Archivos para 15 de junio de 2012


Hay ciertos oficios que se han perdido. Han desaparecido con el lento pero implacable paso de los años. Eran oficios muy habituales, muy familiares, pero lentamente, sin casi percibirlo, van eliminándose y esfumándose casi por arte de magia. El desarrollo social y el mercado cada día más tecnológico parece un motor demasiado potente para aquello oficios que no han podido enfrentarse al lento pero seguro cambio de evoluciones.

Uno de los oficios que todavía perduran y que incluso llama la atención por ello es el ilustre ‘limpiabotas’. El famoso limpiabotas o lustrabotas (según el lugar), es aquella persona que se encarga de limpiar y dar lustre al calzado de todos esos clientes que de vez en cuando o a diario desean diferenciarse de los demás por el brillo de sus zapatos. Casi siempre han sido hombres los que lo han practicado, y en generaciones anteriores, y no tan anteriores, eran niños. Es un rol que en muchas sociedades está mal visto, aunque en otros lugares permite a muchos padres de familia aportar un dinero imprescindible para el sustento de su familia. Además se sienten muy orgullosos de realizar dicho oficio.

Algunos limpiabotas han desarrollado su negocio de mercado arreglando el calzado y haciendo otras funciones. Muchos de ellos han servido para dar conversación a adinerados hombres de negocios que descargan sus problemas frente a un tipo que nada tiene que decirles pero tampoco parece escucharles. Dos mundos paralelos distanciados por una altura que supone el asiento del ciente y el pequeño taburete del limpiabotas que le llega a la altura del zapato del susodicho individuo. La célebre frase ‘no le llega ni a la suela del zapato’ se ajustaría perfectamente a esta descripción.

Muchos famosos y personalidades de la historia confesaron haber comenzado su andadura profesional mediante dicho oficio, entre ellos destacaron cantantes, actores y presidentes de naciones, aunque suene un tanto surrealista. Hoy en día es denunciable que muchos niños se vean obligados en muchas partes del mundo a ejercer dicha profesión para poder así ayudar a sus familias. Es una escena muy popular en muchos rincones del planeta, como también es normal contemplar como muchos niños repartidos por todo el mundo se ganan el sustento mediante la limpieza de los cristales de los vehículos que circulan por alguna avenida de alguna gran ciudad.

Incluso en algunos países para ser limpiabotas requiere de una licencia especial, como en el caso de la India. En México, el limpiabotas de toda la vida sigue ocupando buenos lugares en calles y plazas céntricas, esquinas elegidas, y sigue brillando a pesar del paso de los años. En su mayoría ya son gente de edad que se supone han permanecido al pie del cañón durante muchos años de su vida, aunque la mayor parte de ellos siguen haciendo su trabajo de manera amable y siempre con una sonrisa en el rostro.

Quizá sería interesante preguntarles cómo va el negocio, si han notado la crisis, si muchos clientes fijos han dejado de volver, qué edad media tienen sus clientes, qué tipo de cliente acostumbra a probar su asiento; en fin, infinidad de preguntas te asaltan cuando ves a uno de ellos y no estaría de más pararse una tarde a su lado y charlar sobre las experiencias de su oficio. Seguramente, muchísimas anécdotas saldrían a la luz, muchísimas historias personales, una infinidad de escenas vividas y muchas horas lustrando zapatos.

Vittorio de Sica estrenó en 1947 una película que tenía que ver con dos jóvenes limpiabotas que soñaban con comprarse un caballo. Estaba ambientada en la Roma de la postguerra, una época de penurias, donde la única forma de conseguir dinero era trapicheando en el mercado negro, intentando conseguir lo que fuera entre la escasez, los pocos recursos y un negro futuro alrededor. Se habla de crisis global pero se olvida muy fácilmente el pasado, aunque el panorama no es idílico y las injusticias, la pobreza y las penurias siguen estando latentes, en el  primer mundo la mayoría de la gente sigue sin saber valorar lo que tiene, lo que posee, lo que ha conseguido y lo que puede conseguir. Y no se trata de conseguir cosas materiales, sino las cosas más básicas, esas primeras prioridades de vida, eso que ni siquiera entendemos imprescindibles por tenerlas tan al alcance de la mano.

Quiza, quién sabe, en algunos años, todos esos que andan perdidos entre teléfonos de última generación, puede que se encuentren en una situación de precariedad que les obligue a deambular por la calle en busca de esos recursos primarios, esas primeras necesidades que parecen garantizadas por el espíritu santo. Quizá, quién sabe, las tornas cambien y veamos cosas inauditas, aunque muchas las imaginemos, la realidad siempre superará a la ficción, como siempre. Porque el ser humano no aprende y se verá abocado a revivir sus errores. A revivir la historia que nunca quiso contar. A experimentar todo aquello que una vez le contaron y que creía que sólo existía en los libros de Historia. El ser humano sigue siendo capaz de repetir lo que nadie puede imaginar. Y porqué no podremos ver al hombre de traje sentándose al otro lado del limpiabotas para experimentar, sólo por simple necesidad, el hecho de tener que dar lustre a una viejas botas.