Hay teorías que afirman que quizá el general Suharto estuvo implicado en el fallido golpe de estado contra Sukarno en 1965. Dadas sus habilidades demostradas en la manipulación ninguna teoría se podría descartar o eliminar.
La figura de Suharto no se parecía en nada a la de su antecesor Sukarno. No tenía tanta facilidad de palabra y sus discursos parecían orientados a ahogar el debate en lugar de inspirarlo. Suharto nació en la isla de Java en 1921 y desde su adolescencia estuvo implicado en el ejército, en aquella época el ejército colonial holandés. Durante la década de los 50 ascendió rápidamente en el ejército indonesio y colaboró en la represión de las rebeliones de las Molucas del Sur y de la Darul Islam. En 1959 fue relegado a una escuela militar debido a su implicación en el contrabando de opio y de azúcar, pero en 1962 el propio Sukarno le designó para liderar la campaña militar contra Nueva Guinea Holandesa.
Siempre quiso que le llamaran ‘Bapak Pembangunan’ (Padre del Desarrollo). Una de sus teorías era que el autoritarismo era necesario para el progreso económico de Indonesia. Entendía que Indonesia debía mantenerse unida a toda costa, lo que conllevaba minimizar la actividad política y aplastar cualquier movimiento separatista. En ese grupo entraban los islamistas radicales, los comunistas o los separatistas rebeldes. Para él, las propias fuerzas armadas representaban el papel de guardianes indispensables de la unidad indonesia y fue durante los años de su mandato cuando su doble función, la de supervisar el gobierno doméstico y defender el país, estuvo más arraigada.
No se aceptaba la disensión, y la censura era el arma para mantener al pueblo al margen de la verdad, una ignorancia impartida que hacía que el gobierno ocultase todo aquello que le parecía necesario. El poder absoluto permitió a las fuerzas armadas, a sus familias y a los socios de Suharto hacer y deshacer sin necesidad de argumentación. El ejército se convirtió no sólo en una fuerza de seguridad del estado, sino en una maquinaria que dirigía negocios, legales e ilegales, para financiar su propia organización. La corrupción era el día a día e iba de la mano del secretismo. Su propia familia era el ejemplo más claro de esa maquinaria que funcionaba a las mil maravillas. Su mujer, Ibu Tien, era apodada ‘molienda de trigo’. Su hija Tutut ganó el contrato para construir la autopista de peaje de Yakarta. Su hijo Tommi se hizo con el monopolio sobre el clavo. No es de extrañar que en 1995 Indonesia fuera proclamado como el país más corrupto dentro del Indice de Corrupción publicado por Transparencia Internacional (TI). La propia Ti calificó a Suharto en 2004 como el personaje más corrupto de todos los tiempos. Algo difícil de igualar.
A diferencia de Sukarno, que se había aliado con el apoyo comunista de la Unión Soviética y de China; Suharto ofreció la cara opuesta, su anticomunismo le llevó a entablar amistad con el gobierno norteamericano y el resto de países occidentales. EEUU y Japón se garantizaron el control sobre el petróleo y sobre los minerales indonesios. Pero al finalizar la guerra fría, Occidente se cansó de hacer la vista gorda ante las maniobras de Suharto. Comenzaron a presionar para que diera más libertad y democracia al país, y eso hizo que se abriera un proceso de cambio político con más debate abierto que se conoció con el nombre de Apertura, y que se cerró bruscamente cuando la prensa comenzó a criticar duramente al gobierno.
La crisis económica que atravesó el país en 1997 causó verdaderos estragos en muchos millones de indonesios y aceleró el Nuevo Orden. Los aumentos de los precios provocaron disturbios. Las manifestaciones antigubernamentales comenzaron a ser masivas, sobre todo cuando en mayo de 1998, las tropas mataron a tiros a cuatro estudiantes en la Universidad de Yakarta. Los chinos fueron los más perjudicados, sus negocios fueron destruidos y quemados, se habló de numerosas violaciones y asesinatos. Todos, incluso los propios ministros de Suharto pidieron su dimisión, que se produjo el 21 de mayo.
La caída de Suharto trajo consigo la llegada de la ‘reformasi’ (reforma), tras avanzar en participación democrática, en libertad de expresión y en derechos humanos. Los 30 años de gobierno de Suharto pasarán a la historia de Indonesia como uno de sus capítulos más tristes y sangrientos. Masacres de comunistas, más de un millón de prisioneros políticos, negación de los derechos humanos, oposición silenciada. Tan sólo había una regla, acatar las órdenes dadas por él o por sus generales.
Tras su dimisión, le relevó su vicepresidente Habibie que liberó a presos políticos, suavizó la censura y prometió elecciones, pero continuó tratando de prohibir las manifestaciones y reafirmó el papel político del cada vez más impopular ejército. En 1998 cuando un grupo de estudiantes marcharon hacia el Parlamento para exigir elecciones inmediatas, el ejército asesinó a más de doce de ellos e hirió a centenares. Las primeras elecciones realmente libres del país se efectuaron en junio de 1999. Ningún partido recibió un claro resultado, pero el MPR eligió como presidente al predicador musulmán Abdurrahman Wahid como líder de una coalición. Wahid era excéntrico, ciego, había sufrido dos derrames cerebrales y detestaba la vestimenta forma y las jerarquías. Todas sus medidas causaron incluso temor y en 2001 el MPR destituyó a Wahid por supuesta incompetencia y corrupción. Todavía quedaba mucho recorrido para la auténtica democracia indonesia.