cien mil niños y niñas víctimas de la explotación sexual y más de la mitad de ellos no superan los 13 años de edad. En Indonesia, el 20% de las mujeres explotadas son menores de edad. Pero si miramos a las grandes potencias occidentales vemos que el problema es global, puesto que en países como EEUU o Canadá cuentan con cifras escandalosas de más de cien mil menores prostituidos. Sólo en la ciudad de Nueva York se calcula que existen más de 20 mil menores afectados. A todo eso hay que añadir los explotados por la industria pornográfica infantil, que superan fácilmente los cien mil casos.

Hay otro dato espeluznante y que no deja lugar a la duda; la mayoría de esos niños y niñas explotados sexualmente acaban muriendo de SIDA, tuberculosis y otras enfermedades relacionadas con las prácticas sexuales a las que son obligados a desarrollar. Y la realidad indica que el negocio de la prostitución infantil sigue en aumento, mueve cifras millonarias y funciona tanto a niveles de personas con alto poder adquisitivo como a nivel turístico o callejero. La demanda de niños y niñas menores de 10 años sigue aumentando, y  por unas monedas o un plato de comida se puede abusar de ellos.

La prostitución es hoy una práctica ilegal en la mayoría de países, originada en ambientes marginales y relacionada habitualmente con formas de delincuencia. Pero también existen otros tipos de prostitución de alto standing, aquellas consideradas de lujo, totalmente aceptadas y nunca perseguidas, usadas por gente con muchos recursos y donde el dinero negro es una norma habitual de uso. Como en casi todas las esferas y acciones de la población y actuación social y política de los Estados, la prostitución también se encara de forma hipócrita, como no podía ser de otra manera. De todas maneras deberíamos distinguir entre la prostitución voluntaria y la involuntaria o forzosa, aquella que mana de mafias y bandas criminales y que explotan a miles de mujeres y niños. Según la ONU podría haber cerca de 300.000 víctimas en esas clases de redes.

De todas formas la situación jurídica en muchos países difiere del resto. Por ejemplo, en países como Holanda y Alemania, la prostitución está regulada como un oficio donde sus trabajadores pagan sus impuestos y no arrastran una imagen social degradada ni estigmatizada, modelo conocido como ‘pro regulación’. Se consideran a las personas que ejercen la prostitución como un tipo más de trabajadores, en ese caso sexual. En otros países, como por ejemplo, Suecia, Noruega e Islandia se persigue la adquisición de los servicios pero no la labor de quien la ejerce. Ese modelo se conoce con el nombre de ‘modelo abolicionista’, digamos que se considera a la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres y se penaliza a los hombres por explotarlas comprando sus servicios sexuales a cambio de dinero.

La prostitución mundial genera unos ingresos multimillonarios y difíciles de cuantificar. Sus cifras siguen aumentando año a año a pesar de la crisis económica y a pesar de las campañas de concienciación y de las persecuciones policiales a mafias y grupos criminales. Podemos alarmarnos, podemos mirar para otro lado, podemos decir que no es para tanto, podemos decir que el ser humano es habitual en estas prácticas. Podemos encarar el tema de muchas maneras. Pero debemos recordar que no es lo mismo prostituirse de manera voluntaria, siendo mayor de edad, eligiendo esa profesión, tan digna como otra cualquiera, que siendo obligado a ello, siendo secuestrado, drogado, atado, escondido, apartado de tu lugar de residencia, de tu familia, de tu pasaporte, de tu integridad total como persona, siendo obligado a desarrollar una actividad que no deseas sin importar la edad que tengas. La raza humana en cuanto roza el poder del dinero traspasa barreras que no se deben saltar, traspasa líneas que no se deben franquear. Pero no debemos culpar tan sólo a esa parte que actúa por negocio, que se salta todas las leyes y normas humanas para determinar el futuro de una persona. Debemos centrarnos también en los clientes, capaces de recorrer miles de kilómetros y cruzarse medio mundo para poder comprar los servicios de un niño para su beneficio sexual. Y a lo mejor, sin necesidad de coger ese avión. Una de dos: o la sociedad mundial está muy enferma (cosa que no es descartable) o la mentalidad humana está muy alejada de lo que podríamos considerar normal. Una cosa está clara: el hombre es el peor enemigo del hombre, en todas sus facetas y en todas sus esferas.


«Entre el ruido de las armas las leyes no se pueden escuchar»

(Cicerón)

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En este mundo de negocios e hipocresías, resulta curioso que los Estados propugnen tantas alianzas antinucleares, tantas estrategias antimilitaristas, tantos escudos antimisiles y un largo etcétera de ‘presuntas medidas‘ contra la imparable industria armamentística que no deja de crecer y crecer alrededor del mundo. Los países poderosos tratan de mostrarse como esos estados ‘sensatos’, partiendo desde una posición claramente favorable, de poder y de riqueza económica, tratando a los países del Tercer Mundo como Estados sin estabilidad, abandonados al caos y a la barbarie y por los que intentan luchar y aunar esfuerzos para que puedan salir airosos de semejantes circunstancias. Todo es muy curioso. Realmente curioso. Por no decir que es totalmente deleznable. Ese doble rasero de los Estados ricos a la hora de calificar y de tratar a los Estados pobres o en vías de desarrollo. La mayoría de los habitantes de los llamados ‘Primer Mundo‘ estamos bastante hartos y avergonzados de lo que sucede a lo largo y ancho de este planeta cada vez más prostituido por unos cuantos y cada vez más maltratado por otros tantos. Estamos hartos de esta imparable ola de hipocresía organizada a base millones dólares.

El negocio de las armas en el mundo es algo que ya se nos escapa de las manos. A pesar de que tengamos datos y que esos datos estén publicados. La hipocresía de esos Estados ricos no tiene ni nombre ni calificación. Es más, es como si esos datos pertenecieran a Estados ajenos, que nunca fueran o partieran de ellos mismos. Ante esta realidad no nos queda más que la protesta y la denuncia pública, pero con el paso de los años, todos estos esfuerzos y luchas vanas parecen caer en saco roto. Esta industria mueve tanto dinero que no podemos plantearnos el hecho de que vaya a desaparecer, como tantos y tantos negocios oscuros que operan alrededor de la tierra.

Se calcula que en el mundo existe un arsenal de 640 mil millones de armas de fuego. Hay que detenerse un momento para poder calcular esa cantidad de armas. Y pasados unos segundos seguimos sin poder reaccionar. Lo curioso es que se estima que la mitad de esas armas están en poder o en manos de civiles y la otra mitad a disposición de cuerpos policiales y de seguridad. El cálculo es espeluznante: hay un arma por cada diez personas que habitan el mundo. Por poner un solo ejemplo, desde 1947 se han vendido más de 70 millones del AK-47 el arma ligera por excelencia, de fabricación rusa, pero que es utilizada en más de 80 países y es fabricada en casi 20. En países como EEUU se calcula que existen más armas que habitantes.

Y cuando queremos descubrir qué países se benefician con este negocio principalmente, la lista no deja lugar a dudas y habla por ella misma:

Organizaciones como Amnistía Internacional, Greenpeace o Intermón Oxfam denunciaron en 2006 que España siguió vendiendo armas y material militar a países en conflicto armado, con tensiones regionales o en los que existen graves y reiteradas violaciones de los Derechos Humanos, como China, Israel, Colombia, Marruecos e Indonesia, y lamentaron la «falta de información» sobre este tipo de exportaciones. Con varios meses de retraso, el Gobierno remitió al Congreso las estadísticas de exportación de Material de Defensa y de Doble Uso relativas al primer semestre de 2006, cuyas ventas supusieron 462,6 millones de euros.

Cada año más de medio millón de personas muere víctima de la violencia armada: una persona cada minuto. La comunidad internacional calla, otorga y mira para otro lado. Cuando se hablan de semejantes cifras de negocio y donde tantas y tantas personas se reparten una parte del pastel, todos los discursos pacíficos, la llamada a la no violencia, etc., quedan aparcados en la cuneta, no sea cosa que estropeemos el negocio. Cuántos cómplices que incluso no sacan nada rentable de todo este negocio deambulan por ahí tan tranquilos, o quizá no tan tranquilos, aunque sea para satisfacer las demandas de los poderosos, dado que todo lo que sucede lejos parece lejano y distante y ajeno. Pero, cuidado, porque aquello que parece lejano a veces, debido a la ley de probabilidades puede resultar muy cercano, muy conocido y muy familiar. Y cuando toca de cerca, cuando el lobo no sólo asusta sino que ataca, es cuando divisamos el auténtico peligro, el auténtico terror. No somos conscientes de lo que fabricamos, no sabemos ni pararlo ni controlarlo. El ser humano ha construido una maquinaria perfecta de matar humanos. Y con el paso del tiempo la va perfeccionando, abaratándola y transportándola de un lado a otro, según las necesidades del momento. Y el negocio debe continuar, el espectáculo no debe detenerse. Las armas cambian de destinatarios, pero su cantidad no disminuye.

El verdadero peligro de esta industria lo representan las armas ligeras. Estas armas son las responsables materiales del 80% de las víctimas, y un 90% de esas víctimas suelen ser mujeres y niños. Su bajo coste las pone al alcance de una gran cantidad de masa humana y son usadas para diferentes guerras civiles, conflictos étnicos, fines ilícitos y criminales, armando bandas urbanas, grupos paramilitares, mafias, terroristas y guerrillas. La proliferación de armas ligeras en manos de civiles incrementa las posibilidades de que en cualquier enfrentamiento humano se haga uso de ellas.

Y después de pensar en todo esto seriamente, durante unos breves minutos, no caigamos otra vez en el recurso fácil de la sorpresa cuando leamos las noticias de mañana y nos demos cuenta de la realidad que se sucede día a día por todos los rincones del planeta. Cuando el número de víctimas aumenta sin cesar, cuando nadie pone barreras y frenos a semejante despropósito, cuando nadie con un poco de poder entre manos mueve un solo dedo para detener la sangría en la que se ha convertido este estercolero humano. Abramos los ojos de una vez, o cerrémoslos para siempre, pero no seamos igual que ellos. Denunciemos y gritemos a los cuatro vientos que estamos en contra de esta industria que ya se ha hecho con el poder y a la que no pertenecemos la gran mayoría de personas que habitamos este asqueroso mundo.


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«A menudo, los grandes son desconocidos o peor, mal conocidos»

(Thomas Carlyle)

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Por circunstancias de la vida, mi carrera laboral ha dado muchas vueltas. Muchos caminos encontrados, y muchos caminos abandonados. Y por causas que derivan de esas mismas circunstancias, mi vida laboral se ha encontrado con cientos de personas, todas ellas diferentes, todas ellas distintas.

Y desde hace muchos años una duda me asaltó y sigue estando completamente viva en mi mente. Me refiero al porqué compartimos tan poco, porqué sabemos tan poco, porqué nos interesa tan poco sobre la inmensa mayoría de las personas que nos rodean a diario. Personas que ciertamente pasan muchísimas horas de nuestra vida junto a nosotros. Muchas personas de las que muchas veces no sabemos absolutamente nada. Y lo peor de todo es que además parece darnos completamente igual.

Cuando profundizamos en el tema caemos en la cuenta de que la mayoría de esas ‘personas desconocidas’ tampoco están interesadas en absoluto en nosotros. También parece que les da completamente igual saber o no sobre nosotros, sobre nuestra vida, sobre nuestras aficiones, sobre nuestras inquietudes.

Aseguramos que el ser humano vive en sociedad y que se relaciona con otros seres humanos. Es la ley natural del hombre. Las relaciones sociales se demuestran primero en el hogar, para luego pasar al terreno familiar, vecinal, laboral, de amistad y de entretenimiento. La relación entre personas es un hecho incuestionable, a no ser que se viva en un paraje totalmente aislado y sin contacto humano. Por lo tanto, el roce es evidente. Pero el roce no significa ni complicidad, ni entendimiento, ni siquiera significa compartir algo.

Durante muchos años me he preguntado, y sigo haciéndolo, porqué no he podido entablar una conversación profunda con según qué personas, porqué no he podido averiguar las aficiones de otras, porqué no he sabido nada de las inquietudes de aquellas otras. Me estoy refiriendo al simple hecho de profundizar en alguien, en llegar a saber algo más que su nombre y su estado civil. Me estoy refiriendo a la simple cuestión de empatizar con alguien conociendo de primera mano qué es lo que le preocupa, qué es lo que le motiva, qué es lo que le hace estar vivo.

Cosas que van más allá del ‘buenos días’, del ‘qué tal estás’, del ‘hasta luego’ y/o del  ‘que tengas un buen día’. Cosas que abarcan penetrar en el universo de la otra persona, indagar sobre sus pensamientos,  el porqué está allí y no en otro lugar, porqué eligió la vida que tiene y no otra, qué le hubiera gustado hacer y no hace. En una palabra, me estoy refiriendo al interés por el otro.

La gente confunde a menudo el interés sobre alguien con algo que tiene más que ver con la violación de la intimidad, o la intromisión en su privacidad, o la desconfianza  en verse atrapado dentro de su propio mundo por alguien que es ajeno a él. Acaso la timidez, acaso la inseguridad, quién sabe. La gente no entiende que interesarse por alguien, por su mundo y por su vida es una forma de abrirse y de conocer algo nuevo de una persona para poder compartir eso mismo, esa idea, esa inquietud, ese pensamiento, esa afición. Se trata de compartir. Tan sólo eso. Tratar de averiguar si hay caminos paralelos que se puedan unir. Intentar conocer puentes que puedan unir a dos o más personas. Se trata de socializar a las personas. Y todo eso cada vez parece más difícil.

Como persona curiosa que soy, muchas veces dentro del grupo de compañeros de trabajo he tratado de abordar este tema y de comenzar a preguntar sin ningún tipo de cortapisas acerca de las aficiones de cada uno de ellos. Cual ha sido mi sorpresa comprobar que, una vez que comienzas a preguntar sobre temas concretos y personales, la mayoría se siente abierto y confiado en exponer sin ningún tipo de rubor ni timidez todo aquello que le apasiona, que le hace ver la vida de forma diferente.

Te encuentras a ése que te cuenta que su mayor afición es ir a pescar en su día libre; o quien te dice que su placer máximo es ir al mercado y cocinar esa receta que tiene en mente con el esmero y el tiempo que sean necesarios; o aquél otro que te cuenta que en su tiempo libre está estudiando una carrera que nada tiene que ver con lo que está haciendo. Y así, poco a poco, vas descubriendo un sinfín de posibilidades, de ideas diversas, de aficiones desconocidas.

Una tras otra, esas motivaciones, esas sensaciones, esas  sorpresas van apareciendo sobre la mesa, de forma imparable. Y entonces aún te duele más darte cuenta de todo lo que has dejado sin preguntar, todas aquellas cosas que por una razón u otra jamás conocerás de otras personas, que pasaron por tu vida de forma fulgurante, pero que compartieron contigo muchos momentos, muchas horas y que todavía conservas en la memoria.

Más de una vez, amigos y conocidos me han comentado que no saben nada o casi nada acerca de sus compañeros de trabajo. Y si saben algo es aquello más superficial, aquello en lo que no están para nada interesados. Aquello que la nimiedad invade y que casi es mejor olvidar. Lo importante, lo interesante de esas personas queda oscurecido, apagado, escondido en el cajón más secreto, como si a nadie le interesara y, sin embargo, no es así.

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«Es preferible ser reconocido por desconocidos que desconocido por conocidos»

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Nos interesan las cosas de los demás, leemos sobre los demás, buscamos información sobre los demás. Las nuevas tecnologías han hecho posible saber y estar al día de lo que hacen y dicen, de lo que quieren hacer y de los planes de miles de personas alrededor del mundo con tan sólo encender una pantalla. Y no sabemos nada importante sobre ese personaje que está sentado justo en frente de nosotros, ese con el que compartimos una taza de café cada mañana. El ser humano es sorprendentemente absurdo.

Y quizá si realmente indagamos en la causas del porqué sucede todo esto, lleguemos a la conclusión de que en parte es porque no encontramos a esa mayoría de personas interesantes. Creemos que nada de ellas puede llamarnos la atención. Lo cercano se vuelve lejano. Se vuelve interrogante. Lo cercano aparece olvidado.

Los que nos rodean no nos dicen absolutamente nada que nos importe. Acaso no supimos descubrir su lado interesante. Quizá no supimos indagar en lo que valía la pena. Quién sabe. Lo cierto es que he conocido personas muy interesantes en esos momentos de trabajo. Pocas, es cierto. Sobre todo si calculo la gran proporción de las que he conocido. Pero esas pocas ya valen la pena. Esas pocas ya me indican que algunas merecían la pena ser descubiertas. Por unas causas u otras, cuántas personas se han quedado ahí olvidadas, desconocidas, aquellas personas cercanas, de las que tanto creímos conocer y que ciertamente tan poco supimos.

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«Sólo dos tipos de personas pueden hablar sin inhibiciones:

los desconocidos y los amantes.

Los demás sólo están negociando.»

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