«Lo que empieza en cólera acaba en vergüenza»
(Benjamin Franklin)
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Al término de la Segunda Guerra Mundial, el territorio alemán se dividió en cuatro zonas bajo control de las tropas aliadas. En ese momento, Alemania no se encontraba en condiciones de pactar nada. Debido a que la URSS invadió Alemania por su lado este y llegó a Berlín impuso su propio control militar, fundando la República Democrática Alemana en octubre de 1949. Su primer presidente fue Wilhelm Pieck. La URSS impulsó su reconocimiento como Estado a nivel internacional, gracias a todas las repúblicas soviéticas satélites que a continuación la reconocieron. Sin embargo, la República Federal Alemana, que se fundó el mismo año, se negó a reconocer a la RDA.
La conocida como ‘Guerra Fría’ comenzó en ese momento. La URSS siempre anunció que no proponía a la RDA como un estado socialista, y siempre dejó abierta una puerta a la posible reunificación en el futuro. Pero a partir de la década de los 50, Stalin aceleró los movimientos para que se identificaran mecanismos e instrumentos socialistas en el territorio. La colectivización, la agricultura y la nacionalización de las empresas fueron los primeros. También la disolución de los estados federados en ese estado fue otra prueba evidente, cambiándolos por distritos.
También comenzaron las represiones contra la población cuando se intentó manifestarse en la calle en contra de las medidas adoptadas. Los tanques del ejército rojo que permanecían en territorio alemán salieron a la calle y mantuvieron ‘el orden’, pero para ello murieron decenas de ciudadanos. La RDA era conocida también como la Alemania Oriental y fue un agujero negro en la historia de Alemania que duró más de cuarenta años. Muchos fueron los filósofos y sociólogos alemanes que intentaron escribir tesis para explicar lo que había supuesto para la sociedad alemana en su conjunto tal suceso. El país se dividió en dos zonas completamente diferentes integradas por personas del mismo origen, idioma y cultura. Dos formas políticas, sociales y económica. Dos ideologías. Dos propuestas extremas. Una anclada en las ideologías socialistas soviéticas, y la otra en el capitalismo dentro de un país federal. Una separación que supuso nuevas fronteras, policías y soldados para controlarlas, pasaportes diferentes y nuevas barreras para delimitar claramente ambos territorios.
Berlín, que había sido capital de Alemania hasta entonces, se vio dividida en cuatro sectores desmilitarizados, que pertenecían a Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS. La misma ciudad de Berlín se asemejaba a lo que le había sucedido a Alemania. Una ciudad dividida. En la zona occidental la vida transitaba como en la RFA y en el lado oriental como en la RDA. La RFA declaró a la ciudad de Bonn como nueva capital, mientras que la RDA reconoció a Berlín como su capital. Y con el paso de los años y el aumento de la Guerra Fría, la paranoia por la seguridad fue aumentando año tras año. Las fronteras empezaron a tener algo más que un significado territorial para pasar a ser algo más diplomático y estratégico.
Se levantaron vallas por todo el territorio fronterizo entre los dos países. Se creó una zona de unos 5 kilómetros de longitud donde sólo era posible entrar con un permiso especial para residentes. Muchos alemanes del Este quisieron salir y escapar rumbo al Oeste. Se calcula que más de 3 millones de personas abandonaron la RDA rumbo a Occidente entre 1949 y 1961. También la RDA sirvió como puerta de entrada a la Europa Occidental para ciudadanos de los estados socialistas como Checoslovaquia, Polonia o Bulgaria. La mayoría de los que intentaban salir eran jóvenes bien formados, y eso era un peligro para el futuro de la RDA. De hecho, más de 50 mil habitantes del Berlín Este trabajaban a diario en el área occidental para aprovecharse de los sueldos más elevados. Se les conoció como ‘Grenzgänger’.
La construcción del Muro de Berlín fue un poco consecuencia de todo lo que estaba sucediendo y el miedo a lo que podía suceder en el futuro. El gobierno oriental defendió la idea de su construcción con la teoría de ser una protección para la población ante posibles elementos fascistas que podían conspirar para el no desarrollo eficiente del estado socialista. Ese muro tuvo varios nombres, pero se le conoció sobre todo como el ‘Muro de la vergüenza’. Se comenzó a constuir en agosto de 1961 y se extendía a lo largo de 45 klómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos y en 115 kilómetros que separaban a la parte occidental de la oriental. Un símbolo que muchos trataron de traspasar a pesar de la dura vigilancia de los soldados fronterizos. Nunca se ha llegado a conocer con exactitud cuántas personas murieron intentando salvar el muro. Algunas cifras hablan de casi 300 víctimas.
El plan para la construcción fue un secreto del estado de la RDA. Los trabajos fueron realizados bajo las órdenes y la vigilancia del Ejército Nacional Popular. Incluso meses antes de su inauguración se negaba la decisión ya adoptada en ámbitos diplomáticos internacionales. El 11 de agosto de 1961, la Cámara Popular de la RDA aprobó los resultados del Consejo de Moscú y autorizó al Consejo de Ministros a emprender las medidas necesarias. El día 12, de madrugada, comenzaron las obras. Se hizo sin previo aviso y se hizo en su totalidad. Tan sólo una pequeña parte se quedó sin construir. A partir de ahí se desarrolló una vigilancia férrea, con el uso de más de 5000 miembros de la Policía Popular y otros tantos de las brigadas ciudadanas. Algunas tropas soviéticas se apostaron en la frontera ante un posible combate. Los medios de transporte que comunicaban ambas zonas de la ciudad berlinesa fueron detenidos. Sólo el tren elevado y el subterráneo que atravesaban el este de la ciudad siguieron funcionando, pero sin detenerse en las estaciones orientales, que comenzaron a conocerse como estaciones fantasma.
El nombre propio de la construcción del muro fue Erich Honecker, responsable de la planificación y la realización del muro. Representaba sin duda lo que estaba sucediendo en todo el mundo. Dos potencias rivales queriendo demostrar sus fuerzas. A nadie se le escapaba que la intención primera y bien definida de ese muro era evitar que los ciudadanos de la RDA escaparan hacia la otra Alemania. Cualquiera que osara saltar el muro se veía expuesto a las pistolas de los vigilantes. Desde la RFA y mediante su presidente Adenauer se intentó calmar a la población. Las protestas aumentaron pero nada se pudo hacer ante el muro ya construido. El alcalde del Berlín Oeste convocó una manifestación donde reunió a más de 300 mil berlineses. La reacción ante la construcción por parte de los aliados fue lenta e imprecisa.
La RDA prohibió la entrada a su territorio desde el Berlín Oeste a partir del 1 de junio de 1962. Las negociaciones fueron duras pero se permitió que más de cien mil ciudadanos del oeste visitaran a sus parientes a finales de 1963. A partir de la década de los 70 ambos gobiernos tuvieron acercamientos, se emprendió una política conciliadora y de aproximación para relajar las tensiones y simplificar los trámites para permisos de viaje. La RDA pidió a cambio el reconocimiento como estado soberano aunque fue rechazado. Las obras del muro siempre estuvieron presentes, incluso en 1975 se hizo una nueva reconstrucción. El muro iba apoyado por una valla metálica, cables de alarma y trincheras de alambrada para evitar el paso de vehículos y más de 300 torres de vigilancia con soldados armados y con orden de disparar ante cualquier vestigio de huida.
Se calcula que casi 60 personas pudieron escapar utilizando un túnel de 145 metros de longitud cavado por los berlineses occidentales entre el 3 y el 5 de octubre de 1964. El caso más conocido de fuga fue el de Peter Fechter. Intentó cruzar el muro junto a su amigo Helmut Kulbeik, quien sí pudo llegar al otro lado. Pero Fechter fue tiroteado y se le dejó morir desangrado en medio de la calle ante la vista de los medios occidentales. Era el 17 de agosto de 1962.
La caída del muro se produjo la noche del 9 de noviembre de 1989. Habían pasado 28 años. Las evasiones se habían intensificado en los últimos meses gracias a las aperturas de países cercanos como Hungría o Checoslovaquia. La presión internacional, las manifestaciones masivas y constantes. Un cúmulo de sucesos que llevaron a una curiosa circunstancia. Esa misma noche, Günter Schabowski, miembro del Politburó del SED, anunció en una conferencia de prensa, retransmitida en directo por la televisión nacional sobre las seis de la tarde, que todas las restricciones para los ciudadanos habían sido retiradas. Fue en ese momento cuando las dudas de miles de personas comenzaron a fraguarse. Entendieron que sí se podía pasar al otro lado sin restricciones y los mismos guardias fronterizos se quedaron perplejos, aunque no tenían comunicación oficial del hecho. Miles de personas empezaron a congregarse frente al muro y los soldados no hicieron ni la intención de disparar. Acabaron por abrir los puntos de acceso. La nueva Ley de Viajes provocó la caída del muro.
Desde el lado occidental se comenzó a gritar en radios y televisiones una sola proclama: ¡El Muro está abierto! Miles de berlineses del lado este se presentaron y exigieron pasar al otro lado. Antes de medianoche varios puntos fronterizos abrieron el paso. Aunque la verdadera avalancha humana se vivió a la mañana siguiente. El 10 de noviembre se convirtió en una fecha histórica. El entusiasmo de los dos berlines se hizo evidente. Se bebía, se cantaba y se gritaban voces de libertad. Se escaló el muro. Los mismos ciudadanos y de forma espontánea comenzaron su destrucción. Las imágenes dieron la vuelta al mundo.
El historiador Eric Hobsbawm declaró que el siglo XX había sido corto, sobre todo si se comparaba con el siglo XIX. Para él, el siglo XX transcurrió desde la Primera Guerra Mundial hasta la desintegración de la Unión Soviética. La caída del muro fue el último empujón para el fin de la Guerra Fría y el reconocimiento de que lo que había ocurrido jamás debía haber ocurrido. El siguiente paso era evidente: la reunificación alemana.