Archivos para 29 de agosto de 2013


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A finales del siglo XIX surgieron en Europa unas tendencias arquitectónicas que rompían con los criterios más tradicionales y que buscaban principalmente nuevas formas de edificar de manera futurista, vislumbrando el siglo XX que se avecinaba. Se centraban por encima de todo en la estética. Fue un movimiento que tuvo su origen en la Revolución Industrial, que ya había arraigado en varios países y que había provocado el crecimiento espectacular de las ciudades. Se podría decir que el modernismo era un estilo urbano y burgués. En general, el modernismo rechazaba el estilo poco atractivo de la arquitectura industrial de la primera mitad del siglo XIX, desarrollando nuevos conceptos basados en la misma Naturaleza, definidos en los materiales de construcción, las formas de los edificios y en las figuras en las fachadas. Era habitual ver en las fachadas todo tipo de flores, hojas o pájaros, adosados o como simples adornos de piedra o cerámica. Pero también fue habitual ver personas o animales fabulosos en las cornisas con colores llamativos. Las ventanas y balcones destacaban por sus rejas de hierro forjado, labradas artísticamente y con motivos de la naturaleza.

«Quienes deben hacer cosas son precisamente aquellos que no han hecho nada»

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Una de las regiones donde el modernismo se desarrolló de forma magistral fue en Cataluña, fomentado por una burguesía incipiente, orgullosa de su cultura y de su pasado, muy sensible al arte y al diseño. Con ese nuevo estilo, la burguesía catalana vio la forma idónea de satisfacer sus ansias de modernización, expresando la identidad catalana y poniendo de manifiesto su riqueza, gusto y distinción. Pero el modernismo catalán también se desarrolló en otras artes, como en la pintura o la escultura, y sobre todo en el diseño y en las artes decorativas. En Cataluña, este arte recibió una atención especial, adquiriendo una personalidad propia y muy diferenciada. Su denominación se debió a su relación geográfica con Cataluña y sobre todo por su capital, Barcelona. Una región que intentaba a toda costa diferenciarse de la cultura española por diferentes razones, tanto sociales, históricas como lingüísticas. Dos hitos se enmarcan perfectamente en ese círculo: la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y la Exposición Internacional de Barcelona de 1929.

«Es necesario alternar la reflexión y la acción,

que se completan y corrigen la una con la otra.

También para avanzar se necesitan las 2 piernas: la acción y la reflexión»

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La lista de todos los artistas que estuvieron influenciados por este movimiento es muy extensa pero algunos ejemplos fueron los pintores Santiago Rusiñol, Joaquín Sunyer o Joan Brull, o los arquitectos Rogent i Amat, Lluís Domènech o Josep Puig. Pero uno de estos artistas destacó por encima del resto: Antoni Gaudí i Cornet nació en Reus (Tarragona) en junio de 1852. Arquitecto y máximo representante del modernismo catalán. Tenía un sentido innato de la geometría y del volumen, con una gran capacidad imaginativa que le permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras. De hecho, pocas veces realizaba planos detallados de ellas. Los prefería recrear sobre maquetas tridimensionales, moldeando los detalles según los iba ideando mentalmente. Muchas veces improvisaba sobre la marcha y daba las instrucciones oportunas a sus colaboradores sobre lo que tenían que hacer exactamente.

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Concebía sus edificios de una forma global. No dejaba ni el más mínimo detalle al azar. Y muchos trabajos artesanales los integraba a la realización arquitectónica, como la cerámica, la vidriería, la forja de hierro o la carpintería. Además, introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales, como su famoso ‘trencadís’, hecho con piezas de cerámica de desecho. Una especie de mosaico realizado con fragmentos cerámicos unidos con argamasa. Utilizando piezas rechazadas de las fábricas, así como fragmentos de platos y de tazas de café de cerámica blanca y baldosas de cerámica, las resaltaba esmaltándolas para crear un cromatismo de colores vivos, aprovechando la superficie lisa y pulida y poder causar el máximo efecto de brillo al incidir la luz sobre ellas.

«El gran libro, siempre abierto y que tenemos que hacer un esfuerzo para leer,

es el de la Naturaleza,

y los otros libros se toman a partir de él,

y en ellos se encuentran los errores

y malas interpretaciones de los hombres»

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Sus inicios arquitectónicos estuvieron marcados por el arte neogótico y ciertas tendencias orientales, pero desembocó en el modernismo en su época de mayor efervescencia. Pero se situó más allá del simple modernismo ortodoxo, creando un sello personal, un estilo propio basado en la observación de la naturaleza, utilizando formas geométricas regladas, como la paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el conoide. Su vida fue un continuo experimento, dedicada al análisis de la estructura óptima del edificio, integrado en su entorno. Su obra culminó en un estilo orgánico, inspirado en la naturaleza, pero sin perder toda la experiencia adquirida en estilos anteriores. Hoy en día, el nombre de Gaudí tiene repercusión en todo el mundo. Es aclamado y admirado por todos los amantes del modernismo y de la arquitectura. Uno de los mayores atractivos de visitar Barcelona pasa por visitar sus obras, muchas de ellas consideradas de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

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Nació en una familia de caldereros y se trasladó a Barcelona para estudiar arquitectura, graduándose en 1878. Sus inicios profesionales pasaron por colaborar con algunos renombrados estudios de la época, como el de José Fonseré, con quien proyectó la cascada, las rejas metálicas y las puertas del parque de la Ciudadela de Barcelona. En 1883 fue nombrado arquitecto del templo de la Sagrada Familia, una obra que ocupó toda su vida y que sigue en construcción actualmente. Quizá fue su ‘obra’. Su principal argumento artístico, que quedó inconclusa con su muerte y sin un proyecto definido. Pero durante la realización de dicho templo, tuvo tiempo para encargarse de otras obras, como la villa El Capricho, en Comillas (Cantabria) o la casa Vicens, en el barrio de Gracia de Barcelona.

«Para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor, segundo, la técnica»

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Y fue por entonces cuando contactó con el conde de Güell, quien no dejaría de encargarle trabajos a partir de entonces. Primero algunos pabellones para su finca de Pedralbes y el Palacio de la calle Nou de la Rambla de Barcelona. Más adelante el colegio de las teresianas de la calle Ganduxer y el palacio episcopal de Astorga, que no pudo terminar debido a la muerte del conde. Ya comenzaba a vislumbrarse su estilo, desde la recreación del gótico hasta su atracción por las curvas y la decoración artesanal. En 1892 recibió el encargo de una casa en León, conocida como la Casa de los Botines. Fueron muchos inmuebles los que fueron encargados al arquitecto, como la Casa Calvet, la Casa Batlló y la Casa Milá, conocida como La Pedrera y que se puede considerar como la culminación de su genio. La fachada de ese edificio habla por sí sola de su genialidad como artista y como arquitecto, con una concepción ondulada de piedra y hierro forjardo y un conjunto de chimeneas en la azotea. Una de sus obras más visitadas es el Parc Güell.

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«Toda obra de arte debe ser seductora

y si por ser demasiado original se pierde la cualidad de la seducción,

ya no hay obra de arte» 

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Sería difícil calificar la obra de Gaudí y quedarse con una de sus obras por encima del resto. A cada persona que preguntáramos podría decirnos una diferente. Su arte atrajo y atrae a millones de personas en todo el mundo, y su atracción va intrínseca al sentimiento de belleza. Su muerte al ser atropellado por un tranvía quizá fue tan sólo una anécdota, pero tras su ella dejó una leyenda y un legado. Ya era conocido dentro y fuera de España pero su genio innovador y creativo no fue mayormente aceptado hasta décadas después. Hoy es una de las influencias arquitectónicas más importantes del mundo.

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