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Amores platónicos

Publicado: 21 de agosto de 2013 en Artículos
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«Aunque no sepa quererte de la forma que a ti te gustaría,

siempre te querré con toda mi corazón de la mejor forma que sepa»

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El amor platónico tiene su origen al sistema filosófico fundado por el filósofo Platón, para quien la idea de amar se encuentra dentro de la clasificación de los tipos de amor en sus ‘Diálogos‘, donde habla de un amor a la belleza manifestándose normalmente en el amor entre dos personas pero que es preferible expresar de una forma intelectual y no física. Sostenía que el verdadero amor es el amor a la sabiduría, al conocimiento. El amor platónico no es el amor al ideal de una persona sino el amor a conocerla y por saber todo de ella. Ciertamente, esta explicación del amor platónico entra dentro de un mundo de pensamiento filosófico que cualquiera interpreta a su manera.

Lo que hoy entendemos como amor platónico poco o nada tiene que ver con lo que escribió Platón. El amor se encuentra cuando tenemos una visión parecida a la que tuvimos como almas donde apreciábamos la belleza mientras contemplábamos las ideas. La luz sobre la que reflejamos la belleza se encarna en el cuerpo de la persona a la que se comienza a amar. Platón hablaba del amor entre dos hombres que transmiten conocimiento, pensamiento, un amor homosexual de su época, un amor que aparece en plenitud, cuando se alcanzan las mayores cotas de conocimiento y filosofía, un escenario que se produce tras la visión de ese alma. Escribe Platón: ‘El amor es desear que la persona amada sea lo más feliz posible. El amor es una forma de necesidad que tiene una meta y su relación con esta meta es de deseo, de exigencia. El amor anhela siempre lo bello y lo bueno. No puede ser considerado un Dios, porque si lo fuera no amaría. El amor es espíritu. Y la meta real del amor es la belleza. El amor busca la felicidad, la posesión del bien’.

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«Si realmente quieres a alguien, lo único que quieres para él es su felicidad, incluso si tú no se la puedes dar»

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Para el que ama el escenario ideal será no separarse de su amad@, porque supone su tesoro más precioso, una maravilla que le hace olvidar todo. Esta idealización del amor sucede muy a menudo y es fácil confundirla a menudo. Muchas personas reconocen el amor a primera vista, lo idealizan instantáneamente, hasta el punto de obsesionarse con él. Para otras muchas el amor es un arma de doble filo, difícil de conjugar. Muchos se enamoran cada día mientras otros nunca en su vida. Quizá porque el nivel para calificar al amor difiere según la conciencia de cada uno. Es la sensación pero también la percepción. Y como bien señalaba el filósofo, existen tres tipos de amantes: los que están poseídos por la pasión meramente física y egoísta; los amantes moderados, que reconocen el impulso sexual pero lo manejan de forma racional; y el amante filosófico, aquel que está más allá de toda servidumbre a lo sexual.

Para un amante cualquiera, el concepto de amor está fundado en la atracción, sea del tipo que sea, y lo que quiere es conseguir una unión mental con su amad@. Quizá por ello idealizamos el amor platónico, hasta un estado que podríamos calificar de inalcanzable, aquel amor que por diversas circunstancias no se puede materializar ni aquí ni quizá en el futuro. Por supuesto, en ese amor hay un componente sexual, sugerido por la atracción y el deseo, pero es un amor que básicamente se centra en su forma mental, en su imaginación y en su idealística. Es un sueño por alcanzar donde el físico descansa en un segundo plano. Amar platónicamente se asocia generalmente al deseo o a la necesidad por alcanzar lo ideal, aunque no sea real. Pero también se manifiesta como cierta frustración de una realidad no consumada. Está relacionada con la idea de la fantasía y de la imaginación que todos tenemos en nuestra mente.

Un amor platónico se alimenta de la ilusión. Es la que proyecta energía durante toda su construcción. No es un impulso pues dura mucho tiempo. Se nutre asimismo de espíritu, de emociones y de intelecto, más que del roce, del físico y del sexo. Y es muy íntimo y personal, puesto que la persona lo vive desde dentro de sí misma. No hay matices, no hay tonos. No hay negociación, y lo más importante, no envejece. Permanece. Continúa con nosotros durante muchos tiempo y se va desarrollando con el mismo paso del tiempo. Dicen que esos amores platónicos son típicos de personas introvertidas, románticas o intelectuales. Personas solitarias o con una gran riqueza interior. Personas amantes de la expresividad de sus sentimientos a través de la intelectualidad. Y parece ser que el hombre es más propenso por naturaleza a tener esos amores platónicos que las mujeres. Y quienes defienden la teoría argumentan que las mujeres son más abiertas a la hora de expresar sus sentimientos abiertamente. El hombre lo hace generalmente a través de idealizaciones y fantasías, dejando a un lado la simple realidad.

Pero sería difícil imaginar a una persona, sea hombre o mujer, que no haya tenido alguna vez en su vida esa ilusión por un amor, esa fantasía apoyada durante un tiempo hasta cierto punto saludable. Porque es cierto que sentir un amor así puede ser bueno para conocernos mejor a nosotros mismos. Jugando con la imaginación nos adentramos en otros mundos donde se puede llegar a visualizar lo que no logramos en la realidad y nos puede servir en un futuro para aprender a amar de verdad. La teoría del amor espiritual de Marsilio Ficino durante la época renacentista afirmaba que, al igual que la gente está unida en su común humanidad gracias al amor, de esa misma forma todas las partes del universo se mantienen unidas por los lazos del amor compasivo.

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«Fuiste la estrella que siempre soñé,

la que robó mi dolor en la mañana que siempre esperé.

Eres el sol que calienta mi mundo

y la luna que me alumbra en la noche.

Eres todo lo que siempre he buscado

y lo que nunca antes había encontrado»

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