El deseo

Publicado: 23 de May de 2012 en Artículos
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El deseo impone sus sentidos, atormentados, ansiosos,

nos permite entrar en un mundo paralelo, diferente, apasionante,

El deseo eterniza el momento, lo enmarca, le da sentido,

sin prisas, sin volverse loco.

*

Terreno que nos seduce por encima de todo,

que nos deja soñar aunque sea por breves momentos

que nos engancha a menudo con melodías de arte,

con esencias de lo no encontrado, con búsqueda, con ilusión.

*

«Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama»

(Miguel de Cervantes) 

* 

Con el deseo intentamos saciar un gusto, un anhelo, una atracción. Hay muchos y todos son bienvenidos. Sin ellos careceríamos de estímulos y sin estímulos estaríamos más perdidos de lo que ya estamos. No conseguirlo no significa necesariamente obtener una desilusión. El mero hecho de tenerlo ya incita a disfrutar de su imaginación. Porque en la imaginación radica el ansia y el deseo está dentro de ella. Obtenerlo incluso puede ser peor a no conseguirlo. Puesto que el ser humano abarca la ambición por encima de todo, la insatisfacción, la no aceptación de lo que se consigue, para abarcar más, para desear más.

No nos cansamos de desear. Somos insaciables. Y no detenemos esa ansia. Al contrario, la mente la alimenta con fuerza eterna, dando impulso, recostando la percepción de fracaso en un lecho sin importancia. Deseamos lo que no tenemos, esos labios, ese cuerpo, ese objeto, ese mañana, ese saber, ese pensamiento, ese, esa. Deseamos el roce, la mano extendida, el abrazo desinteresado. Deseamos por doquier, para después sentir. Nos confundimos entre emociones, entre variaciones del miedo y de la tentación. Pero sabemos que deseamos. Y eso es lo importante, lo primordial.

El deseo puede estar en un palabra, en un silencio, o en ambos. Puede aparecer de la nada, puede crearse lentamente, con placer, con interés sobrevenido. El deseo renace de cualquier rincón, se crece a sí mismo y alimenta la pasión. Maquinamos deseos, les damos forma, lo amoldamos a nuestros más íntimos sentimientos, los adaptamos a nuestra otra realidad, la que no vemos, la que imaginamos, aquella que esperamos sea mucho más fuerte que la que vivimos. Como humanos continuaremos deseando, sin estridencias, sin demasiadas expectativas, porque ante todo deseamos desear. Y con ese placer infinito tenemos más que suficiente.

«Cuando alguien desea algo debe saber que corre riesgos y por eso la vida vale la pena»

(Paulo Coelho) 

*

«Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia»

(Henry Miller) 

***

El deseo está en esa ola del mar, revoltosa, insaciable. El deseo habita en las paredes de nuestro propio universo, el nuestro, el particular. Habita en un amanecer inolvidable o en los dedos que nos rozan. Aparca los motivos de la desesperación, aunque sea por unos segundos, para inundarnos de placer ocasional, una llama en la oscuridad, una gota de agua en el desierto. Un deseo, una emoción, todo unido, todo necesario. Imaginamos para seguir viviendo, imaginamos para continuar sufriendo. El deseo se une al placer con la misma facilidad que se junta con la desilusión. La decepción de que no aparezca no nos quita ni un ápice de ganas por seguir deseando. Ese deseo que sube montañas imaginarias para alcanzar el sol, o las nubes, o lo que sea. Ese deseo que desciendo una montaña a toda velocidad para encontrarse con nosotros mismos, en otro lugar, en otra vida.

Un momento de paz, una noche escondida, una sonido tímido. Una mano que nos toca y nos alienta, una sonrisa compartida, una mirada cómplice que dice lo mismo sin sonidos, sin voces ni palabras. Una duda sobre otra duda, para regresar, para no volver nunca más. Devolver el silencio como muestra de entendimientos, como muestra de que todo es posible, aunque no lo creamos, aunque sea totalmente imposible. Un deseo, una lágrima, un verso. Un pájaro que vuela y se aleja. Un grito en el vacío, con su eco rebotando, atrayendo los confines de las emociones más allá de lo habitado. Un mundo paralelo tan necesario como el comer, que nos seduce de mil formas para no dejarnos ir, para volvernos a encontrar, de otra manera, siempre diferente, siempre fascinante.

comentarios
  1. Mecha Carbo dice:

    Essotre, deja que aunque admito tu punto de vista no lo comparto. Sí es verdad, que el deseo en sí es lo máximo, como la ilusión de ir a unta tierra extraña.. pero si a tu deseo, lo sigues alimentando, llegar más profundo, saber y sentir más… seguirá siendo un cuento, un deseo insaciable pero créeme… real… solo hay que dejar que ese deseo sea más profundo, variarlo, ponerlo al día.. que se yo… y así, ese horizonte siempre estará un poco más lejano, es verdad, pero habrás disfrutado del trayecto y tal cual como dices, el horizonte siempre va más allá… solo hay que saber seguirlo, disfrutándolo…

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  2. essostre dice:

    Después de leer esta reflexión tan poética y tan real, pienso que lo deseado siempre es imaginario, aunque lo tengamos en las manos, y cuando por fin el deseo deja paso a la realidad tenemos que elegir: O quedarnos con lo que tenemos o seguir persiguiendo otro sueño que nunca se cumpla… Las personas maduras se desengañan, se liberan, se conforman o se amargan… Hay que vencer al deseo, al miedo y a la ilusión. Lo soñado es como un cuento, no real, aunque hermoso y no se puede conseguir ni alcanzándolo, pues al conseguirlo se nos desvirtúa en los dedos. Se puede disfrutar del deseo como se disfruta de un horizonte al que nunca llegarás. Pero está ahí, es una ilusión, y necesitamos ilusiones…

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