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El-Buen-Amor.-Con-Nube-De-María.

«El amor es como los fantasmas, todo el mundo habla de él pero pocos lo han visto.»

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Del amor se habla, se habla demasiado. Del amor de lee, se lee demasiado. Del amor se escucha, se escucha demasiado. El amor se ha incorporado a nuestras vidas como un todo, se ha instalado como un conjunto de muchas cosas difíciles de explicar y que raramente aparecen en nuestra realidad. El amor parece estar unido a la civilización humana desde sus inicios intrínsecamente. Pero también lo está el odio. Serían los dos polos opuestos. Lo bueno y lo malo del ser humano a la hora de hablar de sentimientos. Incluso da la sensación de que sin el amor la raza humana estaría extinguida o profundamente deprimida, aunque pueda parecer que las muestras de amor y de odio andan a la par. Pero, como ocurre en tantas ocasiones, la mayoría de las personas hablan y hablan sobre cosas que desconocen o que creen conocer, o que pretenden saber. A fuerza de hablar de algo durante mucho tiempo, uno puede llegar a interpretar que ya conoce suficiente sobre ello, aunque no sepa absolutamente nada. Si a uno le hablan del amor desde que es pequeño y no lo experimenta, seguramente querrá saber sobre ello para poder hablar también de su propia experiencia al respecto. Eso también es innato en el ser humano.

Uno ha visto infinidad de películas que han tratado sobre el amor, como obras de teatro, en todas sus formas, ya fueran idílicas, platónicas, dramáticas, especiales, imposibles, duraderas, placenteras, dañinas, enfermizas, etc. Uno ha leído cientos de libros que también han querido describir ese estado emocional de una forma particular y personal. Uno ha sido testigo de otras tantas relaciones que han transcurrido a su alrededor, amores que nada tenían que ver el uno con el otro, algunos que daban la impresión de ser irrealizables, inéditos, increíbles o simplemente imposibles; pero también otros que parecían perfectos, estables, imprescindibles y enigmáticos. Desde fuera no se puede explicar y mucho menos conocer por entero lo que se cuece dentro de esos amores, pero cualquiera de nosotros podría hablar de nuestras experiencias, como también seríamos capaces de explicar nuestras propias formas de amor que hemos sentido o experimentado.

«No existe el amor,

sino las pruebas de amor,

y la prueba de amor a aquel que amamos es dejarlo vivir libremente.»

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Hay una pregunta que siempre me ha costado contestar: ¿Cuántas veces te has enamorado? En un principio me parece una pregunta trampa. Porque una pregunta así ya da a entender que has tenido que enamorarte, y además varias veces. Se da por sentado que cualquier persona digamos ‘normal’ se va a enamorar a lo largo de su vida y, a poder ser, en repetidas ocasiones. Y como dicen que el amor es imparable, incontrolable y difícil de medir, pues seguramente nos veremos envueltos en sus garras en cuanto menos lo imaginemos. El amor no avisa, dicen. El amor, aparece… Tengo que confesar que me cuesta contestar a esa pregunta porque si me paro a pensar en ello detenida y profundamente, me cuesta distinguir entre lo que se suele llamar amor de lo que simplemente es una atracción, un cariño o un deseo. Con lo cual, contestar a la pregunta diciendo ‘ninguna’ se antoja arriesgado, más que nada por las caras de sorpresa y de incredulidad que recibiré automáticamente. 

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Tengo la sensación de que se habla muy gratuitamente de muchos sentimientos. Cualquier puede ser amigo de alguien, y cualquiera está enamorado de alguien. Hay gente que se enamora cada día. Y, lógicamente, se desenamora de igual forma, es decir, al instante. La pregunta es lógica: ¿era amor? ¿No estarían confundidos? ¿No estarían simplemente engañándose? Decir que estoy enamorado de alguien suena bien. Es bonito. Es idílico. Es envidiable. Y no digamos decir que alguien está enamorado de nosotros. Nuestro ego sube como la espuma con una facilidad pasmosa. Sentirse querido es innato en el ser humano y muy necesario. Necesitamos sentir que atraemos a alguien. Aunque nosotros no sintamos lo mismo. Necesitamos querer y ser queridos. Necesitamos sentir algo por alguien en algún momento de nuestra vida, otra cosa será que ese alguien demuestre y/o sienta lo mismo por nosotros.

 “Esta noche dormirás con tus triunfos y encantos, pero ella la pasará en los brazos de otro”

(Morrissey)

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Pasaríamos entonces al terreno de las necesidades más que el de las realidades. Confundiremos los sentimientos debido a nuestras necesidades más primarias. Necesitamos amor y si no lo encontramos lo inventamos. Creamos lo que haga falta con tal de satisfacer nuestra mente. Imaginaremos lo que haga falta y haremos creer al mundo lo que hemos creado en nuestra mente. Da igual si es verdad o no, de tanto repetirlo parecerá real. Y como en el amor sucede habitualmente con infinidad de sentimientos y de situaciones. Los problemas surgen o los creamos, aparecen o los hacemos aparecer. Los males, las quejas, la mala suerte, los amigos imaginarios, los que nos aprecian, los que darían la vida por nosotros, tantos que los vamos amontonando en el contador de cualquier red social, acumulando sensaciones más que realidades, intentando ver el mundo tal y como deseamos, mucho más que de cómo realmente es.

«No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos.»

(O.K. Bernhardt)

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Hace falta menos imaginación, un poco más de atención y mucha más coherencia. Ni todo es tan malo ni todo es tan bonito. La vida se compone de altibajos, de buenos y malos momentos, de buenas y malas personas, y en esa senda vamos avanzando, el conjunto de todo es lo que denominamos experiencia. No por pretender saber se sabe, no por creer conocer se conoce. No por decir que amamos mucho amaremos más o mejor. No por decir que nos aman nos sentiremos amados. No por decir muchas veces ‘te quiero’ se quiere más. Pero eso algunas personas no quieren entenderlo. Siempre me ha hecho gracia una frase que, desafortunadamente, sigue funcionando: ‘Dime que me quieres, aunque sea mentira’. Queda dicho todo. Dime lo que quiero escuchar, da igual si es verdad o no. Nos vamos traicionando a nosotros mismos, sin querer encarar la realidad. Nos enamoramos superficialmente, rápidamente, sin detenernos a pensar si realmente estamos enamorados. Quizá la pregunta clave sería qué es el amor. Y, a partir de ahí, todo empezaría a encajar. O no. Quién sabe. En un mundo donde la mentira y la exageración están a la orden del día hablar más o menos del amor ya parece algo trivial.

«La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener.»

(Gabriel García Márquez)

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Cuando aguantar se convierte en un triunfo

Publicado: 21 de septiembre de 2015 en Artículos
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«Dar todo lo que tienes,

aguantar todo lo que tengas que aguantar

y saber que puedes estar satisfecho»

(Haruki Murakami)

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En muchas etapas de la vida nos vemos abocados a ‘aguantar’. Dicho así parecería ser un escenario un tanto triste y deprimente. Muchos podrían decir que, si el único objetivo que tenemos a la vista es el de aguantar, no va a crearnos un gran estímulo, poca o ninguna atracción y, mucho menos, alguna que otra motivación. Lo que ocurre en realidad es que ese escenario no es una verdadera elección. Sobreviene. Las circunstancias suelen mandar en la mayoría de nuestros momentos. Sobre todo a la hora de tomar decisiones. Solemos valorar todas las posibilidades dentro de nuestros límites, dentro de nuestras circunstancias actuales, antes de tomar esas decisiones. De poco nos sirve imaginar otros escenarios que no concuerden con la realidad, puesto que, al fin y al cabo, lo que cuenta es el presente, ese momento oportuno en que nos vemos abocados a tomar una determinada decisión.

Quizá ahí radique el verdadero sentido de ‘aguantar’. El verse obligado a elegir entre no muchas decisiones. Sentirse atado a la hora de determinar qué hacer. Descubrirse limitado, encogido, atado o encerrado en un laberinto del cual es bastante complicado encontrar la salida. Y cuando nos encontramos ante semejante situación no nos queda otra que aguantar. Y así tantas veces como sea necesario. Pero todas las etapas de la vida están definidas por unos determinados espacios de tiempo. No todo es para siempre, ni lo bueno ni lo malo. En algunas ocasiones, son sólo momentos, tiempos efímeros que se evaporan casi sin dejar rastro. En otras, por el contrario, pueden significar muchos meses o varios años. Pero por uno u otro motivo debemos aguantar. Y aguantar ya se ha convertido en algo muy común para la mayoría de los habitantes de este planeta. Ya estamos más o menos acostumbrados, aunque cuesta entender que uno se acostumbre a ciertas situaciones. Digamos que la necesidad hace el resto. Porque no queda otra. Acaso sólo cambia la forma de encarar dicha circunstancia. Para algunos se convierte en una ansiedad y un agobio constantes. Para otros, es sólo un simple contratiempo pasajero. Todo se verá según  la manera como lo percibamos, quizá muy diferente a cómo realmente es. Aguantar se puede hacer insoportable. Aguantar también puede resultar cómodo por convertirse en algo totalmente rutinario.

«El hombre puede aguantar mucho si aprende a aguantarse a sí mismo»

(Axel Munthe)

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La forma en la que nos lo tomemos tendrá repercusiones, sobre todo a largo plazo. Quizá sería más fácil analizar el porqué de la situación. Indagar sobre los hechos que nos han transportado a esa realidad, a esa limitación. En la mayoría de los casos comprobaríamos que no se debe a un error nuestro. Todo lo contrario. Esas situaciones son sobrevenidas. Por causas ajenas a nosotros. Porqué enfadarnos entonces, porqué agobiarnos sacando de quicio las cosas, porqué fustigarnos  por nuestra mala suerte, porqué quejarnos amargamente una y otra vez por las circunstancias que nos han tocado en suerte… La respuesta es que quizá nos gusta envolvernos de desdicha, inquietarnos demasiado, ver las cosas mal antes que bien. Quizá es más simple no definir la situación como algo que se tenga que aguantar, sino como algo que se tiene que vivir, de una manera distinta a cómo nos hubiera gustado disfrutarla. No se trata de que debamos gozar ante cualquier situación, sino que debemos encarar las circunstancias tal y como vienen, sin angustiarnos, sin precipitarnos en adelantar lo que se avecina, sin aventurar algo negativo.

«Bien poco enseñó la vida a quien no le enseñó a soportar el dolor»

(Arturo Graf)

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Decía Albert Einstein que entre las dificultades se esconden las oportunidades. Nunca mejor dicho. Ante una situación sobrevenida, en lugar de decir que debemos aguantar porque no nos queda otra solución, quizá deberíamos concentrarnos en encontrar la oportunidad que no vemos, por estar escondida, por querer ver tan sólo lo que nos aplasta, lo que nos agobia y no nos deja levantar. Suele pasar que si uno aguanta mucho y durante mucho tiempo se convierte en un ganador. Es una auténtica victoria. De la que debemos estar muy orgullosos. Es ahí que aguantar se convierte en un triunfo. Y debemos saborearlo. Saber aguantar, y aguantar sin perder el ritmo adecuado, el orden que nos hemos impuesto, la motivación que nos llevó hasta ese punto, el interés que nos da ánimos, el camino que nos hemos marcado desde un principio; no es otra cosa que un triunfo de todo nuestro esfuerzo, de nuestra capacidad de aguante, de nuestro saber estar y luchar, una pugna ante las adversidades. Aguantar es luchar por algo, por el hoy, por el mañana, por lo que apareció, por lo que vendrá, por lo que no nos gusta, por lo que celebraremos, por lo que sabremos valorar en el futuro. 

La realidad de nuestros días es cada vez más evidente, más desesperante. Da la sensación de que no avanzamos, de que nos hemos quedado estancados como sociedad global, como comunidad humana. De hecho, en muchos aspectos retrocedemos a pasos agigantados, como si escapásemos de lo que ya hemos conseguido con el paso de las décadas. La evolución humana, que debería ser natural, y hacia adelante, como su propio nombre indica, parece haber perdido atractivo, seguidores y apoyo incondicional. Ha sobrevenido una época donde mirar para atrás, retroceder sin objetivos y anclarse en el pasado, se han convertido en las directrices a seguir. En muchos aspectos, parece que la única tabla de salvación es la de aguantar. Aguantar hasta que la tormenta pase, que se calme todo y vuelva a ser como antes, como deseábamos, como habíamos soñado alguna vez. Pero nadie nos quitará que aguantar ya lo hemos convertido en un auténtico triunfo. Y lo vamos a celebrar.

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Es el tiempo para los valientes

Publicado: 13 de julio de 2015 en Artículos
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«Siempre hay un lugar en las cumbres para el hombre valiente y esforzado»

(Thomas Carlyle)

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Ha llegado. Es la hora. Es el tiempo de los valientes. De los que no se lo piensan. O de los que, a pesar de pensarlo mucho, lo llegan a realizar. Es hora de tomar decisiones. De aguantar. De sobrepesar. De valorar. De analizar. De saberse mejor. De pensar en lograrlo. De no rendirse. Es hora de decir ahora. De decir ya. No es tiempo para perder el tiempo. Ni para quejarse. Ni para acobardarse. Ha llegado el momento en el cual debemos ver todo desde otra perspectiva. Totalmente diferente. Nada parecida a la que nos enseñaron.

Todo lo que parecía idílico, ideal o normal ha pasado a ser cosa del pasado. Y se va diluyendo como el azúcar en el agua. Ahora todo es anormal, nada lógico y poco previsible. Los planes se hacen para romperlos automáticamente. Para crear otros al instante. Se siguen directrices para cambiarlas radicalmente. Se intenta someter a todo el mundo. Poco no se someten a nadie. Parece que todo está de paso. Pero todo estaba de paso. Todo cambia. Todo cambiaba. Pero no tan rápido. Y es que todo transcurre a mucha velocidad. Demasiado veloz. Y en ese tramo de urgencia e inestabilidad debemos pensar sobre todo y arremeter con actitud. Además de decisiones constantes. Algunas erróneas que nos provocan fracasos personales. Pero no debemos rendirnos. Nunca. El que se para y se rinde queda inmediatamente bloqueado. Ninguneado. No avanza. Y hay que seguir. Siempre. Y levantarse tantas veces como sea necesario. Aunque nadie nos ayude. De hecho, pocos nos ayudarán. Se trata de aprender a marchas forzadas, a golpe de obstáculos, de caídas. Recaídas. Vueltas a caer.

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«Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar;

pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar»

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Nos ha llegado. La hora. Nuestro tiempo. Es el tiempo de los valientes. De los que se atreven. De los que osan. De los que no se dejan vencer. De los que continúan. Y siguiendo y aguantando se vence. Vencer es sinónimo de haber luchado. Y sin lucha no habrá final. Sin lucha se perderá la opción de ganar. Cuando todo parece difícil, complicado y casi inalcanzable es cuando más seguro de uno mismo hay que estar. Hay que saber hacia dónde dirigirse. Y hacerlo. No detenerse. No caer en la trampa de que alguien es más capaz que tú. Debemos ser hábiles, como nunca antes lo habíamos llegado a ser, o como nunca nos lo habíamos planteado. Debemos dejar aparcado lo que signifique comodidad. Lo confortable ya llegará. De momento hay que deambular, seguir por la senda del descubrimiento continuo. No mirar atrás, sino para recordar. Pero sabiendo que hay que llegar al objetivo. Y marcarse esos objetivos es nuestra tarea diaria. La más importante. No se puede dejar en manos de nadie, ni de cualquiera. Es cosa nuestra. Además nos pertenece. Nos importa. Nos es básica. No se puede pretender esperar. Esperar a que alguien venga y nos ayude, nos aconseje, nos solucione la papeleta. No va a venir nadie. Planteémoslo así. Porque es la realidad.

Somos nosotros, solos, los que debemos tomar cartas en el asunto. Levantarnos y actuar. No dejar de soñar. Pero soñar realizando. No parar de pensar, pero pensar haciendo. Realizando. Hay que ser actores principales, aunque no encontremos al director. Y si hace falta, escribir el guión tantas veces como haga falta. Hasta encontrar el que nos hará felices. El que nos indicará que hemos llegado al destino deseado. Porque se trata de desear. No de bajar la cabeza y reunir todos los problemas encima de la mesa para amargarnos o entristecernos. No. No es cuestión de ser positivo, sino realista. Y activo. Sin acción no hay reacción. Y necesitamos reaccionar de una vez. Hemos estado paralizados demasiado tiempo. Anestesiados. Afligidos y alicaídos. Ya basta. Hay que cambiar. Y todo cambiar a raíz de un pequeño detalle que provocaremos nosotros. Actitud con aptitud. Acción con carácter.

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«No es verdaderamente valiente aquel hombre que teme ya parecer,

ya ser, cuando le cuadra, cobarde»

(Edgar Allan Poe)

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Es la hora de ser prácticos. De ser totalmente valientes. De levantar la cabeza, mirarse al espejo y ver otra realidad. No la que nos dicen que tenemos, no ésa que nos dicen que es la única que vamos a conseguir. Hay muchas realidades y sólo depende de nosotros intentar encontrarlas. Una vez que lo hayamos hecho nos limitaremos a eliminar las que no nos agraden y quedarnos con las que nos sirven. Y, si hace falta, seguir buscando más, tantas hasta que demos con la que nos gusta realmente o la que colma nuestras expectativas. Pero NO hay que resignarse. Ni aceptar lo que parece que es lo único que vamos a conseguir. No hay que creer todo lo que nos digan. Casi mejor nada de lo que nos digan. Si debemos creer en algo que sea en nosotros. Ni pensar que todo está acabado. Ni hecho. Todo está por empezar. Debemos empezar. No parar. No detenernos hasta conseguir la meta. Y todo depende de nosotros.

El coraje, el carácter, la decisión, la personalidad, la acción. Todo parte de nuestra mente. Hay que cambiar los hábitos, las costumbres. Acondicionarnos a los nuevos tiempos, los que ya han llegado hace tiempo y no quisimos entender. Es hora de abrir los ojos a la realidad, y no es otra que la que pretendamos realizar. Nuestra realidad no es la que vemos, ni siquiera la que nos dicen que tenemos. La realidad, nuestra realidad puede cambiar tantas veces como deseemos. Si lo deseamos. Y si lo deseamos cambiará. Tantas veces como queramos. Hasta que estemos satisfechos plenamente. Hasta que estemos orgullosos con la búsqueda, la nuestra, la única que nos hará seres especiales. Porque lo somos. Digan lo digan. Sólo depende de nosotros. Y el tiempo vuela. El momento es ahora. Ha llegado. Es el tiempo de los valientes.

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Publicado: 5 de May de 2015 en Fotos de la semana
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«La realidad es un término muy equívoco.

¡La palabra realidad quiere decir tantas cosas para cada ser humano!

(Harold Bloom)

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«El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto»

(Charles Chaplin)

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El tiempo es relativo. Lo sabemos. ¿Qué es exactamente el concepto de tiempo perdido? Es una realidad que el tiempo va pasando. A veces, tenemos la sensación de que se nos escurre entre los dedos, sin poder detenerlo. Pero eso es imposible. No podemos detenerlo. Y, además, quién querría eso. No hace falta. Vamos consumiéndolo aunque no lleguemos a percibirlo. Y mucho de ese tiempo que ya ha transcurrido creemos que es perdido o, al menos, así lo calificamos. Todo pertenece al tiempo. Lo bueno y lo malo. Lo aburrido y lo entretenido. Nos quedamos con los momentos inolvidables, con los que marcaron un momento, una época o una fase de nuestra vida. Tan sólo grabamos esos momentos mágicos, que no podemos ni queremos olvidar. Nos deshacemos muy fácilmente de la mayoría de momentos. Muchas veces porque los asociamos con la rutina. Insulsos. Triviales. Nada interesantes. No nos llaman la atención muchos de ellos, sólo los que sobresalen, por causas estupendas o dramáticas, ésos que retenemos a toda costa.

Evolucionamos. Por lo menos deberíamos hacerlo. Y para evolucionar se necesita tiempo, y dentro de ese tiempo también hay momentos que creemos perdidos. Valoramos negativamente los momentos perdidos. Porque en el fondo sabemos que no van a volver. Pero nos cuesta estrujar el tiempo y sacarle todo su provecho. Por mucho que lo repitamos. Deambulamos como sombras dentro de nuestro propio escenario. Nos perdemos entre nuestros momentos perdidos. Sacamos a veces la cabeza para hacernos notar. Pocos. Muy pocos. La mayoría de las veces pasamos desapercibidos, incluso para nosotros mismos. Las luces son pocas y débiles, la oscuridad la vemos con más intensidad y con más facilidad.

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«Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora»

(John Lennon)

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La sensación de pérdida de tiempo atormenta, entristece y provoca desdicha. Nos encerramos en nuestro caparazón, dispuestos a relamernos nuestras heridas, sintiendo que las oportunidades, muchas, han pasado. Y que no fuimos capaces de reconocerlas, de aprovecharlas. Y mientras lo hacemos no nos damos cuenta de las que están frente a nosotros justo ahora mismo. No recapacitamos como deberíamos. Analizando los errores vamos cometiendo otros. 

Aprovechamos el tiempo cuando lo vivimos con intensidad, sea como sea. Y esa intensidad nos da vida interior. Nos revitaliza de otra manera. Nos hace sentirnos válidos y aptos. Nuestra habilidad crece cuando nos vemos útiles. Estamos siempre cuantificando nuestras labores, nuestras vivencias. Sentimos mucha pena por las pérdidas, sean del nivel que sean. La pérdida de tiempo es tan sólo otra de ellas. Nos lastima. Nos hiere. Parece incluso dolor. Y permanece. A veces por segundos, otras durante años. Estamos sometidos al poder del tiempo, en todos los escenarios de nuestra vida. Todo empieza y acaba, lo bueno y lo malo. Es una sucesión tras otra. Natural. Algunas de esas sensaciones parecen efímeras, otras eternas. Pero es nuestra sensación. Debemos evaluar nuestro tiempo, sólo tenemos uno. Y valorarlo. Sinceramente. Sin flagelarnos.

«A veces estamos demasiado dispuestos a creer

que el presente es el único estado posible de las cosas»

(Marcel Proust)

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Vidas inventadas

Publicado: 23 de abril de 2015 en Artículos
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«El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido,

porque estará obligado a inventar veinte más 

para sostener la certeza de esta primera»

(Alexander Pope)

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A través de la historia del hombre, han sido habituales las escenas que han salido a la luz de muchas personas que intentaron ser ‘otras personas’. Se trata en estos casos de inventarse una vida, otra vida, cambiar la uno de mismo, hacer realidad un delirio, ya sea por grandeza, por complejo o por ambición. Los impostores siempre existieron, han sido corrientes y lo siguen siendo. Encontramos numerosos ejemplos, algunos más famosos que otros: Enric Marco, fingió durante años ser un antiguo preso de un campo de concentración nazi; Alicia Head, se hizo pasar por una de las víctimas de los atentados del 11-S en Nueva York; Somaly Mam relató que fue vendida a los 13 años y que le obligaron a ejercer la prostitución; Rigoberta Menchú añadió falsas experiencias personales en su libro autobiográfico.

Para muchos analistas y expertos, muchas de estas personas actuaron y actúan por ser mentirosos crónicos o compulsivos, personas que tienen dificultad para controlar su conducta y que están muy cerca de comportamientos patológicos. Estos mentirosos pueden buscar un reconocimiento social, una admiración que nunca tuvieron, una gloria que les haga populares. Y los podemos encontrar en cualquier momento. Es fácil conocer a esa clase de personas que dicen conocer a gente famosa, que tienen amigos muy conocidos, que han vivido experiencias únicas y al alcance de muy pocos. Pero, lógicamente, para poder engañar a alguien, primero deben engañarse a sí mismos. Creerse su historia. Partir de esa falsa identidad se puede sustentar en la necesidad vital que tiene el mitómano para que los demás le consideren importante o popular. No le importa mentir porque sabe que le va a servir ante la sociedad. Y el narcisista puede ser muy válido y capaz. Incluso inteligente. Lo que ocurre es que su vanidad y su ambición, además de su orgullo, provocan que sus capacidades se pierdan por el camino y no se lleguen a conocer realmente. Inventarse una vida puede servir para conseguir fama, prestigio y también dinero.

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«Una mentira es como una bola de nieve;

cuanto más rueda, más grande se vuelve»

(Martin Lutero)

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Inventar o fabular ha sido y es humano. Tendemos a exagerar las historias, decorándolas, añadiendo datos que no existieron, creyendo hacerlas más atractivas, más creíbles o seductoras. La imaginación aporta su grano de arena. Y de eso vamos bastante sobrados. Sabemos por experiencia propia que muchas personas exageran en sus logros biográficos, sus estudios, sus conocimientos, etc. Una práctica habitual que ya parece consentida. De hecho, parece que tampoco nos importa mucho que mientan, o que nos mientan. Si esa mentira no nos incumbe no nos preocupa. El problema es que si esas mentiras se exageran de forma sistemática y se multiplican con el paso del tiempo, las sospechas llegan a ser muy grandes y la credibilidad, poco a poco, va perdiendo forma.

Lógicamente, para aquellos que acostumbran a utilizar estas prácticas, la rutina les juega una mala pasada y, finalmente, son descubiertos. Lo malo, al llegar a ese punto, es que ya nadie se cree lo próximo que cuenten, aunque sea cierto. Sin embargo, cuando uno de estos impostores nos cuenta una historia sensible y dura cuesta dudar de su credibilidad. La empatía nos hace acercarnos a su historia, creando un lazo de unión entre el que cuenta la historia y el que la escucha. Generalmente, cuando nos cuentan algo tendemos a creerlo, aunque sepamos que la mayoría de las veces no tenemos argumentos de peso para saber si lo que nos cuentan es verídico o no. La susceptibilidad va según el carácter o la experiencia de cada uno, pero en principio no debería haber obstáculo para creer en alguien o en sus historias.

«El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad»

(Aristóteles)

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En la actualidad, gracias las redes sociales, cualquier puede llegar a cualquiera. Son ventanas que se abren y donde aparece, de repente, el mundo entero. Una persona anónima puede ser famosa en minutos. Y esas redes sociales sirven para muchos de estos personajes para crearse vidas paralelas, inventadas. Ese físico que no tuvieron, esa atracción siempre soñada y que nunca apareció, esa facilidad para atraer gente gracias a una palabra, una fotografía, un mensaje, todos ellos inventados, creados con una finalidad. Hoy cualquier puede ser cualquiera. Puede ser lo que quiera, se puede convertir en el profesional que siempre quiso ser, popular y admirado por muchos, o ese físico atractivo y seductor para los ojos de la mayoría. Las vidas inventadas están a la orden del día. Cada vez es más difícil creerse lo que nos cuentan, los que nos dicen, lo que nos muestran. Los filtros que necesitamos van siendo cada vez más habituales y exhaustivos, y nuestra percepción de lo real y lo ficticio se va difuminando lentamente, hasta llegar a un punto que confundimos la realidad con simples aires de grandeza.  Hace poco leí que era curioso observar cómo en las redes sociales abundan las mujeres seductoras y frívolas mientras que, simultáneamente, los hombres se rinden ante la belleza de la poesía. ¿Realidad o ficción?

Mirar a través de una ventana

Publicado: 22 de abril de 2015 en Artículos
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«Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado;
está fundado en nuestros pensamientos
y está hecho de nuestros pensamientos».
(Buda)
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Mirar a través de una ventana puede contener  varios significados. Y cada uno podría interpretarlos a su manera. Todos esos significados tienen que ver con una escena más o menos solitaria, familiar, melancólica, pensativa y emocional. Una ventana, como símbolo, una ventana que nos hace mirar a través de ella, que nos provoca una curiosidad innata. Que provoca estímulos naturales, que el ser humano no puede negar. Una ventana puede ser considerada como un observatorio hacia no se sabe dónde ni qué. Una ventana nos puede abrir nuevos mundos, nuevas ideas y nuevas sensaciones.

Mirar a través de una ventana puede representar también el adentrarse en un pasado que no éramos capaces de encontrar, que no sabíamos analizar convenientemente, un puente hacia el otro lado, hacia otra perspectiva, un vistazo desde la oscuridad a la luminosidad necesaria y ansiada, un paseo corto pero intenso por donde poder averiguar otras cosas, las importantes, un cambio imprescindible en nuestras vidas. No podemos negar, ninguno de nosotros, que en algún momento de nuestra vida, nos hemos quedado absortos junto a una ventana, la que sea, aquélla, ésta, una ventana, y nos hemos quedado pensativos mirando a través de ella, introduciéndonos en un mundo paralelo, observando sin atención lo que ocurría en su interior, o en su exterior, según la perspectiva, mezclándonos con nuestros pensamientos, los que nos preocupaban en ese instante, o en los que nuestra mente nos llevaba inconscientemente.

«Quien no se resuelve a cultivar el hábito de pensar,
se pierde el mayor placer de la vida».
(Thomas Alva Edison)
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Son momentos indescriptibles, donde se pierde la noción del tiempo, incluso parece que esa relatividad se detiene, como las hojas de los árboles, el agua del río, las personas que caminan o los coches que transitan. Segundos o minutos de paz y transmisión interna con nosotros, única y maravillosa, en los que nadie es capaz de llamarnos la atención pero que, sin embargo, nos abre la mente de par en par; es como dejarnos llevar por la situación, por la escena descubierta, por la puerta mágica de otra realidad.

Necesitaríamos una ventana nueva cada cierto tiempo, sin que supiéramos que iba a aparecer, pero disfrutando de su visión tantas veces como fuera posible. Porque con esas ventanas somos capaces de alcanzar vistas indescriptibles, momentos mágicos y pensamientos básicos. Descubrir esas ventanas capaces de cambiarnos, de detenernos un momento y pensar en lo que nos importa, en lo que necesitamos pensar, una fugaz parada ante la realidad más veloz y difícil de detener. Un espléndido motivo de abrir nuestro interior, penetrar en él y sacar las mejores conclusiones, o disipar las dudas más extensas, o alcanzar respuestas que ya creíamos imposibles.

Mirar a través de una ventana ayuda. Y mucho. La próxima vez que estemos frente a una y notemos que es uno de esos momentos mágicos, abramos bien los ojos, sacudámonos todos los complejos, las manías, las inseguridades que vamos amontonando a través del tiempo, liberémonos de todas las ataduras, y disfrutemos al máximo de lo que dure la experiencia. Nunca podremos decir que no sirvió de nada. Muy al contrario, seguro que nos ayudará, incluso podrá sacarnos esa sonrisa natural que tanto nos cuesta a veces mostrar.

«Pensar es moverse en el infinito»
(Henri D. Lacordaire)
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Gente brillante

Publicado: 12 de abril de 2015 en Artículos
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«Los semejantes se atraen.

Limítate a ser quien eres: sereno, transparente y brillante.

Cuando irradiamos lo que somos, cuando sólo hacemos lo que deseamos hacer,

esto aparta automáticamente

a quienes sí tienen algo que aprender

y también algo que enseñarnos».

(Richard Bach)

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Es difícil imaginar que a nuestro alrededor no exista esa clase de gente brillante. Y cuando hablo de gente brillante me refiero a ese tipo de personas que llegamos a admirar por diferentes razones, ya sea por su capacidad laboral, empresarial, familiar, política, intelectual o humana. Existir, existen. De eso no cabe la menor duda. Y es ésa, precisamente, la clase de gente que necesita cualquier país para desarrollar todas sus cualidades y evolucionar en el futuro. Cualquier sociedad que se preste y que, de verdad quiera evolucionar (no conozco ninguna que no lo desee), debería rodearse de esas personas, y cuantas más mejor sería, para sacarles todo el partido posible y apoyarlas en todo lo que necesitaran, dado que representan para bien buena parte de su bienestar.

Lógicamente, cada sociedad es un mundo diferente, con sus características, sus valores, sus tradiciones y sus realidades. Aunque el ser humano mantenga ciertas similitudes en cualquier parte del mundo, cada sociedad conserva sus rasgos definitorios, que le hacen distinguirse de las demás. En parte, en eso consiste el atractivo de la raza humana, en su inmensa diversidad. Otra cosa bien distinta es que en cualquier tipo de sociedad se apoye, se defienda y se valore a la gente brillante. Siendo sinceros con nosotros mismos, deberemos reconocer que nos sentimos atraídos por toda la gente brillante que vamos conociendo a lo largo de nuestra vida. Ya no se trata de sentir envidia o celos, tan sólo saber apreciar la admiración que sentimos por ella. Y es que, en general, no es habitual encontrarse con mucha de esa gente brillante. Al menos, no tanta como nos gustaría y como deberíamos. Aunque para muchos, el problema principal radique realmente en poder reconocerla cuando la encuentran, mucho más allá de llegar o poder encontrarla.

«Si puedes hablar lo suficientemente brillante sobre un tema,

darás la impresión de que lo dominas».

(Stanley Kubrick)

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Vivimos tiempos en donde se premia mucho más la carencia, la ignorancia, la inutilidad o la misma incapacidad de las personas. En lugar de buscar, desarrollar y fomentar la brillantez natural en todas sus formas, al igual que la capacidad innata, la aptitud individual o el talento inspirador. Embaucan más las mentes mediocres, poco innovadoras, incapaces de hacer pensar o evolucionar, que aquellas otras que pueden llegar a dominar el mundo por su atrevimiento, su osadía y su talento. El talento se echa en falta. Y lo necesitamos. Mucho. Sabemos reconocer esas características distintas, esas aptitudes que sorprenden y sobresalen. Todas esas facetas que deslumbran, funciones que nunca habíamos descubierto antes, poderío en su estado puro. 

No hay nada mejor que descubrir el talento. La grandeza del saber, del estar y del mostrarse, en todas sus formas y maneras. No hay nada tan espléndido como observar la capacidad de alguien en cualquier faceta de la vida. Cada uno puede mostrar su talento, de una manera u otra, tan sólo hace falta potenciarlo, confiar en él y explotarlo, a la vez que mostrarlo. No se puede caer en la vergüenza, ni en la desconfianza personal. Cada uno, desde su parcela, puede y debe saber su potencial, desarrollarlo y enseñarlo. De nada sirve esconderlo, o hacer ver que no existe. Sin embargo, nos cansamos de observar la mediocridad en todas sus variantes. Y hasta parece que esté de moda.

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«El panorama fue fascinante durante los primeros minutos en el aire, y luego de lo más insípido.

Me hacía gracia ver las casas y los coches tan pequeños y pulcros; todo tenía el aspecto de ser de factura muy reciente, tan limpio y brillante parecía.

Pero al cabo de poco tiempo uno se cansa de ese aspecto del paisaje.

Considero significativo que una torre o una colina alta sea toda la altura que se necesita para observar las bellezas naturales.

Lo único que obtienes de esa ascensión sin esfuerzo es un mapa a gran escala.

En general la naturaleza, siguiendo un esquivo principio, parece proporcionar sus propios miradores allí donde son más deseables».

(Evelyn Waugh)

***

Qué pocas luces brillan a lo lejos, y también de cerca. Qué pocas personas destacan. ¡Cuántas necesitamos! Y qué dicen de todo esto los descubridores de talentos. Vivimos momentos de tremenda confusión, inestabilidad e inseguridad. Cualquiera puede llegar lejos, casi sin proponérselo, pero también sin merecerlo. El mérito se va evaporando, al igual que la genialidad y la creatividad. Y esos flashes de inteligencia, de talento y de capacidad sorprenden cada día más. Nos embelesan fácilmente. Simplemente porque no estamos acostumbrados a ello. Debemos apoyar a toda esa gente brillante, rodearnos de ella. Alimentarnos de su talento, observarla, estudiarla y disfrutarla. Debemos ser suficientemente inteligentes para saber valorarla. No caigamos en las garras de la envidia y de la falta de consideración. No seamos mediocres. De ésos, ya hay suficiente, por no decir demasiados.  

Dicen que el talento es innato. Que el talento no se puede aprender, que no se puede enseñar. Pero el talento, a veces, es inapreciable, es invisible, puede hallarse en cualquier rincón del planeta, esperando ser descubierto. Hay mucha gente brillante esperando ser descubierta y admirada. Busquemos esos detalles mínimos pero certeros que nos hagan llegar hasta esa gente. Permitámosles manifestarse, a la vez que los disfrutáremos. Toda la gente brillante que podamos conocer durante nuestra vida nos será útil y beneficiosa. Sepamos apreciar sus dones. También dicen que el tiempo es oro, razón de más para no desperdiciarlo entre gente que no nos va a aportar absolutamente nada, ni ahora ni en el futuro más próximo. Quizá, si aprendemos a actuar así, podamos convertirnos algún día en una de esas personas brillantes.

 


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«Nada hay en el mundo más noble y raro que una amistad verdadera»

(Oscar Wilde)

***

A muchas personas les ocurre que, desde eran jóvenes adolescentes, les han tratado de ‘raros’. Y, con el paso del tiempo, esa tendencia no ha decaído. De hecho, casi forma parte de su personalidad. Lo raro significa que se sale de la norma. Pero, la pregunta debería ser: ¿Quién marca la norma? ¿O nos basamos simplemente en lo que hace la mayoría para denominarla así? El ser humano se encuentra más cómodo ante situaciones que conoce, que son habituales, rutinarias y/o familiares. Cuando algo se sale del guión establecido comienzan los titubeos, las inseguridades y los vaivenes. Ante el miedo que provocan estas últimas situaciones, la mayoría se inclinan ante lo conocido, lo mayoritario y lo habitual. Y se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida.

Si dices, haces, opinas, piensas como la gran mayoría no sobresales, permaneces en ese grupo compacto que parece ser el correcto. O, al menos, eso piensa la mayoría. Si a uno o varios se les ocurre salir de esa tendencia son considerados automáticamente ‘raros’, casi sin ni siquiera escuchar, analizar o valorar lo que dicen, hacen, opinan o piensan. No se puede negar que esta actitud mayoritaria llama la atención. De hecho, está debidamente estudiada científicamente. La mayoría de las personas se mueven por el argumento mayoritario, a veces, sin llegar a analizarlo, ni meditarlo, ni valorarlo. Pensándolo fríamente, podría ser una forma un tanto mediocre e ignorante de actuar. Digamos que no consideraríamos inteligente a cualquier persona que reaccionara de esa forma. Entonces, ¿estamos rodeados de ignorantes? ¿Somos mediocres a la hora de decantarnos por una mayoría? ¿Valoramos todas las opciones antes de tomar una decisión, una elección? ¿O preferimos ir a lo sencillo y no pensar demasiado?

«Es posible que el cosmos esté poblado con seres inteligentes.

Pero la lección darwiniana es clara: no habrá humanos en otros lugares.

Solamente aquí. Sólo en este pequeño planeta.

Somos, no sólo una especie en peligro, sino una especie rara.

En la perspectiva cósmica cada uno de nosotros es precioso.

Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir.

No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias.»

(Carl Sagan)

***

Las preguntas se multiplican sin llegar a conclusiones claras. Lo normal es pensar que si una gran masa de gente actúa de una forma determinada será por algo, por algún motivo, por alguna razón. En absoluto. Puede darse el caso que una gran masa de gente piense de forma parecida, que tenga motivaciones similares, que se muevan en ambientes cercanos y que lleguen a las mismas conclusiones, pero, en cada fase de nuestra vida, solemos ir evolucionando. Lo que pensábamos hace diez años no se parece casi en nada a lo que pensamos actualmente. Nuestras opiniones van cambiando a medida que avanza nuestra experiencia de vida. Llegar a hacer o decir lo que hace o dice la mayoría puede ser una elección o una opción, pero antes debe ser meditada consecuentemente y según nuestras ideas y pensamientos.

Nos dejamos llevar por el qué dirán, por lo que se lleva, por tendencias y modas, por mareas que aparecen y desaparecen. Necesitamos de nuestra cordura, nuestro saber, confiar en nuestro intelecto, sea del nivel que sea, aprender a seguir nuestro instinto, apostar por nosotros. Muchos lo hacen. Y la respuesta que a veces reciben es que son raros. Muchas de esas personas que han sido consideradas ‘raras’ desde que iban a la escuela han perdido parte de su autoestima, en muchos ámbitos de su vida, pero si miraran las cosas desde otra perspectiva, se darían cuenta de que ‘ser raro’ puede ser lo mejor que tienen. Cuando alguien te considera raro es porque no te entiende. O no te acepta, que es todavía peor. Hay que saber rodearse de gente que te entienda y que te aprecie, con tus valores y tus carencias. ¿Quién es menos raro que otros? ¿Por qué alguien es más raro que el resto?

Ser raro no significa ser peor, ni mejor. En la diferencia está el secreto. Y ocurre con todo. Si todos fuéramos iguales esto sería muy aburrido. Hay que pensar de mil formas, hacer mil variantes, decir cosas diferentes. Idear, cambiar, innovar. Todas esas personas que enfocaron su futuro en sus ideas fueron tachados de ‘raros’ y, muchos de ellos, llegaron a ser considerados genios con el tiempo. Otra prueba más del desconcierto de la sociedad en general y de la mayoría en particular. La autenticidad vale la pena. La originalidad tiene su mérito. Hay que valorar la capacidad de la persona. No caer en falsos argumentos o en simples postureos.

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El odio

Publicado: 8 de abril de 2015 en Artículos
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«Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga.»
(Víctor Hugo)
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Una palabra que se usa muy a menudo, quizá demasiado. Porque poder percibir un sentimiento como odio no es tan sencillo. Mucho menos sentirlo. Hay muchas cosas o personas que no son de nuestro agrado, incluso detestamos a algunas de ellas. Pero, de ahí a decir que, odiamos algo verdaderamente, hay un paso bastante grande. Podemos tener aversión, antipatía, no vernos atraídos por algo o alguien, pero el odio representa algo muy profundo, quizá lo opuesto al amor, aunque puestos a valorar, éste último quizá está también demasiado utilizado sin necesidad. La temeridad de pregonar amor u odio a los cuatro vientos es muy humano. A lo mejor porque afirmar ‘odiar algo o a alguien’ llama más la atención que decir simplemente que no nos gusta. No queda igual de contundente. Y el dramatismo y la escenificación se ven arropadas con expresiones de tal calibre.

Resulta curioso comprobar cómo suelen ser más expresados todos los sentimientos negativos que los positivos. ¿La razón? Quizá responde a estímulos humanos de conducta. Somos más negativos que positivos por regla general, tendemos a ver todo lo malo y a no valorar lo bueno. Preferimos quejarnos de lo que no nos gusta que alabar lo que nos agrada. Somos más propensos a afirmar sensaciones que nos apenan, nos entristecen o nos deprimen, que intentar contagiar a los que nos rodean con sensaciones de felicidad, alegría y optimismo. Acaso andamos necesitados de cariño, de empatía, de que alguien esté por nosotros. Mostrarnos rodeados de problemas, de situaciones adversas y de complicaciones puede provocar la atención del resto. Y eso nos atrae.

«Basta con que un hombre odie a otro
para que el odio vaya corriendo
hasta la humanidad entera.»
(Jean Paul Sartre)
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Cuando alguien muestra alegría o que las cosas le van bien, suele ser envidiado y, en muchas ocasiones, no creído. ¿Por qué? Porque la inmensa mayoría no cree que la felicidad y el bienestar en general sea algo que pueda sentirse como rutina. No creemos que alguien pueda estar perfectamente conectado con su yo, con su interior, que lo exteriorice y lo confiese. No le creemos. Siempre vemos una cortina de humo que esconde otra verdad: una realidad paralela que seguramente es triste, alejada de esas afirmaciones de placer y de sintonía perfecta. Una postura hacia la galería. 

El problema de odiar o creer odiar es que nos crea un malestar continuo, que no se aleja, que permanece. La pregunta oportuna sería si vale la pena realmente odiar. ¿Qué ganamos exactamente con ello? Poco, por no decir nada. Nos podemos reafirmar a nivel personal de nuestra aversión hacia ello pero nada más. Podemos expresarlo, divulgarlo, guardarlo, pero no sirve para nada. El odio es uno de los sentimientos menos prácticos que existen para el ser humano. En cambio, es muy destructivo. El odio provoca malestar, mal ambiente y puede (de hecho, ocurre) desembocar en violencia. Pero mucho del odio que se dice sentir es bastante fingido, exagerado, incoherente y falto de base o de argumentos. Se tiende a magnificar sensaciones. De repente, alguien odia a alguien. Así de sencillo. Ya dicen que del amor al odio hay un paso muy pequeño. Pero, ¿es realmente así? ¿Es creíble ese odio? Cuesta aceptarlo, esa podría ser la respuesta. No quiere decir que ese odio sea irracional, es quizá es inventado. La frustración, la impotencia, la ignorancia, pueden provocar confusión.

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Cuando a uno le van mal las cosas arremete contra todo lo que le rodea. Odia al mundo como símbolo de sus problemas. No quiere nada, no quiere a nadie. Confunde lo que le está ocurriendo con el sentimiento de odio. Odia todo porque está asqueado de todo. No encuentra salidas, no ve soluciones, entonces lo fácil es verse como víctima frente a un batallón de enemigos que sólo quieren su destrucción. Sus reacciones pueden sorprender, puesto que está en un momento crítico. Su mente fabricará argumentos y excusas para que le den la razón en sus ideas y opiniones. Las sensaciones inventadas al final resultarán o parecerán correctas y verídicas. Comprobamos muchas de estas reacciones cuando algunas personas actúan violenta y gratuitamente contra otras, por una excusa que se han creado en su mente, sin venir a cuento, sin justificación alguna.

«El odio es una tendencia a aprovechar
todas las ocasiones para perjudicar a los demás.»
(Plutarco)
***

Un ejemplo claro de ello son los movimientos terroristas de cualquier tipo, condición, religión e ideología, que han existido y, todavía siguen existiendo, en la sociedad mundial. Atrapados por el odio, ya sea éste fingido, inducido, estudiado, inventado y/o escenificado, son capaces de arremeter y atacar a cualquiera persona que les rodea. Convencidos por dicho odio, creen justificados todos sus actos, se excusan en ellos y, además, se presentan como víctimas, incluso después de asesinar. El odio ahí representa lo más bajo de la raza humana, puesto que la violencia frente a situaciones extremas puede verse incluso como una reacción natural y lógica de supervivencia, pero matar gratuitamente, alimentándose de un odio, generalmente falso, es bastante déspota, además de mostrar rasgos muy definidos de ignorancia. 

Puesto que el odio, si se llega a sentir, debe hacernos ver que caemos en una ignorancia absoluta. Una persona inteligente nunca debería verse atrapada por las redes del odio. Porque reconocerá que no le aporta nada y que no le llevará hacia un buen destino. Cuando amamos o hemos llegado a amar a una persona, no podemos decir de la noche a la mañana que la odiamos. Eso sólo puede significar que nunca le llegamos a amar de verdad, que nuestro amor fue inventado, como inventado es el odio que decimos sentir ahora. Nunca la amamos realmente y no nos gustaba, nos engañamos a nosotros mismos y además engañamos a esa persona y a los demás, haciéndoles partícipes de un amor creado en nuestra mente. Una cosa puede ser la ilusión y la pasión, conceptos diferentes, pero el de amor es profundo como para utilizarlo a la ligera. Quizá la culpa de lo que nos ocurre no sea de los demás. Deberíamos parar un instante y pensar sobre ello. Por lo menos, nos alejaríamos de las garras del odio.

«Odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia.»
(Anónimo)
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«La creatividad nunca ha sido sensata.

¿Por qué habría de serlo?

¿Por qué tú deberías ser sensato?

A lo largo del tiempo, lo que un artista necesita es entusiasmo, no disciplina.»

(Julia Cameron)

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Las malditas prisas

Publicado: 22 de marzo de 2015 en Artículos
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«La rapidez que es una virtud,

engendra un vicio,

que es la prisa»

(Gregorio Marañón)

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Uno de los mayores problemas de las sociedades actuales es la prisa. La prisa que delatamos en el rostro. La prisa que nos contagian. La prisa que contagiamos. Esa misma. Una prisa que es imposible de hacer invisible, o acaso disimularla. Un problema humano que genera nerviosismo, ansiedad y estrés. De hecho, el estrés, junto a la depresión, son las enfermedades del siglo actual. A lo largo de la historia, el ser humano ha sufrido terribles enfermedades, cada una en una época, en una circunstancia, en un entorno determinado. Con la evolución y el paso del tiempo, las enfermedades se han desarrollado también. La ‘modernidad’ ha traído consigo nuevas enfermedades que, no por nuevas, dejan de ser igual de preocupantes y peligrosas.

Hoy lo queremos todo pronto. Y, si es posible, ya. Nos hemos acostumbrado a conseguir todo rápidamente. El deseo llega, se consume y se esfuma. Hemos aprendido a tragar de todo a una velocidad pasmosa. Ya sea un momento mágico, un paisaje, una canción, una película, un beso, una noche de sexo, una charla, un libro o una cena inolvidable. Ahora todo pasa de una forma vertiginosa, casi sin darnos cuenta. No sabemos deleitarnos con nada. Y de las prisas, las malditas prisas, no salimos. No sabemos parar, mirar con detenimiento, con pausa, tomándonos el tiempo necesario, desarrollando todos los sentidos que necesitemos en ese instante, gozando del mínimo detalle. No queremos esperar. La pérdida de tiempo esta sobrevalorada.

«Tanta prisa tenemos por hacer,

escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad,

que olvidamos lo único realmente importante: vivir»

(Robert Louis Stevenson)

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La prisa nos genera un estado de nervios constante, nos hace estar pensando en lo que vendrá a continuación, sin margen a entender, asimilar y/o analizar lo que está ocurriendo ahora mismo. Parece que nos falte tiempo y, lo que ocurre realmente, es que no sabemos manejar nuestro tiempo. Algo totalmente diferente. Y nos llama la atención esa persona calmada, que se toma su tiempo, que parece no tener prisa, que utiliza su vida manejando sus tiempos, creyendo que le falta una velocidad, o que le falta ‘sangre’, cuando realmente lo que hace es vivir el momento, su momento. En lugar de fijarnos y aprender de ella, la criticamos. 

Un momento, el que sea, ya puede ser rutinario o mágico, tenemos que saber interpretarlo. Para ello, no nos queda más remedio que concentrarnos. Dejar todo lo que estamos haciendo (pensar, meditar y planear), y enfocarnos en lo que precisa ese momento. A partir de ahí, el resto viene solo. Pero, lo mejor de todo, es que podremos llegar a saborearlo. Con prisas, será imposible. Ya dicen que son malas consejeras. La precipitación y la urgencia, son problemas derivados que no permitirán que actuemos en consecuencia. Lo sabemos. Pero no aprendemos. Todo tiene que ser ya. Todo tiene que aparecer y ser vivido ya. Y, tal como viene, se va. Y a por el siguiente. Somos devoradores de momentos, sin tiempo a ordenarlos, a clasificarlos y, casi, a recordarlos.

La sociedad de hoy es la de la incertidumbre. De la falta de estabilidad, de la inseguridad continua y de las prisas acumuladas. Del estrés continuo, que creemos que es natural, el que debemos aguantar porque es lo sobrevenido. O eso dicen. Estrés que manejamos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Nos falta tiempo para todo, y todo pasa sin que nos demos cuenta. Un día vuela, la semana también, el mes ya se desvanece y los años pasan guiñando un ojo. No nos damos cuenta y estamos exhaustos, fatigados, agotados de estar en esa cinta que no se detiene, que va a toda velocidad, que no nos deja ni descansar. Hasta las vacaciones tienen que ser estresantes, ver cuántas más cosas mejor, visitar todo lo humanamente posible. No se puede perder ni un momento en una terraza tomando un café, observando a los peatones, perdiéndose en un mundo paralelo, que también es nuestro, al que tenemos abandonado, al que no dedicamos prácticamente ningún momento de ésos que evaporamos por arte de magia, con las malditas prisas.

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Ser zurdo

Publicado: 21 de marzo de 2015 en Artículos
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«Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás»

(Michel Eyquem de Montaigne)

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Ocurre habitualmente, cuando tengo que escribir algo, que alguien que está justo en frente de mí en ese preciso instante, lanza al aire automáticamente la misma exclamación:  ‘¡Eres zurdo!’. A pesar de que los años pasan, esta reacción se repite constantemente, y es algo que me hace meditar sobre el asunto. Ser zurd@ es tan natural como ser diestr@. Es una tendencia a utilizar preferentemente el lado izquierdo del cuerpo, ya sea la mano o el pie. De hecho, los seres humanos sólo tenemos dos posibilidades. O somos zurdos o diestros. Que el número de zurd@s sea menor que de diestr@s no quiere decir ni mucho menos que los primeros sean raros. Otra cosa es que los diestr@s, durante el transcurso y la evolución humanas, hayan pensado (erróneamente) que eran los ‘normales’, por ser mayoría, y que los que no actuaban como ellos eran los ‘raros’, la minoría. En cierta forma, es una manera un tanto ignorante de argumentar una posición. Pero, curiosamente, sigue siendo algo que sorprende y que trata de diferenciar a las personas. Aún más curioso, quizá, es que existan muchas personas (todavía una minoría mayor) que utilizan ambas manos o ambos pies, los ambidiestr@s, pero éstas, en cambio, son calificadas como personas muy hábiles y no raras.

Los zurd@s están presentes en todo el mundo. No tiene nada que ver con el tipo de sociedad ni de cultura. Se calcula que entre el 8 y el 13% del total de la población mundial es zurda. Y también está comprobado que el ‘fenómeno’ es más común entre los hombres (un 13%) que entre las mujeres (9%). ¿Razones? Se desconocen. Además, qué más da… Se efectuó un estudio en mujeres embarazadas para analizar el comportamiento de los fetos durante el estado de gestación, y sorprendentemente, se mantuvieron los mismos porcentajes de zurdos. Hay muchos zurdos entre los gemelos. Y la zona del mundo con más zurdos es Asia, seguida de la Europa del Este. La zona con menos zurdos es Europa Occidental, Europa del Norte y África. Las causas se desconocen. Tan sólo se conocen las estadísticas.

‘La diferencia entre genialidad y estupidez,

es que la genialidad tiene límites

***

La ciencia explica que el uso de las manos depende de la dominación que hace el individuo del hemisferio de su cerebro, en este caso, si ordena el lado derecho del mismo se usará el lado izquierdo del cuerpo, ya sea la mano o el pie y viceversa. El cerebro humano controla el cuerpo de un modo cruzado y, casi siempre, el hemisferio izquierdo es el dominante. De ahí, que a quien utiliza el otro sea visto como raro o especial por el resto. Se oyen tonterías de todos los tipos acerca de los zurdos. Pero una que se repite con asiduidad es la que afirma que los zurdos son más inteligentes, añadiendo al dato una lista de célebres personajes de la historia que fueron o son zurdos para confirmar dicha teoría. Nada que decir al respecto, sino que se podría decir lo mismo de los diestros y añadir célebres personajes de la historia también.

Como la ciencia no tiene certezas sobre las causas de este fenómeno se han creado hipótesis. Y quizá son todavía peores. Se dice que puede ser por la genética (aunque si en la familia del zurdo no hay habido antecedentes familiares), incapacidad de utilizar la parte derecha, altos niveles de testosterona en la fase prenatal de los fetos (especialmente masculinos), estrés de nacimientos (lesiones del bebé en el embarazo o primeros meses de vida, y algunas más que sólo servirían para reírnos todavía más. Lo que indica todo esto es que se sigue pensando en muchos casos que ser zurdo es algo anormal. No hay nada peor para provocar leyendas urbanas que no poder explicar algo. Si alguna habilidad tienen los zurdos en este mundo que destaque por encima de los diestros es, precisamente, adaptarse al mundo de los diestros. Todo está pensado y diseñado para ser diestro. Algo que un diestro ni percibe, porque todo está pensado para su rutina. El zurdo, sin embargo, tiene que pensar un plan alternativo a la hora de utilizar muchísimos objetos cotidianos y que están pensados por y para diestros.

Una estadística que me causó sensación es aquella que afirma que el número de zurdos se reduce con la edad, es decir, que entre la gente mayor hay menos zurdos. Hay más zurdos entre los jóvenes que entre los viejos. Según los estudios, esa gente mayor que en su día fue zurda, sufrió presiones para dejar de ser zurda. Algo habitual décadas anteriores, y en muchas sociedades. Lo que no ha sucedido con las jóvenes generaciones. La ignorancia era y es evidente al presionar a un niño zurdo a dejar de usar su mano natural y comenzar a utilizar la derecha. Esas estadísticas son evidentes en muchos países, desde EEUU a Reino Unido.

Lo que sí está constatado es que los zurdos están siempre en desventaja con respecto a la sociedad donde viven. Casi todos los utensilios, herramientas, diseños de programas informáticos, bailes, muebles, los controles de cualquier aparato, etc. son para diestros. Los diseños para zurdos son escasos y, casi todos ellos, pedidos expresamente. Para un zurdo, el mundo está al revés. Lógicamente, con la evolución y los avances, se han disminuido los problemas, tanto para los zurdos como para las personas con discapacidades. Hoy ya se pueden encontrar todo tipo de objetos y utensilios para zurdos.

La zurdera desde tiempos remotos ha alimentado la superstición entre los diestros y ha entrañado persecución. Estaba considerado algo negativo pero para los diestros. La palabra latina ‘sinister’ (izquierda) tiene relación con siniestro (zurdo), la connotación negativa es evidente. Se acostumbra a atar la mano izquierda de los niños zurdos para que aprendieran a escribir con la derecha, sin pensar en los posibles daños mentales que le pudiera provocar. En la Antigua China, el lado izquierdo era el malo. Expresiones como levantarse con el pie izquierdo son también habituales. Incluso en el mundo islámico, una persona zurda es considerada sucia. En la India se utiliza siempre la mano derecha porque la izquierda se usa para limpiarse. La ignorancia parece no detenerse y mucho menos entiende de fronteras. Y aunque muchos lo llamen tradiciones y costumbres deja en evidencia que el ser humano sigue actuando en muchísimas ocasiones bajo los prejuicios y la falta de comprensión.

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La tranquilidad

Publicado: 20 de marzo de 2015 en Artículos
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«Cuanto más tranquilo se vuelve un hombre, mayor es su éxito, sus influencias, su poder.

La tranquilidad de la mente es una de las bellas joyas de la sabiduría.»

(James Allen)

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Sentir la tranquilidad en todo su sentido puede ser una forma de felicidad. De hecho, lo es. La tranquilidad tan apreciada, como necesaria en nuestras vidas, que nos deja evocar recuerdos, pensamientos, análisis y reflexiones. Esa tranquilidad que permite que veamos todo con su perspectiva idónea. Y cuando la encontramos, aunque sea por unos minutos, la sabemos reconocer. Puesto que nos hace sentir de una forma diferente. Nuestro estado de ánimo cambia, se convierte en otro. Sabemos que es el momento de relajarnos y dejar fluir todas nuestras emociones internas. Es el momento de dejar escapar el intelecto, el pensamiento en su más honda labor, ensanchar los caminos de nuestra vida y alimentarse de ello. Esos momentos de tranquilidad nos inspiran, nos relajan de tal forma que los apreciamos soberanamente. Y no es para menos. En los tiempos que vivimos, parece que la tranquilidad esté reñida con la vida, con nuestra vida.

Palabras como estrés, nerviosismo, aceleración, rapidez, inmediatez, se vuelcan en nuestras rutinas de una forma natural, y las aceptamos como buenas, aún a pesar de que sabemos que no son buenas compañeras de viaje. No está mal interpretar todo de otra forma, más pausada, más tranquila. Porque es ahí cuando reconocemos las verdades, con el tiempo suficiente y justo como para descubrir todos los detalles, sin dejarnos un espacio por investigar, cuando podemos notar los pros y los contras en su medida, sin errores, aceptándolos, examinándolos y tratando de corregirlos. Sin esa pausa necesaria todo se hace más complicado, de hecho, se hace casi imposible de analizar, y muchos menos de arreglar.

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«La tranquilidad perfecta consiste en el buen orden de la mente, en tu propio reino.»

(Marco Aurelio)

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Y lo curioso es que, a pesar de que sabemos exactamente lo que nos ocurre, dejamos que nos envuelva, como si dentro de esa vorágine de confusión y desorientación estuviéramos a salvo. Quizá va más allá, y nuestro comportamiento y nuestro dejar hacer es una muestra de que preferimos no pensar demasiado, que preferimos que las cosas ocurran y que las olas nos empujen, sin el menor esfuerzo, que lo que ocurra ocurrirá porque debe hacerlo, porque si hemos adoptado una postura es debido a que  las circunstancias han devenido así y ha sido ajeno a nuestra voluntad. Nos cuesta detenernos y pensar, parar todo por un instante y darle a los asuntos cotidianos y personales la importancia que merecen. Acaso porque sabemos de antemano que no son tareas fáciles ni sencillas de solucionar, sabemos que una vez que nos adentremos en los entresijos de los problemas necesitaremos tiempo, bastante tiempo para sacar conclusiones. Y decimos como excusa que carecemos de ese tiempo.

Pero gracias a la ansiada tranquilidad podemos alcanzar la paz suficiente, tanto a nivel personal como social, un equilibrio mental y físico que nos relaje lo necesario para meditar de otra forma. A partir de ahí, el nerviosismo o la inquietud parecerán lejanas y nuestro interior podrá corregir todos sus desequilibrios. Nos llenamos la boca de que deseamos la paz en todas sus formas, y no la ponemos sobre la mesa, preferimos la discusión, la no comunicación, los argumentos vacíos, las reacciones no meditadas, las formas más inverosímiles que no sirven para solucionar, añadimos problemas, quejas y reclamos, sin pensar en cambiar la perspectiva, no dejamos que la tranquilidad nos invada de cualquier forma para sentirnos mejor. A pesar de que sabemos que así será.

Alcanzar la tranquilidad externa nos permitirá más fácilmente conseguir la tranquilidad interior. Y gracias a ella podremos renegociar nuestras preocupaciones, pero con la paciencia necesaria, reflexionando tanto como necesitemos, sacando conclusiones que nos sirvan en el futuro, analizando los errores y los aciertos. Una tranquilidad interior nos hará crecer, nos permitirá elevarnos por encima de las nubes que nos cubren y veremos todo desde otra perspectiva, necesaria para solventar obstáculos. Hay gente muy dada a la búsqueda de su paz interior, de su otro yo. Y esa búsqueda provoca conocimiento. Otra gente prefiere seguir acumulando excusas, esperando, perdiendo el tiempo en asuntos que no le interesan, otorgando importancia a temas que no le van a servir para nada, olvidando lo importante. Hay gente que sabe apreciar la

La tranquilidad nos depara un mundo de sensaciones, nos abre la ventana a un espacio diferente, lleno de emociones y de sorpresas, donde es posible encontrar respuestas, donde es posible contemplar situaciones que no hubiéramos imaginado jamás. Porque la tranquilidad depara acontecimientos que benefician nuestra salud y nuestro estado de ánimo. La mente y el cuerpo unidos en una paz que no es idílica, ni ficticia, ocurre y a veces debemos provocarla. De nada sirve lamentarnos todo el tiempo. Debemos buscar esos lugares y esos momentos en que nos sentimos bien, tanto con nuestro entorno como con nosotros mismos. No cerremos puertas a la tranquilidad puesto que a la larga nos ofrecerá mucho. Quién se negaría a ello…

«Recuerda que cuanto más nerviosa esta la gente,

más provechoso es sentirte tranquilo.»

***


verdad

«El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.»
(Manuel Vicent)
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Siempre tratamos de encontrar la verdad. Al menos, en apariencia. Somos incrédulos por naturaleza y, a menudo, susceptibles de lo que vemos o nos cuentan. Aunque no tanto como deberíamos. La verdad absoluta no existe, al menos tal y como la consideramos. Y entre la verdad que nos revelan y la duda razonable el límite es demasiado pequeño. De hecho, las mentiras se mezclan bastante a menudo con ciertas ‘verdades’, creando un espacio indeterminado y difícil de denominar.

Demandamos sinceridad a todos los que nos rodean, a los que nos importan y los que no. Deseamos que nos expresen sus opiniones y sus sentimientos sin mentiras ni fingimientos. De una manera natural y sencilla. Y creemos que es fundamental que nos cuenten la verdad, sobre unos hechos, sobre unas opiniones, sobre todas realidades que aparecen de repente. Abogamos por la buena fe, por la honestidad de las personas, a sabiendas de que nos van a engañar seguramente, que nos engañan de hecho, que se engañan a sí mismas.

«La verdad triunfa por sí misma,
la mentira necesita siempre complicidad.»
(Epicteto de Frigia)
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La mentira es más humana que la verdad. Sobre ella se cimientan innumerables opiniones, hechos y sugerencias. Y si tienen base para crecer y evolucionar es por la credulidad de sus interlocutores. Y esa confianza en la mentira lanzada al aire se basa en pocos argumentos fiables, por no decir ninguno. Estamos hartos de escuchar: ‘Lo he oído’, ‘Me lo han dicho’, ‘Aseguran que…’, mil formas de plantear un hecho o una opinión sin ningún tipo de confirmación requerida ni exigida. Y mucho menos de rigor a la hora de contar algo. Decir se pueden decir mil cosas, y todas pueden resultar ser mentira o no, lo que pasa es que ya nos hemos acostumbrado tanto a ella que no le damos ninguna importancia cuando aparece de nuevo. 

Creemos en personas, en su buena fe, en su sinceridad  y honestidad, tal vez por un recorrido, por una trayectoria común, por una experiencia, pero no podemos poner la mano en el fuego por nadie por el conjunto de todo lo que cuenta y hace, tal vez porque en algún momento puede faltar a la verdad, por diferentes motivos, e incluso por necesidad. Cuando reclamamos la verdad debemos pensar antes si la queremos realmente o no. Puesto que es muy fácil remitirse a ella por costumbre, exigiéndola como salvoconducto para proseguir escuchando o avalando a la otra persona, pero sin reflexionar seriamente sobre las consecuencias que esa ‘verdad’ nos puede traer. 

«La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés.»
(Antonio Machado)
***

Nos hemos planteado hasta qué punto estamos dispuestos a escuchar la verdad. Hasta dónde somos capaces de saber y conocer sobre algo en concreto. Hasta dónde queremos llegar a escuchar sobre un asunto. Pensamos seriamente si queremos saber sobre todo eso que preguntamos e indagamos. O es mera curiosidad. Somos curiosos por naturaleza, es algo innato en los animales y los seres humanos. Buscamos información e interactuamos con nuestro entorno y con el resto de personas. Y ante ciertas dudas reclamamos respuestas. Y no siempre esas respuestas son veraces. La necesidad de información provoca a veces la falta de esa veracidad necesaria para conocer mejor, para opinar mejor. 

Necesitamos de la verdad pero debemos dosificarla convenientemente, además de valorarla en su medida. Y también debemos aprender a analizar todo cuanto nos llega, sea verdad o mentira, ser cautelosos ante opiniones y afirmaciones que no tienen base alguna. Y, sobre todo, tenemos que tener claro si queremos saber sobre algo o no antes de indagar sobre ello. La pérdida de tiempo y las consecuencias de nuestra búsqueda pueden llevarnos a la insatisfacción y a la desilusión. El tiempo es demasiado valioso como para perderlo en mentiras o medias verdades. Verdades que pueden llegar incluso a ofendernos.
«Y es que en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira.»
(Ramón de Campoamor)
***

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La foto de la semana (122)

Publicado: 17 de marzo de 2015 en Fotos de la semana
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«Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.

Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos.

Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.»

(Eduardo Galeano)

***

 

 


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‘Una sonrisa significa mucho.

Enriquece a quien la recibe; sin empobrecer a quien la ofrece.

Dura un segundo pero su recuerdo, a veces, nunca se borra.’

***

Y es que una sonrisa puede contener mil sensaciones y hacerlas sentir. Una sonrisa evoca muchas cosas pero tiene poderes mágicos. Porque es mágico arrancarla, interpretarla y contemplarla. Una sonrisa enriquece a quien la muestra y a quien la recibe. Cuando la naturalidad domine el mundo las sonrisas serán sus soldados. Porque con ellas se garantiza la felicidad, se muestra la calma y la satisfacción. Pero también muchas otras cosas.

Cuando vemos una sonrisa sincera nos transmite un sinfín de emociones. Sabemos que no sale por salir. Sale de dentro y merece la pena valorarla y degustarla. Para aquel que la contempla puede resultar sorprendente, por todo lo que representa, sobre todo si ha sido provocada por él/ella. En el mundo que vivimos no es tan fácil ver sonrisas. Y la sonrisa es contagiosa. Porque alegra. En el mundo actual hay carencia de sonrisas. Y de besos. Y de abrazos. Nos falta cariño y lo pedimos a voces. La frialdad se ha adueñado de nuestro entorno y una simple sonrisa lo cambia todo.

‘Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste,

porque más triste que la sonrisa triste,

es la tristeza de no saber sonreír.’

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La sonrisa no se estudia ni se aprende. Nace con nosotros. Y cada sonrisa es diferente. Porque cada sonrisa está provocada por unos estímulos diferentes, momentos diferentes, personas diferentes. Con una sonrisa abrimos nuestra alma, ofrecemos lo mejor de nosotros, bajamos la coraza y guardamos la espada. Con la sonrisa abrimos nuestra estima, ofrecemos bienvenida al extraño y satisfacemos a quienes la contemplan. La sonrisa tiene un poder especial. Convence y se necesita. Y cada día más. Hay personas que sonríen fácilmente, transmiten millones de ellas con una facilidad pasmosa. Otras, en cambio, tienen verdaderos problemas para mostrarlas. 

Por supuesto que existen muchas clases de sonrisas, incluidas las falsas. Pero las identificamos muy bien. Las separamos de las demás porque no nos interesan. No divierten, no atraen. La sonrisa debe ser natural. Salir de forma espontánea. Si se fuerza se estropea. La sonrisa cómplice invita a la unión. La sonrisa diplomática no merece atención. La cordialidad es un asunto diferente a la emoción propiamente dicha.

Muchas personas a nuestro alrededor regalan sonrisas a diario. Nos muestran su capacidad para contagiar, para expandirlas por donde haga falta. Su magia es evidente, pero su poder también. Alcanzamos poder con hechos pero también con gestos. Y cuando un gesto es tan natural y sale de dentro no podemos ignorarlo. Muy al contrario, somos capaces de valorarlo y dignificarlo. No infravaloremos el poder de esa sonrisa que mañana contemplaremos, que alguien nos prestará para que cambiemos nuestra cara, nuestro ánimo. No renunciemos a disfrutar de esa sonrisa que aparecerá tras una esquina, cuando menos lo imaginemos y que tanto nos emocionará. La sonrisa tiene poder y es más que evidente. No tratemos de enjaularlas dado que sería absurdo y además las necesitamos. El poder de una sonrisa nos enseñará el camino, tan sólo hay que seguirlo y contagiarse de todo su efecto positivo.

‘Empieza cada día con una sonrisa y mantenla todo el día.’
(W.C.Fields)
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‘El aburrimiento es la enfermedad de las personas afortunadas;

los desgraciados no se aburren,

tienen demasiado que hacer.’

(A. Dufresnes)

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Pregonan muchos sociólogos que vivimos en la época de las prisas, donde queremos hacer muchas cosas en un breve espacio de tiempo y donde es casi imposible abarcar y acabar con todo lo que pretendemos. El tiempo se nos pasa volando, casi sin darnos cuenta. O, al menos, eso es lo que nos parece. Algunos la denominan la sociedad del estrés, pero lo que sí es cierto es que en esta época no nos faltan entretenimientos. Internet se ha convertido en una herramienta básica en nuestra rutina diaria, donde podemos hacer y deshacer tantas cosas como nunca hubiéramos imaginado. Tantas que no somos ni capaces de hacerlas. De repente, nos han abierto una ventana al mundo en todo su conjunto y miles de circunstancias están a nuestro alcance haciendo un simple click provocándonos unos nuevos estímulos que jamás tuvimos ocasión de disfrutar en el pasado.

Si a todos esos entretenimientos que nos ofrece internet le añadimos la gran oferta en otras facetas culturales, políticas, sociales o de ocio, ya sea cine, series, música, canales de televisión, libros y cultura en general, acceso a toda la información jamás imaginada, además de las innovadoras y siempre sorprendentes redes sociales, nos damos cuenta de que aburrirse en la actualidad parecería prácticamente imposible.

‘El aburrimiento no puede existir donde quiera que haya una reunión de buenos amigos.’
(René de Chateaubriand)
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Se define al aburrimiento como esa existencia desprovista de sentido. Un cansancio o fastidio que se generan por disgustos o molestias, o simplemente por no tener nada alrededor con lo que divertirse o distraerse. El aburrimiento se asocia con la pérdida de tiempo, y puede conllevar a ejecutar acciones que nunca haríamos por el mero hecho de necesitar hacer algo. Muchas veces el aburrimiento trae consigo el acceso a drogas, alcohol o juego en los adultos y a cometer travesuras a los niños. Se sostiene la idea de que en estados de aburrimiento el ser humano necesita imperiosamente realizar tareas que le mantengan entretenido de la forma que sea, aunque sin provocarle demasiado esfuerzo físico ni mental. De ahí nacieron los famosos pasatiempos.

Para los filósofos, el aburrimiento se asocia generalmente con el disgusto o el miedo. Se cree que sin diversión caemos inevitablemente en el aburrimiento. Aunque la diversión puede ser simplemente el hecho de estar activos y entretenidos en una faceta, ya sea el trabajo, la familia o los amigos. Pero no todo debe ser diversión. De hecho, la diversión también tiene limitados sus movimientos y sus momentos. Muchos abogaron en el pasado en darle al trabajo un significado que induce imperiosamente a la facultad de hacernos sentir útiles, una forma práctica de no caer en el aburrimiento. Y es cierto que para muchos el mero hecho de trabajar solidifica el hecho de estar y sentirnos entretenidos. Sin la obligación de ir a trabajar esos individuos se sienten perdidos. Como les ocurre a muchos jubilados, acostumbrados a trabajar durante toda su vida y que, de repente, se ven abocados a la ‘nada’, a su ‘nada’, puesto que no encuentran estímulos con los que pasar el rato y caen en profundas depresiones.

‘Nuestro tiempo es tan excitante que a las personas sólo puede chocarnos el aburrimiento.’
(Samuel Beckett)
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Caer en el aburrimiento puede resultar sencillo siempre y cuando nosotros mismos le demos cobijo. A veces por pereza, por falta de estímulos o por falta de actitud, nos vemos de lleno metidos en ese ámbito extraño en el cual no sabemos exactamente qué hacer… Podemos pensar que el aburrimiento es la nulidad del todo porque nos hunde en un pozo demasiado hondo y carente de luz. Y el aburrimiento se acerca al tedio sin remedio. El tedio es esa sensación de vacío que ataca sin avisar y que nos deja paralizados. Curiosamente, se ha convertido en una de las características más generalizadas de la sociedad contemporánea. Lo que tanto ansiamos durante mucho tiempo de repente nos aburre. Realizamos tantas actividades que no sabemos ni saborearlas. Y a veces es necesario encontrar el sentido a las cosas. Hacer cosas por hacer no nos llevan a nada, quizá a emplear el tiempo y vernos ocupados, pero nada más.

Si verdaderamente nos ocupáramos en meditar sobre lo que nos gusta realmente, sobre lo que queremos emplear nuestro tiempo, ya sea el que tenemos libre o el que ocupamos trabajando, ganaríamos a la hora de sentirnos más realizados. No caeríamos fácilmente en el aburrimiento, puesto que estaríamos deseosos de continuar con nuestras actividades, siempre que éstas nos generaran la suficiente satisfacción. Aunque parezca mentira, muchísima gente hoy en día se aburre. Ante las que continuas quejas de que nos falta tiempo, muchos encuentran tiempo para aburrirse, esas ironías de la vida que te dejan perplejo a pesar de todo.

‘El aburrimiento es la explicación principal de por qué la historia está tan llena de atrocidad.’
(Fernando Savater)
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‘La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte,
que pueden ocurrir pocas veces,
sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.’
(Benjamin Franklin)
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Definir la felicidad ya resulta un primer obstáculo. Los filósofos griegos ya trataron de definirla y de averiguar cómo lograrla. Decía Aristóteles que la felicidad es aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo; la felicidad que le corresponde al hombre es la que le sobreviene cuando realiza la actividad que le es más propia y cuando la realiza de un modo perfecto. Dicho lo cual, parece ser que el concepto o la sensación podría variar en cada individuo y en cada momento de su vida. No se puede garantizar obtener o disfrutar de una felicidad duradera, puesto que ésta se mostraría o se sentiría en determinados momentos.
Para algunos la felicidad material de bienes puede ser suficiente, mientras que para otros se condensaría mucho más en los afectos provenientes de las personas que nos rodean y que nos transmiten cariño. Cada quien entenderá la felicidad a su manera. Y no por eso debe ser entendida por los demás. Aunque es evidente que durante el paso de los siglos, el ser humano ha tenido obstinación por alcanzarla. Desde que somos pequeños nos inculcan la idea de que lo más importante es ‘ser feliz’. Y qué significa eso exactamente,  porque para Platón, por ejemplo, la felicidad está en el movimiento tranquilo, en la evolución o el cambio sereno de las cosas, todas esas cosas que están incluidas y que se refieren a la vida misma. Quizá el significado filosófico de la felicidad entraba más en el terreno del alma que en el meramente físico. Para abreviar, la conclusión sería que siendo felices con nuestra alma lo seremos en todo el conjunto de nuestra vida. Y aquí aparecería un nuevo interrogante: ¿Qué es el alma?
‘Felicidad no es hacer lo que uno quiere
sino querer lo que uno hace.’ 
(Jean Paul Sartre)
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Si nos embarcamos en la ardua explicación de la felicidad quizá nos quedaremos a medias. Sin saber muy bien cómo salir del laberinto y sin sacar las conclusiones y respuestas que buscamos. Quizá lo más práctico es no buscarle significado, sino contenido. Es decir, uno sabe cuando se siente feliz. Es ese instante pletórico, que nos excita, que nos hace sentir bien, que nos indica que somos los más afortunados del mundo, que nos hace sentir especiales, que nos fabrica una sonrisa perpetua durante un buen tramo de tiempo. Todos sabemos apreciar ese instante de felicidad. Y lo transmitimos casi con total naturalidad. Es fácil determinar quién se encuentra disfrutando de un momento de felicidad con tan sólo observar su cara. Al igual que es sencillo observar todo lo contrario.

Hay muchas cosas que se pueden asociar a la felicidad misma. Conseguir un sueño que parecía imposible, luchar por una meta o un objetivo y alcanzarlo, disfrutar de una persona que amamos o por la que nos sentimos atraídos, la compañía de unos amigos o de la familia, un buen paseo, una comida inolvidable, una puesta de sol, el placer absoluto sentido en lo más hondo, en resumen, todo lo relacionado con lo que nos hace sentir bien aunque sea a distintos niveles. En general, nos damos por satisfechos albergando condiciones materiales óptimas, una posición social y económica agradable y estable, encontrar un trabajo que nos satisfaga y nos dé una renta suficiente para sufragar todas nuestras necesidades, etc.

‘La felicidad es interior, no exterior;
por lo tanto, no depende de lo que tenemos,
sino de lo que somos.’
(Henry Van Dyke)
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Lo que ocurre es que aunque muchas de esas cosas las consigamos siempre parece haber un punto en el cual no estamos satisfechos o felices del todo. Es ese punto de insatisfacción que nos provoca llegar al estado de la ansiada búsqueda de la felicidad. Según el budismo, el consejo es buscar la felicidad no en esas cosas materiales y externas que nos rodean, sino en nuestro interior. ¿Sería esa la auténtica felicidad, la verdadera? A lo mejor, es que al partir de un principio erróneo, el mero hecho de pensar que de una determinada forma vamos a conseguir la felicidad, el resultado siempre es negativo. Puede parecer que somos felices en determinados momentos pero a la larga nos damos cuenta de que no, de que esa sensación desaparece tan rápidamente como llegó.

Si conseguimos estar bien con nosotros mismos, aceptándonos, analizándonos, sabiendo y conociendo todos nuestros defectos, errores, puntos que podemos mejorar como personas, podemos llegar a alcanzar ese nivel de auto confianza que nos generaría un sentimiento de, al menos, una satisfacción más perpetua, sin dejarnos llevar por los vaivenes condicionantes que la misma vida nos va poniendo en nuestro camino. Puede ser que la búsqueda sea el error en sí misma. NO se trata de buscar. Lo que importa realmente es estar bien con nosotros mismos. A partir de ahí todo se percibirá de forma diferente. La clave está en nuestra mente, ni más ni menos. Todo es más sencillo de lo que parece. Pero todo necesita de esfuerzo. Y aunque no necesitemos de esa búsqueda constante y un tanto frustrante, sí que tenemos que intentar conseguir introducirnos en nuestra mente. Llegar a conocernos del todo si es posible.

‘Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad.’
(Pearl Buck)
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Los problemas parecerán menores. Los efectos de las adversidades también. Todo se relativizará convenientemente. Y no estaremos ansiosos por reconocer en cualquier instante ese momento de felicidad, puesto que nuestra misma actitud ya llevará la llevará incorporada. Dicho así resulta muy fácil de conseguir, pero no lo es en absoluto. De hecho, hay gente que no lo consigue durante toda su vida. El número de amargados es cada vez más evidente y numeroso dentro de la especie humana. Y habría que analizar el porqué, puesto que todo tiene una causa.

Nos han enseñado a consumir. Quizá demasiado. Quizá cosas que no necesitamos. Vivimos en un mundo en el cual el tiempo no se detiene nunca. Todo ocurre demasiado deprisa, sin darnos tiempo a degustarlo. Incluso los momentos de felicidad parecen efímeros. La superficialidad es la moda. Nada se analiza puesto que lleva tiempo hacerlo. Es mejor pasar página rápidamente, y si nos ahorramos un tiempo en ello mejor que mejor. Somos verdaderos magos de la transitoriedad de los sentidos. Subimos y bajamos a una velocidad de espanto. Hoy amamos y mañana odiamos. Hoy somos los más felices del mundo y mañana los más desdichados. Si nos paramos a pensarlo seriamente nos daremos cuenta de que algo falla. Y fallamos nosotros. No echemos la culpa al mundo que nos rodea. Nadie nos impone una actitud ante la vida. La formamos, la ideamos,  la mostramos nosotros mismos. Somos los dueños de nuestro estado de ánimo. Y es únicamente nuestra mente la que nos va dictando los estados transitorios de esas emociones que vamos teniendo.

Todos los seres humanos quieren ser felices. Es una realidad. Pero no todos lo consiguen. De hecho, cuando alguien de nuestro entorno nos comunica que se siente feliz casi no nos lo creemos. Parece tan complicado ser feliz… Y siempre pensamos que cuando seamos felices algo pasará que nos estropeará el momento mágico. Cambiar la perspectiva de las cosas ayuda a entender y a clasificarlas de otra manera, más sensata, más natural, sin vaivenes, sin altibajos. Todo se tiene que tomar con calma, meditando, analizando, sacando conclusiones, a partir de ahí comenzaremos a volar…y las alas llegarán solas.

‘¿Qué hace falta para ser feliz?
Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas,
un vientecillo tibio, la paz del espíritu.’
(André Maurois)
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«La timidez es la desconfianza del amor propio,

que deseando agradar teme no conseguirlo.»

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Nacemos desnudos, hasta aquí todo es naturalidad. Con el tiempo nos vamos apoderando de pudor, de timidez y de vergüenza. Solemos ver la desnudez como algo íntimo, algo que sólo un@s poc@s serán afortunados de poder contemplar y disfrutar. A la desnudez la tratamos un poco como un pequeño tesoro sin darnos cuenta de que tiene simplemente el valor que le queramos dar. El ser humano siempre la ha tratado como una forma de arte. Y eso argumentan muchos practicantes del nudismo. Que sea o no una expresión de arte puede ser discutible. El nudismo como forma natural y artística. Nada malo. Todo lo contrario. Si el cuerpo humano se ve como parte artística porqué se debería taparlo, cubrirlo o esconderlo. A lo mejor es más sencillo tratar el tema como algo personal que permite al que lo practica sentirse algo mejor y más libre.

Si nos adentramos en la historia del arte observaremos que en la misma Grecia antigua el cuerpo humano era el tema por excelencia en las representaciones artísticas, sujeto a cánones de belleza de la época. Tanto para los artistas de entonces como para la sociedad, el culto a esa forma de arte nudista representaba adorar cuerpos ‘perfectos’, establecidos bajo proporciones físicas idóneas. Se buscaba un ideal de cuerpo humano que quizá no existía o era minoritario, pero gracias a los desnudos se intentaba encontrar la perfección o acercarse a ella. En la actualidad, numerosos artistas siguen expresando su arte mediante la desnudez del cuerpo humano, ya sea individual o grupal. Ejemplo tenemos en todos los campos, ya sea en el cine, fotografía, pintura o dibujo. El nudismo atrae e inspira.

Lógicamente, no tiene nada que ver idealizar con la perfección de un cuerpo humano con la representación de arte. El arte en sí mismo es ambiguo, inclasificable, fuera de toda norma. Lo que para unos es arte para otros puede que no pase de ser obscenidad o excentricidad. No por ver nudismo contemplamos arte y es difícil defender la práctica del nudismo argumentando solamente esa razón. Casi es mejor abogar por la práctica de la naturalidad en el ser humano. Estar desnudos nos da un aire de libertad difícil de superar. Para algunos puede ser solamente estando solos, bajo el umbral de la intimidad, pero sin quitarle un ápice de su valor. Para otros, esa libertad puede ser ampliada hasta otros campos, ya sea al aire libre o rodeado de más personas.

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Aquí ya encontraríamos los prejuicios personales. Llamémosles mezcla de pudor, de vergüenza o de timidez. Complejos que se van uniendo hasta crear una capa compacta que no deja que traspase ni mirada indiscreta, ni unos ojos extraños y desconocidos. Con el pudor, el ser humano defiende su intimidad. La vergüenza puede darse por algún tipo de complejo personal. NO querer que alguien nos descubra por entero, por saber que no somos perfectos, que no somos el ideal. La timidez entra dentro del carácter y personalidad de cada individuo. Algo muy personal que afecta a su vida privada, pública y en sus relaciones personales. Según la psicología suele ser una pauta de comportamiento que limita el desarrollo social de quienes la experimentan en su vida cotidiana. No es ninguna enfermedad. Cada cual tiene su carácter. Hay que respetarlo. Por eso mismo hay que respetar a quien abre su mente y decide experimentar con su cuerpo. Sentir su desnudez como forma de vida. Dar libertad a su cuerpo. Ya sea tomando el sol, paseando o bañándose. Todos los comportamientos deben ser respetados y aceptados. Otra cosa será comprenderlos.

Pero el nudismo ha ido ganando adeptos con el paso de las décadas. Muchas personas deciden realizar actividades cotidianas completamente desnudos como algo natural. No se trata de reafirmarse. No se trata de decir al resto: !Estoy desnudo, mírame! Como tampoco se trata de acciones protagonizadas por personas provocativas o exhibicionistas. De hecho, sí exhiben su cuerpo, pero de una forma personal, sin querer llamar la atención. Y dentro de esa naturalidad radica su atractivo. Escandalizarse por estas acciones humanas puede quedar ya un poco obsoleto y fuera de lugar. La humanidad se une sin querer por unos lazos sociales, todos los componentes del planeta se ven inmersos en los mismos problemas, vicisitudes y necesidades cotidianas. Algunos tienen que estar desnudos debido a su pobreza, no tienen ni la opción de elegir. Otros, debido a su religión, cultura o sociedad nunca podrán manifestarse así si alguna vez lo desean puesto que irían en contra de las normas de conducta, con lo cual quedan atados a la hora de expresarse naturalmente, como seres humanos libres.

El nudismo puede ser una actividad pública o privada. Pero sea como sea, es una forma de expresión humana y natural. Que no muestra nada que no hayamos visto o dejado de ver anteriormente. La importancia que creemos acerca de esa expresión dependerá de nuestro grado de aceptación y tolerancia con quienes la practican. No se trata de estar de acuerdo o no. Es libertad de cada uno y es su derecho. Más le valdría al ser humano preocuparse por otros asuntos mucho menos humanos, intransigentes y que violan y amenazan la libertad de las personas. Todas esas actividades que generan la pérdida continua de derechos de las personas. Todos esos actos que coaccionan las acciones de millones de otras. Menos pensar en morbos y en retorcidas invenciones mentales, menos criticar acciones de libertad en lugar de meter mano al verdadero problema. En definitiva, menos hipocresía, menos normal morales.

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La foto de la semana (121)

Publicado: 3 de marzo de 2015 en Fotos de la semana
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‘Todos piensan en cambiar el mundo,
pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.’
(Alexei Tolstoi)

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 «Cuando pierdes una oportunidad ganas una lección».

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Hay que ser paciente. No desesperar. No pretender que todo salga cuando queremos, ni cuando buscamos. Las cosas son sencillas. La vida va pasando y, en su transcurso, el vaivén de sensaciones, emociones, vivencias y experiencias no para en ningún momento. Si echamos la vista atrás nos daremos cuenta de todo lo vivido, de todo lo que una vez decidimos vivir. Porque en el destino de nuestras vidas todo depende de lo que decidamos. Somos dueños de nuestras acciones, aunque en determinados momentos dependamos más de las circunstancias que nos obligan a decidirlas. No hay más. El hecho de elegir implica una acción. Y esa acción se transformará en una vivencia. Puede ser buena o mala, pero será vivencia al fin y al cabo. Tenemos que saber que todo puede ocurrir y en cualquier momento. No es que tengamos que estar obsesionados y pendientes de cualquier situación, pero sí que debemos tener siempre conectada la antena de nuestras sensaciones para poder descubrir que algo está pasando. Si nos distraemos en el momento justo quizá luego será tarde y la oportunidad se desvanecerá.

Dicen que la suerte se busca y que no aparece de la nada. Muchos podrían estar en contra de ese argumento. Los momentos afortunados posiblemente son proporcionales a los momentos desafortunados. Es como una ley de probabilidades. Hoy estamos bien y mañana mal. Hoy nos sale todo bien y mañana no. Hoy nos sorprende una persona y mañana nos decepciona otra. Y así es la vida: una sucesión de situaciones, una multitud de caminos que van apareciendo y que debemos elegir. Los cruces en ese camino se multiplicarán y deberemos elegir siempre uno de ellos. NO podemos detenernos y esperar a que alguien nos indique la dirección a tomar, y quizá en una de esas direcciones estará la oportunidad que nunca imaginábamos. ¿Suerte? Sería muy simple pensar así. Quizá es simple intuición. Nos dejamos atrapar por señales. Y si las señales nos cautivan accedemos.

Las oportunidades se van presentando. Como bien se dice a menudo, hay trenes que de repente pasan. Así de simple. A veces somos capaces de darnos cuenta de eso, nos subimos a ellos y aprovechamos la ocasión. Pero la mayoría de las veces ni caemos en la cuenta de que el tren está pasando, y es pasado cierto tiempo, cuando despertamos de ese letargo personal en el que nos hallamos sumidos y reconocemos la equivocación. Pero las oportunidades traen consigo decisiones. Tenemos que decidir constantemente a todas las vicisitudes que vamos encontrando. En muchos casos analizamos la situación, vemos los pros y los contras, reflexionamos ante todas las posibilidades que observamos, tenemos tiempo necesario para tomar una decisión firme, adecuada y convencida. En otros muchos casos, nos toca decidir con muy poco tiempo para meditar sobre ello, tan sólo nos queda ese rápido momento de sucesión de imágenes en nuestra mente viendo lo que podría pasar, lo que podría ser, para finalmente tener que responder ante un acontecimiento determinado.

Sería absurdo decir que no se presentan oportunidades a lo largo de nuestra vida. Y en todos los ámbitos. Puesto que vivimos se nos suceden todo tipo de opciones donde elegir. Lo que a veces ocurre es que ni siquiera reconocemos una oportunidad. Decidimos hacer una cosa u otra, elegir una opción u otra sin prestar demasiada atención, y lo que ocurre después es la consecuencia de nuestra elección y decisión. Si el resultado es positivo suponemos que hemos aprovechado nuestra oportunidad, pero si sale mal lo calificamos como fracaso, tanto a la hora de elegir como de actuar. Se vea de una manera u otra, las oportunidades se siguen presentando día a día. Lógicamente, no habrá nadie que pueda decir que aprovechó todas las que se presentaron.

«La vida no es sino una continua sucesión

de oportunidades para sobrevivir».

(Gabriel García Márquez)

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La foto de la semana (120)

Publicado: 28 de octubre de 2014 en Fotos de la semana
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«Los países fascistas siempre exhiben un gran orgullo por su bandera.

Las banderas me ponen incómodo.»

(Norman Mailer)

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El vicio de pedir favores

Publicado: 18 de octubre de 2014 en Artículos
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«Como me crecieron los favores, me crecieron los dolores»

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Si se analiza a simple vista, quién se negaría a hacer un favor a alguien en un momento determinado. Casi parece descartada la negación a ello. Pero, qué sucede cuando el pedir favores se convierte en algo habitual, constante y casi siempre proveniente de las mismas personas. Porque hay personas que se dedican la mayor parte de su vida a pedir favores, de todo tipo. Han hecho de su hábito una forma de vida. El problema es que encuentran a muchas personas bondadosas que generosamente no expresan ningún problema en ayudar a las personas que forman su entorno, haciendo esos favores que son reclamados, pero lógicamente,  la paciencia de muchas estas buenas personas tiene un límite y cuando eso ocurre se plantan y niegan el siguiente favor para dejar de ser queridos, próximos y necesarios automáticamente. Podríamos considerar entonces que todas esas personas que suelen pedir favores tan sólo se mueven por interés, algo que en nuestros días está muy de moda. El lema podría ser: ¡Si no hay algo que sacar para qué moverse! 

Un favor debería pedirse cuando realmente lo necesitamos y también deberíamos saber a quién pedírselo. No todas las personas pueden ayudarnos en ese momento determinado y de la forma adecuada que necesitamos. Quizá nadie de nuestro entorno puede ayudarnos. Y también es bueno conocer eso y aceptarlo. Sin que tenga que haber una frustración, impotencia o enfado de por medio. Todos nos podemos ver abocados en un instante a pedir un favor. No es un gran problema. Analizamos dicho problema, intentamos arreglarlo o encontrar la solución, y si concluimos en que no podemos solventarlo por nuestros propios medios intentamos que alguien nos saque del apuro. Incluso a veces el simple hecho de pedir consejo explicando el problema nos puede descubrir algún tipo de solución en la que no habíamos pensado, sin necesidad de pedir dicho favor finalmente.

«Hay almas esclavizadas

que agradecen tanto los favores recibidos

que se estrangulan con la cuerda de la gratitud»

(Friedrich Nietzsche)

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¿Nos cuesta pedir favores? A veces. Según a quién. Según quién. Hay personas muy vergonzosas a la hora de pedir favores, incluso a familiares muy cercanos o a amigos de muchos años. Ya sea por timidez, por evitar un compromiso a la otra persona, por orgullo o por intentar no molestar a alguien en concreto, muchas personas intentan solventar sus problemas sin pedir favores a nadie. Quizá es una reacción equivocada aunque totalmente respetable. El carácter de cada uno está por encima de lo que puedan pensar los demás. Otras personas en cambio suelen pedir favores cuando los necesitan. Acuden a la persona que piensan que puede echarles un cable y solucionar una situación que se ha convertido en un problema. Ese favor no tiene que ser compensado obligatoriamente. Se pide y se desea recibirlo. Sin más. NO debe haber mayor intención, ni por una parte ni por otra. Si se acepta ayudar a alguien con una petición de favor no debemos esperar que ese favor deba ser recompensado de otra forma. Se ofrece la ayuda y punto. En la mente y en la memoria de cada uno quedan los favores pedidos y los recibidos. Sabemos perfectamente quién nos ayudó con alguno de ellos en aquellos momentos críticos y a quien ayudamos cuando nos solicitaron ese favor ‘x’.

Pero qué sucede con esas personas que viven en la petición de favores continuos y que no mueven un dedo por ayudar a otros simplemente porque no encuentran ningún interés en ello. Personas que se dedican a pedir ayudas y favores a todo su entorno y que van dejando de lado a las personas que en un momento dado se cansan de ofrecer tantos favores, observando que la otra persona nunca se mueve por los demás y que además hace de esa urgencia un arma habitual de comportamiento. Una práctica habitual entre muchas personas y que llega a cansar, provocando a los que suelen dar ayuda y contestar favorablemente a los favores que se lo piensen en el futuro a la hora de hacer algo parecido. Abusar de la confianza no lleva a ningún buen estado de bienestar, puede ser que salga bien durante un tiempo, pero a la larga las ayudas desaparecerán y con toda la razón.

La foto de la semana (119)

Publicado: 14 de octubre de 2014 en Fotos de la semana
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«La contradicción es la raíz de todo movimiento y de toda manifestación vital»

(Hegel)

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La rutina como compañera

Publicado: 5 de octubre de 2014 en Artículos
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«No son los males violentos los que nos marcan,

sino los males sordos, los insistentes, los tolerables,

aquellos que forman parte de nuestra rutina

y nos minan meticulosamente como el tiempo»

(Emil Cioran)

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A casi nadie le gusta, ni le atrae, pero sin embargo, caemos en sus redes muy fácilmente. Acaso porque es cómoda, nos alivia sin pensar, nos acoge sin proponerlo, nos alienta sin meditar, nos abriga sin frío y nos enseña lo conocido sin excusas, sin otras formas de alimentar lo más desconocido. La rutina nos indica un camino, casi siempre alicaído, inerte, cansino y falto de emoción. Y solemos ser rutinarios casi por costumbre. El ser humano es un animal de costumbres, aunque las vaya cambiando casi sin darse cuenta. Y podría considerarse una contradicción pensar y estar convencidos de que cayendo en lo mismo no evolucionamos, nos detenemos y no somos capaces de avanzar. Pero, inconscientemente, sin un segundo de meditación, volvemos a hacer lo mismo.

Para muchos la rutina puede ser hermosa, un ritual severo pero que deleita. Mientras que, para otros, la rutina puede ser la puerta hacia la nada, hacia el abismo del aburrimiento, del tedio y de la falta total de ilusión. De todas formas, nuestra vida siempre está repleta de rutinas, nuestras, creadas por nosotros. Esas rutinas no aparecieron de la nada ni nadie nos las impuso. Son rutinas que se van creando con el tiempo y algunas de ellas las conservamos durante mucho tiempo, mientras que otras van decayendo en su protagonismo y en su interés, para quizá desaparecer en un futuro próximo. Cambiar o no de rutinas depende de nosotros mismos. Si solemos hacer lo mismo es porque nos sentimos cómodos con ello. Por lo tanto, si nos sentimos cómodos con ello tampoco debemos considerarlo tan malo.

Todas las personas tienden a inclinarse por lo conocido como forma de resguardarse de lo que podría llegar. Ante lo conocido reaccionamos con más alegría y, sobre todo, con más seguridad. Una seguridad que a todas luces puede ser engañosa pero que concretamos de forma práctica y natural. Ante lo desconocido reaccionamos de otra manera, tenemos que mantenernos en guardia, en alerta y en constante atención. Eso aparte de agotarnos física y mentalmente nos traslada a otro escenario de inseguridad en el cual no nos sentimos tan cómodos. Aunque como en tantas y tantas otras cosas, todo depende de cómo se mire o interprete. Nuestra perspectiva de las cosas tiende a crear en nuestra mente esferas de ‘aparente comodidad’. Cuando algo no sale como normalmente debería se convierte automáticamente en un obstáculo que nos provoca angustia y ansiedad.

«Creo que mi mejor cualidad en el mundo del ajedrez

radica en que nunca juego de forma rutinaria,

sino que juzgo la posición una y otra vez antes de cada jugada,

cambiando, si es preciso,

mi estrategia al responder a las jugadas de mi contrincante.»

(David Bronstein)

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Quizá lo más inteligente sería ir alternando nuestras formas de encarar las vicisitudes diarias. Ir cambiando de rutinas o de formas de hacer, de pensar y de sentir. Intuir lo que podría ser y buscar para encontrarlo. Adivinar lo que se podría uno estar perdiendo simplemente cambiando de visión. La aventura de lo desconocido transformada en algo suficientemente atractivo como para no dejarlo escapar. Ser capaces de albergar nuevas formas de pensamiento, de obra y de emoción. Vislumbrar otros modos de acción, no quedarse con lo que ya hemos experimentado sino seguir investigando hasta descubrir que existen otras muchas formas en todos los ámbitos. Fácil es darse cuenta de que a diario algo nos deslumbra, nos sorprende y nos hace vivir de otra forma. 

Podría ser que la rutina es sólo una forma de ser, de pensar y de sentir. Si pensáramos diferente la rutina se rompería, cambiaría o se multiplicaría. Con un sólo intento de cambiar las cosas, las cosas cambian. No es magia, es actitud. Pero eso no quiere decir que haya que eliminar todas las rutinas, porque muchas de ellas nos pueden hacer sentir bien, son parte de nosotros y tampoco tendría sentido que desaparecieran. Eliminar sólo aquellas que no nos llevan a ningún lugar, que simplemente conducen a lo cotidiano, a lo aburrido y a la falta de todo. Las conocemos, las detectamos y somos capaces de identificarlas a diario. Si la actitud desea borrarlas de nuestra cotidianidad lo hará y además de la misma forma natural como las aceptaba anteriormente.

«A veces me salto el almuerzo y cambio la rutina.

Salgo a dar un paseo.

O me compro un pequeño regalo para mí…

Algo que me haga sentir que estoy cuidando de mí mismo.

O salgo en coche, en busca de un paisaje hermoso, o saco una entrada para un concierto.

A veces negocio una cita conmigo mismo a media mañana, un compromiso estrictamente personal.»

(Spencer Johnson)

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No todo pasa porque sí. Algunas cosas ocurren porque nosotros decidimos que así ocurran. En el cambio se potencia la apertura de ideas, de sorpresas y de ilusiones. Y quién quiere perder todo eso. Nadie. Sería insensato por nuestra parte dejar de sentir nuevas formas, dejar de ver nuevos mundos, nuevas ideas y proyectos, nuevas personas. Todo va evolucionando, también nosotros. Y en esa evolución se van rompiendo muchas de esas rutinas. Sólo hace falta echar la vista atrás para recordar todas las que tuvimos y que ya han quedado en el olvido, puesto que las circunstancias cambian, también las rutinas, también nosotros. Todo es un movimiento continuo de formas y conjuntos que van originando nuevas sensaciones. 

De nada sirve quejarse, quejarse de lo evidente, de que la rutina puede matarnos. Por eso, mucho más eficaz que el simple hecho de quejarse puede ser el accionarse para cambiar. Ante la evidencia de una rutina no deseada tan sólo debemos cambiarla. Y no podemos decir que no se puede, porque se puede. A lo mejor esa mal llamada rutina no lo es tanto, sino simplemente la forma en cómo la vemos. Quizá no es ni rutina ni costumbre, la hemos adoptado a nuestro quehacer diario y ya le damos el calificativo de tal, sin haber sido ni siquiera artífices de su creación. Ante la rutina que no queremos sólo nos queda el combate, y con el combate desaparecerá, ante la desidia y la falta de actitud seguirá con nosotros. No hacen falta más argumentos para saber si una rutina nos hace bien o no. Nosotros somos suficientemente capaces para detectarlo. Y al hacerlo, de nosotros depende hacer girar el escenario. No le quitemos valor al poder que albergamos. Porque, aunque en muchas otras circunstancias no tenemos más que el remedio de la resignación, en otros aspectos podemos ser capaces de dominar la situación.

«Cuando hay libertad del condicionamiento mecánico, hay simplicidad.

El hombre clásico es justo un paquete de rutina, de ideas y de tradición.

Si sigues el patrón clásico, estás entendiendo la rutina, la tradición, la sombra…

No te estás entendiendo.»

(Bruce Lee)

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‘El que sólo practica la virtud para conquistar una gran reputación
está muy cerca de caer en el vicio’
(Napoleón)
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La reputación es simplemente la opinión que tienen los demás sobre nosotros. ¿Es importante? Quizá en según qué casos sí lo será, pero no en todos ni en la mayoría. La reputación es muy particular. Muy de cada uno. Y tiene el valor que le queramos dar, ni más ni menos. La podemos cuidar, año a año, tratar de hacerla mejor, día a día, evolucionarla, desarrollarla, mejorarla, pero a lo mejor, bajo una circunstancia inesperada, se puede venir abajo como un castillo de naipes y en cuestión de segundos, y en muchos casos quizá sin razones aparentes o causas que hubiesen sugerido tal desenlace.

¿Nos importa realmente lo que digan o piensen de nosotros? O quizá dependerá de quién lo haga. O quizá dependerá del momento o de la situación. ¿Tan importantes somos realmente (o creemos ser) como para pensar que es trascendente la opinión de los demás con respecto a nosotros. Si de nosotros comentan una buena opinión la tomamos automáticamente como buena, ya que es positiva, porque suena bien, porque nos hace quedar bien de puertas para afuera; mientras que si el comentario o la opinión que se hace de nosotros es malo nos lo tomamos al instante como equivocado y erróneo, no falso, pero sí como una escena que no se asemeja a la realidad de lo que nosotros creemos ser. Naturalmente, porque esa opinión puede perjudicar nuestra imagen y nuestra reputación.

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‘He perdido mi reputación.
Pero no la echo en falta.’
(Mae West)
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Si en la vida diaria nos mostramos tal como somos, naturales, sin poses, ni posturas, ni casualidades convertidas en necesidades según el momento y la situación, si somos realmente nosotros mismos, la gente que nos rodea, que nos conoce cada día, que nos trata normalmente, nos conocerá tal y como somos. A todos no podemos caer bien, eso es una utopía, además tampoco se trata de eso, no puede ser el fin en sí. La personalidad de cada uno no puede intentar encajar con las de todos los demás. Eso es imposible. Caeremos bien a unos cuantos, y a otros no tanto. Quizá a algunos les caeremos incluso mal. Pero si es así no será por nuestra reputación, sino por nuestro carácter y nuestra personalidad. Si los hemos mostrado de forma natural no podremos reprocharnos nada en absoluto. Otra cosa distinta sería que hubiéramos fingido un forma de ser con tal de caer bien o de hacer ver que somos otra cosa. Esa opinión creada sobre nosotros sería no falsa, sino simplemente ficticia. No nos conocerían realmente, pero ya se habrían hecho la imagen de un nosotros ideado y retocado, nunca auténtico. 

Lógicamente, cometemos errores, y los seguiremos cometiendo. Pero los que nos conocen y nos aceptan con ellos sabrán perdonárnoslos. No porque sientan pena o compasión, simplemente porque estarán por encima de lo que realmente somos. Al conocernos bien y en profundidad, los detalles o las circunstancias no podrán hacer cambiar la imagen que tienen y que ya tenían de nosotros. Pero, igualmente, podemos cometer errores mucho más graves, crear decepciones en gente que confió en nosotros, que creía en nosotros, y eso será difícil de reparar. Para ello hay que tener tacto y valorar a esas personas, sobre todo, si no las queremos perder. Pero, si al final, hemos cometido esos errores será necesario enmendarlos como se merece, ante todo con humildad y dando las explicaciones oportunas. Con naturalidad. Porque esa es la clave de todo.

La reputación es muy importante para las empresas, ya sea por su servicio, por su calidad, por su estabilidad. Lograr esa reputación con el paso de los años requiere sacrificio, trabajo y suerte, pero es uno de los grandes objetivos de cualquier empresario. Múltiples estudios han intentado descifrar los secretos para conseguir esa ansiada reputación en las empresas y en las marcas comerciales. La conclusión: ‘Lo más importante es cumplir con lo que se dice’. Así de sencillo. ¡¡Y tan difícil de conseguir!! La reputación no la podemos crear de un día para otro. Es un lento caminar. Una construcción que depende de muchos factores, y no todos dependen de nosotros. Si nos hemos creado una buena imagen no la vamos a perder tan fácilmente. Tampoco la podemos medir. Y tampoco es necesario.

‘¿De quién dependen las reputaciones?
Casi siempre de los que no tienen ninguna.’
(Carlos José de Ligne)
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Interpretar los silencios

Publicado: 1 de octubre de 2014 en Artículos
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‘Hay personas silenciosas

que son mucho más interesantes

que los mejores oradores.’

(Benjamin Disraeli)

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Los silencios son necesarios. No son eternos pero sí pueden ser maravillosos. También pueden resultar tristes. Un silencio a tiempo puede significar una victoria, pero también una huida. Los silencios hay que entenderlos, interpretarlos, analizarlos y saborearlos. Un silencio puede adueñarse de la escena para significar lo más bello. Un silencio hay que valorarlo. Su belleza es limitada y hay que saber descubrirla. Se dice que hay silencios en la noche, pero también los hay en el día. En una esquina abandonada, en un paseo nocturno, en un camino solitario. Existen los silencios motivados, caracterizados por una circunstancia que nos absorbe la reacción.

El silencio puede ser eso simplemente, una opción ante una esperada respuesta. Y, a veces, resulta gratificante estar callado. En silencio. No es necesario decir siempre algo, sea lo que sea, aunque parezca descortés o desconsiderado. No siempre se espera una respuesta, y el silencio puede ser una respuesta en sí mismo. Y una respuesta contundente. El silencio nos apacigua, nos hace reflexionar. Nos presta un escenario de análisis interesante, donde la mente despejada aumenta su poder, para crecer, para evolucionar. Para comunicar no siempre hace falta un sonido, ni una palabra. El mismo silencio puede hacerlo. Discreto, distante, cercano o íntimo. En un silencio podemos comprenderlo todo. O nada. Nos puede acercar o alejar. Nos puede hacer amar u odiar. Puede crear indiferencia o acercamiento. Puede ser un vínculo, una complicidad, un arrebato de amistad, pero también nos puede oscurecer, entristecer y amargar.

Y, en muchas ocasiones, nos vemos en la tesitura de tener que interpretar un silencio determinado. Generalmente inesperado. Porque, la mayoría de las veces, esperamos respuestas, queremos palabras que rellenen esos huecos imprecisos, esas dudas eternas y esas preguntas que parecen no tener nunca respuestas. Queremos buscar explicación a todo, y creemos que existe explicación a todo. No queremos quedarnos vacíos, sin argumentos, queremos que nos den una buena causa para entender, aunque no entendamos. Interpretar un silencio es una cuestión de práctica, pero a veces cuesta. Cuesta aceptar el silencio como respuesta, cuando es la mejor respuesta. Cuesta interpretar lo que es tan evidente, puesto que ésa no es, precisamente, la respuesta que estábamos esperando.

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‘Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio’
(Proverbio hindú)
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El tiempo, nuestro tiempo, es demasiado valioso como para no concentrarlo en lo que realmente nos importa. Un silencio puede ser tan importante y tan decisivo como todas las palabras que jamás escuchamos. Debemos hacer caso de esos silencios, degustarlos, darles la importancia que tienen y extraer de ellos las mejores lecciones de vida. Con un silencio conoceremos más de lo que imaginamos. En muchos silencios encontraremos muchas respuestas. En los silencios hay claves, sólo hay que identificarlas y entenderlas. Utilizar los silencios también nos ayudará. Puesto que, gracias a ellos, podremos expresar todo aquello que no podemos expresar, pero de otra manera. Comunicándonos con el silencio daremos por sentados muchos más significados escondidos de los que podemos descubrir con palabras superfluas y explicaciones sin sentido. 

Interpretar los silencios no es tarea fácil. Requiere de astucia, experiencia e iniciativa. Pero, sobre todo, necesitamos de esa dosis exacta de deseo. Porque si nos bloqueamos y no nos abrimos a esa interpretación difícilmente extraeremos algo positivo. Es importante encararlos como se debe. No esquivarlos. Enfrentarse a ellos nos hará entender, nos hará evolucionar. No todos los silencios son provocados, pero eso también lo comprobaremos cuando los analicemos. Porque no todas las personas utilizan los silencios de la mejor manera posible. Algunos surgen espontáneos, otros son parte de la incapacidad de expresión. Muchos silencios guardan grandes verdades, pero también, otros muchos,  grandes mentiras. Hay algunos silencios valientes y otros cobardes.

‘Este silencio, blanco, ilimitado, este silencio del mar tranquilo, inmóvil’

(Eliseo Diego)

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Que no nos quiten la imaginación

Publicado: 19 de julio de 2014 en Artículos
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 ‘Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente,

que hacemos de la eternidad una nada,

y de la nada una eternidad.’
(Blaise Pascal)
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¡Qué haríamos sin ella! Estaríamos perdidos. O , mejor dicho, más perdidos que de costumbre. Sin ella habitaríamos un espacio indefinido, incalificable, puesto que, gracias a su existencia, nos hundimos en otro mundo paralelo, creado por nuestra mente, que nos acompaña siempre, que nos evade de la realidad, para bien y para mal, pero que resulta a fin de cuentas siempre necesaria. La imaginación nos seduce continuamente, con arte desmedido, con estilo impecable, con astucia contenida, con delirios metódicos, con destreza magistral. La imaginación nos abre ventanas, puertas, y sueños también. Nos hace vivir otras vidas, otras escenas cotidianas, otras esferas diferentes, que también existen, aunque no las vivamos realmente. Porque la imaginación es eso precisamente, vivir las cosas de otra manera, a nuestra manera. Es diseñar lo que nos gusta con nuestro propio estilo. Y gracias a ella nos sentimos diferentes, divergentes y múltiples. Nos sentimos carentes de límites o de barreras. No sentimos la opresión de los obstáculos, más allá de donde queramos definirla. Y para qué habría que definirla…

La imaginación nos permite elevarnos, manipular lo evidente, lo ajeno y lo propio, crear espacios confusos, o perfectos. Nos estimula la mente de una manera salvaje, sin puntos ni comas, sin directores ni peones. Nos muestra un camino que recorrer, en el cual podemos detenernos tantas veces como queramos y en el momento justo que deseemos, pudiendo cambiar de carril, de orientación o de punto cardinal. No se trata de visionar, se trata de vivir de otra manera. Debemos sentir por los cuatro costados. Y aún más. Adelantarnos a los sentimientos, con un simple cierre de ojos, con la única misión de abrir cada poro de nuestra piel y sumergirnos en el más absoluto placer…

‘El que tiene imaginación sin instrucción tiene alas sin pies’
(Joseph Joubert)
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La imaginación nos ayuda a percibir, construir abstractos que parecen reales, objetos que no se detienen y que dan vueltas a nuestro alrededor, lugares escondidos que de repente aparecen y parecen familiares, imágenes manipuladas gracias a nuestro cerebro que se encargan de mostrarnos lo que no hemos conseguido ver hasta entonces, para disfrutarlas, para ensalzarlas y evocarlas, para guardarlas en la memoria, para pensar que algún día aparecerán de verdad. La imaginación se sirve de la memoria, nuestra memoria, para aumentar, para distorsionar o para diseñar la perfección, la dulzura, la belleza, lo deseado y lo necesario, nos hace albergar esperanzas aunque estemos abandonados a la suerte, nos hace parecer gigantes aunque estemos perdidos, nos hace parecer diferentes aunque seamos conocidos. 

Que no nos quiten la imaginación. ¡Qué nos quedaría! Sin ella aún estaríamos más perdidos, sin ella perderíamos una parte de nuestra propia alma, de nuestro propio estilo y carácter. Una seña de identidad única, indefinible, particular y nuestra. La imaginación necesita poco para funcionar y, sin embargo, nos ofrece tanto… Percibimos, pero queremos percibir más. Y todavía más. No queremos límites. Deseamos la realidad, y también el reverso de esa realidad. Siempre deseamos observar diferentes opciones aunque sepamos que, a lo mejor, jamás llegarán. Pero alimentando la imaginación con un poco de ilusión todo es posible, incluso alguna parte de ella se asemeja a los sueños. Experimentamos sensaciones, emociones y somos capaces de aumentarlas y multiplicarlas. Entonces, porqué deberíamos autolimitarnos.

Y lo mejor de todo es que cualquier tiene capacidad para imaginar. Todos somos creativos. Cada uno a su manera. Y la capacidad de abstracción y de diseño mental particular no tiene fronteras ni limitaciones. Eso es lo más grande. Podemos dejarnos llevar por ella. No nos causará daño, tan sólo nos sorprenderá. Y tampoco se trata de conseguir hacerla realidad. Es vivirla de otra manera. Pero vivirla. Olerla, sentirla, verla, tocarla y emocionarse con ella. Sin ella, los inventos serían mínimos, o quizá hallados por casualidad. Los inventores se dejan arrastran, se invaden por ella, y nos ofrecen realidades. Que no nos quiten la imaginación. Luchemos por conservarla, por aumentarla, desarrollarla y sentirla más que nunca. Placeres simples de la vida que son gratis y que surgen de la nada. Un valor añadido en un vida que, de vez en cuando, parece hecha a medida. A nuestra medida…

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La extraña costumbre de usar joyas

Publicado: 18 de julio de 2014 en Artículos
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‘Prefiero estar adornado por la belleza del carácter que por las joyas.

Las joyas son el regalo de la fortuna,

mientras que el carácter viene de dentro’

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Una joya en sí misma no tiene mucho sentido. Si la miramos fríamente, es tan sólo un material. Que se le haya llamado con la evolución del ser humano ‘preciosa’ quizá puede ser debido a su belleza (también discutible). El hombre desde sus ancestros ha utilizado los materiales preciosos como objetos ornamentales, para distinguirse, para llenarse de estatus, para cerciorarse de ser diferente del resto. Así fueron apareciendo los anillos, los collares, los colgantes, los brazaletes, los pendientes, etc. No había distinción entre sexos, puesto que su uso era habitual en ambos. Como tampoco había excepción en los pueblos que las usaban ni en las culturas, ni en los continentes. Es decir, el uso y la costumbre en portar joyas es habitual y está relacionado con el ser humano.

Adornarse siempre ha sido un principio universal, pero utilizar joyas no estaba ni está al alcance de todos. Y una cosa puede ser la estética y otra, muy diferente, utilizar joyas para sentirse superior o más atractivo. Que una joya nos haga destacar debe ser motivo de preocupación para cualquiera. El oro, la plata, materiales que han servido y que sirven como monedas de cambio, de ostentación, de riqueza y de distinción. Porque no nos equivoquemos, gran parte del uso de las joyas viene refrendado por la distinción que se le suponen. A las personas en general les motiva el simple hecho de ser o aparentar ser diferentes o distintas a los demás. Es como un ADN particular de cara a la galería. Ser diferentes lo somos por simple naturaleza y sucesos que se van acumulando en nuestra vida, ya sea entorno, familia, amigos y vivencias. No necesitamos muchas más o menos joyas para ser distintos de los demás. Pero las joyas pueden ser simplemente una forma, como también puede serlo el coche que usamos, la ropa que nos ponemos o el peinado que mostramos.

‘La diferencia entre los recuerdos falsos y los verdaderos

es la misma que con las joyas:

siempre es el falso el que parece el más real,

el más brillante.’

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Hoy en día, la moda marca tendencia continuamente, de hecho, muchas cosas se ponen de moda sin ni siquiera un motivo definido o determinado. La gente, en masa, se va moviendo por tendencias, modas o simples mareas de comportamiento. Otra cosa diferente es poder alcanzar esas cuotas de distinción. No todo el mundo puede tomarse un cocktail en el bar más de moda de Nueva York, o probar un menú degustación en el mejor restaurante del mundo, ni puede gozar de lo que se siente conduciendo el coche más caro del mundo. Y es un suceso que se ve incrementado conforme la riqueza de una persona aumenta, por el mero hecho de querer hacer y parecer todavía más exclusivo que el resto de seres humanos. Lo que ocurre es que la delgada línea entre la distinción y la ordinariez es muy fina, y muchas la traspasan con demasiada facilidad y demasiado a menudo. 

Para muchos, lo caro es mejor y demuestra mayor distinción. Las joyas entran dentro de esta familia.  Y muchos piensan que el hecho de mostrarse con joyas ‘tan preciadas’ son motivo claro y absoluto para ser envidiados. Claro que la envidia va por barrios, y cada cual tiene su forma de utilizarla también. Muchas envidian riquezas, otros salud, otros felicidad. Ninguna joya nos dará absoluta felicidad ni salud, si es eso precisamente lo que andamos buscamos. Pero si buscamos llamar la atención, ser envidiados, ser admirados, las joyas son otra forma de conseguirlo. Para otros, las joyas no llaman la atención, a no ser por el asombro de llevar una considerable cantidad de dinero en un cuello, en un brazo o en una oreja. El significado ya queda a expensas de cada uno, pero fríamente parece ser desorbitado, insulso y carente de personalidad.

No hace falta ostentar para ser rico, ni hace falta ser rico para ostentar; y ser rico se puede conseguir de muchas formas, no necesariamente aparentando serlo o pretendiendo que todo el mundo se dé cuenta de que lo somos realmente. En ese caso estaríamos cruzando la línea anteriormente citada. Las joyas y su uso a través de la historia representan diferentes motivos para ser o parecer importantes: ya sea como símbolo de riqueza, por su simbolismo o por lo que pueden llegar a conseguir por sí solas. Lo que pasa que este uso también se ha convertido en un arte. El diseño y el negocio han provocado que muchos artistas joyeros se adentren en el mercado para ofrecer bellezas únicas. Un arte que comenzó con maestros como Peter Fabergé o René Lalique y que ha ido evolucionando hasta nuestros días.

El valor de dichas joyas siempre queda un tanto fuera de mercado. Y es curioso observar como muchas religiones y grupos religiosos han utilizado las joyas y su simbolismo como distinción. Una frase conocida en esta industria es la que reza: ‘Una joya es para siempre’. Claro que habría que recordar que muchos objetos y recuerdos pueden ser para siempre y no necesariamente ser tan costosos. Todo tiene que ver con el nivel de romanticismo que practiquemos. Lo cierto es que podemos lograr distinción y admiración sin necesidad de lucir joyas. Y no tiene que ver con el hecho de tener el dinero suficiente para adquirirlas, sino sabiendo valorar las verdaderas cosas importantes que nos ofrece la vida, y todavía más cuando se descubre todo lo que se puede hacer por conseguirlas, ya sea robando, esclavizando o matando por ellas. Otro claro ejemplo de que el sentido común en el hombre es poco común.

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Los adictos a los problemas

Publicado: 17 de julio de 2014 en Artículos
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‘No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos’
(Albert Einstein)
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Los conoces. Están ahí. Sabes quiénes son. Los conocemos. Están por todas partes. Y cada día descubrimos a uno nuevo. Son profesionales de los problemas. O, mejor dicho, profesionales en crear problemas. Los hacen aparecer por aquí y por allá, y también por donde asoman la cabeza. Y si no los pueden encontrar, los fabrican. Son personajes que hacen de situaciones simples tremendas complicaciones. Los conocemos muy bien porque se multiplican con demasiada facilidad. Muchos dicen que los políticos son una buena muestra de ello, pero lo cierto es que los podemos distinguir a nuestro alrededor cada día y, lamentablemente, pertenecen a toda clase de oficios y especialidades. De hecho, no hay una clasificación clara al respecto. Muchos son tan conocidos en su ambiente que hasta sus conocidos se ríen de ellos muy a menudo. Son una especie que nunca se extinguirá puesto que su actividad parece poseer verdadera adicción.
Que tenemos problemas lo sabemos todos. No es un secreto. Es una realidad. Lo que pasa es que no todos los problemas son tan importantes, ni esenciales ni básicos. Muy al contrario, muchos de los problemas son nimios, superficiales y carentes de importancia, pero los culpables de hacerlos evidentes y protagonistas somos simplemente nosotros mismos. Pero muchas personas logran, gracias a su astucia, perseverancia, oficio y constancia, que esos pequeños problemas sin importancia sean conocidos por todo su entorno y lleguen a ser tan importantes e impactantes como para que el resto de lo que ocurre en el mundo carezca por completo de sentido. Lo cierto es que tampoco debemos angustiarnos por los problemas. Son unos baches en el camino, nada más. Ni nos van a deprimir ni a amenazar, acaso lograrán detenernos en un tramo del camino, pero seguramente nos ayudarán a ser cada vez más eficientes y eficaces a la hora de solventarlos, pero llegar a desanimarse por tener problemas es de necios. Como también sería de ignorantes pretender no tener nunca problemas. Los problemas van asociados a la vida. Hechos que nos obligan a procurar soluciones. Y como dice el dicho: ‘Problema grande, solución grande’. O como se dice también muy a menudo: ‘Si el problema tiene solución no te preocupes, y si no la tiene tampoco te preocupes’.
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‘Una nación permanece fuerte mientras se preocupa de sus problemas reales,
y comienza su decadencia
cuando puede ocuparse de los detalles accesorios’
(Arnold Toynbee)
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Detectamos a esa clase de gente capacitada para crear problemas casi al instante. De cualquier detalle, circunstancia o vicisitud crean un problema con una rapidez inaudita. Y tal como lo cuentan, pareciera como si ese último problema fuese el más importante de todos. Es como si la situación de quedarse sin problemas provocara la ausencia automática y definitiva de argumentos para sobrevivir. Gracias a ellos continúan respirando. Son auténticas máquinas de imaginación al servicio de su propio protagonismo. Porque no nos engañemos, una de las razones importantes de estas personas para no detener la práctica de su vicio no es otra que ser el centro de atención en el momento mismo en el que comienzan a contar a todos sus allegados sus temidos ‘problemas’. Lo que ocurre es que con estos sucesos se repite la historia tantas veces mentada, y es que si se repite muchas veces una cantinela la gente deja automáticamente de escucharla. En este caso, la mayoría de la gente que escucha los problemas de los ‘profesionales’ activan su piloto automático y cesan de escuchar la retahíla de acontecimientos que les cuentan.
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‘La mayor parte de los problemas del mundo
se deben a la gente que quiere ser importante’
(T.S. Eliot)
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Los adictos a los problemas suponen una importante parte de la sociedad y deberíamos tener cuidado con ellos. Contagian sensaciones y, lo que es peor, siempre son el centro de atención, sobre todo de personas empáticas que creen que sólo escuchándoles ya les ayudan, cuando lo único que desean es terminar de contar uno de sus problemas para comenzar a contar uno nuevo. Personas que den soluciones son las que importan y las necesarias. Personas positivas o, al menos, interesadas en arreglar los asuntos, más que en complicarlos todavía más, o simplemente contarlos y contarlos sin sacar nada en claro. Todas esas personas que se dedican a dar el coñazo alrededor de sus problemas no sirven, no ayudan y, además, nos perjudican. Son seres pesimistas, angustiados, y amargados. La actitud que tomemos ante esta lacra social es personal  e intransferible, pero antes de quejarnos de su existencia deberíamos aprender a combatirlos, más que nada porque el tiempo es valioso aunque muchos no se hayan dado cuenta todavía. La parte buena de este asunto, si es que la hay, es que una vez que conocemos a alguien, detectamos enseguida si va arrastrando el saco de problemas a su espalda o va más ligero de equipaje. Lógicamente, al principio alguno de ellos tendremos que aguantar, pero podemos ser capaces de evitar los siguientes. Empatizar, compartir e intercambiar vidas, pensamientos, sucesos y experiencias no quiere decir que haya que soportar obligatoriamente a esta clase de personas que se dedican sistemáticamente a contar problemas, a buscarlos y a desarrollarlos como forma de vida.

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‘La mentira mayor es el ego’

(Alejandro Jodorowsky)

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El ego, el yo, el yo y el ego, ambos o ninguno. El concepto del yo es difícil de explicar, de definir y de entender. Para muchos ha estado relacionado con la parte interna del individuo, de su alma, de su conciencia y de su mente. El estudio del yo ha estado presente desde los griegos y sigue vigente, ya sea a través de la medicina, de la psicología o la filosofía. Uno mismo se pregunta continuamente, a través de toda su vida, quién es ese yo, el que atesoramos, el que invadimos, el que nos complementa o nos hace ser como somos. Y acaso la pregunta es eterna. Una de las preguntas básicas del ser humano. ¿Quién soy yo?

Para los clásicos, el yo era una substancia, un alma o una cosa. Más adelante, otros negaron la existencia de la substancia, ya que para ellos el yo era simplemente una función, un conjunto de sensaciones, impresiones y pensamientos. Teorías al respecto las tenemos para todos los gustos. Cada quien podría hacerse propiedad de una de ellas, y aún así, sería difícil llegar a tener claro qué significa. Para un sinfín de filósofos, la esencia del yo como punto de partida fue algo esencial en su pensamiento. Yo como ente, yo como el que piensa, yo como el centro de todo, yo como la base de creación, yo como sentido de algo…

Habría que partir de un razonamiento bastante más sencillo: ¿Tan importante es el yo? ¿Tan importantes somos? Porque caemos en la tentación rápidamente de creer que el concepto mismo del yo nos pertenece y que a partir de ahí todo toma sentido. Sin el yo parece que lo demás no puede complementarse. Para muchos, el yo es lo básico, lo principal, la razón del todo. Sin el yo muchos estarían perdidos, simplemente porque lo plantean mal. Y es ahí, precisamente, donde aparece el ego, como administrador del yo. Se confunde el yo con el ego, y el ego con el sujeto o individuo. Se eleva al ego a un escalón superior, dándole mucha más importancia de la que realmente tiene. Y partimos de la idea de que el ego es trascendente para nuestra conciencia, ya sea ésta material o metafísica.

Cuántas veces detectamos a todas esas personas afectadas por el mal del ego, que las cambia, las traumatiza y las hace ser diferentes, con tan sólo un objetivo: satisfacer su ego. Son esas personas egoístas, destructivas, las que arrasan con todo, que son capaces de hacer lo imposible para sentirse satisfechas con su ego. Fantasías creadas por ellas mismas, carentes de cualquier ápice de humildad, de sencillez o de simple autocrítica. Una moda que va a en aumento y que en sociedades tan individualistas como las que estamos creando en las últimas décadas, son alimento de consumo de masas. El ego domina el mundo de una manera u otra.

El ego se convierte casi en una necesidad vital. Todos tenemos una parte de él pero algunos la agudizan, la alimentan, la desarrollan y la hacen imperiosamente garante de su conciencia. Otros no se dejan vencer por su poder, la tienen siempre acorralada, controlada, atada y siempre vigilada. Puesto que el ego puede devorarnos sin que nos demos cuenta, de forma pausada y eficaz, de forma latente y animal. Nuestra conciencia nos puede jugar mil jugarretas, y de nuestros errores es de donde deberemos extraer conclusiones y sabiduría, pero nunca aumentando la dosis de poder al ego, pues en ese caso caeremos en la trampa  de pensar que somos algo más de lo que somos en realidad. Una realidad que podemos confundir tantas veces como no seamos capaces de observarla como lo que es.

Satisfacer el ego se ha convertido en un deporte mundial. Ya sea por las apariencias, por lo que dirán, por lo que diremos, por lo que puedan pensar o no, por lo que vemos o escuchamos, por lo que nos cuentan y nos comentan, por todo aquello que nos hace distorsionar nuestro mundo real, por todo ese conjunto de circunstancias que provoca que no podamos concentrarnos en lo esencial, en lo prioritario, en lo básico. Cuesta acostumbrarse a la verdadera esencia, la nuestra, no solemos fiarnos de ella, le damos poco crédito y desconfiamos de nuestra eficacia. Absorbemos aire para hinchar nuestro ego, y tantas veces como haga falta, sin prestar atención a su tamaño, sin caer en la cuenta de que algún día pueda, al fin, explotar…

El yo, el ego, simplemente desea su propia satisfacción; no está preocupado por el resto. Su única motivación es sentirse realizado. Un detalle puede servir, una adulación, un piropo o una simple mirada. El ego se extiende tanto como necesite, se estira hasta el infinito, y en todas las parcelas de nuestra vida. Está presente en nuestro hogar, en nuestra familia, en nuestro entorno profesional, amoroso y de relaciones sociales. Si permitimos que el ego sea protagonista estaremos centrados únicamente en nosotros mismos, perjudicaremos nuestra conciencia, pues no seremos objetivos. Vivimos rodeados de gente, somos entes sociales, necesitamos de referentes a todos los niveles, de todo se puede aprender y nuestro ego es sólo una parte más del conjunto. Pensar en uno mismo agota, causa ineficacia y no beneficia en absoluto. Además provoca el rechazo de los demás, no permite organizar las ideas, las experiencias y las percepciones que se van aglutinando y propicia que nuestra identidad vaya perdiendo poco a poco su ADN. Satisfacer el ego es una forma de drogadicción como otra cualquiera. Como decía Freud: ‘El yo supone el primer paso del propio reconocimiento para experimentar alegría, castigo o culpabilidad’.

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La foto de la semana (117)

Publicado: 15 de julio de 2014 en Fotos de la semana
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‘Negar un hecho es lo más fácil del mundo.

Mucha gente lo hace,

pero el hecho sigue siendo un hecho…’

(Isaac Asimov) 

La siesta

Publicado: 3 de julio de 2014 en Artículos
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‘El arte del descanso es una parte del arte de trabajar’
(John Steinbeck)
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Existen costumbres o hábitos que se adquieren desde la niñez. Otras se van desarrollando y aplicando según pasan los años. Los usos del ser humano se extienden por todos sus rincones. Algunos pueden ser indicativos y representativos de un país, sociedad o grupo. Solemos tener rutinas porque en la rutina se basa nuestro comportamiento a diario. Y muchas de esas rutinas se van transmitiendo de una generación a otra de forma totalmente natural. Copiamos lo que vemos, lo que nos indican, lo que nos han enseñado. Vemos actuar de una forma y lo hacemos también.

Una de las costumbres más curiosas del ser humano es el de la siesta. Se dice que el término se comenzó a utilizar en el siglo XI, gracias a una de las reglas de San Benito: reposo y tranquilidad en la hora sexta (entre las 12 del mediodía y 3 de la tarde). San Benito era un abad de la localidad de Nursia (Umbría, Italia). La idea era que todos los religiosos de la abadía se recostasen en su lecho para descansar y cargar baterías para lo que quedaba del día debido al gran madrugón que realizaban cada mañana. Como buena costumbre se extendió por la zona y comenzó a adaptarse en otras abadías y monasterios.

Pero es que hacer la siesta tiene una lógica, puesto que la solemos hacer tras la ingesta de comida. La digestión es ese proceso de transformación de los alimentos en sustancias más sencillas para ser absorbidos. Y en ese proceso el individuo suele tener un terrible golpe de sueño. La mente se diluye y, de repente, tenemos la necesidad de cerrar los ojos, que ya por su cuenta suelen cerrarse. Lógicamente, no siempre estamos en la tesitura de poder desvincularnos de lo que estamos haciendo en ese momento y reparar en descansar esos minutos que el cuerpo nos pide, pero el día o el momento en que podemos hacerlo nos viene muy bien.

Ingerir alimentos produce somnolencia. La sangre desciende desde el sistema nervioso hacia el digestivo. El nivel de dicha somnolencia será proporcional al consumo de alimentos. En países donde la comida suele ser copiosa la costumbre de la siesta se vio mucho más extendida, y es por eso que países como España tengan buena fama de realizarla mucho más frecuentemente que en otros países. Pero hay muchos factores que influyen para poder hacerlo. Por ejemplo, los horarios de trabajo. En muchos países, a la hora del almuerzo, hay un buen tramo de tiempo que se puede utilizar para dar una cabezadita, mientras que en otros países, el tiempo que se utiliza para el almuerzo es breve y no da tiempo para nada más, continuando la jornada laboral a continuación.

La siesta consiste generalmente en descansar algunos minutos (puede ser entre veinte y cuarenta minutos) después de haber comido el almuerzo. Un breve sueño que tiene como propósito regenerarse para lo que queda del día. Habitual en la cultura y en la historia de países latinos, también es muy familiar en países asiáticos, árabes y africanos. Sobre todo en países cálidos. Y en países donde la comida es copiosa. Además, está demostrado que la siesta ayuda a la salud en general y previene el estrés, el agobio y la ansiedad. Favorece la memoria y todo lo que tiene que ver con mecanismos de aprendizaje. Ayuda a prolongar la jornada laboral o de estudio y refuerza la energía consumida hasta entonces. Muchos famosos alabaron su potencial y ensalzaron sus propiedades.

Pero, curiosamente, en los países del sur de Europa se acostumbra a realizar una siesta tras la ingesta del almuerzo, y esto ha hecho que se propague también por otros países europeos. De hecho, en un estudio realizado en Alemania, se asegura que el 22% de los habitantes de ese país incluyen la siesta como un hábito de su vida cotidiana. Curioso porque sólo el 15% de los italianos lo afirman, mientras que en Gran Bretaña es el 14%. Lo que más llama la atención es que sólo el 9% de los españoles y el 8% de los portugueses lo llevan a cabo como rutina. Como muchas cosas en esta vida, los tópicos siguen cayendo a peso de plomo, mientras que la gran mayoría de las personas siguen creyendo en ellos. La fama dice que España y los españoles son los más siesteros de todo el mundo. Una cosa es lo que se pregona y otra la que se practica…

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‘La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar’
(Friedrich Nietzsche)
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Necesitamos reír. Y necesitamos llorar. Las necesidades con respecto al humor son una parte esencial del ser humano. Nuestro humor nos delata. El humor contagia. Hay personas optimistas, pesimistas y realistas. Pero todos coincidimos en la necesidad de reírnos, aunque no lo hagamos demasiado. Parece como si en los tiempos que vivimos tuviéramos que dosificar los momentos de humor. Embutidos en días repletos de problemas, inquietudes, ansiedades y vicisitudes varias nos vemos abocados a replantearnos nuestra propia naturalidad. Nos exigimos tanto que somos incapaces de respetar nuestra espontaneidad.
La risa es una característica en nuestro carácter y comportamiento. La sensación de sentirnos bien, felices y dichosos no suele ser la norma, pero la sabemos disfrutar cuando aparece. Sabemos cuando nos reímos a gusto, cuando estamos gozando de esos segundos de pletórica excitación. Para algunos, el humor se encuentra en cualquier situación, incluso en las más surrealistas, quizá entonces es cuando la sonrisa surge más fácilmente. Las situaciones a las que nos enfrentamos pueden ser de todos los calibres: las hay muy absurdas, más inverosímiles; pero también las hay más divertidas y muy cómicas. Los gestos de humor son siempre bienvenidos. Ver una mueca de humor en el rostro de alguien invita a acompañarlo. La cara del ser humano es el espejo de su alma, dicen. Del alma quizá no, pero de su estado de ánimo sí, de eso no cabe la menor duda. Y en ese aspecto, es difícil mentir y aparentar lo que no se siente.
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‘La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser.
El humor los consuela de lo que son.’
(Winston Churchill)
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Gracias al humor limpiamos las ranuras del sentimiento. Es una vía de escape a todas esas limitaciones que nos rodean, a todas las perturbaciones que nos doblegan y a todos los obstáculos que nos aprisionan. Hay muchos tipos de humor pero todos tienen un mismo objetivo: cambiarnos el humor. Porque lo que está claro es que nuestro rictus normal, el de cada día o de cada momento, es de seriedad, de concentración, pensativo, dubitativo, comunicativo, expresivo pero, sólo en contadas ocasiones, se muestra con esa dosis perfecta de humor y alegría que hace que brille el momento.
Los cambios de humor pueden predecir un problema algo más serio, o quizá no. Acaso es una simple reacción a todo lo que acontece. A muchas personas se les identifica por sus continuos cambios de humor. Suelen ser personas difíciles de tratar, puesto que nunca sabes realmente cómo va a estar ese día. Las razones pueden ser varias, tanto a nivel físico como psíquico. Los cambios de humor siempre han estado relacionados con las mujeres según los expertos. Se dice que son ellas, en su mayoría, las más proclives a esos cambios de humor. Trastornos bipolares, embarazos y ciclos menstruales son algunas de las causas. Aunque los cambios de humor son generales en ambos sexos. Hoy en día, cuando la inestabilidad, la inquietud y la frustración son garantes de la realidad, es difícil mantener el tipo y un humor regular.
Hay días que nos levantamos con un ánimo tremendamente exagerado. Ni nosotros mismos somos capaces de distinguir las razones. Y cuando los demás lo detectan y nos preguntan el porqué no sabemos qué contestar. Como hay días que nos levantamos con un humor de perros y con la misma falta de explicación. Claro que, se puede establecer una rápida diferenciación entre esos humores diversos y esos cambios radicales de humor, los cuales nos dejan siempre en fuera de juego y sin saber reaccionar. Son esas personas ‘veletas’ que varían según el viento o la marea. Quizá el secreto radica en la forma que encaramos nuestras circunstancias. Para algunos, la vida se debe tomar con buen humor, con cierta ironía y con bastante relatividad. Para otros, la vida es un tiovivo continuo, una ruleta rusa que nos hace estar en alerta continuamente. Pero debemos ser conscientes que si tenemos muchos cambios de humor y, en dosis exageradas, tendremos problemas con nuestras relaciones sociales, personales, laborales y familiares. Podremos caer en depresiones fácilmente, nos costará más reír y disfrutar.
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‘Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente.
Estoy loco por ella y algún día averiguaré su significado.’
(Groucho Marx)
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Deberemos controlar pues a nuestras neuronas, a nuestra testosterona, y saber controlar nuestros instintos y nuestros impulsos. Valorar todo en su justa medida. También ayuda tener todo un poco controlado. Ya sea la alimentación, el ejercicio, el sueño, las horas de descanso, etc. Pero tampoco viene mal envolverse en situaciones felices, cómicas, circunstancias que nos hagan estar bien, motivos, razones, ilusiones, sueños. Una buena vida sexual (si se puede), unas buenas relaciones de amistad, compartir momentos necesarios con todos aquellos considerados amigos, buscar esos espacios que nos evaden de la rutina, afrontar todos los problemas desde otra perspectiva, aportar algo más de sabiduría e inteligencia, ser listos, saber responder a los acontecimientos, tener talante, ser fríos cuando toca, y no olvidar nunca que, si la situación es muy complicada y no encontramos la solución (porque quizá tampoco la tiene o no depende de nosotros), tampoco podemos volvernos locos por ello.

La foto de la semana (116)

Publicado: 1 de julio de 2014 en Fotos de la semana
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‘En los momentos de crisis,
sólo la imaginación es más importante
que el conocimiento’
(Albert Einstein)
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Maneras de viajar

Publicado: 22 de junio de 2014 en Artículos
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‘El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios’
(Carlo Goldoni)
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Desde siempre, el ser humano ha sentido la necesidad imperiosa de viajar. Viajar era descubrir otros mundos, otras culturas. El hecho de viajar y de adentrarse por otros territorios era y, aún lo es, un sentimiento instintivo, natural y muy atractivo. Se viajaba y se viaja para sentir, para ver, para observar, para aprender, para comparar, para analizar, para aprender, para valorar, para pensar, para meditar, para soñar y para darse cuenta de que la vida de los hombres de cualquier parte del mundo puede ser tan igual o tan diferente a la nuestra.
‘Al llegar a cada nueva ciudad
el viajero encuentra un pasado suyo
que ya no sabía que tenía:
la extrañeza de lo que no eres
o no posees más te espera al paso
en los lugares extraños y no poseídos’
(Italo Calvino)
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En el pasado, viajar significaba perderse de alguna manera. Porque aquel que emprendía un viaje quizá no regresaba jamás a su punto de partida. Era más que una aventura. Y en la aventura radicaba la esencia de la acción. El que visitaba otros lugares encontraba sorpresas, nuevas formas de vida y de cultura, pero también ofrecía su cultura y su forma de vida. Todo en sí era un aprendizaje. Un intercambio. El que daba y el que recibía. Y en ese aspecto, las dos formas son mutuas. Tanto el visitante como el anfitrión recibían inputs, información desconocida que hacía que su mente abriera nuevos archivos. 

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‘Cuando los hombres buscan la diversidad viajan’
(Wenceslao Fernández Flórez)
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Los hombres se han movido de su lugar de origen a través de la historia por diversos motivos. La causa más común ha sido la necesidad. Y todavía la sigue siendo. Hoy se viaja más que nunca por placer, pero siguen habiendo millones de personas en el mundo que se ven obligados a emprender viaje y a desplazarse de su lugar de residencia por diferentes motivos, casi todos ellos ajenos a su voluntad. La necesidad atenaza en muchas ocasiones el deseo y la decisión de las personas. Antes se buscaba el lugar donde hubiera alimento, donde hubiera agua, o donde hubiera un clima más benigno. Y, aunque el ser humano ha sabido adaptarse a todas las vicisitudes, el ansia por mejorar y por el cambio le ha hecho descubrir nuevas tierras. 

Pero en la búsqueda de un lugar entran otros factores. Al viajar se buscan sueños, ilusiones, lugares idílicos, se busca el espacio ideal para cualquiera de nosotros. Buscamos lo que no tenemos, lo que no conocemos. Buscamos… Sabemos que siempre puede haber un lugar que nos envuelva con su belleza, que nos deslumbre como nunca nada lo ha hecho. Se viaja para cambiar de alguna manera, para descubrirnos a nosotros mismos, pero de otra forma. Y en el carácter de cada uno de nosotros se interpretan las ganas de viajar y las formas de hacerlo. Cada uno viaja de una manera. Cada uno tiene un concepto de viaje. Y muchos ni siquiera viajan. Porque también existe el miedo a lo desconocido o las mínimas oportunidades de hacerlo. Las circunstancias para emprender un viaje no son siempre las deseables. Pero ciertas personas no lo piensan ni un instante, y en cuanto pueden partir lo hacen. Hacia dónde quizá no es lo importante. Se trata de ir conociendo nuevos lugares, nuevas gentes, nuevos olores y sabores, nuevos paisajes y nuevos amaneceres. Porque al viajar abrimos nuestros sentidos hacia otros espacios desconocidos hasta entonces. Nos introducimos en un mundo donde todo nos parece interesante.

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 ‘Los viajes sirven para conocer las costumbres de los distintos pueblos

y para despojarse del prejuicio

de que sólo en la propia patria

se puede vivir de la manera a que uno está acostumbrado’

(René Descartes)
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Cada uno de los que viajan tiene su propio estilo. Hay mil formas de viajar. Cada uno escoge la suya. Algunos prefieren organizar todo el viaje, el itinerario, los contactos, los hoteles, los desplazamientos. Otros, prefieren planear lo indispensable, y luego ir escogiendo sobre la marcha. Muchos prefieren salir a la aventura, sabiendo de antemano su destino pero sin saber su recorrido. Algunos se lo toman con calma. Otros lo planean durante meses o semanas. En los viajes existe un ritual sagrado y reconfortante, puesto que, gracias a él, viajamos incluso antes de partir. Ahora se puede buscar información del destino, se pueden encontrar miles de páginas web con todos los comentarios y experiencias de otros viajeros. Hay fotos, mil fotos, de cada lugar. Siempre hay un tipo de viaje para cada persona, y aunque hay muchos reacios a viajar, los números dicen que cada año viajan más personas en todo el mundo. Hay viajes para todos los gustos y para todos los bolsillos. Todo depende de nuestras exigencias y objetivos.
Viajando exploraremos lugares que nunca hubiéramos imaginado. Descubriremos joyas, tesoros lejanos, tierras prometidas, mares de otros colores, tierras secas y solitarias, playas vírgenes, lugares donde podremos encontrarnos como fuera del mundo, donde indagaremos en nuestro interior y donde podremos escarbar más allá de nuestras heridas y de nuestro pasado. Viajar nos abrirá la mente, de eso no hay duda. Nos enseñará muchas respuestas y nos aclarará muchas dudas pero, sobre todo, nos hará valorar todo eso que día a día lo damos por supuesto y que no apreciamos como deberíamos, aprenderemos a valorar las pequeñas cosas, los pequeños detalles. Amaremos viajar para distinguir la belleza en cualquier rincón del camino. Sea de la forma que sea hay que viajar.

Las guerras y el hombre

Publicado: 21 de junio de 2014 en Artículos
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‘Las guerras seguirán mientras el color de la piel siga siendo más importante que el de los ojos’
(Bob Marley)
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La guerra y el hombre. El hombre y la guerra. Unidos desde el origen y hasta el fin. Uno parece no poder existir sin el otro. El hombre inventó la guerra y la sigue alimentando. La creó, la estudió, la manejó, la extendió, la instituyó, la comercializó, la enseñó y la propagó. Las consecuencias de todas las guerras siempre han sido las mismas: pobreza, caos, muerte, violencia gratuita, miseria, destrucción. Todo un proceso negativo que termina de la peor manera posible. Siempre con ganadores. De eso se trata. Siempre con perdedores. El concepto de la guerra siempre es un tanto confuso. Se dice que dos no discuten si uno no quiere. Y, en la mayoría de los casos, así ocurre. Pero cuando dos no dan su brazo a torcer, la guerra es el medio para resolver el conflicto.

Los conflictos suelen aparecer entre dos o más individuos que se ven en una tesitura de intereses totalmente opuestos. Una situación de confrontación difícil de solucionar. El ser humano ama tener razón, y ama que se la den. Los argumentos pueden o no ser de una absoluta grandeza o no, eso puede quedar al margen. Pero el ser humano no se contenta con lo que digan al respecto de su conflicto con cualquier otro ser humano. Para solucionarlo, el hombre creó la justicia. Gracias a la justicia, se podían arreglar situaciones límite, condiciones que, a menudo, llegaban a un escenario sin salida. Pero existe algo más poderoso que la justicia, el mismo poder. El hombre se dio cuenta de que si tenía más poder que el otro siempre vencería. Para ostentar ese poder se pueden usar diversas condiciones: sobre todo la económica, pero también la numerosa, la talentosa y las ayudas externas y apoyos ajenos que se puedan conseguir.

‘Todas las guerras son santas,
os desafío a que encontréis un beligerante
que no crea tener el cielo de su parte’
(Jean Anouilh)
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El hombre ha sido agresivo desde que apareció en el Universo. Es un animal social que responde a las notas y al instinto de competición y a sus propias ansias de emoción y ambición. Una situación aparentemente sencilla y poco complicada puede convertirse en irrespirable. La convivencia social que ha existido en la raza humana ha propagado el sentimiento de imponerse por encima del resto. Ahí entraría también el carácter particular de cada individuo o masa social. Un conflicto individual puede convertirse en social y global. Los estudiosos del conflicto social siempre han abogado porque tanto los individuos como los grupos sociales buscan maximizar sus beneficios y sus calidades de vida. Lógicamente, esa forma de actuar genera conflicto con el resto. Y, finalmente, no es el objeto de interés en sí el causante de los conflictos, sino las situaciones o las maneras a través de las cuales se resuelve el conflicto. Para que alguien defienda una idea se debe acudir a la sociedad. Los grupos sociales y las acciones de esos individuos otorgarán la fuerza necesaria para poder conseguir el objetivo. Aquí llegaríamos a plantear como solución el consenso.

El consenso es el acuerdo. Puede ser entre dos o más personas. Pero la decisión que se tome por consenso no quiere decir que sea del agrado de una o ambas partes. Se acepta. Y, a veces, en la negociación, se pierde algo para poder ganar algo. Es la negociación. Unos individuos, unos grupos sociales o unas sociedades que actúan por consenso tienen mucho ganado. Son inteligentes, prácticos y ganan tiempo y energía. Puesto que es imposible poder imponer las propias ideas en todos los terrenos y circunstancias, aunque creamos tener razón. Cuando no hay consenso regresa el conflicto, esta vez acentuado. Y ante tal situación, las salidas ya son mínimas. O se impone una idea a la fuerza o por mayoría o la conclusión del conflicto será revolucionaria o violenta. Los elementos claves en este proceso son el grado de inteligencia entre las partes, así como su nivel de orgullo, ambos relacionados con las relaciones de los seres humanos.

¿Todas las sociedades son violentas? Todas, quizá no. Pero en alguna etapa de su historia sí lo fueron o lo han sido. Pues los conflictos se generan entre seres humanos, allá donde estén. Con el tiempo, muchas sociedades han aprendido cómo resolver los conflictos, mientras que otras siguen ancladas en las mismas soluciones violentas. Hay un gen de violencia en el ser humano, que se manifiesta tristemente muy a menudo, provocando daño o sometimiento a un individuo o a una masa o colectivo. Con la violencia se pierde el argumento, la razón. Pero si es fuerte, suficientemente fuerte, más fuerte que el otro que entra en conflicto con nosotros, saldremos como ganadores. Y el poder de la violencia nos garantizará sobrevenir la situación. Para muchos, las guerras traen aspectos positivos. Argumentan que potencian los desarrollos tecnológicos o que la muerte de muchas personas evita la sobrepoblación. Todos esos argumentos serían muy discutibles. Si en algo han servido las guerras en desarrollo tecnológico ha sido para mejorar las armas de combate. La evolución de las armas es un ejemplo claro de cómo el hombre no cesa en su empeño de mejorar su defensa y ataque en caso de conflicto.

Las causas de las guerras son múltiples, aunque siempre se generan por un deseo: ya sea de un terreno, de una disputa, de una ambición económica o por venganza u odio. Las ideologías han imperado en todas las sociedades, aunque es debatible que los millones y millones de hombres que integraron en alguna ocasión una guerra en cualquier parte del mundo supieran o estuvieran al tanto de esas ideologías en conflicto. La manipulación de varias personas hacia la masa ha sido y es una constante en el ser humano, puesto que, gracias a ello, se dispone de más número de efectivos en el terreno bélico. Las tácticas de manipulación de una sociedad también han evolucionado y mejorado con el paso de los siglos. Y ha sido el talento de los líderes políticos y militares los que han hecho posible esa realidad.

‘Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren’
(Jean Paul Sartre)
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Y pudiera parecer difícil y complicado que, con el paso del tiempo, algunas mentes sean capaces de manipular el cerebro de las personas para inducirlas e involucrarlas en un espacio bélico, pero sigue siendo así lamentablemente. El imperialismo de algunos hombres ha provocado millones de muertes. Cuando hablamos de imperialismo nos referimos a la actuación de una sociedad en sí, pero no nos damos cuenta de que los inventores de la idea y de la acción que conlleva han sido creadas por un determinado número de individuos y no por toda la sociedad. Millones de personas en todo el mundo y a través de la historia han sido obligadas a ir a una guerra, para defender principios e ideas por las que, en muchas ocasiones, no estaban de acuerdo. Para defender patrias, banderas y tierras que decían algunos que había que defender. Para ello se alzan palabras como la obligación o el honor, el orgullo y el deber. También muchos individuos aprovecharon su inclusión en un ejército ‘x’ para poder asesinar impunemente. Personas violentas por naturaleza, monstruos anónimos que, gracias al salvoconducto de una guerra, ha matado a diestro y siniestro, ya fueran ancianos, niños o mujeres.

Y para contrarrestar todo esta historia de guerras, el hombre creó también la idea de la paz. Una palabra llena de alegría y gozo que pocas veces llega a consolidarse. La paz es un estado idílico de sosiego, de buena convivencia entre individuos de una sociedad o sociedades. Una tranquilidad que debiera ser eterna. Todo lo opuesto a la guerra. Ejemplos de paz existen pocos, quizá son espacios o épocas determinados. La paz, como palabra, como acción, parece un tanto irreal. Y cuando existe parece circunstancial y efímera.

‘El supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar’
(Sun Tzu)
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La guerra ha sido un instrumento político al servicio de un estado u organización con fines políticos. Es un elemento común en todos los países y culturas. Para muchos, es política pero por otros medios. Las formas de hacer guerra han variado. Para los romanos se trataba de expandir terreno e imperio, se trataba de conquistar dominios para incorporar pueblos al original. La evolución de las guerras ha sido constante. Hoy se establecen distinciones entre guerras y conflictos armados. Para que haya o exista una guerra debe ser ésta declarada por ambas partes. Para muchos es la defensa de unos intereses. Para otros la defensa de unos derechos. La guerra escapa a la razón. Todos los instintos más salvajes del ser humano relucen en un estado de guerra. Pero también los más tiernos. Los más cooperativos, los más empáticos. Se ayuda, se colabora, se piensa en los demás. Seguimos en guerra, aunque no sepamos ni en qué bando estamos…

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Cómo te llevas con tus ‘ex’…

Publicado: 20 de junio de 2014 en Artículos
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‘La experiencia no tiene valor ético alguno,
es simplemente el nombre que damos a nuestros errores’
(Oscar Wilde)
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Las experiencias que vamos adquiriendo durante nuestra vida nos sirven para ir acumulando conocimiento y sabiduría. Son esos pequeños instantes que, acumulados, van tomando cuerpo, forma y credibilidad, aunque no todos sepamos sacarles todo el provecho que atesoran. Durante nuestra vida vamos encontrando personas que son desconocidas en un principio y que, gracias al espacio tiempo, podemos ir conociendo con calma, con detenimiento y con mayor profundidad. Pero a unas más que a otras. Porque no todas se dejan conocer. Y porque tampoco a todas deseamos conocer. Es un juego continuo en el que nos vemos inmersos. Personalidades variadas, caracteres distintos, miradas que se cruzan, deseos que se encuentran, emociones espontáneas, roces inesperados, atractivos exóticos, pasiones desbordadas, amores imposibles, atracciones fatales.
En una vida son muchas las personas que vamos encontrando, y algunas de ellas llegan a ser íntimas. Las relaciones, como todo en esta vida, es una cuestión de tiempo. Y es el tiempo el que nos va marcando el camino. Tenemos el suficiente como para almacenar relaciones. Nuestras relaciones nos pertenecen. Las hay de todo tipo. Cada uno podría contar su historia. Las hay cercanas, próximas, juveniles, esporádicas, salvajes, ilusionantes, cortas, largas, vitales, inolvidables, rutinarias, aburridas, soñadoras, emocionantes, divertidas, necesarias, fantásticas, erróneas, energéticas, animadas, tristes, melancólicas, locas, extravagantes, increíbles, maduras, equivocadas, repetidas, quemadas, difuminadas, aprovechadas, deseadas, atormentadas, etc…
Esas relaciones pertenecen al pasado, a nuestro pasado. De todas ellas hemos sacado conclusiones. De todas almacenamos recuerdos. Muchos buenos, muchos malos. Algunos abandonados, otros inolvidables, pero todos, todos, están ahí. Dos personas conectan, tienden a atraerse, se unen por un determinado momento que dura lo que dura y, como todo lo que comienza, termina. Dos personas que comparten la parte más sensual de todas, la intimidad, la expresividad hecha movimiento, pensamientos, diálogos, roces, miradas, seducción, pasiones, comprensión, diversión y enfado. Todo lo bueno y todo lo malo se conoce, se comparte. Todo se descubre. Porque enfrentarse a una relación es abrirse y conocer algo nuevo cada día. Una sorpresa tras otra. Tanto por una parte como por la otra. Nos mostramos, nos dejamos conocer. Queremos conocer. Deseamos saber. Todo el misterio que rodea a esa persona es un reto que conseguir. Nosotros mismos somos un reto para el otro/a. Nosotros mismos nos convertimos en reto que descubrir. Nos quieren descubrir. Nos quieren conocer. Nos dejamos llevar…
Cuando las relaciones pasan y se terminan suelen quedar abandonadas en un cajón de poco uso. No todas. Pero sí muchas.  A todas esas personas que una vez fueron protagonistas de nuestra vida las denominamos ‘ex’. Es una calificación lógica. Fueron. Ya dejaron de ser. Estuvieron. O Nunca fueron. Eran durante un momento. Ya no están. Pero siguen ahí. Algun@s. Otr@s no. ¿Cuál es la razón por la que un/a ‘ex’ sigue estando presente en nuestra vida? Quizá la amistad, el cariño, el respeto, la compenetración perfecta de los dos caracteres, la madurez, el saber seguir sacando de esa persona todo lo que nos beneficia. ¿Por qué en otros casos la relación se deteriora, se termina y se olvida con tanta facilidad? Porque no hemos sabido conectar, porque quizá nunca conectamos, porque el error fue unirse cuando no había nada que nos uniera.
‘¿Al cabo de cuánto tiempo se olvida el olor de quien nos ha amado?’
(Anna Gavalda)
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En muchos casos, el fin de una relación deja un poso de tristeza, de vacío y/o de abandono. Por un tiempo nos sentimos perdidos, sin rumbo. Acaso porque el ser humano se acostumbra a las situaciones, a la rutina. No analizamos convenientemente si esa relación nos beneficia, nos hace crecer, nos complementa y nos hace felices. Sólo vemos que la hemos elegido y que la vivimos. Nos cuesta llegar a un punto en el cual aceptar que quizá ya no nos llena, o que nunca nos llenó, o que lo que creíamos que nos llenaba nunca fue cierto. Una parte de mentira hacia nosotros mismos se alimenta desde nuestro propio cerebro, y el error cometido cuesta admitirlo. A veces, el fin de una relación convierte a ese ‘ex’ en un personaje non grato, que deseamos hacer desaparecer de nuestra vida para siempre y de nuestra mente cuanto más rápido posible. Lo que una vez fue pasión puede convertirse en el futuro en algo poco agradable, un problema, una situación que resolver. Esos ‘ex’ son defenestrados hacia una tierra bien lejana, casi fuera de nuestros mapas. No esperamos nada de ellos. No los necesitamos nunca más en nuestras vidas.
Pero en otros muchos casos, la relación que acabó sigue presente pero de otra manera. Una forma distinta. Ya no como pareja. Ni como relación íntima. Nos une entonces algo más que una simple amistad. Es un vínculo innegable, valioso, que nos hace mucho más fuertes a ambas partes. Conocemos mucho el uno del otro, y lo utilizamos para nuestro presente y nuestro futuro, ya sea consultando, hablando, comentando, analizando o compartiendo. Puede que ese ‘ex’ se convierta en un confesor, en un terapeuta, en un interlocutor completamente básico y perpetuo con quien despejar dudas. Una persona que tenemos allí, ahí, aquí, siempre… Y lo valoramos como tal. Como merece. A veces, los ‘ex’ se convierten en personas imprescindibles, donde la naturalidad y el respeto sobresalen, donde el interés se perdió y quedó la complicidad, donde se puede intentar siempre algo más, sin vacilar, sin miedo y sin precaución. A veces, un ‘ex’, puede tender esa mano necesaria, puede prestar ese oído callado y atento que paciente escucha, puede ofrecer ese abrazo deseado en medio de una tormenta de pensamientos y de problemas, puede representar la necesidad del momento, la voz cálida, la mirada compasiva y el comentario que abre puertas. Muchos de esos ‘ex’ nos conocen muy bien y pueden aconsejarnos desde otro punto de vista. Y tú, ¿qué tal te llevas con tus ‘ex’?
‘Una experiencia nunca es un fracaso,
pues siempre viene a demostrar algo’
(Thomas Edison)
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‘Ningún lugar en la vida es mas triste que una cama vacía’

(Gabriel García Márquez)

***

Cuántas veces nos hemos hecho esa típica pregunta: ¿Quién inventó la cama? En esa pregunta coincidimos casi todos al cien por cien. Es una unanimidad absoluta. Y es que muy pocas personas, por no decir ninguna, puede afirmar que el invento de la cama no revolucionó la vida de la humanidad. Según cuenta la historia, fueron los egipcios y lo asirios, aproximadamente en la misma época, allá por el año 3500 a.C., quienes inventaron lo que hoy podría considerarse como las primeras camas. Pero, lógicamente, la evolución del invento no se detuvo, hasta el siglo XIX, cuando se comenzaron a fabricar y a utilizar las camas que hoy solemos usar.

En la antigüedad era habitual dormir en el suelo. Para que fuera más confortable se solía cubrir de paja o palma. Las primeras camas que se elevaron del suelo fueron muy primitivas. Y de ahí surgió la idea de la almohada y del colchón. Ya los romanos rellenaban bolsas de tela con lana o plumas para que hiciera la función de colchón. De hecho, la paja se convirtió durante mucho tiempo en el protagonista del descanso y de la comodidad. Fue imprescindible a la hora de conciliar el sueño. La cama, tal y como hoy la conocemos, tuvo su pequeña revolución gracias al invento del colchón, en concreto el colchón de muelle, gracias al muelle helicoidal fabricado por el alemán Heinrich Westphal en 1865. Pero esos primeros muelles resultaron ser algo inestables y más tarde se creó el muelle cónico, que supuso una mejora considerable.

‘Con el dinero se puede comprar la cama, pero no el sueño’

***

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La cama, en su origen, era un mueble rectangular alargado, de madera o de metal, sostenido por pies que se elevaban del suelo y que terminaba en un extremo o en ambos por un cabecero o respaldo, en ocasiones adornado. Fueron los griegos los primeros en colocar dichos cabeceros sobre el armazón de la cama. Los persas adornaban sus camas con tapices, pero también con bordados, metales preciosos, marfil y perlas. Los romanos fueron los que introdujeron el uso de diversos tipos de maderas para constuirlas, ya fueran de ébano o de cedro, aunque seguían usando los sacos de paja o de plumas como colchones. El tamaño de las camas tenían en la Edad Media la proporción de la figura que dormía en ella. Los príncipes encargaba camas enormes para destacar entre la plebe. En cierta forma, el uso de ciertas camas supuso un lujo determinado. Muchas de esas camas eran tan grandes que muchas familias de la realeza europea las utilizaban para dormir con toda la familia. 

La moda en la cama, tanto en vestirla como en decorarla fue evolucionando a medida que los siglos iban transcurriendo. También se introdujo el uso de cortinas alrededor de la cama, un uso que se entendía para mantener el calor en el interior, así como dar privacidad. Cuanto más rico era el usuario de la cama más ornamentación, joyas, lujos y tapices podían observarse. Ejemplos de ello los tenemos en todas las épocas. El siglo XX fue revolucionario en esa industria. Las camas han ido mejorando, tanto en comodidad, como en diseño. Forman parte de la vida del hombre. Sin ellas estaríamos un tanto desamparados. El descanso es tan necesario como la comida. En la cama se puede hacer de todo, de hecho, lo hacemos. La cama da garantía de comodidad, de tranquilidad, de descanso, de placer, de sueño, de ocio y de ilusión. La cama nos sirve para pensar, para hablar, para amar, para besar, para leer o para escribir. La cama, ese placer infinito que compartimos cada día por unas horas y que echamos de menos cuando la perdemos de vista. La cama, algo más que un invento. Un bien muy necesario.


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‘La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados’
(Jean Paul)
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Gracias a la memoria nuestra mente puede almacenar toda la información que va acumulando a lo largo de una vida, al igual que recuperarla cuando le es necesario. La memoria surge del resultado de las conexiones repetitivas de las neuronas, creando redes neuronales, lo que se conoce como potenciación a largo plazo. Durante nuestro pasado se van sucediendo una gran variedad de acontecimientos, sensaciones, emociones, imágenes, escenas, vivencias en general que, en un momento determinado, significaron o marcaron un estímulo de nuestra vida. Y la memoria nos permite guardarlos en algún rincón de nuestra mente para recordarlos en el futuro. No conseguimos almacenarlos todos, y resulta curioso comprobar que, algunos que ya estaban incluso olvidados, pueden renacer para ser recordados de nuevo.
Pero la memoria tiene un tiempo determinado y por esa pauta la clasificamos. Puede ser a corto, mediano o largo plazo. El porqué unas situaciones son recordadas durante más tiempo que otras puede quedar fuera del margen de estudio pero resulta interesante comprobar cómo ocurre de esa forma. Hay hechos que son guardados sólo por un espacio corto de tiempo, quizá por falta de interés por nuestra parte, quizá porque nuestra mente no lo considera tan importante. Otros permanecen durante más tiempo, a lo mejor porque han significado momentos más importantes o simplemente porque creemos que nos pueden aportar algo en el futuro. Pero muchos momentos y muchos hechos permanecen durante toda nuestra vida almacenados para ser recordados siempre. Quizá éstos son los imprescindibles. Los que nos han marcado de una manera u otra en un momento determinado.
Porque queramos o no, nuestra vida es un camino por el que se va evolucionando. Lo que pensábamos hace años no es lo mismo que pensamos ahora. Lo que nos pareció muy importante hace tiempo ya no lo es tanto hoy. Vamos seleccionando lo que sí vale o merece la pena conservar como recuerdo, porque el resto lo vamos desechando, como si ya no importara. Lo hacemos de forma inconsciente. Es como un programa que tuviéramos instalado en nuestra mente que va seleccionando esos instantes que necesitamos conservar, mientras que los otros van siendo eliminados, oscurecidos y olvidados.
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Tan sólo al hablar de ciertos temas o de ciertos aspectos nos vienen a la mente aquellos que dejamos un tanto aparcados, y que al despertarlos vuelven a tomar vida por unos instantes, incluso para nuestro asombro, porque muchos de ellos ya habían sido incluso descartados, y gracias a revivirlos parece como si los volviéramos a tener cercanos. Es curioso comprobar cómo nos asaltan esas escenas, esas imágenes, esos momentos otra vez, arremetiendo de repente con fuerza en nuestro presente, intentando tomar protagonismo de nuevo, tal y como lo hacían antes, en el pasado. Pero, lógicamente, ya no tienen la misma fuerza. El paso del tiempo los ha relativizado, los ha puesto en su justo lugar. Ni más importantes ni menos. Con el tiempo sabemos valorar las cosas de otra manera. A lo mejor es la forma de observarlos. A menudo, desde la distancia observamos y analizamos mejor, y esa nueva perspectiva nos cambia la visión por completo. También su significado.
Durante una vida aprendemos. La memoria nos sirve para acumular aprendizajes, experiencias y vivencias. Pero aparece la memoria selectiva y nos damos de morros con la realidad. Somos profesionales del olvido preventivo, del olvido necesario. Olvidamos lo que queremos, lo que no nos interesa. Según muchos expertos, cuanto más tiempo intentamos olvidar un recuerdo, más difícil será luego recuperarlo. Claro que, en parte, ese es el principal objetivo. Lo hacemos para no recordarlo nunca más. Lo hacemos premeditadamente. Cuando un suceso no ha sido como nosotros deseábamos o creíamos que iba a ser, tenemos esa capacidad de darle la vuelta a la tortilla, girar el sentido de lo acontecido y parecer que lo que sucedió fue completamente diferente. Al cambiar el significado del suceso lo que hacemos es intentar olvidar lo que realmente ocurrió. Una manera cómoda de engañarnos pero también de salir airosos de esos pensamientos perturbadores que nos pueden acompañar y presionar durante muchos años y que, de alguna manera, no nos dejan avanzar.

La conclusión es que recordamos lo que memorizamos. La memoria selectiva se encarga de ello gracias a nuestras órdenes. Nos concentramos en unos hechos concretos y son ésos los que almacenamos. Los recuperaremos siempre que los necesitemos pues los tenemos a mano. Son los que nos sirven. O los que nos pueden servir. El conocido como ‘sesgo de confirmación’, es la tendencia a favorecer la información que confirma las propias creencias del individuo. Buscamos los recuerdos que puedan justificar nuestras formas de pensamiento, las ideas que puedan argumentar nuestras ideas. Una de las razones de su uso según los estudios es que las personas sopesan los costes de equivocarse a la hora de actuar mucho más que investigar una nueva opción. El sesgo de confirmación ayuda en la confianza en las creencias personales, sean o no verdaderamente importantes. De hecho, en muchas ocasiones, las decisiones tomadas al usarlo suele acarrear que sean de un nivel pobre o de inferior calidad intelectual.

Nos guste o no, los recuerdos son nuestros. Los buenos y los malos. Algunos nos podrán hacer sentir mal; mientras que otros nos harán sentir mejor. Pero todos y cada uno de ellos forman el conjunto de lo que hemos ido aprendiendo y viviendo, y están plenamente vinculados a nuestra experiencia de vida. Clasificar los recuerdos, valorarlos por los que nos pueden repercutir en el futuro no nos garantiza nada, de hecho, pueden ser incluso una simple excusa para comportarnos de una forma predeterminada, sin llegar a profundizar en ello antes de tomar las decisiones. Todo, absolutamente todo, puede tener su importancia en un momento dado. Y de nosotros depende saber interpretarlo. Eliminando información lo único que hacemos es vaciar el cajón de los recuerdos. Y quizá los que salvamos no sean realmente los necesarios.

 

‘Cada uno tiene el máximo de memoria
para lo que le interesa
y el mínimo para lo que no le interesa’
(Arthur Schopenhauer)
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Las drogas y el ser humano

Publicado: 6 de junio de 2014 en Artículos
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‘En una cultura no orgiástica, el alcohol y las drogas son los medios a su disposición’

(Erich Fromm)

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La relación entre las drogas y el ser humano está perfectamente constatada. Ha sido una relación debida a diversas razones, pero siempre y, a través de la historia, ha permanecido unida con el paso de los siglos. La humanidad siempre ha hecho uso de las drogas, tanto a nivel social, medicinal, religioso y/o personal.  Negar esa realidad y esa evidencia no sirve para profundizar a la hora de pararse a pensar en el porqué su uso nunca mengua si no que, muy al contrario, sigue aumentando. Las antiguas civilizaciones utilizaron las drogas para provocar estados alucinógenos excepcionales. Lo que provocaban era adivinar el futuro. Drogas que salían de la tierra, como hierbas, que se fumaban o inhalaban, ejemplos claros de ello podrían ser el cannabis o el peyote. Según la sociedad o la cultura la droga variaba, pero existía de una forma u otra.

Se anhelaba conseguir el éxtasis, el sentimiento más efervescente, el más valiente, el que pudiera saciar el ansia, el que pudiera combatir el miedo, la incertidumbre. Se deseaba ser gigante a pesar de las limitaciones, y por momentos se conseguía. Se trataba de llegar a los dioses, de tocarlos, de acercarse lo máximo posible a sus terrenos para conseguir su gracia, su fuerza o su vitalidad. Se trataba de conocer el futuro, el tiempo que iba a llegar, el destino que iba a deparar. Era una búsqueda continua para encontrar respuestas, para encontrarse tanto a nivel individual como colectivo.

El ser humano ha intentado desde siempre alcanzar un estado de trance que le permitiera abarcar lo que en la realidad no podía. Idealizar, imaginar, soñar, pensar en el más allá, rozar el cielo, volar, bordear los límites, creerse superior, separar el alma del cuerpo, independizarse de uno mismo, viajar hasta el infinito, considerar el transcurso de la vida como un trámite, como un camino hacia la muerte, intercalando mitos, creencias e ideologías. Antiguamente, se apelaba a los sentidos más primitivos: el olfato y el gusto. Aspirando humos, ingiriendo hongos. Fumando se combinaba ambos. Se trataba de maximizar el sentido de la vista y del oído también. Las cosas podían parecer diferentes, sentirse diferentes, escucharse diferentes.

Con la evolución, el ser humano se da cuenta de que puede utilizar esos tratamientos a nivel medicinal. Y ahí se crea la industria especializada. Ya comenzó con los griegos y sus herbolarios. Aunque la droga favorita de los griegos de la época era el vino. El vino se convirtió en el protagonista de todas las fiestas, cuanto más se tomaba significaba que se disfrutaba más de la fiesta. Pero los remedios caseros se multiplicaban con las generaciones. El uso de las drogas ya se consideraba peligroso entonces, aunque nunca se dejaron de usar. El vino ayudaba a quebrantar el miedo reinante, daba ánimos, alegría y heroísmo. Donde se tomaba se formaban grupos dispuestos a celebrar, reuniones que se pusieron de moda y que se prolongaron a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

El vino dio paso a la cerveza con la Edad Media, la cual se tomaba con mandrágora rayada en algunos lugares. Las hierbas se pusieron cada vez más de moda y los herbolarios ya eran habituales en todas las ciudades de Europa. En esa época destacó un hongo alucinógeno que provocaba fenómenos masivos: el cornezuelo de centeno. Con el paso de los siglos los nuevos usos y costumbres trajeron el consumo del café, pero también de la canela y del chocolate. Muchas drogas causaban la distorsión de las imágenes, así como alucinaciones. Y el consumo estaba relacionado con diversos estados emocionales. Se podía consumir por nostalgia, por tristeza, por depresión, pero también por alegría o por simple placer. La euforia estaba ahí, se podía conseguir fácilmente. Se estimulaba la mente, se atenuaba el cansancio, se agilizaba el pensamiento, se multiplicaba la fantasía.

Las drogas se fueron haciendo cada vez más populares. Cada consumidor buscaba algo distinto con ellas. Desde espacios sensoriales nuevos y nunca descubiertos, hasta momentos para resolver esos problemas imposibles. Esos estados especiales, nunca descubiertos, que de repente brillaban y se esparcían en la mente, espacios soñados, imaginados. Ahí aparece el éxtasis, la marihuana, la cocaína, las pastillas, los alucinógenos, el opio, el hachís, la heroína. Pero, curiosamente, algunas se convirtieron en legales y otras en ilegales. En la actualidad, se define a la droga como la sustancia que se usa sin fines terapéuticos, que alteran los aspectos afectivos cognitivos y conductales. Lo que se denomina sustancia psicoactiva.

Existe ahora una hipocresía acerca del consumo de drogas. Mientras algunas son legales y se administran en establecimientos creados para tal fin, y mientras la industria farmacéutica se enriquece año tras año gracias a la venta de medicamentos que provocan la dependencia de su consumo, surge una tendencia moralista que predica la prohibición de las drogas, cuando se sabe que el consumo seguirá existiendo, que el mercado negro seguirá enriqueciéndose a su vez, que la violencia que deambula alrededor de ese mercado negro no se detendrá, que la lucha contra ello ha sido y es inútil. Quizá lo que se alienta es que ese mercado negro continúe, puesto que el dinero generado irá a parar a muchas manos. El consumidor de drogas seguirá existiendo con el paso de los años, de las décadas y de los siglos, puesto que el consumo de drogas está relacionado íntimamente con la vida del ser humano. Eso no cambiará. Esa es la realidad. Tan sólo hay que entender que la búsqueda y el uso de las drogas es tan natural como el resto de las costumbres de la raza humana.

 

‘Hasta que tengamos un conocimiento más preciso de la electrónica del cerebro,

las drogas seguirán siendo una herramienta esencial

del interrogador en su ataque a la identidad del sujeto’

(William Burroughs)

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La época que nos ha tocado vivir

Publicado: 5 de junio de 2014 en Artículos
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‘No creas en el tiempo y cree en el ahora, que es lo único que sabes con certeza…’

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Si nos preguntaran en qué época nos hubiera gustado vivir seguramente la mayoría elegiría otra distinta a la que le ha tocado. Una de las razones es por lo que imaginamos acerca de esa época, por lo que hemos leído, visto, o por lo que nos han contado. Cada época tiene lo bueno y lo malo. No hay una época que marque más que otra. Es más cuestión de azar. Nacemos, y en ese preciso momento, nos instalamos en una sociedad ‘x’ que se ubica en un lugar ‘x’. Hay muchos tipos de vida en una misma época. No tiene nada que ver la vida que lleva un ciudadano de Australia con uno de Mozambique, como tampoco tiene nada que ver la vida que pueda tener un iraní con un hondureño, por ejemplo.  Cada época es distinta, pero a la vez, en cada lugar es distinta también. Todo depende de muchos factores. La sociedad de un lugar a otro cambia por completo, las costumbres, la economía, las opciones, las normas, etc. No podemos imaginar una época cualquiera porque habría que saber primero dónde estaríamos viviéndola. No es lo mismo vivir en los sesenta en Inglaterra que en España, como tampoco lo era vivir en los años veinte en Francia o en Brasil. Los factores determinantes y sus características particulares deberían ser analizadas profundamente antes de tomar una decisión, aunque sea ficticia, porque la época que nos ha tocado vivir es la que tenemos en nuestras manos ahora mismo.

Seguramente, si hubiéramos podido decidir en algo acerca de cómo queríamos que fuera la época en que vivimos, habríamos hecho mil cambios, habríamos añadido mil cosas que no hay, y habríamos eliminado otras tantas que creemos que sobran. La evolución del ser humano viene marcada por los acontecimientos. Por un lado, se ve esa evolución en la tecnología, en las máquinas, en los adelantos; pero, por otra parte, parece que la sociedad global sigue anclada en el pasado y en épocas anteriores en muchos aspectos, y parece que se hace difícil desprenderse de esas herencias. Las opiniones al respecto y ante temas tan generales podrían ser numerosas y de mil interpretaciones posibles. Cada uno tiene en su mente lo que le gusta y lo que no de lo que vive a diario. Nos guste o no las cosas suceden, se repiten y parece que ya son habituales. Nos acostumbramos a ellas, y debemos hacerlo. Las cosas que se van sucediendo tienen fecha de caducidad, pero nunca sabemos a ciencia cierta esa fecha, con lo cual toca lidiar con todo hasta que algo desaparece o algo nuevo aparece.

 Cada uno vive su época a su manera, e incluso los que viven en un mismo ambiente, entorno o sociedad pueden vivir su época de forma diferente. Las sensaciones, las compañías, las experiencias y las emociones varían de uno a otro, así como la forma de encarar el día a día. Cada uno desprende una energía, una forma de ser. Un carácter que se va estableciendo según las vivencias, por lo tanto, lo que se va descubriendo adquiere tonos y estilos distintos. Las formas de ver todo varían según el día, el momento y el estado de ánimo. Nuestra época no es mejor ni peor que otra. Nuestra época es la que es. Además no hay otras donde poder elegir. Teniendo esto claro, no vale de mucho quejarse continuamente sobre la situación que nos ha tocado, o repitiendo aquélla en la que nos hubiera gustado estar inmersos. Nos ha tocado una época que varía a una velocidad impresionante en muchos factores, pero que en otros tantos parece seguir estancada. Hay que intentar por todos los medios que la forma de transcurrir por nuestras vidas tenga un sentido, y ese sentido se lo tenemos que dar nosotros. Porque, a fin de cuentas, muchas de las situaciones que vayamos a vivir dependerán de nuestra actitud y de nuestra decisión. Todo ocurre, pero ocurre por algo. Algunos tratan de reaccionar y otros se dejan llevar.

Y dentro de una vida pueden aparecer diferentes períodos. Son etapas tras etapas, incluidas dentro de una época, dentro de una vida. Vamos abriendo y cerrando etapas casi sin darnos cuenta, y nada tiene que ver la vida que llevábamos hace veinte años a la que llevábamos hace cinco. Si echamos la vista atrás nos daremos cuenta de que vamos adquiriendo experiencias de vida, que actuamos según éstas, y que reaccionamos muchas veces por el conocimiento que ya hemos adquirido anteriormente. Vamos cambiando porque vamos evolucionando, aunque esto no ocurre con todas las personas. Pero, dentro de esa evolución, surgen cambios, muchos cambios, que nos permiten ver variantes, que nos dejan reinventarnos tantas veces como deseemos o como seamos capaces de realizar. Evolucionamos dentro de la evolución, nos transformamos dentro de nuestra propia transformación. Vamos moldeando nuestra forma de pensar a medida que los acontecimientos se suceden.

Y lo único seguro que tenemos es que nuestro período tiene fecha de caducidad, aunque nunca sepamos cuándo será. La muerte nos define el final de un camino. Y todo ese camino es nuestro período, nuestra época. Algunas veces queremos regresar al pasado, pero en el futuro querremos regresar más veces al presente. La conclusión es que pensando en el pasado que pudo haber sido y el futuro que podrá ser nos vamos perdiendo lo que está siendo. Intentamos adivinar lo que vendrá sin darnos cuenta de que lo que estamos viviendo en este mismo instante es enorme, intenso, inolvidable e irrepetible. La pasión de un momento no tiene límites, y tampoco volverá. La belleza de ese segundo mágico no tiene parangón. Lo sabemos. Pero, aún así, no reparamos en ello. Seguimos actuando igual. Imaginando lo que podría haber sido, arrepintiéndonos por lo no hecho, creyendo que todo podría haber sido diferente, albergando dudas y más dudas y sin conseguir las respuestas. Más pendientes del mañana que de hoy. Y así vamos pasando las épocas, las etapas, los años y los días, entre horas muertas y segundos sin sentido, analizando pasados ya muertos que sólo habitan en nuestra mente, que sirven pero que no dominan, con futuros indefinibles y opacos, siempre sorprendentes, a menudo inútiles, porque esos presentes que vamos dejando escapar ya no vuelven.

‘Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela. 
La misma flor que hoy admiráis, 
mañana estará muerta…’
(Walt Whitman)
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La foto de la semana (114)

Publicado: 3 de junio de 2014 en Fotos de la semana
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Esta foto nos muestra el primer cadáver de un inmigrante en las costas españolas.

Ocurrió el 1 de noviembre de 1988 en la localidad de Tarifa (Cádiz).

Más de 25 años después el drama de muchos sigue vigente.

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‘No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas.
Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas.
Esto significa que vives’
(Franz Kafka)
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Hamacas

Publicado: 24 de May de 2014 en Artículos
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‘El arte del descanso es una parte del arte de trabajar’
(John Steinbeck)
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El término ‘hamaca’ viene del idioma taíno y significa ‘red para pescado’. También procede de otra palabra americana ‘chinchorro’ que significa red de pesca. El uso de esas hamacas fue ideado para descansar en medio de la faena de la pesca y en lugares apartados de la propia casa. Realmente son una serie de hilo de fibras vegetales muy resistentes, ya sean de cáñamo, de cumare o fique, bien anudados y con mucha resistencia. Lo cierto es que las hamacas están hechas de diversos materiales, pero su calidad depende, sobre todo, de la calidad y del número de hilos utilizados. Su origen está en el Caribe y es una parte fundamental del decorado caribeño. Es muy utilizada y se ha exportado la idea a todo el mundo. Incluso en el mismo Caribe se utilizan dentro de las casas y todas ellas tienen ganchos en sitios estratégicos para colgarlas.

Su uso comenzó a ser popular a principios del siglo XVII por los marineros de los barcos que llegaban a puerto tras la pesca. Aunque parece ser que su uso tiene ya más de mil años. Los marineros las utilizaban en los barcos, pues la hamaca suele moverse al ritmo del barco y el que la usa no tienen problemas o riesgos de ser arrojado al suelo. Originalmente, se utilizó el algodón para fabricarlas, aunque también se usó la cabuya o la pita. Se teñían con tintes vegetales y con mucha variedad de diseños, colores y tamaños. En la actualidad, el material más utilizado para su producción es el polipropileno, y en muchos lugares se ha retrocedido a los orígenes de su fabricación y se vuelve a utilizar la fibra vegetal. Ya en el siglo XVII su uso se extendió gracias a todas las compañías comerciales navieras que recorrían el Caribe y que apreciaron sus características para el descanso.

‘La lectura, la reflexión y el descanso guardan al corazón de pensar tonterías’

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Nadie se extraña de verlas en cualquier hogar del Caribe o en el sur de México. Muchos lugares de costa también la han añadido a su decorado habitual. Su origen era maya. Hoy no es raro observar su uso en casi todos los países de Latinoamérica. En el sur del continente se distingue de la conocida ‘hamaca’ (columpio) denominándola ‘hamaca paraguaya’. Una de las zonas más famosas por su producción es la zona del Istmo de Tehuantepec (México). Un poco más al norte se encuentra la localidad de San Pablo Yaganiza, donde se fabrica una hamaca única, y que ahora también se fabrica en España gracias a artesanos textiles. Pero llama la atención que, con el paso de los siglos, su fabricación artesanal no haya variado casi nada, con lo cual se puede valorar mucho más el gran invento que tuvieron los pobladores de la zona hace más de diez siglos. 

Para muchos pobladores de lugares cálidos y rurales, la hamaca es el lugar ideal donde dormir. Muchos la sustituyen por la tradicional cama. La costumbre y la comodidad son buenas razones para ello. Las  primeras hamacas se tejieron gracias a la corteza del árbol conocido como Hamack. Esa hamaca original se convirtió en la cama de muchos millones de indígenas de la época. La evolución en los materiales se multiplicó, así como el uso de colores y diseños. Gracias a los conquistadores españoles, la hamaca llegó por fin a Europa. De hecho, el uso de la hamaca en los barcos europeos duró casi tres siglos. Ahí se utilizó un tipo de lona impermeable, poco higiénica, más estrechas y más incómodas. Los ingleses introdujeron su uso incluso en las prisiones. No sólo era cómoda sino que ahorraba espacio.

La visión y el uso de la hamaca en la actualidad están relacionados con el descanso, las vacaciones y el ocio. Cualquier viajero que recorre algún país caribeño no tarda en usarla, en dormir sus siestas en ella, leer un libro o contemplar una puesta de sol frente al mar. Dan sensación de tranquilidad y de descanso. Sólo verlas uno puede caer en la absoluta paz y escapar de todas las preocupaciones. Otro buen uso es cuando cae la noche y el calor y la humedad de esos países caribeños hacen que el dormir en una cama convencional cueste más de la cuenta. Ya es habitual verlas en terrazas, jardines y salas de estar de medio mundo, sobre todo donde el calor hace mella.

Una hamaca se mide en cuartas, una medida tradicional basada en el espacio que se abarca con la mano abierta (unos 20 cm.) Un tamaño normal está sobre 10 y 11 cuartas. El largo se calcula en cuartas, pero no el ancho, puesto que la hamaca se estira. Para fabricarla, lo primero es forma la orilla, luego la hamaca, lo que se conoce como cuerpo. Cuando se termina una porción de 20 vueltas se llama franja, un total de 80 hilos, 40 de guía y 40 de lanzadera. El número de mallas a utilizar varía según el largo de la hamaca, pero también del tipo de material y de la figura de la red. Al terminar la hamaca se coloca la otra orilla. Para terminar se forman los brazos, por donde cuelgan las hamacas, normalmente de un material mucho más grueso. Lo ideal es que todos los hilos del brazo sean exactamente del mismo largo para que la hamaca no se deforme al acostarse en ella, ni forme un incómodo lomo en el centro.

‘Descansar demasiado es oxidarse’
(Walter Scott)
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Gente que no sabe lo que quiere

Publicado: 22 de May de 2014 en Artículos
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sociedad del conocimiento
‘Vale más saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una sola cosa’
(Blaise Pascal)
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En la Era de la Información muchísimos millones de personas andan desinformados. Ese nombre se dio al período en el que el flujo de información se volvió más rápido que el movimiento físico. Se inició a mediados del siglo XIX con la invención del teléfono y el telégrafo, pero se desbordó con la llegada de internet en el siglo XX. La velocidad por la que navega la información es indudablemente más rápida que la capacidad del ser humano para administrarla, canalizarla y analizarla. Incluso en muchas ocasiones, nos vemos desbordados por la cantidad de información que podemos llegar a recibir en unos breves minutos. Hemos pasado de tener que perder mucho tiempo para encontrar información selectiva con respecto a un tema que nos interesaba, escudriñando entre estanterías de libros de biblioteca, preguntando a todo aquel que teníamos alrededor y que pudiera ser capaz de tener algún tipo de conocimiento al respecto, incluso abandonando búsquedas deseadas por el mero hecho de no saber cómo encontrar información acerca de ello, a tener que filtrar miles y miles de inputs que nos llegan desde cualquier medio, ya sea televisión, radio o redes sociales. Digamos que estamos un tanto saturados de información, y mucha de ella ni siquiera la analizamos convenientemente, simplemente la vamos introduciendo en nuestro disco duro particular y sin tiempo para dedicarle la debida atención.
El ser humano es adicto a interesarse por cosas. Cada uno con lo suyo, pero no por eso menos inquieto. Lógicamente, hay muchas personas que se interesan por diversidad de materias, mientras que otras no tanto. La diversidad de caracteres entre las personas hace necesaria la distinción entre ellas. Pero el ser humano se interesa por cosas. Eso es un hecho comprobado. Ese interés es el que provoca el descubrimiento de placeres, bellezas, sabiduría, experiencia y emociones. Sin el interés estamos perdidos. Por esa ley de la inercia nos vamos decantando hacia una cosa u otra, derivando y seleccionando entre la gran gama de oportunidades que van apareciendo. Y, gracias a esa misma inercia, vamos sorprendiéndonos. Es un proceso lógico, como el caminante que va descubriendo paisajes a medida que va avanzando.
‘El saber y la razón hablan; la ignorancia y el error gritan’
(Arturo Graf)
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Pero una cosa es el interés y otra muy distinta es el conocimiento. Saber o no saber, he ahí la cuestión. Muchas veces opinamos sin conocer realmente. Un error y un defecto muy habituales en la mayoría de nosotros. Nos cuesta aceptar que no sabemos sobre algo y queremos hacer creer que sí sabemos, cuando el que sabe adivina al momento que no tenemos ni idea de lo que estamos hablando. Saber algo sobre algo no indica saber acerca de eso. Sabemos porque lo hemos leído, nos han contado, nos han dicho, nos lo imaginamos, pero no sabemos. Y tampoco pasa nada por no saber. Cuando descubres que no sabes sobre algo y tienes interés en ello lo primero que harás es dedicarle tiempo para realmente conocer acerca de lo que te preocupa, te interesa y te llama la atención. A veces nos interesa la búsqueda de la verdad, para luego inventarla como si nada si no encontramos respuestas. Quizá la experiencia acumulada nos sirve en determinados momentos como verdades, puesto que a ella nos encomendamos al carecer de otros recursos. Lo que ocurre es que a lo mejor nuestro interlocutor puede tener una experiencia diferente, con lo cual reaccionará de forma distinta y a lo mejor no opinará como nosotros. También debemos contar con ello. La verdad absoluta es difícil de atesorar. Son certezas simplemente.

Actuamos según la motivación, la circunstancia, la experiencia. Sabemos lo que sabemos en ese preciso instante. Nada más. Nuestro conocimiento es limitado, y sólo de nosotros depende aumentarlo. Y lo mismo ocurre cuando se pregunta a alguien por lo que quiere. Es difícil de saber. Con lo poco que sabemos no nos llega para saber todo lo que queremos. Deseamos. Mil cosas. Mil cosas que van variando según el momento, el día, la sensación y la compañía. Tenemos muy pocas veces claro lo que queremos. Y unos más que otros. Y hay mucha gente que no sabe lo que quiere, tal vez por desconocimiento, por indecisión, por mera falta de concentración al respecto. Muchos se basan en ir eliminando lo que no quieren, como algo mucho más práctico, algo mucho más eficaz. A pesar de toda la información que les llega a muchos, se les hace terriblemente complicado saber decidir entre lo que quieren.

‘Cada día sabemos más y entendemos menos’
(Albert Einstein)
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No son cosas concretas; no es nada general. Se trata de averiguar precisamente lo que se desea como proyecto, como idea y/o como planteamiento. Otra cosa será conseguirlo o no. En eso tendrán que ver otros factores como, por ejemplo, nuestra dedicación, nuestra fortuna o nuestro esfuerzo. Pero no todo depende de nosotros y saber o no puede simplemente servir para encauzar los acontecimientos. Una gran debilidad en nuestros días es la inseguridad y la duda constante. Y sobre esa duda se deshoja la margarita mil veces hasta que no se consigue la respuesta adecuada. Una multitud de personas siguen con el signo de interrogación en sus cabezas a todas horas, sin encontrar la salida, o la entrada, o simplemente una puerta que les oriente hasta el siguiente paso. Muchas personas se adhieren a la duda que les atenaza como forma de ser, excusándose en quién sabe qué para seguir esperando a que alguien les haga tocar la tecla correcta. Mucha gente no sabe lo que quiere. A algunos de ellos les inquieta, les motiva seguir indagando qué puede ser; mientras otros ni se preocupan en conseguirlo. Son diferentes formas de encarar la vida, el futuro y el día a día de cada uno. Mucha gente siguen sin motivación caminando sobre la senda de la rutina, dejándose llevar, esperando que alguien les dé un empujón o les aparte del camino, que les incite a hacer algo o que les sorprenda con algo insospechado. En cualquier caso, la indefinición es norma general. Vivimos tiempos de tremenda confusión. Una inmensa mayoría no sabe lo que quiere y va deambulando en el espacio de su mundo. Seguirán esperando. Seguiremos observando. 


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‘Vivamos con todo entusiasmo, pasión y alegría.

La vida es el don más preciado que poseemos,

es por eso,

por lo que hay que vivirla’

(Carlos Casanti)

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¿Dónde queda la pasión? La que nos somete a la aventura constante en un juego demasiado ambicioso para ciertas circunstancias; un laberinto de sensaciones para perderse sin remedio. ¡Dónde ha quedado el ansia arrebatadora, el ímpetu valiente, el acelerar para descubrir y el no detenerse para no perderse ni un solo momento de sorpresa! Ahora toca prevenir, repensar, replantear y planear tantas veces como sea posible para no errar. ¿Y qué pasa por errar? Nos han educado para triunfar, para ser exitosos; el fracaso nos marca, nos deja tocados. Nos han dicho que el fallo nos acompañará como una señal de nuestra incapacidad, sin prestar atención al intento. No se valora el mero esfuerzo, tan sólo el resultado. 

Nos hemos olvidado de entregarnos al instinto. Nos angustia equivocarnos. El temor nos atenaza y no nos deja expresarnos tal y como somos. La inseguridad nos invade. La inestabilidad también. Estamos seguros de que algo va a salir mal, incluso antes de intentar acometer un reto. Hemos aceptado el hecho de que el miedo a perder será mucho mayor que el sabor a vencer. Y con la pasión acometemos los hechos, los afrontamos, los encaramos. La pasión se ejerce de muchas maneras, desde la mente, y con la fuerza de nuestro interior también. Algunos más que otros. Pero en cualquier momento de nuestra vida, la pasión se transforma en un ser superior que nos hace gigantes, que nos enseña el camino para reconvertirnos en algo mayor a lo que nunca hubiéramos imaginado. La pasión empuja a la decisión. Sea ésta cual sea. No importa el resultado si lo hemos hecho convencidos. Dejar que nuestro instinto nos guíe. Nada más. Así de sencillo.

Nos emocionamos. Nos excitamos. Nuestra pasión es un torbellino de éxtasis apoderando momentos de nuestra vida. Somos entusiasmo, debemos serlo. Deseamos, vivimos, por lo tanto, nos apasionamos. Admiramos la belleza, nos sentimos atraídos por detalles minúsculos, esos que nos hacen trascender más allá de una estrella, de un rayo de sol o de un destello de luna. Sentimos afinidad, amor, deseo y ternura. Nos enfadamos, nos revolucionamos. Somos exigentes, demasiado exigentes con nosotros mismos. No sabemos perdonar, somos arrogantes. Somos demasiado cobardes para saber reconocer nuestros malas decisiones, pero quizá precisamente ahí radique la clave de volver a intentarlo. Puesto que reconocer el error no significa que debamos detenernos en el intento. Al contrario, hay que seguir. Insistir. Hay que arrebatar tiempo al tiempo, querer es poder, pero para poder hay que hacer y hacer pasa por atreverse. Nos atrevemos poco o muy poco. Hay que decidirse, hay que sentir la pasión y lanzarse al vacío. Olvidémonos del resultado final. No se trata de acertar siempre, se trata de vivir el momento, la oportunidad.

No a la pasividad. Pensar, realizar. NO bloquearse. La voluntad es básica. Queremos, pues hacemos. La oposición que encontraremos será únicamente la de nuestra mente. Nuestra debilidad, la indecisión. Invitemos a nuestra naturalidad a saborear las mieles del triunfo. Dejémosla avanzar. Que no pueda ser detenida por ningún obstáculo. Que avance sin remedio hacia la consecución de nuestro destino. Ese destino que hemos diseñado nosotros sin esperar a que nadie nos lo marque. Vivamos la pasión. ¡Qué otra cosa nos queda! Nadie nos la podrá quitar nunca.

‘La única diferencia que hay entre un capricho y una pasión eterna

es que el capricho dura un poco más de tiempo’

(Oscar Wilde)

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La foto de la semana (113)

Publicado: 20 de May de 2014 en Fotos de la semana
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A veces, las cosas son muy sencillas

A veces, las cosas están justo en frente de nuestros ojos

Y, sin embargo, a veces, seguimos sin querer verlas…

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‘Aquello que se considera ceguera del destino es en realidad miopía propia’

(William Faulkner)

 

Lesbianismo… ¿La próxima revolución?

Publicado: 10 de May de 2014 en Artículos
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‘Disfrutemos de la lujuria,

el sexo y la pasión,

hagamos el amor cada día y jamás digamos que no’

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Lo más natural en el ser humano es el sexo. Pese a quien le pese. Ese proceso de combinación de dos cuerpos o más sea cual sea su sexo. El sexo es instintivo, es naturalidad en grado máximo, es la suma de muchas sensaciones. Es la espontaneidad mezclada con el deseo. Y, ¡qué lástima que sólo existan dos sexos! En la variedad está el gusto y en el sexo la limitación es obvia. Tan sólo hay dos. Algunos se decantan por el sexo contrario, otros por el mismo, algunos por los dos y los menos por ninguno (aunque no se lo crea nadie). Pero imaginarse entre una variedad de sexos y adivinar la cantidad de variantes posibles provoca una sonrisa cómplice.

La homosexualidad es tan antigua como la heterosexualidad. Pese a quien le pese. Ya en la Antigua Grecia era habitual. Y ya los poetas de la época daban por hecho que todos los hombres podían tener un deseo homosexual en algún momento de sus vidas. Curiosamente, incluso esa práctica homosexual de la época era machista, pues aunque estaba considerada normal, no lo era el lesbianismo, puesto que se entendía a la mujer como garante de vida humana y de reproducción; mientras que al hombre se le entendía su derecho al placer aunque fuera con otro hombre. En la Antigua Roma había diferentes opiniones al respecto de la homosexualidad, pero era frecuente que un hombre penetrara a un esclavo o a un joven, aunque si ocurría lo contrario era considerado como una desgracia. Durante la Edad Media, la iglesia católica se encargó de perseguir a los homosexuales, argumentando que la sodomía podía estar relacionada con la herejía. Y hasta el siglo XVIII era una práctica habitual quemar en la hoguera a los homosexuales. Y el paso del tiempo, la llegada del siglo XX no mejoró la situación. Famosa fue la persecución nazi contra la homosexualidad, argumentando que era un defecto genético. Una fase de la historia alemana totalmente distinta a la del siglo XIX donde Berlín fue uno de los centros con mayor movimiento homosexual en toda Europa. En la actualidad, se puede decir que todo depende de donde se viva. Todavía sigue habiendo persecución en muchos lugares del mundo, mientras que en otros ya están reconocidos los derechos a la persona a elegir sobre su orientación sexual y la unión civil es ya un hecho.

Un dato curioso ocurrió en mayo de 1990 cuando la OMS (Organización Mundial de la Salud) excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud. ¡En mayo de 1990! Lo cierto es que la lucha por el reconocimiento al derecho de una persona a elegir su sexualidad ha sido constante. Y en muchos países reconocer ser homosexual ya no provoca escándalos ni sorpresas, aunque en muchas de las ocasiones la sociedad lo apruebe por ser un pensamiento mayoritario. En muchas sociedades occidentales se defiende mayoritariamente la homosexualidad y sus derechos. Y el hombre homosexual ha ido ganando terreno en todas las esferas. En muchos momentos incluso se ha creado hasta una popularidad que parece excesiva, aunque es más debido a las modas que a otros conceptos.

‘El sexo forma parte de la naturaleza.
Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza’
(Marilyn Monroe)
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lesbianismo

Con el lesbianismo la historia se repite. Ha estado presente desde los tiempo más antiguos del ser humano. Parece que socialmente apareció mucho más tarde que su versión masculina, debido quizá a que el desarrollo del papel de la mujer en la sociedad fue mucho más lento provocado por  todas las barreras que tenían en su camino, ya fueran religiosas, familiares, morales o sociales. Considerada desde siempre como una minoría continúa siendo hoy para muchos un tema tabú y del que poco se habla. Lógicamente, el machismo generalizado ha dado mucha más importancia al hecho homosexual masculino que al femenino, creando una tela de opacidad a la hora de hablar del lesbianismo abiertamente como se ha hecho con la homosexualidad. En muchos casos, ha pasado inadvertida, desvalorizada o poco difundida. Y, por supuesto, nada aprobada y siempre criticada. Se dice que la relación íntima entre dos mujeres puede ser incluso muy fuerte habiendo o no relaciones sexuales de por medio. Pero eso se podría decir también de la relación entre dos hombres. 

Los primeros grupos feministas creados en EEUU consiguieron crear organizaciones de mujeres que defendían el derecho de las lesbianas. Y de ahí que para muchos hombres, el feminismo estuviera ligado al lesbianismo. Nada que ver por cierto. El feminismo tiene su argumento en la defensa de los derechos de las mujeres, sea cual sea su condición social, sexual o religiosa. Ese movimiento surgió en los años setenta, una época clave en el desencadenante de un nuevo movimiento social mundial dominado por el revolucionario ideario de los grupos hippies y de la contracultura. Fue un momento clave también para la liberación sexual de la mujer, y el lesbianismo no iba a quedarse atrás. Pero para muchas sociedades ancladas en el pasado y con un pensamiento profundamente machista, la idea y el concepto lésbico parecía incluso de otro planeta. Poca información, mucho secretismo, infinidad de tabúes, todo era un conjunto que hacía perder toda la transparencia y naturalidad al tema.

Pero a pesar del paso de las décadas parece que hay algo que bloquea esa apertura social con respecto al lesbianismo. Muchas mujeres no quieren salir del armario todavía, y es que las sociedades (muchas) parecen no estar preparadas para ese fenómeno, por otra parte tan normal y natural. Siguen siendo demasiado noticia esas celebridades que gota a gota van saliendo del armario y anunciando su lesbianismo, y cómo se puede demostrar, sin reacción alguna. Quizá alguna sorpresa, como ocurre cuando un hombre se declara gay, pero no por eso se forma un morbo adicional con respecto a su persona. Cuando se actúa de forma natural y directa es cuando menos sorpresa y reacción hay. En cambio, cuando se alimenta el rumor y la especulación es cuando más se habla y se divaga con respecto a todo.

La revolución de las lesbianas todavía no ha llegado. Al menos, a voces. Es una lucha subterránea, inteligente, taimada y silenciosa que sigue creciendo a pesar de los rencores de muchos. Es una lucha que debería ser pública y abierta, tal y como está siendo la de los gays, pero quizá la modernidad es algo que está por llegar aunque se hable tanto de ella. Quién sabe cuando se producirá un estallido social que haga aparecer de repente el verdadero número de lesbianas en el mundo, que lo puedan transmitir sin miedos, sin complejos. Que se hagan ver y sentir de forma natural y no tengan que guardar las apariencias. Quién sabe cuándo se producirá esa revolución pendiente en todo el mundo. Sería un buen ejemplo de que las sociedades en general avanzan y no se estancan, una evolución lógica y que sigue pendiente de no se sabe qué. A qué estamos esperando, nos podríamos preguntar. Seguiremos esperando algo que ya debería haber sido noticia hace muchas décadas.

 

‘Sexo: lo que sucede en diez minutos
es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare’
(Robert L. Stevenson)
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lesbianas

La estabilidad que no tenemos

Publicado: 8 de May de 2014 en Artículos
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‘Cuando nada es seguro, todo es posible’

(Margaret Drabble)

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Según la ciencia psicológica, la estabilidad emocional es uno de los cinco grandes factores de la personalidad en el ser humano. Los otros factores son: la extroversión, la apertura, la responsabilidad y la amabilidad. Y dicen los expertos que hay que saber diferenciar entre el temperamento y la personalidad. El primero, es la parte heredada y biológica; la segunda, es el resultado de la interacción entre el temperamento y la influencia ambiental. Uno de los problemas más generales en la sociedad moderna en la actualidad es el de la estabilidad emocional. Muchas personas se ven de repente en un mar de dudas, en una inseguridad continua, generada por problemas, vicisitudes o circunstancias negativas acaecidas en su vida. De repente, la angustia y el estrés se convierten en los protagonistas de sus vidas, bloqueándolas y no dejándoles actuar ni manejar sus acciones como deberían.
Lógicamente, en una vida, tenemos muchas fases. Algunas son positivas, otras negativas. Quizá ahí radique el atractivo de la vida. Nunca sabemos lo que nos va a ocurrir ni cuándo, ni tampoco conocemos cómo vamos a reaccionar ante tales hechos. En muchas ocasiones, no estamos preparados para encarar ciertos problemas. Tampoco nadie nos ha enseñado. Vamos viviendo y descubriendo. Y sobre la marcha reaccionamos. Hay personas que tienen una alta estabilidad emocional y solventan los problemas que van apareciendo. Otras, en cambio, no toleran tan fácilmente cualquier revés, cualquier situación de estrés o incomodidad. La vida nos va ofreciendo un sinfín de variedades, tanto de circunstancias como de emociones. Nosotros vamos respondiendo a esas vicisitudes según el momento, según nuestro carácter y nuestra experiencia.
Lo ideal es llegar a alcanzar una vida donde los imprevistos y los problemas se afronten de la manera más positiva, que maduremos ante emociones negativas o adversas, que sepamos lidiar con la nostalgia, la tristeza y la ansiedad. La confianza en nosotros mismos debemos ir ganándola poco a poco, es una batalla diaria en donde a veces salimos vencedores, y otras perdedores. Pero todo eso es muy fácil de decir y a la hora de ejecutarlo comienza el problema. Para muchos, la estabilidad es engañosa, rara vez aparece, ya sean motivos económicos, sociales, familiares, amorosos, las situaciones de inseguridad, de incomodo, de absoluta falta de ejes donde establecerse, lo cierto es que nos vemos a menudo engullidos por escenas que nos convierten en seres un tanto inseguros, no tanto por nuestro carácter sino por la falta de seguridades que se presentan a nuestro alrededor.
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Si para muchas personas ya es un hecho y una realidad ser inseguros e inestables emocionalmente, nos podemos imaginar cómo debe agudizarse esa sensación con los vaivenes que observamos en la sociedad de nuestros días. Hoy es difícil asegurarse algo. Ya sea un trabajo, una vivienda, una relación, una amistad. Vivimos tiempos de inestabilidad total. Parece como si hubieses sido programada la situación actual por parte de los organismos que gobiernan el mundo. La gente suele acomodarse, suele acostumbrarse a situaciones de rutina; de hecho, se critica el hecho de que la mayoría nos ponemos cómodos en lo que los psicólogos denominan ‘la zona de confort’. Ese conjunto de límites personales e íntimos donde muchas personas se acomodan y renuncian a tomar nuevas iniciativas de cambio.
Cierto es que, a menudo, nos vemos a menudo atraídos por situaciones conocidas y familiares. Lo cercano y lo ya habitual suele ser más fácil de manejar. Frases tan trilladas como ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’ indican a las claras que el mismo hecho de buscar algo nuevo oprime, causa inseguridad y miedo. Nos gusta tener todo controlado, o creer que lo tenemos todo controlado. Algunos, sin embargo, se lanzan a descubrir cosas nuevas todo el tiempo, con el ánimo de aventurarse en una búsqueda que les da vigor, ánimo, carácter y satisfacción. Otros carecen de ese ímpetu, acostumbran a quedarse paralizados, bloqueados y casi sin ninguna capacidad de poder cambiar o revertir una situación. Lógicamente, los que acostumbran a los cambios no les crea un desconcierto la falta de estabilidad social en todos sus ámbitos. Naturalmente, sería mucho mejor tener opciones bastante consolidadas, pero si, por circunstancias, la cosa se tuerce no supone un esfuerzo adaptarse a los nuevos retos. Cosa extremadamente complicada para el otro grupo de personas, donde cualquier varapalo, circunstancia adversa, revés o situación complicada supone una losa más a sumar a todas las que van transportando en su espalda.
Nadie está exento de vivir escenas estresantes, esas situaciones límite que nos ponen en momentos difíciles, donde las decisiones son importantes, donde a veces no podemos maniobrar debido a que no manejamos la situación concreta. Poseer una estabilidad a todos los niveles refuerza nuestra confianza y nuestra felicidad. Nos sentimos mucho mejor. Aunque quizá lo que más nos cuesta es valorar lo que tenemos. Con la inestabilidad reinante se acentúan los problemas cotidianos, ya sea en el mundo personal, laboral, familiar y amoroso. Lo podemos observar a nuestro alrededor. Las situaciones habituales que se viven en la actualidad provocan malas caras, malos comportamientos, mala educación. Las formas de tratarse los unos a los otros se van perdiendo. La rigidez, la tirantez y la crispación son habituales. Parecen gobernar el comportamiento humano social. Los insultos, las malas caras, la falta constante de sonrisas y de muestras amables ya forman parte de nuestra rutina. Cuando alguien se comporta de forma educada con nosotros nos llama la atención, cuando debería ser al contrario. La empatía se ha evaporado y se ha transformado en un ‘sálvese quien pueda’ bestial y mayoritario.
Nos vemos abocados a vivir escenas de inestabilidad diariamente. Una ruptura sentimental, un fracaso laboral, una idea o proyecto frustrados, un despido inoportuno, una decepción de alguien especial. Y ante tales escenas muchos no saben cómo reaccionar. La baja autoestima provoca crisis de identidad. Circunstancias ajenas y negativas van minando el camino, no deja ver el horizonte y los problemas parecen enormes. Un simple cambio de perspectiva haría que lo que se encuentran fuera más relativo, pues ahí radica la clave del asunto, en la relativización de la situación. Pero también el mismo hecho de confiar más en uno mismo, de tener más confianza en lo que hacemos y porqué lo hacemos. Ante situaciones contrarias debemos saber valorar nuestro talento nuestra capacidad para no dejarnos vencer por la realidad. Todo es más simple de lo que parece. Nada es tan complicado y siempre hay una salida. La estabilidad no debe ser un objetivo de vida, será tal vez, un escenario temporal en momentos de nuestra vida, pero la inestabilidad siempre anidará junto a nosotros, hasta que la veamos como algo natural y nada desconcertante. Será entonces cuando la miremos de tú a tú y sin darle demasiada importancia.
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