‘Prefiero estar adornado por la belleza del carácter que por las joyas.
Las joyas son el regalo de la fortuna,
mientras que el carácter viene de dentro’
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Una joya en sí misma no tiene mucho sentido. Si la miramos fríamente, es tan sólo un material. Que se le haya llamado con la evolución del ser humano ‘preciosa’ quizá puede ser debido a su belleza (también discutible). El hombre desde sus ancestros ha utilizado los materiales preciosos como objetos ornamentales, para distinguirse, para llenarse de estatus, para cerciorarse de ser diferente del resto. Así fueron apareciendo los anillos, los collares, los colgantes, los brazaletes, los pendientes, etc. No había distinción entre sexos, puesto que su uso era habitual en ambos. Como tampoco había excepción en los pueblos que las usaban ni en las culturas, ni en los continentes. Es decir, el uso y la costumbre en portar joyas es habitual y está relacionado con el ser humano.
Adornarse siempre ha sido un principio universal, pero utilizar joyas no estaba ni está al alcance de todos. Y una cosa puede ser la estética y otra, muy diferente, utilizar joyas para sentirse superior o más atractivo. Que una joya nos haga destacar debe ser motivo de preocupación para cualquiera. El oro, la plata, materiales que han servido y que sirven como monedas de cambio, de ostentación, de riqueza y de distinción. Porque no nos equivoquemos, gran parte del uso de las joyas viene refrendado por la distinción que se le suponen. A las personas en general les motiva el simple hecho de ser o aparentar ser diferentes o distintas a los demás. Es como un ADN particular de cara a la galería. Ser diferentes lo somos por simple naturaleza y sucesos que se van acumulando en nuestra vida, ya sea entorno, familia, amigos y vivencias. No necesitamos muchas más o menos joyas para ser distintos de los demás. Pero las joyas pueden ser simplemente una forma, como también puede serlo el coche que usamos, la ropa que nos ponemos o el peinado que mostramos.
‘La diferencia entre los recuerdos falsos y los verdaderos
es la misma que con las joyas:
siempre es el falso el que parece el más real,
el más brillante.’
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Hoy en día, la moda marca tendencia continuamente, de hecho, muchas cosas se ponen de moda sin ni siquiera un motivo definido o determinado. La gente, en masa, se va moviendo por tendencias, modas o simples mareas de comportamiento. Otra cosa diferente es poder alcanzar esas cuotas de distinción. No todo el mundo puede tomarse un cocktail en el bar más de moda de Nueva York, o probar un menú degustación en el mejor restaurante del mundo, ni puede gozar de lo que se siente conduciendo el coche más caro del mundo. Y es un suceso que se ve incrementado conforme la riqueza de una persona aumenta, por el mero hecho de querer hacer y parecer todavía más exclusivo que el resto de seres humanos. Lo que ocurre es que la delgada línea entre la distinción y la ordinariez es muy fina, y muchas la traspasan con demasiada facilidad y demasiado a menudo.
Para muchos, lo caro es mejor y demuestra mayor distinción. Las joyas entran dentro de esta familia. Y muchos piensan que el hecho de mostrarse con joyas ‘tan preciadas’ son motivo claro y absoluto para ser envidiados. Claro que la envidia va por barrios, y cada cual tiene su forma de utilizarla también. Muchas envidian riquezas, otros salud, otros felicidad. Ninguna joya nos dará absoluta felicidad ni salud, si es eso precisamente lo que andamos buscamos. Pero si buscamos llamar la atención, ser envidiados, ser admirados, las joyas son otra forma de conseguirlo. Para otros, las joyas no llaman la atención, a no ser por el asombro de llevar una considerable cantidad de dinero en un cuello, en un brazo o en una oreja. El significado ya queda a expensas de cada uno, pero fríamente parece ser desorbitado, insulso y carente de personalidad.
No hace falta ostentar para ser rico, ni hace falta ser rico para ostentar; y ser rico se puede conseguir de muchas formas, no necesariamente aparentando serlo o pretendiendo que todo el mundo se dé cuenta de que lo somos realmente. En ese caso estaríamos cruzando la línea anteriormente citada. Las joyas y su uso a través de la historia representan diferentes motivos para ser o parecer importantes: ya sea como símbolo de riqueza, por su simbolismo o por lo que pueden llegar a conseguir por sí solas. Lo que pasa que este uso también se ha convertido en un arte. El diseño y el negocio han provocado que muchos artistas joyeros se adentren en el mercado para ofrecer bellezas únicas. Un arte que comenzó con maestros como Peter Fabergé o René Lalique y que ha ido evolucionando hasta nuestros días.
El valor de dichas joyas siempre queda un tanto fuera de mercado. Y es curioso observar como muchas religiones y grupos religiosos han utilizado las joyas y su simbolismo como distinción. Una frase conocida en esta industria es la que reza: ‘Una joya es para siempre’. Claro que habría que recordar que muchos objetos y recuerdos pueden ser para siempre y no necesariamente ser tan costosos. Todo tiene que ver con el nivel de romanticismo que practiquemos. Lo cierto es que podemos lograr distinción y admiración sin necesidad de lucir joyas. Y no tiene que ver con el hecho de tener el dinero suficiente para adquirirlas, sino sabiendo valorar las verdaderas cosas importantes que nos ofrece la vida, y todavía más cuando se descubre todo lo que se puede hacer por conseguirlas, ya sea robando, esclavizando o matando por ellas. Otro claro ejemplo de que el sentido común en el hombre es poco común.